Buena persona, buena gente.
2025, 13.07. Domingo 15º del TO Ciclo C: Lucas 10,25-37. Leo y escribo Contigo:
Sólo Lucas, el del toro, nos cuenta la parábola del buen samaritano
“En aquel momento y lleno de alegría, Jesús dijo: Te bendigo, Padre…, porque has ocultado estas cosas a los sabios e inteligentes y, en cambio, se las has enseñado y regalado a los más pequeños… Volviéndose a los discípulos, les dijo: Dichosos los ojos que ven lo que veis. Muchos profetas y reyes quisieron verlo, pero no lo vieron. Y quisieron oírlo, pero no lo oyeron” (Lucas 10,21-24).
He copiado casi completo este texto del relato de Lucas como otro ejemplo más de la incompetencia consciente de quienes son responsables en el Vaticano de esta poda sangrante y manipuladora del texto del Evangelio. ¿Por qué los clérigos no nos leen a los laicos del pueblo estos cuatro versículos del capítulo décimo del libro que yo llamo ahora ‘Evangelio entrañable’? ¿Por qué?, me pregunto y nadie responde. ¿Se lo pedirá un día el papa romano a su monseñor el cardenal Robert Sarah y al secretario de éste, el arzobispo Arthur Roche? Me temo que se necesitará un concilio, ¿vaticano séptimo?, para enmendar tantos siglos de maltrato del Evangelio.
Dicho esto, sería más oportuno callarme. Pero no puedo hacerlo, porque el texto que a continuación nos escribió el llamado Lucas es uno de los que nunca se podrá dejar de recordar. Y esta página es la inolvidable parábola del samaritano (10,30-37). Todos nos la sabemos y hasta con los más insignificantes detalles. El contexto de esta narración es tan importante como el mensaje de la propia parábola. Siempre me quedaré con la duda de saber si esta parábola la contó Jesús de Nazaret o se la inventó Lucas con el atrevimiento de atribuírsela a Jesús. La duda me nace y crece por constatar que sólo este Evangelista es quien nos la cuenta.
Y me detengo ya en el contexto en el que se enraíza esta parábola del sacerdote, el levita y el samaritano ante ‘la presencia bien visible’ de uno de los millones de ‘medio muertos’ de la vida (10,30). Y ese contexto es la voz de un judío de la Ley que pregunta a Jesús de Nazaret lo que a mí, personalmente y en público, también muchas personas me han preguntado y lo seguirán haciendo:
¿Qué hay que hacer para ir al cielo de la vida eterna cuando uno se muera y deje esta vida terrena? (10,25). ¿Qué hay que hacer? ¿Qué hay que hacer? ¿Qué hay que hacer?
Hoy, en este año tan romano (del papa) y diocesano (del obispo) la respuesta me surge directa, fácil, contundente… ¡blasfema!: Gana la indulgencia plenaria en este especialísimo año del jubileo santo. Y para ello, confiesa, comulga y cruza la puerta que se ha abierto para quienes deseen alcanzar la vida eterna sin rastro ni mácula de pecado. Les confieso que llevo ya 22 de esas indulgencias ‘conscientemente conquistadas’. ¡Me duele tanto escribirlo así!, me avergüenzo profundamente, pero no sé callármelo. Puedo explicarlo, pero sería otro comentario.
¿Qué hay que hacer? El Evangelio que es Jesús de Nazaret lo responde tan bien, sin polémicas, sin provocaciones, sin documentos, sin dogmas, sin credos, sin religiones… ¿Qué hay que hacer para conseguir vida eterna? Amar, amar. Ama y vivirás (10,26-28). ¿Qué hay que hacer aquí y cómo hay que hacerlo? Ver, acercarse, inclinarse, arrodillarse, tocar, limpiar, acariciar, curar, vendar, acompañar, compartir, cuidar… AMAR. Nada más. Vete y ama. Aquí (10,37).
Carmelo Bueno Heras. En Burgos, 10.07.2016. También, en Madrid, 13.07.2025.
Comentario segundo: CINCO MINUTOS con el Evangelio de Lucas para leerlo ordenadamente y desde el principio hasta el final. Semana 33ª (13.07.2025): Lucas 11,37-54. Decisión a decisión, este Jesús de Lucas firma su sentencia de muerte.
Proseguimos despacio la lectura del relato que el Evangelista Lucas nos va compartiendo sobre su Jesús de Nazaret. Recuerdo que el propio narrador nos dijo que estamos en ese proceso del ‘camino que sube hacia Jerusalén’ (Lc 9,51). En ‘este peculiar camino’ encontramos este recurso narrativo del Evangelista: “Mientras hablaba, un fariseo rogó a Jesús que fuera a comer con él…” (Lc 11,37). Casi todo el texto anterior de este undécimo capítulo del Evangelio está dedicado a las palabras que dice Jesús a ‘unos’ y a ‘otros’.
A partir de Lc 12,1, Jesús seguirá hablando: “Habiéndose reunido miles y miles de personas, hasta pisarse unos a otros, se puso Jesús a decir”. Aquí y de esta manera, el escritor inicia una nueva unidad en su ‘biografía’ sobre su Jesús. Así, pues, Lucas 11,37-54 es un todo narrativo. Muy interesante e importante por tratarse, como ya he apuntado, de una comida. Ninguno de los Evangelistas olvida subrayar el dato de un Jesús de Nazaret que comparte mesa, pan, vino y comensalía con los suyos y los que al parecer no fueron de los suyos, como sucede aquí.
Este hecho de la comida de Jesús en casa del fariseo sólo está contado, y aquí, por este Evangelista. En Mateo y Marcos se cuentan comidas semejantes, pero muy distintas, sobre todo en el tiempo y en el lugar. En esta narración de Lucas sorprende que estando de camino entre Galilea y Judea se le acerque un fariseo para invitarle a su casa. Y llama también la atención que esté, también ahí, un ‘experto en la Ley’, un legista. Y nada se nos dice de la presencia o ausencia de los y las acompañantes de Jesús. Tampoco sabemos nada del menú.
Sin embargo, el narrador está muy interesado en una tradición muy tradicional y religiosa: “El fariseo se extrañó al ver que Jesús no se había lavado antes de comer” (11,38). En aquella religión judía, ¡como en toda otra religión, también la llamada católica!, importa mantener las tradiciones ‘queseven’ para ‘quesesiganviendo’. ¿La religión debe de entrar por los ojos? Atreverse a mirar y a mirarse por dentro, ¿no es cuestión que le importe a la religión? Cada vez entiendo mejor que me encandile ese mensaje de este Evangelio, y que leeremos muy pronto, en 17,21: “El reinado de Dios está dentro de ti y de mí”.
Según Lucas, a este buen fariseo que abre a Jesús las puertas de su casa y de su mesa le ha entrado como un vendaval la tormenta llamada Jesús, el laico de Nazaret. En el texto de los versículos 39-44 Jesús arremete contra ese y todos los fariseos. Sin distinción alguna: ‘Vosotros los fariseos… Ay de vosotros… Ay de vosotros… Ay de vosotros´. Tres tremendas denuncias.
Y, por si no fuera suficiente, el narrador Lucas nos informa de la presencia de un experto en la Ley que se atreve a sortear la tormenta y a enfrentarse a este Jesús. En cambio, la tempestad arrecia con las palabras de Jesús en 47-52: ‘Ay de vosotros, que edificáis sepulcros a los profetas… Ay de vosotros, que imponéis a los demás cargas intolerables… Ay de vosotros, que os creéis los amos del saber y del creer’. ¿Más claro? Imposible. No es preciso vocearlo más. Este laico de Galilea que es Jesús y que va camino de Jerusalén está firmando con sus palabras su propia sentencia de muerte ante la autoridad religiosa: ‘Salió de allí y los escribas y fariseos empezaron a’… Y me queda espacio para sugerir que se lea ¡¡ahora mismo!! Lc 15, completo.
Carmelo Bueno Heras. En Madrid, 15.07.2018. También, en Madrid, 13.07.2025