Anécdotas de fe de la llegada del hombre a la Luna
Apolo 11 es el nombre de la misión espacial que Estados Unidos envió al espacio el 16 de julio de 1969, siendo la primera misión tripulada en llegar a la superficie de la Luna.
La tripulación del Apolo 11 estaba compuesta por el comandante de la misión Neil A. Armstrong, Edwin E. Aldrin Jr. apodado Buzz; y Michael Collins, piloto del módulo de mando. La denominación de las naves fue Eagle (Águila) para el módulo lunar y Columbia para el módulo de mando.
Cuatro días después del despegue, el 20 de julio de 1969, lograron pisar la Luna. El mundo observó perplejo por televisión, en blanco y negro, las patas del módulo Eagle y el pie izquierdo de Armstrong, el primero en abandonar la tripulación. 19 minutos después, Aldrin descendía los 9 peldaños del módulo para pisar el satélite.
Durante su segunda noche en el satélite, Buzz Aldrin, de confesión presbiteriana, extrajo una cajita que contenía pan y vino; se recogió en oración; leyó el versículo de san Juan 15, 5 «Yo soy la vid, vosotros los sarmientos. El que permanece unido a mí y yo en él, da mucho fruto, porque sin mí no podéis hacer nada» y consumió las dos especies. Lo relata el propio astronauta en el libro que publicó en 1973, «Regreso a la Tierra». Pero, además, el astronauta presbiteriano portaba un trozo de papel en el que había garabateado algunos versículos del salmo 8: «Cuando veo los cielos, obra de tus manos, la Luna y las estrellas que creaste, ¿qué es el hombre para que te acuerdes de él, el ser humano para que de él te preocupes?». Aldrin posó el papel sobre la superficie del satélite y regresó a la nave.
El católico Michael Collins, uno de los tres citados integrantes del Apolo 11, quiso dejar constancia de su fe. En una de las paredes internas de la nave dejó escrito: «Nave espacial 107. La mejor creada. Que Dios la bendiga». Sin embargo, los astronautas se vieron obligados a realizar sus prácticas religiosas con una gran discreción, porque la NASA no veía con buenos ojos estos gestos. Un año antes, en 1968, la misión del Apolo 8 había logrado su objetivo de orbitar diez veces la Luna a lo largo de 20 horas. Era la víspera de Navidad, el 24 de diciembre por la noche, y sus tres tripulantes, Frank Borman, Jim Lovell y Bill Anders, realizaron una sorprendente conexión en directo con los canales de televisión de todo el mundo. «Estamos cerca de la Luna y, para todos los que nos siguen desde la Tierra, la tripulación del Apolo 8 tiene un mensaje que le gustaría compartir: «En el principio, Dios creó el cielo y la Tierra», comenzó a leer Anders. Era el inicio del libro del Génesis, que prosiguieron leyendo los tres astronautas en turnos hasta el versículo 15. «Y Dios hizo dos lumbreras grandes, la mayor para gobierno del día y la menor para gobierno de la noche», continuaron. «Buenas noches, buena suerte, feliz Navidad y que Dios les bendiga a todos», fue la conclusión de su conexión en directo. Este gesto enfureció a Madalyn Murray O'Hair, una conocida activista atea, quien demandó a la NASA. El auto fue desestimado por la Corte Suprema, pero la agencia espacial exigió a sus astronautas desde ese momento una mayor «contención» religiosa.
«Una Biblia en microfilm»
Pero las advertencias de la agencia espacial no amedrentaron a los astronautas. En enero de 1971, dos de los tripulantes del Apolo 14, Shepard y Mitchell, depositaron sobre la superficie lunar un paquete que contenía la Biblia en microfilm y el primer versículo del Génesis en 16 idiomas. Seis meses más tarde, durante la misión del Apolo 15, James B. Irwin, tras caminar sobre la Luna, declaró haber «sentido el poder de Dios como jamás lo había sentido antes». En 1998, John Glenn, que regresó al espacio después de 36 años, declaró: «Para mí es imposible contemplar toda la creación y no creer en Dios». Quien sabe, quizás haya que estar en la Luna para encontrarse con el Señor...
«San Pablo VI, un espectador más»
Entre los millones de personas que presenciaron estos primeros pasos se encontraba Pablo VI, que había sido elegido Papa sólo un mes antes, el 21 de junio, después de la muerte de Juan XXIII.
El Papa observó este acontecimiento desde la Specola Vaticana, una de las instituciones astronómicas más antiguas del mundo, que en ese momento se encontraba en Castel Gandolfo.
Después del viaje, Pablo VI recibió una pequeña muestra de los 22 kilos de rocas lunares que recogieron los astronautas durante las dos horas que estuvieron en la luna. Además recibió la bandera vaticana que ondeó en la luna junto con la de todos los países del mundo.
«Soy el obispo de la luna»
Según relatan las crónicas de la época, monseñor William D. Borders se declaró a sí mismo en 1969 como «el obispo de la Luna». No, el prelado no sufría ningún tipo de demencia, sino que, más bien, poseía un fino sentido del humor. En 1968 fue ordenado obispo y se le asignó la diócesis de Orlando (Florida), que comprende la estación espacial de Cabo Cañaveral. Poco después del alunizaje del Apolo 11, los obispos estadounidenses realizaron su visita «ad limina» al Papa Pablo VI. Cuando le llegó el turno a monseñor Borders de cumplimentar al Pontífice, el obispo de Orlando le dijo: «Sabe, Santo Padre, soy el obispo de la Luna». San Pablo VI le miró perplejo, pero el prelado le explicó que, según el Código de Derecho Canónigo, él era, «de facto», el ordinario de este «nuevo territorio descubierto».
Parte del texto ha sido extraído del artículo de Alex Navajas en el periódico La Razón
Web católico de Javier
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