Cuando la sexualidad era celebrada en
la Iglesia
2020-02-14
Es idea común que la moral católica en lo tocante a la
sexualidad es rigorista y con prejuicios. Eso se debe en gran parte a la
influencia de San Agustín que interpretaba la transmisión del pecado original,
que mancha toda la existencia humana, a través de la relación sexual. Todos los
que nacen de esa relación son portadores de ese pecado. A causa de esta
interpretación que se volvió doctrina dominante, se estableció una relación
negativa y llena de prejuicios entre sexo y pecado.
Sin
embargo no siempre fue así. Dentro de la misma Iglesia hay tradiciones y
doctrinas que ven en el placer y en la sexualidad una manifestación de la
creación buena de Dios, una centella de lo Divino y la participación en la
naturaleza misma de Dios. Esta línea se liga a la tradición bíblica que ve con
naturalidad y hasta con regocijo el amor entre un hombre y una mujer. Con
fuerte carga erótica, el libro del Cantar de los Cantares celebra el juego del amor,
la belleza de los cuerpos de los amantes, de los pechos, de los labios y de los
besos. Curiosamente en este libro bíblico nunca aparece el nombre de Dios.
Aunque no nombre a Dios, este libro fue recogido en el Canon de los libros
tenidos como inspirados. No necesitaba referirse a Dios, pues San Juan nos
revela que la verdadera naturaleza de Dios es amor (1Jn 4,16). Dios estaba
anónimamente ahí.
La
base teológica para esta visión positiva radica en la fe en la encarnación del
Hijo de Dios. Él asumió todo lo que es humano, por lo tanto también la
sexualidad, la libido, el imaginario ligado a ella y el amor. De ahí que se
diga que ya no existe nada de profano en sí. Todo fue tocado y transfigurado
por la realidad divina, hecha humana. Por la encarnación, la sexualidad forma
parte del Hijo de Dios. La sexualidad aquí no debe ser reducida a la
genitalidad, significa toda la implicación afectiva y los intercambios
amorosos, con las características propias de lo femenino y lo masculino
respectivamente.
Tal
visión trajo a la sexualidad humana una dimensión sagrada. Después de la
encarnación de Dios, ella ya no puede ser un tabú, una pesadilla o un medio que
transmite la desgracia del pecado original. Es una dimensión privilegiada en la
cual el ser humano experimenta la fuerza volcánica del deseo, la ternura, el
amor y el placer. Todo esto puede fundamentar una experiencia placentera de
Dios. El propio Dios se revela en las vidas de los seres humanos diferentes y
deseantes. De este encuentro nace el mayor fruto de la cosmogénesis, que es la
vida humana.
Para
ilustrar esta tradición, cabe referir aquí una manifestación que perduró en la
Iglesia romano-católica durante más de mil años, conocida con el nombre de risus
paschalis, la “risa pascual”. Ella significaba la simbolización del placer
genital-sexual en el espacio sagrado, en la celebración de la mayor fiesta
cristiana, la Pascua.
Se
trata del siguiente hecho, estudiado con gran erudición por una teóloga
italiana Maria Caterina Jacobelli (Il risus paschalis e il fondamento
teologico del piacere sessuale, Brescia 2004). Para resaltar la explosión
de alegría de la Pascua en contraposición a la tristeza de la Cuaresma, el
sacerdote en la misa de la mañana de Pascua debía suscitarla risa en el pueblo.
Y lo hacía por todos los medios, sobre todo recurriendo a la simbólica sexual.
Contaba chistes picantes, usaba expresiones eróticas y hacía gestos que
sugerían relaciones sexuales. Y el pueblo ríe que te ríe. Traducía de esta
manera el carácter inocente y decente de la risa pascual.
Esta
costumbre está atestiguada por fuentes históricas ya en 852 en Reims (Francia).
Se extendió por todo el Norte de Europa, por Italia y España, hasta 1911 cerca
de Frankfurt en Alemania. El celebrante asumía la cultura de los fieles en su
forma popular, y a nosotros, que hemos perdido la naturalidad del sexo, nos
parece hasta obscena. El propio teólogo Joseph Ratzinger, después Papa, en uno
de sus escritos se refiere, aunque críticamente, al risus paschalis para
expresar la vida nueva inaugurada por la Resurrección. Afirmaba además que
solamente a partir de la creencia en la Resurrección volvió verdaderamente la
sonrisa a la humanidad y no solo la risa. La sonrisa franca y libre,
manifestada en la “risa pascual” sexual expresaría la alegría que la
resurrección trajo al mundo.
Podemos
discutir el método poco adecuado para suscitar tal risa, pero revela otra
postura en la Iglesia, positiva y no condenatoria de la sexualidad. Plantear
tales hechos no significa querer escandalizar a los fieles o cuestionar la
doctrina de la Iglesia. Pero ella nos obliga a relativizar la rigidez oficial
frente a la sexualidad, acentuada de modo especial en los últimos Papas pero
superada en el documento del Papa Francisco Amoris Laetitia cuyo título
lo dice todo: La alegría del amor. En el fondo se trata de devolver
sentido y alegría a la vida humana, llamada a más vida y no sólo a la renuncia
y al sacrificio. ¿Y por qué no expresarla en el lenguaje de la sexualidad
creada y querida por Dios?
Hay que reconocer que esta visión más natural predomina en
la vida concreta de los cristianos. Estos obedecen más a la lógica de los
reclamos profundos de la existencia humana sexuada y atravesada por el deseo
que a las doctrinas frías de la moral y de la ética cristianas de cariz
rigorista. La alegría de la vida que triunfa definitivamente por la
resurrección encontró en el risus paschalis una expresión de la
sexualidad redimida, inocente, placentera y sagrada. ¿Por qué no recordarla
alegremente?
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