Dos metros
Se está
acabando el mes de junio y estamos tú y yo compartiendo ya mensajes para el
primer domingo de julio. Junio y julio. Dos meses que se dan la mano y que
parecen despedirse el uno del otro.Con junio se queda todo el curso, en este caso 2019-2020. Al menos es lo que nos sucede en este hemisferio de la tierra llamado Norte. Con el mes de julio llega ese tiempo que llamamos vacaciones, de verano. Y este año hablaremos también de él. Del verano y de las vacaciones. Ambas realidades nos despiertan tantas experiencias pasadas... Y hasta por soñar...
Pero este año es especial. Es
especial para junio y para julio. Acabamos el curso, pero todo continúa. Hay
que acabar el fútbol, hay que acabar los estudios, hay que acabar la temporada
y a ser posible cerrar bien los ejercicios... Y casi todos sabemos que no será
posible. Este año de 2019-20 no se acabará bien. Se acabará como se pueda. Lo
único cierto es que se acabará como se pueda. ¡Y con tantos muertos!
Y el verano y sus vacaciones
no serán las mismas por más nueva normalidad que alguien intente sacarse del
majín de la gobernabilidad. Julio y sus vacaciones tendrán que ser como el mes
de junio, tendrán que ser de dos metros.
Escribo esto de los dos
metros para irme aprendiendo la lección. No es nada sencillo vivir a dos metros
de distancia. Hemos sido educados para la cercanía y esta tiene una distancia
infranqueable. Dos metros. Y se trata de dos metros reales, nada de
simbolismos interpretativos. Dos metros con todos sus centímetros. Y estoy
convencido de que no acabaré de aprenderlo. En este verano, me lo iré diciendo
día a día, suspenderé en el Máster acelerado de la Distancia. Vivir con dos
metros de distancia... Y no nos queda otra alternativa.
La nuevas normalidades del
verano serán estos dos metros entre los dos, tú y yo, y de unos con otros. Dos
metros obligados por el sentido común que es la norma más humana de la libertad
sensata. Dos metros entre persona y persona. Dos metros entre caminantes o
viajantes o estantes o pactantes o dialogantes o celebrantes o durmientes. Dos
metros en todas las áreas públicas.
Dos metros siempre y en casi
todo, imagino. Lo admito.
Y ahora escribo estas cosas
también para hablar de los comentarios de Mateo y de los Hechos. Y digo también
que es preciso aprenderse, hasta acostumbrarse, la melodía de los dos metros de
distancia... en asuntos de religión. Entre religión y religión, dos metros, al
menos. Dos metros entre judaísmo y cristianismo e islamismo y... cualquier otro
'ismo'. Dos metros entre religioso y ateo. Dos metros entre cada creyente y
practicante. Que nadie olvidemos la evidencia: la presencia
del misterioso viruscoronado despierta el contagio de la muerte
cuando se acorta la distancia de los dos metros.
La tolerancia religiosa son
dos metros o dicho con el lenguaje del Evangelista Mateo, el yugo que debe
unirnos a los humanos debe ser un yugo que nos permita caminar a dos metros de
distancia... ¿Qué nos hemos hecho
los humanos para llegar a esta situación? ¿Qué hemos hecho?
Distanciarnos tanto unos de otros que hasta nos hemos llegado a pensar que
somos enemigos. Y ahora debemos de aprender a estar a la altura de la distancia
que nos acerca, a dos metros.
En este mes de julio
comenzamos las primeras sesiones de este Máster de ser humanos titulado 'Dos
metros de humanidad' o si les parece, como bien se dice en cierta
propaganda imaginativa, 'Dos metros de espacio vital'.
Domingo 14º del TO. Ciclo A (05.07.2020): Mateo 11,25-30
El evangelio de uno mismo. Lo medito y escribo CONTIGO,
El domingo pasado se nos propuso leer en las celebraciones el texto
con el que finalizaba Mateo el capítulo décimo de su Evangelio. Como puede
constatarse, se nos propone como lectura evangélica para este domingo primero
del mes de julio el texto de Mateo 11,25-30.
Y, mi sentido crítico me invita, una vez más, a preguntarme por qué no se nos
leerá Mt 11,1-24.
Creo que esta primera parte del capítulo undécimo del Evangelio de
Mateo jamás se ha leído en una asamblea dominical de la llamada misa santa. La
liturgia no evangeliza, sacramentaliza.
Esta reiterada acción silenciadora de la Palabra del Evangelio que tan
explícitamente realiza la liturgia eclesiástica reedita la denuncia que
expresaba Jesús de Nazaret en relación con las acciones de la celebración de
cada sábado en la sinagoga. Si esto es así, y como a mí me lo parece, nuestra
liturgia reproduce efectos semejantes a los denunciados por la buena noticia de
Jesús en el evangelio de este domingo: “Venid
a mí todos los que estáis fatigados y sobrecargados... por el yugo... de la
Ley” (Mt 11,25-30).
No puedo ni debo dejar de recomendar la lectura completa de este
capítulo undécimo de Mateo. Sólo entonces se comprende con transparente
claridad que las palabras de ‘la oración’ que el Evangelista pone en los labios
y en el corazón de su Jesús constituyen un mensaje que aún sigue sin estar
arraigado en la tierra del corazón de multitudes de gentes que nos atrevemos a
llamar ‘de la Iglesia y de la Religión católica’.
Aquellas gentes del pueblo judío del siglo primero escucharon a Juan
el Bautista y le dieron la espalda. No aguantaron sus denuncias, les parecía
que era el mismo diablo (dia-bolo, el que se atraviesa). Y tampoco aquellas
gentes de entonces, y también de después en la historia y hasta ahora, aguantaron
la denuncia del judío, laico y galileo, Jesús al que consideraban ‘un comilón y
borracho’ (Mt 11,1-24 y explícitamente 11,16-19). ¿Escandaliza aún hablar así
de Jesús-Dios?
En el texto que se nos invita a meditar hoy una imagen preciosa y muy
precisa, al menos para los ámbitos de antes y de pueblo. El yugo. Tal vez en nuestro contexto de ciudad y actualmente, esto
del yugo puede sonar o evocar otras realidades muy distintas y distantes. La
imagen del yugo alude explícitamente a la
religión: el yugo de la religión judía y el yugo de la propuesta de este Jesús de Mateo. El yugo de Moisés y el
yugo de Jesús.
Tendremos, pues, que preguntarnos por este yugo que es Jesús o por el
yugo de la religión de este Jesús de Mateo. Creo que todo esto está ya perfectamente
expuesto por el Evangelista en el primero de los discursos que puso en labios
de quien fue Buena Noticia, Evangelio. Lo recordaré otra vez, y sin aburrirme
por hacerlo: “Todo cuanto queráis que os
hagan los demás, hacédselo a ellos. Esta es toda la Ley y los Profetas” (Mateo
7,12).
Creo que tú que lees y yo que escribo comprendemos con nitidez que el
yugo, la propuesta, la religión de este Jesús de Mateo consiste en ‘ser y
hacerse tan pequeño’ que sea uno mismo quien decida qué desear y qué hacer.
Nada ni nadie es más importante que uno mismo.
Domingo 32º de ‘Los
Hechos de los Apóstoles’ (05.07.2020): Hch 18,1-22
“Ellos sí escucharán” (Hechos 28,28-29)
Volveré a repetir que me cautiva la capacidad narrativa de este
evangelizador llamado Lucas. En el texto que me atrevo a comentar se resume la
tarea evangelizadora de su Pablo/Saulo en la ciudad greco-romana-macedonia de
Corinto. Mientras uno lee este relato tan literario como teológico conviene
tener cerca los escritos llamados ‘Primera y Segunda carta a los Corintios’.
En los tres primeros versos de la narración el lector se encuentra
ante una situación tan nueva como familiar. Sorprendente siempre: “Después de esto, dejó Atenas [en
singular, es Pablo] y se fue a Corinto.
Allí encontró a un tal Áquila, judío natural del Ponto [región sureña del
Mar Negro], y a su mujer Priscila que
habían llegado hacía poco de Italia, porque Claudio había decretado que todos
los judíos abandonaran Roma... se quedó a trabajar en su casa. Eran, como
también Pablo, fabricantes de tiendas de campaña...” (Hch 18,1-3).
En Hch 18,1-6 describe
Lucas la conocida saulopaulina estrategia evangelizadora. Los sábados en la
sinagoga, ante todo. Y el contenido, constatar hasta el convencimiento que el judío
resucitado Jesús de Nazaret fue el Mesías anunciado-esperado en Israel. El
desenlace de tal evangelización fue, de nuevo, el conflicto, el enfrentamiento
y la alteración de la convivencia.
En el siguiente par de versos (Hch
18,7-8), Lucas parece informarnos de los orígenes de la nueva iglesia
cristiana en Corinto en torno a la casa de Ticio Justo y junto a la persona de
Crispo. Ambos vinculados muy explícitamente al judaísmo. Y en este preciso
momento, el cronista Lucas parece haberse ‘encarnado en los adentros de su
Pablo’: “Una noche le dijo el Señor a
Pablo: no temas, sigue hablando, no te calles. Estoy contigo” (Hch 18,9-11). Es ahora cuando el
narrador nos anuncia que su Pablo se queda aquí y así un año y medio. Pero como
lector crítico me invade la inmensa duda de si dedicado a los judíos o, ¡por
fin!, a los gentiles.
En Hch 18,12-17, Lucas
informa de un asunto que pudo suceder tal cual o pertenecer a su propia manera
de pensar y de creer. El asunto explícito es la religión, su credo y sus
prácticas. El procónsul Galión impide que la religión de la sinagoga y la
religión de Pablo alteren la convivencia de los habitantes de la ciudad. ¿Cómo
no recordar aquí la Asamblea de Jerusalén?
Y a partir de este momento los lectores del cronista de estos hechos
sólo encontramos la mención del itinerario de regreso de Pablo y de sus
acompañantes hasta llegar al punto de partida de este segundo viaje misionero:
Corinto y su puerto marítimo de Cencreas, Éfeso en Asia Menor, Cesarea del Mar
y Antioquía de Siria. De Silas y Timoteo, poco o nada se nos dice.
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