San
José: santo de los sin nombre, de los sin-poder
y
de los obreros
Junto
a los cuatro evangelios (Mateo, Marcos, Lucas y Juan) que representan la
inteligencia de la fe, pues son verdaderas teologías acerca de la figura de
Jesús, existe una vasta literatura apócrifa (textos no reconocidos oficialmente)
que llevan también, entre otros, el nombre de evangelio, como el Evangelio de
Pedro, el Evangelio de María Magdalena y la Historia de José, el Carpintero,
que vamos a comentar. No han sido aceptados oficialmente porque no se
encuadraban en la ortodoxia dominante en los siglos II y III cuando surgió la
mayoría de ellos. Obedecen a la lógica del imaginario y llenan el vacío de
informaciones de los evangelios, especialmente acerca de la vida oculta de
Jesús. Pero han sido de gran importancia para el arte, especialmente en el
Renacimiento y en general en la cultura popular. La propia teología hoy, con
nuevas hermenéuticas, los valora.
Este
apócrifo, La historia de José, el carpintero (edición de Vozes 1990), es
rico en informaciones sobre Jesús y José. En realidad se trata de una larga
narración que Jesús hace a los apóstoles sobre su padre José. Jesus la inicia
así: «Ahora escuchad: voy a narraros la vida de mi padre José, el bendito
anciano carpintero».
Y
Jesús cuenta que José era un carpintero, viudo, con 6 hijos, cuatro hombres
(Santiago, José, Simón y Judas) y dos mujeres (Lisia y Lidia). «Ese José es mi
padre según la carne, con quien se unió, como consorte, mi madre María».
Narra
la perturbación de José al encontrar a María embarazada sin su participación.
Narra también el nacimiento de Jesús en Belén, la huida a Egipto y la vuelta a
Galilea. Termina diciendo: «Mi padre José, el anciano bendito, siguió
ejerciendo la profesión de carpintero y así con el trabajo de sus manos pudimos
mantenernos. Nunca se podrá decir de él que comió su pan sin trabajar».
Referiéndose
a sí mismo, Jesús dice: «Yo por mi parte llamaba a María ‘mi madre’ y a José
‘mi padre’. Les obedecía en todo lo que me ordenaban sin permitirme jamás
replicarles una palabra. Al contrario, los trataba siempre con gran cariño».
Continuando,
Jesús cuenta que José se casó por primera vez cuando tenía 40 años. Estuvo
casado 49 años hasta la muerte de la esposa. Tenía entonces por lo tanto 89
años. Estuvo un año viudo. Desde los esponsales con María hasta el nacimiento
de Jesús habrían pasado 3 años. José tendría, pues, 93 años. Estuvo casado con
María 18 años. Sumando todo, habría muerto con 111 años.
Después,
con detalles, narra que su padre «perdió las ganas de comer y de beber; sintió
que perdía la habilidad para desempeñar su oficio». Al acercarse la muerte,
José se lamenta profiriendo once ayes. En ese momento Jesús entra en el
aposento y se revela como gran consolador. Dice: «Salve, José, mi querido
padre, anciano bondadoso y bendito». A lo que José responde: «Salve, mil veces,
querido hijo. Al oír tu voz, mi alma recobró su tranquilidad». Enseguida, José
recuerda momentos de su vida con María y con Jesús; hasta recuerda el hecho de
«haberle tirado de la oreja y amonestado: ‘se prudente, hijo mío’» porque en la
escuela hacía travesuras y provocaba al rabino.
Jesús
entonces les hace esta confidencia: «Cuando mi padre dijo estas palabras, no
pude contener las lágrimas y empecé a llorar, viendo que la muerte se iba
apoderando de él». «Yo, mis queridos apóstoles, me puse en su cabecera y mi
madre a sus pies… durante mucho tiempo tomé sus manos y sus pies. Él me miraba,
suplicando que no lo abandonásemos. Puse mi mano sobre su pecho y sentí que su
alma ya había subido a su garganta para dejar el cuerpo».
Viendo
que la muerte tardaba en llegar, Jesús hizo una oración fuerte al Padre: «Padre
mío misericordioso, Padre de la verdad, ojo que ve y oído que escucha,
escúchame: Soy tu hijo querido; te pido por mi padre José, obra de tus manos…
Sé misericordioso con el alma de mi padre José, cuando vaya a reposar en tus
manos, pues ese es el momento en que más necesita de tu misericordia». «Después
él exhaló el espíritu y yo le besé; me eché sobre el cuerpo de mi padre José…
cerré sus ojos, cerré su boca y me levanté para contemplarlo». José acababa de
fallecer.
En
el entierro Jesús hace esta otra confidencia a los apóstoles: “no me contuve y
me eché sobre su cuerpo y lloré largamente”. Termina haciendo un balance de la
vida de su padre José:
“Su
vida fue de 111 años. Al cabo de tanto tiempo no tenía ni un solo diente
cariado y su vista no se había debilitado. Toda su apariencia era semejante a
la de un niño. Nunca sufrió una indisposición física. Trabajó continuamente en
su oficio de carpintero hasta el día en que le sobrevino la enfermedad que lo
llevaría a la sepultura”.
Al
terminar su relato, Jesús deja el siguiente mandato: “Cuando seáis revestidos
de mi fuerza y recibáis el Espíritu Paráclito y seáis enviados a predicar el
evangelio, predicad también sobre mi querido padre José”. El libro que escribí
sobre San José, tras 20 años de investigación, quiere responder a este mandato
de Jesús.
A decir verdad, José
permaneció casi olvidado por la Iglesia oficial. Pero el pueblo guardó su
memoria, poniendo el nombre de José a sus hijos e hijas, a ciudades, calles y
escuelas. Él es el símbolo de los sin nombre, de los sin poder, de los obreros
y de la Iglesia de los anónimos.
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