Santos del día 26 de octubre








Santos del día 26 de octubre








A los lectores del Evangelio de Lucas
Comentario primero:
2025, 26 de octubre. Domingo 30º TO Ciclo C: Lucas 18,9-14. Respiro, vivo y sigo escribiendo CONTIGO:
El Jesús de Nazaret de Lucas siempre escoge identificarse con el publicano
Dejé ya adelantado en el comentario anterior que el capítulo decimoctavo de Lucas comenzaba con dos muy intencionadas parábolas. De la primera ya hablamos el domingo pasado. Y de la segunda empezamos a hablar ahora: “Dijo también esta parábola a algunos que se tenían por justos y despreciaban a los demás” (Lucas 18,9). Y de este capítulo de Lucas nada más se leerá en adelante en las liturgias de la misa.
En los versículos 15 a 43 hay relatos muy preciosos de este Evangelista. Creo que no conocerlos es tan peligroso como renunciar a conocer a Jesús de Nazaret. Saber que existen y no acercarse a ellos es caminar enceguecido por el camino del seguimiento de este laico y galileo que se dirige a Jerusalén sin volver la vista atrás. Quien no lee es como quien no ve, que es lo que le sucede al ciego sentado en la entrada de Jericó (18,35-43). ¿Por qué en este año de la lectura de Lucas no se lee un relato como éste? ¿Por qué existen estos silencios en los dicasterios vaticanos? ¿Lo sabe el propio Papa y se calla?
Retomamos la lectura y contemplación crítica de las acciones y palabras de ese par de hombres que subieron al Templo de Jerusalén ‘a orar’ (Lucas 18,9-14). Es decir, a contemplar qué hacían en sus días con su vida y qué decían o se decían. Más contraposiciones entre ambos no se pueden expresar con menos palabras.
Creo que cualquier lector ya sabe que un extranjero, pecador o pagano no podía estar en los lugares más cercanos al santuario donde se creía que residía la presencia de Yavé Dios. Nadie sabe bien dónde se situó el fariseo, pero no es descaminado pensar que estaba muy cerquita del lugar donde los sacerdotes ofrecían los sacrificios (en primera fila y frente al presbiterio y sagrario, podríamos decir hoy pensando en nuestros templos).
Sin embargo, el publicano extranjero y pecador no habría abierto ni la puerta de una de nuestras iglesias. Como mucho, se acercó al atrio y se quitó la boina, como solía hacer mi padre. Y en aquel enorme atrio del templo de Jerusalén, llamado patio de los gentiles, lo que se veía, oía y olía no era otra cosa que las altisonantes manifestaciones de compradores y mercaderes de todo cuanto se podía comprar o vender, desde unos dátiles del oasis de Jericó hasta la miel de los desiertos de Judá o un asno sabio para recorrer cómodamente los tortuosos caminos de la Judea, Samaría o Galilea.
¡Qué oraciones tan distintas y distantes se despiertan en ambos contempladores de la espiritualidad del día a día de sus vidas! Pero…, cuando medito esta parábola del fariseo y del publicano tengo la impresión de haberla ya encontrado y comprendido en otros lugares del Evangelio de Lucas. ¿No me la contó cuando le leí lo del padre y sus dos hijos en Lucas 15? Claro. Era la parábola de los fariseos y publicanos. Y Jesús que comía… ¿Orar es comer? Y al revés, ¿comer es orar? Claro que sí.
Y no me olvido del mensaje de este Lucas justo antes de contarnos la cena de Jesús en casa del fariseo Simón (7,36-50): “Ahí tenéis a este hombre, un comilón y un borracho, amigo de publicanos y pecadores. Un dignísimo ejemplo de hombre sabio” (Lucas 7,34-35). Este Jesús de Lucas siempre escoge identificarse con el publicano. Olé.
Carmelo Bueno Heras. En Burgos, 23.10.2016, Y también en Madrid, 26.10.2025.
Comentario segundo:
CINCO MINUTOS con el Evangelio de Lucas para leerlo ordenadamente y desde el principio hasta el final: Semana 48ª (26.10.2025): Lucas 22,1-20.
¿Por qué se nos hace ver ASÍ lo que AQUÍ no existe?
La evangelización de Jesús de Nazaret en el Templo de Jerusalén, según cuenta el narrador Lucas, acaba en el capítulo vigésimo primero de su Evangelio. Al comenzar el capítulo siguiente el lector de este relato constata que Jesús no abandona la ciudad, pero ya no evangeliza en el Templo. Permanece junto a los suyos porque sabe bien que sus pasos y días están contados: “Se acercaba la fiesta de los panes sin levadura llamada Pascua. Los jefes de los sacerdotes y los maestros de la Ley buscaban cómo eliminar a Jesús, pero temían al pueblo” (Lc 22,1-2).
He leído en el texto que ‘se acercaba' (22,1). Y poquito después, leo: “Llegó el día de la fiesta de los panes sin levadura, en que debía sacrificarse el cordero pascual” (22,7). Y otro poquito más adelante en el relato leo esto: “Llegada la hora, Jesús se sentó a la mesa con todos los suyos (discípulos, DOCE, las seguidoras mujeres que le seguían desde aquel 8,1-3 y otros seguidores) y les dijo...” (22,14). Y me sorprende la rigurosa precisión temporal de hechos y dichos de este Jesús de Lucas, porque leo también: “Y después de la cena...” (22,20).
Así, éste es el texto de Lucas 22,1-20, que selecciono para leer y comentar contigo. En síntesis, y leído todo el relato una vez, podemos decir que Lucas nos ha contado la celebración de la cena de Pascua, la última celebración, de Jesús de Nazaret con todos los suyos. Esta cena debía celebrarse en el ámbito judío según una muy precisa liturgia ritual y familiar que siempre podemos leer, con todo el lujo de detalles, en el libro del Éxodo 12,1-51. Sin conocer las claves de este contexto del libro del Éxodo será muy complicado comprender el gesto de Jesús en su última celebración de la Pascua.
Leo de nuevo el relato de Lucas y trato de imaginarme a este Jesús que decide celebrar su última Pascua de los panes y del cordero en memoria de la liberación de la esclavitud no como se mandaba e imponía en el rito de toda la tradición de la Ley, sino de otra manera. La primera Pascua en Egipto se celebró en la noche y bajo la tensión de la persecución del Faraón. La última Pascua de Jesús y de los suyos se celebra bajo el conflicto con el poder del Templo.
Este mismo Jesús propone que se aprenda a celebrar de manera bien distinta esa misma experiencia festiva y liberadora de la Pascua sentados en la mesa, en una comida y con pan y vino que hablan de su persona y no de la Religión de la Ley de Moisés. Una comida como tantas otras comidas que compartió desde cuando estuvo en Galilea con todo tipo de personas. Comidas que nunca comprendieron ni aceptaron los fariseos y escribas de la Ley, como se cuenta tan acertadamente en aquel lugar que yo llamé ‘Lucas quince’ (Lc 15).
El tan desgastado y manoseado ‘haced esto en memoria mía’ de nuestros estamentos sacerdotales, ¿Cómo debe interpretarse?: ¿Cómo repetir el rito de la Pascua judía? ¿Cómo comer y beber como lo hizo Jesús? ¿Cómo la santa misa acabada de acuñar en el ritual tridentino en el que aún andamos y nos debatimos sin evolución alguna?
Y, ¿por qué se nos hace ver lo que aquí no existe? ¿Dónde y cómo está presente aquí el llamado sacramento del orden sacerdotal, de unos pocos y todos varones? Jesús deseó celebrar aquella cena suya y con los suyos como nuevo camino y celebración alternativa de la pascua de su pueblo (22,15).
Carmelo Bueno Heras. En Madrid, 23.10.2018. Y también en Madrid, 26.10.2025.
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