Les propongo que se pregunten cuántas veces nos quejamos al Señor sobre nuestros problemas y luego piensen cuántas veces le damos gracias al Señor por cosas que nosotros consideramos obvias o normales. El día 23 se celebra el aniversario de la muerte de Benedetta Bianchi, mujer ejemplar que nos enseña a vivir plenamente dando gracias a Dios y viviendo con alegría, aún en las más adversas condiciones, ya que Benedetta era ciega, paralítica y sorda. Para recordar esta vida ejemplar del siglo XX, les propongo leer su apartado en http://webcatolicodejavier.org/benedetta.html
Venerable Benedetta Bianchi Porro
1936 - 1964. Universitaria, estudiante de medicina, paralítica, ciega, sorda, gozando la maravilla de que su alma estuviera "llena de gratitud y amor a Dios"
Benedetta es una niña sensible, delicada, inteligente, volitiva. Juega alegremente con los hermanitos y demás niños, pero a veces se recoge en pensativos silencios. Son los momentos en que contempla el milagro de la vida que triunfa en las flores, en los prados llenos de sol, en la plantita de ciruelo que riega cada día, en la aurora maravillosa... Confía a su Diario el gozo de sus descubrimientos: "El universo es encantador". "¡Qué hermoso es vivir!"
La Segunda Guerra Mundial obliga a la familia Bianchi a diversos desplazamientos. La vuelta a la paz representa para la niña de 9 años, sólo una alegre aventura más. Se trasladan a Forli, donde permanecerá Benedetta hasta 1951. Asiste al colegio de las Hermanas Doroteas; más tarde a una escuela media y después al Instituto. En 1951 la familia Bianchi se traslada a Sirmione, junto al lago Garda. Benedetta habla con entusiasmo de su casa asomada al lago: "Blanca, con persianas verdes, una terraza de madera en la fachada, cancel pequeño a un lado, las habitaciones amplias y espaciosas dan sensación de libertad...
Se apasiona por todo. Le agrada mucho estudiar y pasa horas enteras al piano. Pero su ardiente anhelo de vivir lleva una sombra de tristeza, un presagio indecible: "Contemplando este espectáculo, mi ánimo es presa de recuerdos. Y de una inmensa necesidad de algo indefinido, de algo lejano, de silencio... Una necesidad de estar fuera del mundo, alejada de todos; una necesidad de alguien a confiar los dolores de vida; de alguien, en suma, que me consuele. para confortarme, me basta levantar el pensamiento a Dios".
Para corregir la desviación de la columna, se ve precisada a llevar un corsé de escayola que la oprime y la condiciona. Comienza a acusar cierta pérdida del oído. Comunica a Ana, la más querida amiga de los tiempos de adolescencia, sus profundos y delicados sentimientos: "Tú eres mi primera amiga, y amiga para mi quiere decir algo más de lo que los otros entienden. La amiga debe ser algo de nosotros mismos, y tú eres para mi la mitad de mi alma, el agua clara en que me reflejo". La prueba se hace cada vez más dura, y Benedetta tiembla: "Temo que todo sea una ilusión, y la ilusión me hace temblar más que la desesperación. Conoce el alucinante miedo de la noche y pide ayuda: "¡Si supieras, Ana, cuánta necesidad tengo de ayuda! Deseo la verdad, no deseo sino esto, pero nadie sabe nada".
La verdad que ella busca comienza a dejarse sentir en su alma. Poco a poco se aplaca la tempestad. En esta dramática experiencia humana se prepara su resurrección. Benedetta descubre dentro de sí misma la riqueza de su vida interior. Estudiando segundo curso en el Instituto, anota en su Diario: "Me han preguntado en clase de latín. Apenas oía lo que el profesor me decía. ¡Qué figura debo hacer a ratos! Pero, ¿qué importa? Acaso algún día no oiré nada de lo que hablen los demás pero sí escucharé siempre la voz de mi alma, y éste es el verdadero camino que tengo que seguir". Realiza la elección de una vida que encuentra su más profundo sentido en los valores del espíritu.
Universitaria
En 1955 hace el examen global del primer bienio. El profesor le pregunta. Benedetta le pide amablemente que le repita la pregunta por escrito porque está afectada del oído. Pero el profesor tira violentamente el programa de estudios contra la puerta mientras grita: "¡nunca se ha visto un médico sordo!". Benedetta se levanta en silencio, recoge el programa y, acercándose al profesor, le dice en tono mesurado: "Perdone, profesor, no quise ofenderle". Cuando su madre le pregunte por el resultado del examen, responderá: "El profesor ha sido bueno; no me ha deshecho el programa". Gracias a la intervención del rector, puede volver a presentarse a examen, y el resultado es positivo. Le conceden permiso provisionalmente para proseguir los estudios.
Hace sola su diagnóstico
Navidad de 1956. Aparecen los primeros síntomas de una dolencia cuya manifestación es evidentemente la sordera. Después de numerosas consultas que resultan del todo inútiles, Benedetta descubre por sí misma el terrible mal que la aqueja: enfermedad de Recklinghausen o neurofibromatosis difusa.
En junio de 1957 la operan por primera vez en la cabeza. Se la rasuran: "Mientras me rasuraban, me sentía como un cordero al que trasquilaban la lana, y pedía al Señor que me hiciera fuerte y pequeña. Mamá, el Señor quiere de nosotros cosas grandes. He sufrido mucho y he pedido al Señor ser una ovejita en sus manos".
Escribe a su amiga María Gracia: "Como consecuencia de la intervención, se me ha paralizado la mitad de la cara... Entre tanto, a la espera de tiempos mejores (pero, ¿es que llegarán estos tiempos?), me veo obligada a interrumpir mis estudios. Sabe el cielo lo que esto me cuesta. Pero paciencia: lo importante es no perder la calma".
Tanta era su fuerza de voluntad que, en otoño del año siguiente consigue pasar felizmente los exámenes de patología médica y patología quirúrgica. Sin embargo, sabe muy bien su propio pronóstico, y al regresar de un examen, confía a su madre: "Sí, mamá, también éste ha resultado bien, pero ¿de qué sirve? ¡Dentro de poco...
Crecen los males y la alegría de vivir
Además de María Gracia, muchos otros amigos recalan en su habitación de enferma, que se convierte en un auténtico "crucero de vidas". Paula nos da el siguiente testimonio de aquellas visitas: "Si iba a visitarla acompañada, su lecho no era ya un lecho. Benedetta nos hacía olvidar que nos hallábamos ante una persona incurablemente enferma. Todo el día, por turno, nos comunicábamos con ella. Reíamos, cantábamos juntos, rezábamos Nona y Vísperas".
Las cartas que fatigosamente escribe Benedetta están transidas de sed y hambre de Dios y de alegría por el don de la vida: "Es verdad que la vida en sí y por sí se me antoja un milagro, y desearía poder elevar un himno a Dios que me la dio... Algunas veces me pregunto si no seré yo una de aquellas a quienes mucho se le dio y mucho se le exigirá".
Peregrina a Lourdes
Camino hacia la Pascua
A la mañana siguiente se celebra la Santa Misa en su cuarto a la que asisten algunas amigas. A una de ellas, Electra, que hace tiempo conoce a su familia, le dice al oído: "Dile a mamá que desde hace 5 horas he perdido la vista, y que no sepa el profesor que su trabajo ha sido inútil ".
Llegado el verano es llevada a Lourdes en su segunda y última peregrinación. "Voy a recibir fuerza de la Madre celestial, porque no consigo habituarme cualqisiera a vivir feliz en la noche, en espera de una luz más viva y más cálida que la del sol." Para ella, el milagro de Lourdes es el descubrimiento de su auténtica vocación a la cruz: "Me he percatado más que nunca de la riqueza de mi estado, y ninguna otra cosa deseo sino conservarlo. Este año mi milagro de Lourdes ha sido este para mí."
Escuchaba y hablaba con una mano
En los años 1961 y 1962, para obedecer a un sacerdote, todavía pudo escribir en una agenda con su pobre mano e inmenso cansancio, unos pensamientos o meditaciones brevísimas que terminan con este pensamiento final: "La fe hace prodigios". El prodigio más grande de todos es el amor. Aniquilada en todas las fibras de su propio cuerpo, Benedetta sabe y vive por experiencia que nadie tiene un amor mayor que el que da su vida por los amigos. Sus jornadas, nos dice, "no son fáciles, son duras pero dulces porque Jesús está conmigo, con mi padecer, y me da suavidad en la soledad y luz en la oscurídad. Él me sonríe y acepta mi cooperación con Él".
"Cooperación, total abandono a la voluntad del Padre, olvido de sí mismo para habitar Él en nosotros". Así definió ella la caridad en uno de sus pensamientos conservados en la agenda. Y así la practicaba: "Mi deber no es sólo y no debe ser sólo examinarme , sino amar el sufrimiento de todos los que se acercan a mi cama y me dan o me piden la ayuda de una oración".
Sor Dominica, la religiosa que estuvo a su lado en la clínica en aquellas largas horas que siguieron a su imprevista ceguedad después de la última operación quirúrgica, nos da este testimonio: "No encontré otra persona que supiese soportar tantos sufrimientos como Benedetta. Hasta su cuarto de dolor estaba siempre radiante de alegría. Cualquiera que entraba a visitarla encontraba en ella luz y calor; confortaba serenamente, invitaba a todos al bien. Acercándose a ella, se percibía algo divino. Su cabecera era meta de muchos visitantes, sobre todo estudiantes que le pedían consejo".
¿Un anochecer o un amanecer?
El jueves 23 de enero de 1964, el calendario señalaba los desposorios de la Virgen. Aquella mañana Benedetta pide a su mamá que le lea el acto de ofrecimiento al Amor Misericordioso escrito por santa Teresita del Niño Jesús, de la que ha querido y llegado a ser fiel discípula. De pronto, un pajarito se posa en el saliente de la ventana. La mamá transmite el hecho a Benedetta quien, aunque su voz se había convertido en un penoso balbuceo, se pone a cantar la vieja canción: "Golondrina peregrina", con voz límpida y nueva que asombra a los presentes. Con su trinar festivo, el pájaro va a ponerse sobre un rosal del jardín en el que, a pesar del rigor del invierno, florece una rosa blanca. Al comunicárselo su mamá, Benedetta contesta: "¡Oh mamá, qué noticia me das: ésta es una señal muy dulce!". Y poco después la señal se cumple en la realidad: ella florece en el cielo.
En poco tiempo la vida de Benedetta y sus pensamientos se han divulgado por el mundo. Parece que su misión es la de devolver el gusto de la vida a quien lo ha perdido, la de infundir esperanza a quien está desesperado. Sus restos mortales descansan en la abadía de Dovádola, en su país natal, a pocos kilómetros de Forli. Allí afluye una multitud de peregrinos de todas partes.
En 1975 fue introducida su causa de beatificación. En 1993 fue declarada venerable por el Papa Juan Pablo II. En 2016 se celebra el 80 aniversario de su nacimiento.
Reportaje de Teresa B. Vila realizado para la Revista Ave-María nº 656
No hay comentarios:
Publicar un comentario