El próximo domingo será ya el
último del mes, 28 de julio. Sin prisas ni pausas caminan el sol y la luna.
¿Desde cuándo están con nosotros que somos la tierra?
Cuando escribo esto es un
sábado 20 de julio. El mismito día de la llegada del ser humano a la luna
cincuenta años atrás. 1969. Un inmenso proceso en el que se unieron los sueños
humanos y la tecnología. ¿Investigación y desarrollo? Podría llamarse así...
Tal vez, en el fondo, economía o poder.
Estando en esto debo escribir
la presentación de los dos comentarios del Evangelio. Debo comentar el
padrenuestro de Lucas, porque es el evangelio oficial de la liturgia del
domingo. El comentario está escrito y no es la primera vez que lo hago.
Por eso, ahora, me basta y
sobra con indicarte, leyente asiduo de estas líneas, el título que le he puesto
al comentario. Un par de afirmaciones, nada más. Si te gustan, me alegro. Si te
disgustan, lo comprendo. El asunto será siempre discutido y discutible. Y tú,
seas quien seas, siempre tendrás la razón. Lo acabo de escribir así, porque así
lo siento. Siempre tendrás la razón.
Sobre el texto de Mateo no
diré otra cosa que esto: el relato que comento y que tú lees es el final de la
segunda etapa del Camino de Jesús desde Galilea a Jerusalén. Queda otra etapa,
la tercera. ¡Cuánto me gustaría volver a hacer ese camino, in situ! La
esperanza no me abandona...
Tienes a continuación estos
comentarios. También están igual en el archivo adjunto...
Domingo 17º del T.O. Ciclo C
(28.07.2019): Lucas 11,1-13.
Orar es respirar. ¡Cuesta creérselo! Lo medito y escribo CONTIGO:
Nos acabó de
escribir Lucas en el final del capítulo décimo de su Evangelio el encuentro de
su Jesús con sus samaritanas mujeres Marta y María. Lo hemos leído y comentado
hace una semana. Y sin otra indicación precisa ni de espacio ni de tiempo
leemos esto: “Y sucedió que estando él [Jesús] orando
en cierto lugar, cuando terminó, le dijo uno de sus discípulos...” (Lucas
11,1). Leo, contemplo y no dejo de interrogarme.
Este Jesús de Lucas
camina por tierra samaritana y, ¿se retira a orar él solo? ¿No ora o reza
acompañado por quienes le siguen? ¿Estos seguidores, tanto los DOCE como los
SETENTA Y DOS, rezan a parte? ¿Qué hace o dice Jesús para que el Evangelista
sepa que está orando? ¿Tenía este Jesús algún escrito entre manos al orar? Sólo
se nos dice una cosa: Jesús oraba.
Esta vez es ya la
cuarta ocasión en la que este Evangelista Lucas nos dice expresamente que Jesús
oraba, sin añadirnos nada más. Según Lc 6,12, la primera vez que ora es por la
noche y en un monte. Según Lc 9,18, la segunda vez que ora Jesús es para
iniciar la respuesta a la pregunta ‘quién decís que soy yo’. Según Lc 9,29, la
tercera vez que Jesús ora es también en un monte, el llamado de la ‘transfiguración’.
Estos son los datos. Escuetos. Poco esclarecedores.
Ahora, en la cuarta
ocasión en la que el Evangelista cuenta a sus lectores este asunto de la
oración de Jesús, lo hace así: “Enséñanos a orar, como enseñó Juan a
sus discípulos, le pidió a Jesús uno de los suyos” (Lc 11,1). Curiosamente
ahora es cuando este Evangelista pone en boca de su Jesús de Nazaret ‘el
padrenuestro’, la llamada oración específica de todo cristiano. Es un
padrenuestro de cinco peticiones en el que no existe, paradójicamente, la
palabra ‘nuestro’ (Lc 11,2-4) y al que se añade un largo
comentario muy peculiar (Lucas 11,5-13).
En el capítulo
sexto del Evangelio de Mateo encontramos, dentro del primer gran discurso de
las Bienaventuranzas, ‘el padrenuestro’ puesto también en labios de Jesús. El
contexto en el que este Jesús de Mateo nos invita a orar con ‘su padrenuestro’
no se parece en nada al que estamos leyendo en Lucas. En Mateo 6,7-13 leemos un
padrenuestro de siete peticiones y una añadidura tanto antes del texto del
padrenuestro (Mt 6,5-6), como después de él (Mt 6,14-15).
¿Por qué estos dos
Evangelistas nos han transmitido en sus escritos un texto de la oración de
Jesús con tantas diferencias? Y lo que es más sospechoso, ¿por qué Marcos y
Juan, el primero y el último de los cuatro Evangelistas, nada escribieron sobre
esta oración del padrenuestro? El judío, laico y galileo, Jesús de Nazaret
conocía, sin duda, las plegarias de los Salmos de la tradición y la práctica o
método de la oración en el Templo, la Sinagoga o la casa (Mt 6,5-6).
Me preguntaré, y no
espero encontrar respuesta acertada y segura, por qué los Evangelistas nos
dejaron tan pocas herramientas para aprender a orar como, sin duda también,
aprendió Jesús a hacerlo. Tengo para mí que la oración de Jesús fue
respirar. Me seguiré diciendo que orar es vivir, y es también amar, y es
también neuronear, y es también caminar, y es también compartir, y es también
trabajar, y es sobre todo respirar. Respirar el aire que es el espíritu, el
Espíritu, el ESPÍRITU. Respirar es orar: “Todo ser que respira alaba al...”
¿Aire? (Salmo 150,6).
Carmelo Bueno Heras
Domingo 35º de Mateo (28.07.2019): Mateo 19,27 a 20,16.
“Todo cuanto deseas que te hagan, házselo a los
demás” (Mateo
7,12)
En el comentario
anterior decía que íbamos a retomar ahora un cuarto asunto que el Evangelista
Mateo nos cuenta a propósito de las consecuencias del acaparamiento de dinero
en esta realidad de la vida y su relación con esa otra realidad que se denomina
‘vida eterna’. Se había acercado ‘uno’ a Jesús para preguntarle: “¿qué
tengo que hacer de bueno para conseguir vida eterna?” (Mateo 19,16).
Los discípulos, y
sobre todo, Pedro, quedaron impresionados por el mensaje de este Jesús del
Evangelista Mateo. Y creo que esa misma impresión se nos queda marcada a todos
cuantos leemos y tratamos de asimilar el mensaje de entonces que leemos ahora.
¿Acaso no hubiéramos hecho cada uno de nosotros lo que hizo Pedro?: “Nosotros
hemos dejado todo y te hemos seguido, qué nos va a tocar?” (Mateo
19,27).
Esta pregunta de
Pedro es el desencadenante de una respuesta de este Jesús de Mateo que sigue
sorprendiendo a quienes se le acercan y le escuchan desde aquella
primera intervención suya en el monte que acabará llamándose de ‘las
Bienaventuranzas’ (Mt 7,12). En este momento no se alude a aquel estribillo que
recordamos bien: “Habéis oído que se dijo... En cambio, yo os digo”.
Aquí se dice esto otro, que es tan igual y semejante a aquello: “los últimos
serán primeros y los primeros últimos” (Mt 19,30 y 20,16).
De esta manera tan
bien escogida y narrada el Evangelista nos ha llevado al final de la segunda
etapa del camino de Galilea a Jerusalén. Ya nos vamos convenciendo de que en
este ‘camino’ no importa tanto el itinerario físico-geográfico, sino el proceso
de comprensión de los valores, actitudes y decisiones de Jesús y de aquellos
que desean ser como él. A estos valores, actitudes y decisiones les califica y
denomina este Evangelista ‘Reino o Reinado de Dios’.
La parábola con la
que se inicia el capítulo vigésimo lo explica tan pedagógicamente que no admite
dudas, aunque sé que siempre habrá ‘mentalidades del capital’ que considerarán
injusta la manera de actuar del Jesús de Mateo identificada con el propietario
de la viña de la parábola (Mt 20,1-16): “El Reinado de Dios es
semejante al propietario que salió a primera hora de la mañana a contratar
jornaleros para su viña”. Ningún otro Evangelista cuenta esta parábola. ¿Se
la inventó Mateo? Nunca lo sabré, pero cuando lea el relato de Mateo 21,33-46
recordaré de nuevo este asunto de la viña y de los viñadores. ¡Son tan
semejantes!
No dejaré de
repetirme expresiones que este Evangelista nos va dejando escritas como quien
deposita semillas para que germinen y crezcan: El Reino-Reinado de Dios es una
semilla y su sembrador... El Reino-Reinado de Dios es un propietario y su
contrato de jornaleros... El Reino-Reinado de Dios, ¿eres tú?, ¿lo soy yo?, ¿lo
somos tú y yo y cada persona? El Reino de Dios es y está en “Todo
cuanto deseas que te hagan, házselo a los demás”. Eso es. El Reino es
así.
Este Reino es vida
eterna. Vida eterna aquí. Una paradoja sólo creíble cuando se elige ser último
en vez de ser primero, cuando se decide ser servidor del abajado en vez de
aceptar ser aupado en el pedestal... Y acabo el comentario ya mientras me leo
sin prisas ahora Mateo 23.
Carmelo Bueno Heras
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