El alma brasilera está enferma
2019-04-12
Todo lo que está sano puede
enfermar. La enfermedad remite siempre a la salud. Esta es la referencia
principal, y constituye la dimensión esencial de la vida en su normalidad.
Los
desgarros sociales, las andanadas de odio, ofensas, insultos, palabras groseras
que están predominando en los medios sociales o digitales e incluso en los
discursos públicos, revelan que el alma brasilera está enferma.
Las
más altas instancias del poder se comunican con la población usando noticias
falsas (fake news), mentiras directas e imágenes que se inscriben en el
marco de la pornografía y de la escatología. Esta actitud revela la falta de
decencia y de sentido de la dignidad y respetabilidad, inherentes a los más
altos cargos de una nación. En el fondo se ha perdido un valor esencial, el
respeto a sí mismo y a los otros, marca imprescindible de una sociedad
civilizada.
La
razón de este desvío se debe a que la dimensión de lo Numinoso ha
quedado oscurecida. Lo “Numinoso” (numen en latín es el lado sagrado de
las cosas) se revela a través de experiencias que nos envuelven totalmente y
que confieren densidad a la vida aún en medio de los mayores padecimientos.
Posee un inmenso poder transformador. La experiencia entre dos personas que se
aman y la pasión que las vuelve fascinantes configuran una experiencia de lo
Numinoso. El encuentro profundo con una persona que en medio de una grave
crisis existencial nos encendió una luz, representa una experiencia de lo
Numinoso. El choque existencial ante una persona portadora de carisma por su
palabra convincente o por sus acciones valientes, nos evoca la dimensión de lo
Numinoso. La Presencia inefable que se deja sentir ante la grandeur del
universo o de una noche estrellada, suscita en nosotros lo Numinoso. Igualmente
los ojos brillantes y profundos de una criaturita.
Lo
Numinoso no es una cosa, sino la resonancia de las cosas que tocan lo profundo
de nuestro ser y que por eso se vuelven preciosas. Se transforman en símbolos
que nos remiten a Algo más allá de ellas mismas. Las cosas, además de ser lo
que son, se transfiguran en realidades simbólicas, repletas de significados.
Por un lado, nos fascinan y atraen, y por otro nos llenan de respeto y de
veneración. Producen en nosotros un nuevo estado de conciencia y perfeccionan
nuestros comportamientos.
Ese
Numinoso, en el lenguaje de los místicos, como en el mayor de ellos, Mestre Eckhart,
o en Teresa de Ávila, así como en el de la psicología de lo profundo de C.G.
Jung, está representado por el Sol interior o por nuestro Centro irradiador. El
Sol tiene la función de un arquetipo central. Como el Sol atrae a su órbita a
todos los planetas, así el arquetipo-Sol satelitiza a su alrededor nuestras
significaciones más profundas. Él constituye el Centro vivo e irradiante de
nuestra interioridad. El Centro es un dato-síntesis de la totalidad de nuestra
vida que se impone por sí mismo. Habla dentro de nosotros, nos advierte, nos
apoya y, como el Gran Anciano o la Gran Anciana, nos aconseja para seguir los
mejores caminos. Y entonces nunca seremos defraudados.
El
ser humano puede cerrarse a este Centro o a este Sol. Hasta puede negarlos,
pero nunca puede aniquilarlos. Ellos están ahí como una realidad inmanente al
alma.
Este
Centro o su arquetipo, el Sol, nos dan equilibrio, armonía personal y social y
la convivencia de los contrarios sin exacerbarse por la intolerancia ni por los
comportamientos de exclusión.
Pues
bien, este Centro se ha perdido en el alma brasilera. Hemos ensombrecido el Sol
interior, a pesar de que él está ahí continuamente presente, como el Cristo del
Corcovado. Aunque escondido tras las nubes, él sigue allí con los brazos
abiertos. Así nuestro Sol interior.
Al
perder nuestro Centro y al oscurecer la irradiación del Sol interior, perdemos
el equilibrio y la justa medida, bases de cualquier ética, de la sociedad y de
toda convivencia. Desequilibrados, andamos errantes, pronunciando palabras
desconectadas de toda civilidad y compostura. Nos empequeñecemos y abandonamos
la ley áurea de toda ética: “trata humanamente a todos y a cada uno de los
seres humanos.” En este momento en Brasil, muchos y muchas no tratan
humanamente a sus semejantes. De eventuales adversarios en el campo de las
ideas y de las opciones políticas o sexuales se hacen enemigos a quienes cabe
combatir y eventualmente eliminar.
Tenemos,
urgentemente, que curar nuestra alma herida, recuperar nuestro Centro y nuestro
Sol interior, acogiendo las diferencias sin permitir que se tornen
desigualdades, a través del diálogo abierto y de la empatía con los que más
sufren. Como decía el perfil de una mujer inteligente en twitter: “al
colocarnos en el lugar del otro, hacemos del mundo (de la sociedad) un lugar
para todos”. Esta es nuestra urgencia, si no queremos conocer la barbarie.
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