MRH: Magos, Reyes, Humanos.
05.01.2025. Domingo 2º de Navidad C: Juan 1,1-18. Leo y escribo Contigo:
Todos somos…, ¡como él!
Aunque fuera desordenadamente, llevábamos cinco domingos seguidos leyendo textos del Evangelio de Lucas. Y a él volveremos en breve. Sin embargo, para este primer domingo del año nuevo se nos propone la lectura y meditación de la primera página del Evangelio de Juan. Un texto que ya he comentado el pasado mes de noviembre, como sé que recuerdas bien. ¿Por qué la liturgia, por un domingo, abandona la lectura de Lucas y nos propone el prólogo de Juan? No lo sé y no lo investigaré. No me interesan las razones de los litúrgicos eclesiásticos. Sólo me mueve el interés por seguir comprendiendo la inagotable riqueza de los relatos del Evangelio. Por eso, aprovecho la oportunidad para seguir desentrañando la experiencia de fe que nos cuenta un ‘hombre’ en esta página del cuarto evangelio.
Acabo de escribir un ‘hombre’ y eso sí tiene su intencionalidad. Un hombre que es el/la evangelista que escribe y, a la vez, aquella persona de la que se escribe, que no es otra que Jesús de Nazaret. Si todos cuantos creyeron, creen y creerán en él escribieran su experiencia de fe en Jesús, los libros no cabrían en los espacios bibliotecarios o en la moderna nube espacio-digital, como nos comenta el autor en los últimos versos de su libro (Juan 21,24-25). En el arranque del relato de este Evangelio se dice con excesivo lujo de detalles que este ‘hombre’ es una ‘palabra’. Y yo que leo estas cosas no puedo dejar de pensar en la primera página de la Biblia judía que es el primer relato de la tarea creadora de un creador que habla (Génesis 1,1 a 2,4): Y dijo Dios…
Si Jesús de Nazaret fue un ‘hombre’, una ‘palabra’ como aquellas que se creían salidas de las entrañas creadoras de Dios, todos los lectores de este Evangelio comprenderán muy bien que este hombre hable tanto, tanto y tanto que no se cansa de hacerlo. Todo el Evangelio está sembrado de largos discursos de este Jesús, hombre y persona del que no se dice cómo llegó a ser una palabra buena, nueva, abundante y desbordada como la plenitud del amor.
¿Fue este hombre, de carne y hueso y en su vida real e histórica, tan sabio, tan teólogo, tan maestro, tan pedagogo, tan visto, tan seguido, tan escuchado, tan querido? ¿Fue así, o así fue como se lo imaginó el autor y nos lo contó para impresionarnos, sorprendernos y provocarnos una respuesta de acogida, de silencio o de rechazo? Ante esta realidad, yo sólo puedo decir una cosa: que la lectura contemplativa, la escucha meditativa y la acogida interpretativa de esta narración sobre la ‘palabra’ que es Jesús de Nazaret nunca me deja indiferente. Siempre me descubre alguna atadura, vieja o nueva, y por eso siempre me siento invitado a liberarme.
Y ahora que vuelvo a la lectura de esta página del relato de un Jesús-palabra, me vuelvo a detener en esta expresión del verso dieciséis: Todos hemos recibido la misma plenitud de esta palabra que es Jesús de Nazaret. Todos somos él, igual que él. Me dirán muchos que no traduzco bien. Será cierto, pero creo que quienes conocen los mil entresijos de la lengua griega, en la que se escribió el original, nunca nos lo traducen de una manera inteligible para las gentes de a pie. Decirlo como lo acabo de escribir sonará a blasfemia en las mentes del dogma del Catecismo eclesiástico. Y a blasfemia les sonó entonces a los bien pensantes creyentes judíos del siglo primero. Para ellos no existía más ‘palabra de Dios’ que su Testamento escrito en la Ley llamada de Moisés (1,17). Y sé que también hoy suena a blasfemia en muchos oídos de actuales creyentes y practicantes de la Religión decir que Jesucristo (así escrito en 1,17) es Jesús de Nazaret (como he traducido). Para la Religión y su poder, esta ‘palabra’ de este Evangelio se llama Jesucristo. Para quienes sólo deseamos sentirnos confiados, acompañados y queridos, esta ‘palabra’ es Jesús de Nazaret.
Carmelo Bueno Heras. En Burgos, 3.01.2016 y en Madrid, 05.01.2025
CINCO MINUTOS con el Evangelio de Lucas para leerlo ordenadamente y desde el principio hasta el final.
Semana 6ª (05.01.2025): Lucas 2,1-20. El ‘buen camino’ de la meditación crítica
Quedó escrito en el comentario anterior que ‘al anuncio del nacimiento de Jesús’ (Lucas 1,26-38), en el primer tríptico del ‘Evangelio de la Infancia’, correspondía el relato del ‘nacimiento de este Jesús de Nazaret’ del Evangelista Lucas (2,1-20) en el segundo tríptico del Evangelio de la Infancia. Y añado otro dato que he ido dejando apuntado en comentarios anteriores. Cuando nace este Jesús de Nazaret se han cumplido quince meses, en la línea del tiempo, según este Evangelista. Recordemos bien, quince meses es igual que 450 (15 por 30) días.
Este Evangelista describe con precisión matemática unos datos de esta Infancia de Jesús. Son los datos que nos sitúan en el relato mítico, porque está diciendo que la profecía de Daniel 9 se está cumpliendo en Jesús de Nazaret. En cambio, los datos de la historia real de este laico de Galilea llamado Jesús son deliberadamente imprecisos: “Sucedió que por aquellos días salió un decreto del emperador Augusto que ordenaba el empadronamiento de todo el Imperio… Sucedió que… se le cumplieron [a María] los días del parto y dio a luz a su hijo primogénito (2,1-7).
El hecho histórico del nacimiento de Jesús está contado con el ropaje literario del mito y por eso está tan clarito el tiempo y el lugar. El tiempo y los días son esos 450 ya señalados. Y el lugar: “José, por ser de la casa y familia de David, subió desde la ciudad de Nazaret, en Galilea, a la ciudad de David, que se llama Belén, en Judea” (2,4). Para este Evangelista, su Jesús de Nazaret fue un nuevo David, pero muy poco o nada Mesías-Cristo y escandalosamente blasfemo y hereje en relación con la Ley de Moisés y con el templo de Yavé Dios en Jerusalén.
Esta manera de ser y de vivir de este Jesús de Nazaret de Lucas comenzaremos a verla clara y transparente cuando leamos en su capítulo tercero el encuentro de Jesús con Juan el bautizador. Para entonces, este Jesús llamado así por Gabriel en Nazaret (Lucas 1,31 y 2,21), tendrá ya unos treinta años (3,23). Y de lo que éste vivió desde sus doce hasta los treinta años nada sabemos nosotros ni lo supo Lucas. Y si lo supo, no tuvo ninguna importancia como había dicho en el inicio de su Evangelio: “Investigué todo diligentemente desde el principio (1,3).
Por si alguien pudiera pensar que esta identidad de la que he hablado de Jesús me la puedo haber malinterpretado, recomiendo que nos volvamos a leer el relato -único entre los cuatro Evangelios, sorprendente y mítico también- del anuncio del ángel a los pastores de Belén. Un anuncio tan contradictorio como imposible.
El Mesías, el Salvador de Israel, el Señor del pueblo, el nuevo David, es un niño envuelto en pañales como todo recién nacido y acostado en un pesebre. Si era el heredero de David el Rey, ¿Dónde estaban su padre-rey y su madre-reina? ¿Dónde estaba su palacio real? ¿Dónde sus vestiduras reales desde la cabeza a los pies? Y su séquito de palacio, ¿los pastores que duermen al aire libre? ¿Por qué aquí Lucas nada nos dice de los Magos Reyes de Oriente?
Lucas acaba el relato del nacimiento de Jesús con esta sabia pedagogía: “Todos se admiraban de lo que oían a los pastores sobre aquel niño… Y María meditaba todo cuanto oía y veía de su hijo” (2,18-20). ¿No será nuestra meditación crítica el camino para entender a este Jesús? Sí.
Carmelo Bueno Heras. En Madrid, 07 de enero de 2018.