Santa María Magdalena, santa del NT
fecha: 22 de julio
canonización: bíblico
hagiografía: Abel Della Costa
canonización: bíblico
hagiografía: Abel Della Costa
Elogio: Memoria de santa María Magdalena, que, liberada por el Señor de siete
demonios, se convirtió en su discípula, siguiéndole hasta el monte Calvario, y
en la mañana de Pascua mereció ser la primera en ver al Salvador retornado de
la muerte y llevar a los otros discípulos el anuncio de la resurrección.
Patronazgos: patrona de las mujeres, de los pecadores arrepentidos, de los
estudiantes, zapateros, cesteros, fabricantes de peines, peluqueros,
perfumistas, maquilladores, fontaneros, bodegueros, toneleros; protectora de
los niños con dificultades de aprendizaje, de problemas en los ojos, las
tormentas y las plagas.
Oración: Señor, Dios nuestro, Cristo, tu
Unigénito, confió, antes que a nadie, a María Magdalena la misión de anunciar a
los suyos la alegría pascual; concédenos a nosotros, por la intercesión y el
ejemplo de aquella cuya fiesta celebramos, anunciar siempre a Cristo resucitado
y verle un día glorioso en el reino de los cielos. Por nuestro Señor
Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y
es Dios por los siglos de los siglos. Amén (oración litúrgica).
Catequesis, historia y leyenda se
entremezclan en este personaje de María Magdalena, e incluso quien nunca ha
oído hablar del Evangelio, ha escuchado su nombre. Aunque es un personaje
relevante dentro de los evangelios, si alguien pretendiera trazar hoy una semblanza
de la Magdalena, no podría dar la espalda a las muchas leyendas, porque son
ellas las que más han configurado la lectura del personaje, comenzando por las
dificultades para definir a quién estamos verdaderamente celebrando, o, dicho
de otro modo: cuántas María Magdalena hay.
Hay tres personajes a los que le caben
rasgos de la que celebramos hoy como María Magdalena:
-En Lucas 7,37-50 se habla de una
«pecadora pública» que unge a Jesús con perfume, lava sus pies con lágrimas y
los seca con sus cabellos. Es, me atrevería a decir, una de las parábolas del
perdón más conmovedoras de cuantas trae San Lucas, si es que es posible
establecer un «ranking». De esta pecadora no se dice el nombre en ningún
momento, y la escena no está localizada sino «en casa de un fariseo», sin que
se especifique de ninguna manera dónde ocurre; es verdad que la última
localización fue la ciudad de Naín, pero entre esa escena y la de la pecadora
parece haber pasado tiempo, el suficiente para que Jesús utilice la
resurrección de un muerto como signo del reino en la respuesta a los mensajeros
de Juan.
-En el mismo Lucas, 8,2, se menciona por
primera vez a María Magdalena -a la que se supone conocida- como una mujer de
la que Jesús hizo salir siete demonios. «Magdalena» la identifica como del
poblado de Magdala, actual Mejdal, una aldea en la costa del Mar de Galilea, no
mencionada en otras partes de la Biblia. Forma parte también del grupo de
mujeres (en número indeterminado, aunque identifica a tres) que anuncia a los
apóstoles y discípulos la resurrección (Lc 24,10). Esta misma María Magdalena
aparece mencionada en los otros tres evangelios: en Mateo 27-28 también como
testigo de la muerte y resurrección, junto con otras mujeres; lo mismo en
Marcos 15-16; también en Juan aparece asociada al anuncio de la resurrección,
pero con la importante variación de que es la única que está allí, no entre
otras mujeres, además de que sostiene el impactante diálogo con Jesús
resucitado, a quien confunde con el jardinero (Jn 20,1-18).
-María (aunque nunca llamada Magdalena) es
también el nombre de una de las hermanas de Lázaro, de quien la otra es Marta.
Es la hermana «contemplativa», a tenor de la escena de Lucas 10,38-42 (si es
que estas dos hermanas son las mismas Marta y María hermanas de Lázaro, que es
lo que se considera habitualmente). Esta María, en Juan 12,3, unge los pies de
Jesús y los seca con sus cabellos. Esta escena se considera normalmente la
misma que la llamada «unción en Betania» (Mt 26,6-13; Mc 14,3-9), aunque debe
tenerse presente que en la escena tal como la cuentan los sinópticos la mujer
que unge a Jesús no se supone conocida.
Con estos tres referentes la tradición
interpretativa ha hecho distintas combinaciones:
En las iglesias orientales (incluyendo la católica), no se considera que las tres sean la misma, sino que en la fecha de hoy se celebra a María «la del jarrón de alabastro», es decir, la anónima primera de la lista, a la que eventualmente se identifica, pero no siempre, con María Magdalena, mientras que «María de Betania» (es decir, la hermana de Lázaro y Marta) se celebra en otras fechas (4 de octubre los ortodoxos, 22 de octubre los armenios); también el nuevo Martirologio Romano distingue a esta María de Betania de las otras dos (es decir, la Magdalena y la anónima) y la celebra el 29 de julio, junto con Lázaro y Marta, fecha en la que antes celebrábamos sólo a Marta.
En Occidente, san Gregorio Magno identificó a las tres mujeres en una sola, y ésa es la tradición que ha primado durante siglos entre nosotros. Sin embargo no todos los Padres estuvieron de acuerdo con eso, san Agustín y san Jerónimo, por ejemplo, no indican que se trate de la misma mujer; sin embargo san Agustín opina (en «La concordancia de los Evangelios», cap 2) que María de Betania y la pecadora anónima de Lucas 7 sí son la misma mujer.
En las iglesias orientales (incluyendo la católica), no se considera que las tres sean la misma, sino que en la fecha de hoy se celebra a María «la del jarrón de alabastro», es decir, la anónima primera de la lista, a la que eventualmente se identifica, pero no siempre, con María Magdalena, mientras que «María de Betania» (es decir, la hermana de Lázaro y Marta) se celebra en otras fechas (4 de octubre los ortodoxos, 22 de octubre los armenios); también el nuevo Martirologio Romano distingue a esta María de Betania de las otras dos (es decir, la Magdalena y la anónima) y la celebra el 29 de julio, junto con Lázaro y Marta, fecha en la que antes celebrábamos sólo a Marta.
En Occidente, san Gregorio Magno identificó a las tres mujeres en una sola, y ésa es la tradición que ha primado durante siglos entre nosotros. Sin embargo no todos los Padres estuvieron de acuerdo con eso, san Agustín y san Jerónimo, por ejemplo, no indican que se trate de la misma mujer; sin embargo san Agustín opina (en «La concordancia de los Evangelios», cap 2) que María de Betania y la pecadora anónima de Lucas 7 sí son la misma mujer.
En la actualidad es preferible admitir
-desde el punto de vista del relato bíblico- que se trata de tres personas
distintas: a dos de ellas las celebramos en el santoral, y una tercera queda
sin celebración: a María de Betania, como ya he dicho, el 29 de julio, y a
María de Magdala, hoy. Claramente el elogio del Martirologio Romano de hoy
explicita no más que lo que puede atribuirse a María la de Magdala: de ella el
Señor expulsó siete demonios, y fue la que anunció la resurrección a los
apóstoles y discípulos. La anónima pecadora pública de Lucas 7 -que bien puede
ser un personaje parabólico- ha quedado sin entrada en el Martirologio actual.
Debe tenerse presente, de todos modos, que
la iconografía y la leyenda no tienen distinguidos a los personajes, y por
tanto presentarán a una con los rasgos de la otra. Así, lo primero que
«sabemos» sobre la Magdalena es que era prostituta. La verdad es que de ninguna
de todas estas mujeres mencionadas se dice que haya sido prostituta, pero si a
alguna le cabe el mote es a la anónima «pecadora pública» de Lucas 7, más que a
la Magdalena; siempre teniendo en cuenta que la prostitución no es el único
pecado público posible, podría haber estado casada con un publicano, por
ejemplo, o ser rea de cualquier otro pecado público...
La «leyenda áurea» se hace eco de una
tradición medieval completamente espuria, pero que sin embargo la encontraremos reflejada en la literatura y en el cine hasta la actualidad: María Magdalena
habría sido la prometida de Juan; cuando éste sigue a Jesús, ella,
«...despechada al verse abandonada por su prometido, se entregó a todos los
vicios. Pero, como no convenía que la vocación de san Juan fuese la ocasión de
la condenación de María Magdalena, Nuestro Señor la movió misericordiosamente a
la penitencia. Y, dado que María Magdalena había hecho de la carne su mayor deleite,
Cristo le concedió sobre todos los dones el don del amor a Dios, que es el
mayor deleite espiritual» (Leyenda áurea, fragmento citado en Butler).
La alegoría, prolífico método de
interpretación bíblica que consigue armonizar todo con todo, fue ampliamente
utilizada para poder compaginar los tres personajes en uno solo, así, para san
Gregorio Magno (y para otros autores): «¿Qué se entiende por siete demonios,
sino todos los vicios? Pues como en siete días se presenta todo el tiempo, así
el número siete representa la universalidad. María tuvo siete demonios, porque
había cometido toda clase de pecados.» (Homilía sobre los evangelios, 33,
citada en Catena Áurea a Lc 8,3), con lo cual, como se ve, se termina pudiendo
convertir una endemoniada en una pecadora pública...
De María Magdalena sólo sabemos que había
estado endemoniada y Jesús le practicó exorcismo, escena que no se nos cuenta;
el hecho, claro, no tiene nada de especial: Jesús practicó, según leemos en los
evangelios, muchos exorcismos, e incluso en algún caso echó muchos demonios al
mismo tiempo (ver el caso de «Legión», en Mc 5, uno de los más curiosos
exorcismos de Jesús); si preferimos una interpretación más «naturalista»,
hablar de que «expulsó de ella siete demonios» supone que era víctima de una
enfermedad muy grave. En todo caso su papel en los evangelios no está centrado
en su época anterior al discipulado -como en la tradición posterior, que
desplaza el centro de interés hacia su estado de pecado o de prostitución, en
la versión identificada tradicional, claro-, sino en el especial papel que
cumple como discípula: anunciar la resurrección. Es verdad que en los tres
sinópticos esa función no es exclusiva de ella, pero de ella puede decirse, al
menos, que es identificada fehacientemente:
-Mateo 28.1: «Pasado el sábado, al alborear el primer día de la semana, María Magdalena y la otra María fueron a ver el sepulcro.»
-Marcos 16,1: «Pasado el sábado, María Magdalena, María la de Santiago y Salomé compraron aromas para ir a embalsamarle.» (bien es verdad que, como veremos, Marcos conoce una tradición ligada de manera exclusiva a la Magdalena)
-Lucas 24,1.10: «El primer día de la semana, muy de mañana, fueron [las mujeres] al sepulcro llevando los aromas que habían preparado. [...] Las que decían estas cosas a los apóstoles eran María Magdalena, Juana y María la de Santiago y las demás que estaban con ellas.».
-Mateo 28.1: «Pasado el sábado, al alborear el primer día de la semana, María Magdalena y la otra María fueron a ver el sepulcro.»
-Marcos 16,1: «Pasado el sábado, María Magdalena, María la de Santiago y Salomé compraron aromas para ir a embalsamarle.» (bien es verdad que, como veremos, Marcos conoce una tradición ligada de manera exclusiva a la Magdalena)
-Lucas 24,1.10: «El primer día de la semana, muy de mañana, fueron [las mujeres] al sepulcro llevando los aromas que habían preparado. [...] Las que decían estas cosas a los apóstoles eran María Magdalena, Juana y María la de Santiago y las demás que estaban con ellas.».
Juan, en cambio, se ciñe a una tradición
que tiene a María Magdalena como centro de la escena: «El primer día de la
semana va María Magdalena de madrugada al sepulcro cuando todavía estaba
oscuro, y ve la piedra quitada del sepulcro.» (20,1). No es todavía ésta la
escena en la que Jesús dialoga con ella, sino que ella anuncia a los discípulos
la tumba vacía (no todavía la resurrección), Juan 20,2; luego Pedro y Juan
verifican ese anuncio y comprenden que se trata de la resurrección (20,9), y
recién después se produce la aparición de Jesús resucitado a María Magdalena
(Jn 20,11ss). Como se ve, el orden de la información sigue un cuidadoso plan
catequético: evidencia de la tumba vacía (signo); penetración espiritual en la
resurrección (significado), de la mano de los apóstoles; búsqueda del Señor,
revelación (por parte de Jesús), reconocimiento (por parte de María). Estas
etapas no pueden mezclarse, ni están dispuestas al azar. San Marcos también
conoce la tradición de la aparición exclusiva a María Magdalena, y la consigna
en 16,9 («Jesús resucitó en la madrugada, el primer día de la semana, y se
apareció primero a María Magdalena, de la que había echado siete demonios.»)
pero no elabora la escena con la profundidad catequística y el detalle con que
lo hace Juan.
Cabría preguntarse por qué María Magdalena
tiene tanta importancia en el evangelio de San Juan. Quizás fue un personaje
prominente de la comunidad que rodeó al surgimiento de ese evangelio. De hecho
alguna tradición (pero hay que tomar esas tradiciones siempre con pinzas)
asegura que fue a vivir a Éfeso con Juan y la Virgen, siempre dando por
supuesto, como ocurre con todas las tradiciones de los siglos II y III, que el
autor del evangelio de Juan es el mismo que el apóstol Juan y que el Discípulo
Amado y que por lo tanto la Virgen fue a vivir como «madre donada en la cruz»
del apóstol Juan. Aunque no puedan tomarse estas tradiciones como recuerdos
exactos de hechos históricos, posiblemente la localización en Éfeso ayude a
entender al especial vinculación de María Magdalena y el evangelio Joánico, una
de cuyas etapas tuvo, según afirman los estudiosos, su centro en la ciudad de
Éfeso. Según la tradición oriental, allí habría muerto la santa.
La escena del reconocimiento del
resucitado, protagonizada por María Magdalena y que sólo detalla extensamente
Juan, es especialmente bella, difícil resistirse a leerla una vez más:
«Estaba María junto al sepulcro fuera llorando. Y mientras lloraba se inclinó hacia el sepulcro, y ve dos ángeles de blanco, sentados donde había estado el cuerpo de Jesús, uno a la cabecera y otro a los pies. Dícenle ellos: "Mujer, ¿por qué lloras?" Ella les respondió: "Porque se han llevado a mi Señor, y no sé dónde le han puesto." Dicho esto, se volvió y vio a Jesús, de pie, pero no sabía que era Jesús.
Le dice Jesús: "Mujer, ¿por qué lloras? ¿A quién buscas?" Ella, pensando que era el encargado del huerto, le dice: "Señor, si tú lo has llevado, dime dónde lo has puesto, y yo me lo llevaré."
Jesús le dice: "María." Ella se vuelve y le dice en hebreo: "Rabbuní" - que quiere decir: "Maestro" -.
Dícele Jesús: "No me toques, que todavía no he subido al Padre. Pero vete donde mis hermanos y diles: Subo a mi Padre y vuestro Padre, a mi Dios y vuestro Dios."
Fue María Magdalena y dijo a los discípulos que había visto al Señor y que había dicho estas palabras.» (20,11-18)
El «no me toques» es una de las frases que más tinta ha hecho correr en los comentarios, desde interpretaciones literarias, a alegóricas y moralizantes; el sentido literal más obvio parece que es el que expresa san Juan Crisóstomo: «Esta mujer quería tratar todavía al Señor como antes de su pasión, y preocupada con el gozo no comprendía el admirable cambio operado en la humanidad de Jesús resucitado»; sin embargo, algún otro sentido menos obvio debe esconder la escena, puesto que, ni siquiera en el contexto del evangelio de Juan, se niega a los discípulos que lo puedan tocar resucitado, e incluso Jesús invita a Tomás a que lo haga para verificar su identidad . He aventurado en algunas ocasiones la hipótesis de lectura (pero debe tomarse exclusivamente como eso, como una hipótesis de lectura que debe ser desarrollada con cuidado, para no imponerle a Juan sentidos que no haya pretendido), que el «no me toques» puede relacionarse tipológicamente con el «ni lo toquéis» que agrega la mujer del Génesis al mandato de Dios (Gn 3,3). Podría tratarse de una inversión irónica: así como con el «ni lo toquéis» la mujer se distancia de la captación profunda del mandato divino y convierte al fruto en un objeto tabú, así en esta escena es el propio Dios quien «agrega» el «no toques», hasta que se consume la totalidad del camino de salvación abierto en Génesis. Vuelvo a repetir que no hay en esto más que la indicación de una hipótesis de lectura, sugerida además por la ubicación de las dos escenas en un huerto. María Magdalena se constituiría así en una de las «contrafiguras» (antitypoi) de Eva.
«Estaba María junto al sepulcro fuera llorando. Y mientras lloraba se inclinó hacia el sepulcro, y ve dos ángeles de blanco, sentados donde había estado el cuerpo de Jesús, uno a la cabecera y otro a los pies. Dícenle ellos: "Mujer, ¿por qué lloras?" Ella les respondió: "Porque se han llevado a mi Señor, y no sé dónde le han puesto." Dicho esto, se volvió y vio a Jesús, de pie, pero no sabía que era Jesús.
Le dice Jesús: "Mujer, ¿por qué lloras? ¿A quién buscas?" Ella, pensando que era el encargado del huerto, le dice: "Señor, si tú lo has llevado, dime dónde lo has puesto, y yo me lo llevaré."
Jesús le dice: "María." Ella se vuelve y le dice en hebreo: "Rabbuní" - que quiere decir: "Maestro" -.
Dícele Jesús: "No me toques, que todavía no he subido al Padre. Pero vete donde mis hermanos y diles: Subo a mi Padre y vuestro Padre, a mi Dios y vuestro Dios."
Fue María Magdalena y dijo a los discípulos que había visto al Señor y que había dicho estas palabras.» (20,11-18)
El «no me toques» es una de las frases que más tinta ha hecho correr en los comentarios, desde interpretaciones literarias, a alegóricas y moralizantes; el sentido literal más obvio parece que es el que expresa san Juan Crisóstomo: «Esta mujer quería tratar todavía al Señor como antes de su pasión, y preocupada con el gozo no comprendía el admirable cambio operado en la humanidad de Jesús resucitado»; sin embargo, algún otro sentido menos obvio debe esconder la escena, puesto que, ni siquiera en el contexto del evangelio de Juan, se niega a los discípulos que lo puedan tocar resucitado, e incluso Jesús invita a Tomás a que lo haga para verificar su identidad . He aventurado en algunas ocasiones la hipótesis de lectura (pero debe tomarse exclusivamente como eso, como una hipótesis de lectura que debe ser desarrollada con cuidado, para no imponerle a Juan sentidos que no haya pretendido), que el «no me toques» puede relacionarse tipológicamente con el «ni lo toquéis» que agrega la mujer del Génesis al mandato de Dios (Gn 3,3). Podría tratarse de una inversión irónica: así como con el «ni lo toquéis» la mujer se distancia de la captación profunda del mandato divino y convierte al fruto en un objeto tabú, así en esta escena es el propio Dios quien «agrega» el «no toques», hasta que se consume la totalidad del camino de salvación abierto en Génesis. Vuelvo a repetir que no hay en esto más que la indicación de una hipótesis de lectura, sugerida además por la ubicación de las dos escenas en un huerto. María Magdalena se constituiría así en una de las «contrafiguras» (antitypoi) de Eva.
Para finalizar, aunque no merezca el más
mínimo crédito, no puede dejar de mencionarse la tradición que hace a María
Magdalena (junto con Marta y Lázaro, supuesta la identificación de la que
hablaba al inicio) evangelizadora del sur de la Galia (Provenza), donde pasó
los últimos treinta años de su vida, y donde habría finalmente muerto, no sin
antes ser trasladada milagrosamente desde la caverna de Sainte Baume, donde
vivía, a la capilla de San Maximino para recibir los últimos sacramentos. En
palabras del Butler:
«La primera mención del viaje de María Magdalena a la Provenza data del siglo XI, a propósito de las pretendidas reliquias de la santa que se hallaban en la abadía de Vézelay, en Borgoña. Pero la leyenda no tomó su forma definitiva sino hasta el siglo XIII, en la Provenza. A partir de 1279, empezó a afirmarse que las reliquias de Santa María Magdalena se hallaban en Vézelay, en el convento dominicano de Saint-Maximin. Todavía en la actualidad es muy popular la peregrinación a dicho convento y a La Sainte Baume. Pero las investigaciones modernas, especialmente las que llevó a cabo Mons. Duchesne, han demostrado que no se pueden considerar como auténticos ni las reliquias, ni el viaje de los amigos del Señor a Marsella. Así pues, a pesar de los clamores de la tradición local francesa, hay que confesar que se trata de una fábula.» (Butler-Guinea, tomo III, pág. 170).
«La primera mención del viaje de María Magdalena a la Provenza data del siglo XI, a propósito de las pretendidas reliquias de la santa que se hallaban en la abadía de Vézelay, en Borgoña. Pero la leyenda no tomó su forma definitiva sino hasta el siglo XIII, en la Provenza. A partir de 1279, empezó a afirmarse que las reliquias de Santa María Magdalena se hallaban en Vézelay, en el convento dominicano de Saint-Maximin. Todavía en la actualidad es muy popular la peregrinación a dicho convento y a La Sainte Baume. Pero las investigaciones modernas, especialmente las que llevó a cabo Mons. Duchesne, han demostrado que no se pueden considerar como auténticos ni las reliquias, ni el viaje de los amigos del Señor a Marsella. Así pues, a pesar de los clamores de la tradición local francesa, hay que confesar que se trata de una fábula.» (Butler-Guinea, tomo III, pág. 170).
Sobre María Magdalena se han escrito desde
trabajos exegéticos y teológicos, hasta literatura buena, mediocre, pésima, y
auténticos divagues; hay muchas páginas de internet, incluso católicas, que
siguen difudiendo, como si de cuestiones de fe se trataran, afirmaciones sobre
el personaje que ya no sólo no son aceptables, sino que ni siquiera siguen
debatidas. Una buena compilación de estas opiniones, contadas con sentido
crítico, las tenemos en el artículo dedicado a María Magdalena en el
Butler-Guinea, donde me he inspirado no poco para este trabajo (no lo he
utilizado literalmmente porque, aunque no está de acuerdo con ello, todavía
supone la identidad entre las María de Betania y de Magdala, porque de hecho
así lo suponía el Martirologio en aquel momento), recomiendo su lectura, y allí
mismo hay bibliografía que sigue vigente para la cuestión de las reliquias de
la santa; puede ser muy útil la lectura de «La comunidad del Discípulo Amado»,
de Raymond Brown, para adentrarse en la profundidad simbólica de los personajes
que aparecen tan destacados en el Evangelio, como es María Magdalena. Como
siempre, una introducción a la lectura directa de los evangelios, en los
pasajes citados, es fundamental; en este caso puede ser recomendable el Nuevo
Comentario Bíblico San Jerónimo (2004), más que el clásico, ya que en lo
tocante a la identidad entre la Magdalena, la de Betania y la anónima pecadora
hay ya suficientes avances en las últimas décadas como para que no haga falta
centrar la exégesis en ese problema, en definitiva secundario. para un
florilegio de las opiniones de los Padres respecto de la Magdalena en los
pasajes citados, lo más fácil de acceder es la Catena Áurea de santo Tomás, de
la que hay una excelente edición en línea.
Cuadros:
-El Greco: María Magdalena penitente, 1585-90, Museo Cau Ferrat, Sitges, España.
-Rembrandt: Aparición a María Magdalena, 1638, Königliche Sammlung im Buckingham-Palast, Londres.
-Iluminación en pergamino: María Magdalena anuncia a los discípulos la resurrección, siglo XII, del Salterio de San Alban, hoy en Domschatz, Hildesheim, Alemania.
Cuadros:
-El Greco: María Magdalena penitente, 1585-90, Museo Cau Ferrat, Sitges, España.
-Rembrandt: Aparición a María Magdalena, 1638, Königliche Sammlung im Buckingham-Palast, Londres.
-Iluminación en pergamino: María Magdalena anuncia a los discípulos la resurrección, siglo XII, del Salterio de San Alban, hoy en Domschatz, Hildesheim, Alemania.
Abel Della Costa
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Estas biografías de santo son propiedad de
El Testigo Fiel. Incluso cuando figura una fuente, esta ha sido tratada sólo
como fuente, es decir que el sitio no copia completa y servilmente nada, sino
que siempre se corrige y adapta. Por favor, al citar esta hagiografía,
referirla con el nombre del sitio (El Testigo Fiel) y el siguiente
enlace: https://www.eltestigofiel.org/index.php?idu=sn_2492
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