Van Gogh habla del amor necesario
2020-07-25
Vivimos actualmente tiempos sombríos, de mucho odio,
ausencia de refinamiento, y especialmente de falta de amor. La historia no es
rectilínea ni la propia evolución del universo lo es. Pasa del orden (cosmos)
al desorden (caos), de lo sim-bólico (lo que une) a lo dia-bólico (lo que
separa), de las sombras a la luz, de thánatos (las negatividades de la
vida) a eros (las excelencias de la vida) y de Cristo al Anti-Cristo.
Tales
antítesis no son deformaciones de la realidad, sino la condición de todas las
cosas. En el ámbito humano decimos que así es la condition humaine. Es
decir, hay momentos en que predomina el orden, la armonía social, la
convivencia inclusiva, que representan el eros. En otros predomina el thánatos,
la dimensión de muerte, de odio y de desgarro. Obsérvese que las dos realidades
vienen siempre juntas y están simultáneamente presentes en todos los momentos y
circunstancias.
Actualmente
a nivel mundial y nacional estamos viviendo duramente la dimensión de thánatos,
de lo dia-bólico, de las sombras. Hay guerras en el mundo, racismo,
fundamentalismo produciendo incontables víctimas, ascensión del autoritarismo,
del populismo, que son disfraces del despotismo. Como si todo esto no bastase,
estamos bajo la invasión de la Covid-19, fruto de la sistemática agresión
humana contra la naturaleza (antropoceno) y del contraataque que ella está
lanzando contra nosotros, poniendo especialmente al capitalismo y a los países
militaristas con su máquina de matar, de rodillas.
Todos
los caminos religiosos y espirituales dan centralidad al amor. No necesitamos
referirnos a Jesús para quien el amor es todo o al texto de inigualable belleza
y verdad de san Pablo en la primera Carta a los Corintios, en el capítulo 13:
“el amor nunca acabará… en el presente permanecen estas tres, la fe, la
esperanza y el amor, y la más excelente es el amor” (13,8-13).
No
me resisto a citar el texto sobre el amor de la Imitación de Cristo, de
1441, el libro más leído en la cristiandad después de la Biblia. Como canto del
cisne de mi actividad teológica de más de 50 años, lo retraduje del latín
medieval, depurándole como mucho de los dualismos típicos de la época.
Leámoslo: «Gran cosa es el amor. Es un bien verdaderamente inestimable que por
si sólo vuelve suave lo que es penoso y soporta sereno toda adversidad. Porque
lleva la carga sin sentir el peso, torna lo amargo dulce y sabroso… El amor
desea ser libre, y sin amarras que le impidan amar con totalidad. Nada más
dulce que el amor, nada más fuerte, nada más sublime, nada más profundo, nada
más delicioso, nada más perfecto o mejor en el cielo y en la tierra… Quien ama,
vuela, corre, vive alegre, se siente liberado de todas las amarras. Da todo a
todos y posee todo en todas las cosas, porque más allá de todas las cosas,
descansa en el Sumo Bien del cual se derivan y proceden todos los bienes. No
mira las dádivas, se eleva por encima de todos los bienes hasta aquel que los
concede. El amor muchas veces no conoce límites pues su fuego interior supera
toda medida. Es capaz de todo y realiza cosas que quien no ama no comprende;
quien no ama se debilita y acaba cayendo. El amor vigila siempre y hasta duerme
sin dormir… Sólo quien ama comprende el amor» (libro III, capítulo 5).
En
los momentos dolorosos que estamos viviendo y sufriendo, tenemos que rescatar
lo más importante que verdaderamente nos humaniza: el simple amor. Se siente
grandemente su falta en todas partes y relaciones. Sin él nada de grande, de
memorable ni de heroico ha sido construido en la historia. El amor hace que
tantos médicos y médicas, enfermeros y enfermeras y todos los que trabajan
contra la Covid-19, sacrifiquen sus vidas para salvar vidas, y por eso muchos
de ellos acaban cayendo víctimas de la enfermedad. Ellos nos confirman la
excelencia del amor incondicional. Testimonios de las ciencias de la vida, del
arte y de la poesía refuerzan lo que proclaman las religiones. Son convincentes
las palabras del genial pintor Vincent van Gogh en una carta a su hermano Théo:
«Hay que amar para trabajar y volverse un artista, un artista que pretende
poner sentimiento en su obra: primero tiene que sentirse a sí mismo y vivir con
su corazón... El amor califica nuestro sentimiento de deber y define claramente
nuestro papel... el amor es la más poderosa de todas las fuerzas» (Lettres à
son frère Théo, Gallimard 1988, 138, 144). A. Artaud, que hizo la
introducción a las cartas de van Gogh, dice de él que rechazó entrar en esta
sociedad sin amor: “fue un suicida de la sociedad”.
Consideremos
lo que afirman los estudios sobre el proceso cosmogénico y de la nueva
biología. Cada vez está más claro que el amor es un dato objetivo de la
realidad global y cósmica, un evento bienaventurado del propio ser de las
cosas, en las cuales nosotros estamos incluidos.
Ejemplo
de eso es lo que escribió James Watson, que con Francis Crick descodificó en
1953 la doble hélice del código genético: «El amor pertenece a la esencia de
nuestra humanidad. El amor, ese impulso que nos hace cuidar del otro, fue lo
que permitió nuestra supervivencia y nuestro éxito en el planeta. Ese impulso,
creo que salvaguardará nuestro futuro… Tan fundamental es el amor para la
naturaleza humana que estoy seguro de que la capacidad de amar está inscrita en
nuestro DNA. Un san Pablo secular (el mismo que tan excelentemente escribió
sobre el amor) diría que el amor es la mayor dádiva de nuestros genes a la
humanidad». (J. Watson, ADN: el secreto de la vida, Companhia das
Letras, São Paulo 2005, p. 433-434).
Los
biólogos chilenos Humberto Maturana y Francisco Varela mostraron la presencia
cósmica del amor. Dicen que los seres, incluso los más originarios, como los
topquarks, se relacionan e interactúan entre ellos espontáneamente, por pura
gratuidad y alegría de convivir. Tal relación no responde a una necesidad de
supervivencia. Se instaura por un impulso de crear lazos nuevos, por la afinidad
que emerge espontáneamente y que produce deleite. Es el adviento del amor.
De
esta forma, la fuerza del amor atraviesa todos los estadios de la evolución y
enlaza a todos los seres dándoles irradiación y belleza.
El
amor cósmico realiza lo que la mística ha intuido siempre sobre la gratuidad y
la belleza: «la rosa no tiene un por qué. Florece por florecer. Ella no se
ocupa de sí misma ni se preocupa de si la admiran o no» (Ángel Silesius). Así
el amor, como la flor, ama por amar y florece como fruto de una relación libre,
como entre dos personas enamoradas y apasionadas.
Fernando
Pessoa expresó bien esta experiencia en los Poemas de Alberto Caieiro: «Si
hablo de la Naturaleza no es porque sepa lo que es /sino porque la amo, y la
amo por eso,/ porque quien ama nunca sabe lo que ama/ni sabe por qué ama, ni
qué es amar/Amar es la eterna inocencia» (Obra poética, Aguilar 1974, p.
205).
Por
el hecho de ser humanos y autoconscientes, podemos hacer del amor un proyecto
personal y civilizatorio: vivirlo conscientemente, crear condiciones para que
la amorización se dé entre los seres humanos y con todos los demás seres de la
naturaleza, hasta con alguna estrella del Universo.
El
amor es urgente en Brasil y en el mundo. Con realismo Paulo Freire, tan calumniado
por los propulsores del odio y de la ignorancia, nos dejó esta misión: forjar
una sociedad donde no sea tan difícil el amor. Educar, decía él, es un acto de
amor.
Digámoslo
con todas las palabras: el sistema mundial capitalista y neoliberal no ama a
las personas. Ama el dinero y los bienes materiales; ama la fuerza de trabajo
del obrero, sus músculos, su saber, su producción y su capacidad de consumir.
Pero no ama gratuitamente a las personas como personas, portadoras de dignidad
y de valor. Lo que nos está salvando en este momento de irrupción de la
Covid-19 son, exactamente, los valores que el capitalismo niega.
Predicar
el amor diciendo: «amémonos unos a otros como nos amamos a nosotros mismos», es
revolucionario. Es ser anti-cultura dominante y contra el odio imperante.
Hay
que hacer del amor aquello que el gran florentino, Dante Alighieri, escribió al
final de cada cántico de la Divina Comedia: “el amor que mueve el cielo y todas
las estrellas”; y yo añadiría, amor que mueve nuestras vidas, amor que es el
nombre sacrosanto del Ser que hace ser todo lo que es, y que es la Energía
sagrada que hace latir de amor nuestros corazones.
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