San Alfonso María Fusco, presbítero y fundador
fecha: 6 de febrero
n.: 1839 - †: 1910 - país: Italia
canonización: B: Juan Pablo II 7 oct 2001 - C: Francisco 16 oct 2016
hagiografía: Vaticano
n.: 1839 - †: 1910 - país: Italia
canonización: B: Juan Pablo II 7 oct 2001 - C: Francisco 16 oct 2016
hagiografía: Vaticano
Elogio: En Angri, cerca de Salerno, también en Campania, san Alfonso María
Fusco, presbítero, que incansablemente ejerció su ministerio entre los
agricultores, se preocupó sobre todo por la formación de los jóvenes pobres y
huérfanos, y fundó la congregación de Hermanas de San Juan Bautista.
refieren a este santo: Beato Tomás
María Fusco
Alfonso María Fusco, primogénito de cinco
hijos, nació el 23 marzo 1839 en Angri, provincia de Salerno, diócesis de
Nocera-Sarno, del matrimonio Aniello Fusco y Giuseppina Schiavone, ambos de
origen campesino y educados desde el nacimiento en sanos principios de vida
cristiana y el santo temor de Dios. El niño demostró rápidamente un carácter
suave, dulce, amable, amante de la oración y de los pobres. En la casa paterna
tuvo profesores sacerdotes eruditos y santos que lo instruyeron y lo prepararon
para su primer encuentro con Jesús. A los siete años recibió la Primera
Comunión y en seguida la Confirmación. A los once años manifestó a sus padres
el deseo de hacerse sacerdote y el 5 noviembre 1850 «espontáneamente y
solamente con el deseo de servir a Dios y a la Iglesia», como él mismo declaró
mucho tiempo después, entró en el Seminario Episcopal de Nocera de Pagani. El
29 mayo 1863 fue ordenado sacerdote por el Arzobispo de Salerno, Mons. Antonio
Salomone, entre el regocijo de su familia y el entusiasmo del pueblo de Angri.
Se distinguió bien pronto entre los sacerdotes de la Colegiata de San Juan
Bautista de Angri por su celo, por su dedicación al servicio litúrgico y por la
diligencia en administrar los sacramentos, especialmente la confesión, donde
mostraba toda su paternidad y comprensión por el penitente. Se dedicaba a la
evangelización del pueblo con una predicación profunda, sencilla e incisiva.
La vida diaria de don Alfonso era la de un
sacerdote diligente que llevaba en su corazón un viejo sueño. En los últimos
días de seminario, una noche había soñado que Jesús Nazareno le había pedido,
apenas fuese ordenado sacerdote, fundar un Instituto de religiosas y un
orfanato para niños y niñas. Fue el encuentro con Maddalena Caputo en Angri,
una joven de carácter fuerte y decidido, que aspiraba a la vida religiosa, lo
que empujó a don Alfonso a acelerar el tiempo para la fundación del Instituto.
El 25 septiembre, la señorita Caputo y otras tres jóvenes se retiraron al
oscurecer, a una casa destartalada de Scarcella, en el distrito de Ardinghi en
Angri. Las jóvenes querían dedicarse a su propia santificación, a través de una
vida de unión con Dios, de pobreza y de caridad, y a través del cuidado e
instrucción de los huérfanos pobres. Así fue fundada la Congregación de las
Hermanas Bautistinas del Nazareno; la semilla cayó en buena tierra, en aquellos
cuatro corazones ardientes y generosos y a través de privaciones, luchas,
oposiciones, y pruebas el Señor la hizo desarrollar abundantemente. La Casa
Scarcella fue conocida rápidamente como la Pequeña Casa de la Providencia.
Empezaron a llegar otras postulantes y las
primeras huérfanas y, con ellas, las primeras dificultades. El Señor, que hace
sufrir mucho a quien ama mucho, no ahorró penas ni sufrimientos al Fundador y a
sus hijas. Don Alfonso aceptó siempre las pruebas, a veces muy duras,
manifestando una completa conformidad a la voluntad de Dios, una heroica
obediencia a los superiores y una inmensa confianza en la Providencia. La
tentativa injusta del Obispo diocesano, Mons. Saverio Vitagliano, de remover,
por culpa de una serie de acusaciones falsas, a don Alfonso como director de la
obra; la negativa a abrirle la puerta de la casa en Via Germanico a Roma, de
parte de sus mismas hijas, causado por un deseo de división; las palabras del
Cardenal Respighi, Vicario de Roma: «Ha fundado una comunidad de hermanas
competentes que han hecho su deber. ¡Ahora retírese!»; entre otros, fueron para
él momentos de gran sufrimiento. Lo vieron rezar con un corazón angustiado, como
Jesús en el huerto, en la capilla de la Casa Madre en Angri y en la Iglesia de
S. Joaquín en Prati (Roma).
Don Alfonso no dejó mucho escrito.
Preferiría hablar con su testimonio de vida. Las breves frases, ricas de
sabiduría evangélica, que se pueden sacar de sus escritos y de los testimonios
de los que lo conocían, son rayos que iluminan su vida sencilla, su gran amor
por la Eucaristía, por la Pasión de Jesús y su filial devoción a la Virgen
Dolorosa. Repetía frecuentemente a sus Religiosas: «Hagámonos santos siguiendo
a Jesús de cerca... Hijas, si viven en la pobreza, en la castidad y en la
obediencia, resplandecerán como estrellas arriba en el cielo».
En el tiempo en que la instrucción era un
privilegio de pocos, negada para los pobres y las mujeres, don Alfonso no
ahorraba ningún sacrificio con tal de dar a los niños una vida tranquila, el
estudio y la preparación necesarias para una ocupación digna, de manera que,
una vez adultos, pudieran vivir como ciudadanos honrados y cristianos
comprometidos. Quería también que sus religiosas empezaran pronto a estudiar,
para estar preparadas para enseñar a los pobres y, a través de la instrucción y
evangelización, preparar los caminos de Jesús, especialmente en los corazones
de los niños y jóvenes.
El 5 febrero 1910 se sintió mal durante la
noche. Pidió y recibió los Sacramentos, y la mañana del domingo 6 febrero,
después de haber bendecido, con brazo tembloroso, a sus hijas que lloraban
alrededor de su cama, exclamó: «Señor, te doy gracias, he sido un siervo inútil».
Después se volvió hacia las religiosas y dijo: «Del cielo no os olvidaré,
rezaré siempre por vosotras». Y se quedó dormido tranquilamente en el Señor.
Rápidamente se difundió la noticia de su muerte, durante todo ese día, se formó
una fila de personas que lloraban diciendo: «¡Ha muerto el padre de los pobres,
ha muerto el santo!». Su testimonio ha sido una fuente de vida y de gracia en
particular para las religiosas, hoy difundidas en cuatro continentes.
fuente: Vaticano
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