San Víctor I, papa
fecha: 28 de julio
†: c. 200 - país: Italia
canonización: pre-congregación
hagiografía: Abel Della Costa
†: c. 200 - país: Italia
canonización: pre-congregación
hagiografía: Abel Della Costa
Elogio: En Roma, san Víctor I, papa, africano de nacimiento, que estableció
para todas las Iglesias la celebración de la fiesta de Pascua en el domingo
siguiente a la Pascua judía.
refieren a este santo: San Feliciano de
Foligno, San Ságar de
Laodicea, San Trásea de
Eumenia
San Víctor fue el primer obispo de Roma
(función a la que más adelante se llamará «Sumo pontífice» y «Papa») que
realizó ostentosamente un gesto de autoridad para con todas las iglesias del
orbe cristiano; de esos gestos a los que nosotros estamos acostumbrados, pero
que eran una novedad para los obispos del siglo III. El elogio de hoy habla de
ese gesto: «estableció para todas las Iglesias la celebración de la fiesta de
Pascua en el domingo siguiente a la Pascua judía». A nosotros eso no nos
resulta nada extraordinario: creemos que todo se le debe preguntar y todo lo
debe resolver el Papa, desde una beatificación hasta saber si podemos
considerar a santa Cecilia patrona de la música, ¡cuánto más la fecha en que
debe celebrarse la Pascua!
Sin embargo había dos corrientes en este
tema (como en casi todos los temas), y mientras unos seguían una tradición
venida de los Apóstoles de celebrar la Pascua al domingo siguiente de la Pascua
judía, otros seguían la costumbre, que también provenía de los Apóstoles (no
todos los Apóstoles hacían lo mismo) de celebrar el mismo día que los judíos,
cayera en el día de semana que cayera. La costumbre más extendida era la misma
que la que se usaba en Roma, que era la dominical, pero las Iglesias de Asia
estaban acostumbrados más bien a la otra, eran -como se los llamaba-
«cuartodecimanos», porque celebraban la Pascua el 14 Nisán, el mismo día de la
Pascua judía, es decir, el día 14 después de la luna nueva del equinoccio de
primavera.
La novedad que introdujo el papa Víctor
fue dar un golpe sobre la mesa e imponer una misma fecha para todos, la fecha
que se acostumbraba en Roma, aduciendo que se trataba de una cuestión que
atañía a la «Regla de la fe». Pero lo que el elogio del Martirologio no cuenta
es que el asunto no salió del todo bien: los obispos de Asia no estaban
acostumbrados a ese ejercicio de autoridad episcopal, ni estaban dispuestos a
aceptar una imposición en algo que ellos no entendían que tuviese relación con
la «Regla de fe». Víctor había apelado a la tradición de los Apóstoles que él
había recibido y representaba en Roma; Polícrates, un obispo de Asia, en nombre
y en comunión con los demás obispos de la región, le contesta en una carta muy
fuerte (que se nos ha conservado gracias a Eusebio de Cesarea): «Nosotros,
pues, celebramos intacto este día, sin añadir ni quitar nada. Porque también en
Asia reposan grandes luminarias...», y más adelante agrega. «... yo, con mis
sesenta y cinco años en el Señor, que he conversado con hermanos procedentes de
todo el mundo, y que he recorrido toda la Sagrada Escritura, no me asusto con
los que tratan de impresionarme...»; y para que Víctor no crea que esto era
cosa sólo de algún obispo del Asia, remata Polícrates: «... podría mencionar a
los obispos que están conmigo, que vosotros me pedísteis que invitara y que yo
invité. Si escribiera sus nombres, sería demasiado grande su número...».
Después de semejante pulseada de los
obispos del Asia, Víctor no ve otra salida que una redoblada muestra de
autoridad: excomulga a todos... pero la Iglesia del siglo III no es la del
siglo XVII (en realidad esos gestos grandilocuentes nunca salieron bien), y en
una cuestión en la que el obispo de Roma se había evidentemente pasado de
tosudez, hasta en Occidente hubo reacciones: san Ireneo de
Lyon envía una carta pacificadora a las partes en conflicto,
que es un modelo de persuación y mirada religiosa. Con suaves pero a la vez
firmes argumentos le muestra a san Víctor que el asunto no era realmente de fe
sino de tradición y costumbre, y que la ruptura de la paz y la concordia era un
mal mucho mayor que el supuesto mal de seguir tradiciones diversas, y le
introduce un principio que valdría la pena tener a mano en la memoria: «el
desacuerdo en el ayuno confirma el acuerdo en la fe» (la fecha de Pacua regía
también el final del ayuno).
Finalmente Víctor parece que cedió,
levantó la excomunión, aunque lamentablemente falta documentación para saber
cómo se resolvió del todo, pero lo cierto es que esa excomunión no se aplicó
nunca. La cuestión se guardó en el cajón hasta un siglo más tarde, cuando luego
de cien años de persuasión, más que de imposición, todas las Iglesias de la
cristiandad aceptaron el uso romano, sancionado en el Concilio de Nicea, en el
325.
Sabemos que Víctor luchó denodadamente
también contra las herejías de su tiempo, que comenzaban ya a ser más
virulentas, cuanto más lejos iban quedando los tiempos apostólicos. Es cierto
que fue práctica de los primeros siglos declarar santo al obispo de Roma casi
por normal, lo que siguió hasta casi el fin del siglo V, con la sola excepción
del no muy aceptable papa Liberio (352-366); pero cabe preguntarse si Víctor
fue santo sólo «en automático», o si se ganó a pulso el título de santo, no
sólo combatiendo la herejía, sino también admitiendo humildemente que, aunque
creía tener las mejores razones del mundo, la Iglesia no se hace con puñetazos
sobre la mesa. San Víctor ejerció el pontificado unos diez o doce años, entre
el 186 ó 189 al 197 ó 201, lamentablemente no hay uniformidad en los documentos
para poder dar las fechas con más precisión. Durante algunos siglos se lo
consideró mártir, pero no hay noticias fehacientes que lo confirmen, ni en sus
años se vivió ninguna persecución conocida, por lo que en el nuevo Martirologio
se le ha quitado ese título.
Toda la cuestión de Víctor y los
cuartodecimanos puede seguirse en cualquier historia de la Iglesia; nada mejor
que leerla directamente en la Historia Eclesiástica de Eusebio, libro V,23-24,
donde tenemos partes sustanciales de la carta de Polícrates y de la de Ireneo.
Algunos autores (Butler, por ejemplo, u otros santorales en línea) piadosamente
quieren hacer suponer al lector que los obispos de Asia se metieron a opinar en
las costumbres romanas, lo que es exactamente lo contrario de lo que ocurrió, y
no se entendería la carta de Ireneo si tal hubiese sido la situación.
Abel Della Costa
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ingreso o última modificación relevante: ant 2012
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El Testigo Fiel. Incluso cuando figura una fuente, esta ha sido tratada sólo
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que siempre se corrige y adapta. Por favor, al citar esta hagiografía,
referirla con el nombre del sitio (El Testigo Fiel) y el siguiente
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