San Alberto Magno, obispo y doctor de la Iglesia
fecha: 15 de noviembre
n.: 1206 - †: 1280 - país: Alemania
canonización: B: Gregorio XV 1622 - C: Pío XI 16 dic 1931
hagiografía: Mercabá
n.: 1206 - †: 1280 - país: Alemania
canonización: B: Gregorio XV 1622 - C: Pío XI 16 dic 1931
hagiografía: Mercabá
Elogio: San Alberto, llamado «Magno», obispo y doctor de la Iglesia, que
ingresó en la Orden de Predicadores en París, enseñó de palabra y en sus
escritos las disciplinas filosóficas y divinas, y fue maestro de santo Tomás de
Aquino, uniendo maravillosamente la sabiduría de los santos con la ciencias
humanas y naturales. Después se vio obligado a aceptar la sede episcopal de
Ratisbona, desde la cual se esforzó asiduamente en fortalecer la paz entre los
pueblos, aunque al cabo de un año prefirió la pobreza de la Orden a toda clase
de honores, y murió santamente en Colonia, en la Lotaringia Germánica.
Patronazgos: patrono de teólogos, filósofos, técnicos médicos, científicos de
ciencias exactas y naturales, estudiantes, escolares, mineros.
refieren a este santo: Beato Ambrosio
Sansedoni, Beato Inocencio
V, Beato Jordán de
Sajonia, Beato Juan de
Vercelli, Santo Tomás de
Aquino
Oración: Señor, tú que has hecho insigne al
obispo san Alberto Magno, porque supo conciliar de modo admirable la ciencia
divina con la sabiduría humana, concédenos a nosotros aceptar de tal forma su
magisterio que, por medio del progreso de las ciencias, lleguemos a conocerte y
a amarte mejor. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo
en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos.

Fueron los propios contemporáneos de san
Alberto quienes le dieron el título de «Magno». Por la profundidad y amplitud
de sus conocimientos solían llamarle también «el Doctor Universal» y decían que
«sus conocimientos en todos los campos son casi divinos, de suerte que merece
que le llamemos la maravilla y el milagro de nuestra época». Aun el monje Roger
Bacon le consideraba como «una autoridad» y calificaba sus obras de «fuentes
originales». El hecho de haber sido el maestro de santo Tomás de
Aquino contribuyó también a la fama de san Alberto; pero
sus contemporáneos, lo mismo que la posteridad, le han juzgado como un hombre
grande por sí mismo. Alberto era de origen suabo. Pertenecía a la familia
Bollstädt; nació en el castillo de Lauingen, a orillas del Danubio, en 1206. Lo
único que sabemos sobre su juventud, es que estudió en la Universidad de Padua.
En 1222, el beato Jordán de
Sajonia, segundo maestro general de la orden de Santo Domingo,
escribía desde Padua a la beata Diana de Andelo, que estaba en Bolonia, anunciándole
que había admitido en la orden a diez postulantes, «y dos de ellos son hijos de
condes alemanes». Uno era Alberto. Un tío suyo, que vivía en Padua, había
tratado de impedir que ingresase en la orden de Santo Domingo, pero la
influencia del beato Jordán había sido más fuerte que la suya. Cuando el conde
de Bollstädt se enteró de que su hijo vestía el hábito de los frailes
mendicantes, se enfureció sobremanera y habló de sacarlo por la fuerza de la
orden. Pero los superiores de Alberto le enviaron discretamente a otro
convento, y la cosa paró ahí. Probablemente se trataba del convento de Colonia,
ya que allí enseñaba Alberto en 1228. Más tarde, fue prefecto de estudios y
profesor en Hildesheim, Friburgo de Brisgovia y Estrasburgo. Cuando volvió a
Colonia, era ya famoso en toda la provincia alemana. Como París era entonces el
centro intelectual de Europa occidental, Alberto pasó allí algunos años como
maestro subordinado, hasta que obtuvo el grado de profesor. En 1248, los
dominicos determinaron abrir una nueva Universidad («studia generalia») en
Colonia y nombraron rector a san Alberto. Desde entonces hasta 1252, tuvo entre
sus discípulos a un joven fraile llamado Tomás de Aquino.
En aquella época, la filosofía comprendía
las principales ramas del saber humano accesibles a la razón natural: la
lógica, la metafísica, las matemáticas, la ética y las ciencias naturales.
Entre los escritos de san Alberto, que forman una colección de treinta y ocho
volúmenes in-quarto, hay obras sobre todas esas materias, por no decir nada de
los sermones y de los tratados bíblicos y teológicos. La figura de san Alberto
y la de Roger Bacon se destacan en el campo de las ciencias naturales, cuya
finalidad, según dice el santo, consiste en «investigar las causas que operan
en la naturaleza». Algunos autores llegan incluso a decir que san Alberto
contribuyó aún más que Bacon al desarrollo de la ciencia. En efecto, fue una
autoridad en física, geografía, astronomía, mineralogía, alquimia (es decir,
química) y biología, por lo cual nada tiene de sorprendente que la leyenda le
haya atribuido poderes mágicos. En sus tratados de botánica y fisiología
animal, su capacidad de observación le permitió disipar leyendas como la del
águila, la cual, según Plinio, envolvía sus huevos en una piel de zorra y los
ponía a incubar al sol. También han sido muy alabadas las observaciones
geográficas del santo, ya que hizo mapas de las principales cadenas montañosas
de Europa, explicó la influencia de la latitud sobre el clima y, en su
excelente descripción física de la tierra, demostró por un argumento muy
complicado que era redonda. Pero el principal mérito científico de san Alberto
no reside en esto, sino en que, al caer en la cuenta de la autonomía de la
filosofía y del uso que se podía hacer de la filosofía aristotélica para
ordenar la teología, reescribió, por decirlo así, las obras del filósofo para
hacerlas aceptables a los ojos de los críticos cristianos. Por otra parte,
aplicó el método y los principios aristotélicos al estudio de la teología, por lo
que fue el iniciador del sistema escolástico, que su discípulo Tomás de Aquino
había de perfeccionar. Así pues, fue san Alberto el principal creador del
«sistema predilecto de la Iglesia». El reunió y seleccionó los materiales, echó
los fundamentos y santo Tomás construyó el edificio.
San Alberto escribió durante sus largos
años de enseñanza y no dejó de hacerlo cuando se dedicó a otras actividades.
Como rector del «Studium» de Colonia, se distinguió por su talento práctico, de
suerte que de todas partes le llamaban a arreglar las dificultades
administrativas y de otro orden. En 1254, fue nombrado provincial en Alemania.
Dos años más tarde, con su alto cargo asistió al capítulo general de la orden
en París, donde se prohibió a los dominicos que aceptasen que en las
universidades se les diese el título de «maestro» o «doctor» o cualquier otro
tratamiento que no fuera el de su propio nombre. Para entonces, ya se llamaba a
san Alberto «el doctor universal», y el prestigio de que gozaba había provocado
la envidia de los profesores laicos contra los dominicos. En vista de esa
dificultad, que había costado a santo Tomás y a san Buenaventura un retraso en
la obtención del doctorado, san Alberto fue a Italia a defender a las órdenes
mendicantes contra los ataques de que eran objeto en París y otras ciudades.
Guillermo de Saint-Amour se había hecho eco de dichos ataques en su panfleto
«Sobre los peligros de la época actual». Durante su estancia en Roma, san
Alberto desempeñó el cargo de maestro del sacro palacio, es decir, de teólogo y
canonista personal del Papa. Por entonces, predicó en las diversas iglesias de
la ciudad. En 1260, la Santa Sede le ordenó aceptar el gobierno de la sede de
Regensburgo, la cual, según se le informó, era «un caos, tanto en lo espiritual
como en lo material». San Alberto fue obispo de Regensburgo menos de dos años,
pues el papa Urbano IV aceptó su renuncia, pero en ese breve período hizo mucho
por remediar los problemas de su diócesis. Desgraciadamente, los intereses
creados y la persistencia de ciertos abusos no permitieron al santo terminar la
obra comenzada. Para gran gozo del maestro general de los dominicos, Humberto
de Romanos, que había tratado en vano de impedir que Alejandro le consagrase
obispo, san Alberto volvió al «Studium» de Colonia. Pero al año siguiente, el
santo recibió la orden de colaborar en la predicación de la Cruzada en Alemania
con el franciscano Bertoldo de Ratisbona. Una vez terminada esa tarea, san
Alberto volvió a Colonia, donde pudo dedicarse a escribir y enseñar hasta 1274,
cuando se le mandó asistir al Concilio Ecuménico de Lyon. En vísperas de
partir, se enteró de la muerte de su querido discípulo, santo Tomás de Aquino
(según se dice, lo supo por revelación divina). A pesar de esta impresión y de
su avanzada edad, san Alberto tomó parte muy activa en el Concilio, ya que,
junto con el beato Pedro de
Tarentaise (luego Inocencio V) y Guillermo de Moerbeke,
trabajó ardientemente por la reunión de los griegos, apoyando con toda su
influencia la causa de la paz y de la reconciliación.
Probablemente, la última aparición que
hizo en público tuvo lugar tres años más tarde, cuando el obispo de París,
Esteban Tempier, y otros personajes, atacaron violentamente ciertos escritos de
santo Tomás. San Alberto partió apresuradamente a París para defender la
doctrina de su difunto discípulo, que coincidía en muchos puntos con la suya, y
propuso a la Universidad que le diese la oportunidad de responder personalmente
a los ataques; pero ni aun así consiguió evitar que se condenasen en París
ciertos puntos. En 1278, cuando dictaba una clase, le falló súbitamente la
memoria. Según la leyenda, que no se basa en testimonios suficientemente
sólidos, el santo contó a sus oyentes que, cuando era joven en la vida
religiosa, el desaliento le había hecho pensar en volver al mundo, pero la
Santísima Virgen se le apareció en sueños y le prometió que, si perseveraba,
ella le alcanzaría la gracia necesaria para llevar a cabo sus estudios. También
le vaticinó que, en su ancianidad, volvería nuevamente a desfallecer su
intelingencia y que ésa sería la señal de que su muerte estaba próxima. Como
quiera que fuese, san Alberto perdió casi enteramente la memoria y la agudeza
de entendimiento. Dos años después, murió apaciblemente, sin que hubiese
padecido antes enfermedad alguna, cuando se hallaba sentado conversando con sus
hermanos en Colonia. Era el 15 de noviembre de 1280.
Alguien ha dicho: «Aunque en las obras de
Alberto hay frecuentes indicios de que llevaba una vida de gran santidad, los
hay también de que, en cuanto empuñaba la pluma, perdía ese olvido de sí mismo
que caracteriza a Santo Tomás. Para sentirnos frente a un candidato a la
canonización, es preciso esperar a que Alberto deje la pluma y exprese con
lágrimas lo más íntimo de su pensamiento». Este acceso gradual a las alturas de
la santidad, refleja la lentitud con que san Alberto llegó a la gloria de los
altares. En efecto, no fue beatificado sino hasta 1622, y aunque se le veneraba
ya mucho, especialmente en Alemania, la canonización se hizo esperar todavía.
En 1872 y en 1927, los obispos alemanes pidieron a la Santa Sede su
canonización, pero al parecer, fracasaron. Finalmente, el 16 de diciembre de
1931, Pío XI, en una carta decretal, proclamó a Alberto Magno Doctor de la
Iglesia, lo que equivalía a la canonización e imponía a toda la Iglesia de
Occidente la obligación de celebrar su fiesta. San Alberto, según dijo el Sumo
Pontífice, «poseyó en el más alto grado cl don raro y divino del espíritu
científico ... Es exactamente el tipo de santo que puede inspirar a nuestra
época, que busca con tantas ansias la paz y tiene tanta esperanza en sus
descubrimientos científicos». San Alberto es el patrono de los estudiantes de ciencias
naturales.
Sobre todo a partir de la canonización, se
han publicado varias biografías excelentes. En casi todas ellas se citan
cuidadosamente las fuentes de información. La más importante de las biografías
medievales es la de Pedro de Prusia, aunque no fue escrita sino hasta fines del
siglo XV. A mediados del siglo XIV, Enrique de Herford (Herford de Westfalia),
escribió una semblanza biográfica. Entre las obras anteriores hay que citar las
noticias biográficas que se encuentran en las Vitae Fratrum de Gerardo de
Francheto, el Bonum universale de Tomás de Cantimpré, y el De viris illustribus
de Juan de Colonia. Los investigadores modernos, que han emprendido la tarea
con un espíritu más científico, hacen notar que en las obras de san Alberto se
encuentran muchos datos biográficos. Sus comentarios sobre los Evangelios y sus
sermones contienen frecuentes alusiones a los incidentes de su infancia y a sus
experiencias de obispo. Además, hay también algunos datos en documentos de
carácter más o menos oficial, como las Acta capitulorum generalium O.P. (ed.
Reichert, vol. I, 1898) y la colección de H. Finke, Ungedruckte Dominikaner
Briefe des XIII Jahrhunderts (1891). Cualquier historia del pensamiento
medieval dedica, como es lógico, amplio espacio a la figura de san Alberto. por
ejemplo, «La filosofía en
la Edad Media», de E. Gilson, Cap. VIII,4. una confiable
síntesis de su pensamiento puede verse en Diccionario de
Filosofía, de Ferrater Mora, art. «Alberto (san)». El papa
Benedicto XVI dedicó su catequesis del
24 de marzo de 2010 a presentar la figura del santo doctor.
fuente: Mercabá
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ingreso o última modificación relevante: ant 2012
Estas biografías de santo son propiedad de
El Testigo Fiel. Incluso cuando figura una fuente, esta ha sido tratada sólo
como fuente, es decir que el sitio no copia completa y servilmente nada, sino
que siempre se corrige y adapta. Por favor, al citar esta hagiografía,
referirla con el nombre del sitio (El Testigo Fiel) y el siguiente
enlace: https://www.eltestigofiel.org/index.php?idu=sn_4168
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