En Roma, en la vía Salaria Antigua, «ad septem Palumbas», santos Blasto y Diógenes, mártires.
En Apolonia, de Macedonia, santos Isauro, Inocente, Félix, Hérmio, Peregrino y Basilio, mártires.
En Silistra, en Mesia, santos mártires Nicandro y Marciano, que, siendo soldados, rechazaron hacer ofrenda y sacrificar a los dioses, y por ello fueron condenados a la pena capital por el prefecto Máximo, en la persecución desencadenada bajo el emperador Diocleciano.
En Besançon, en la Galia Lugdunense, san Antidio, obispo y mártir, que fue condenado a muerte, según la tradición, por Croco, rey de los vándalos.
En Bitinia, san Hipacio, hegúmeno del monasterio de los Rufinos, el cual, con una vida austera y duros ayunos, enseñó a sus discípulos la perfecta obediencia a la observancia monástica, y a los seglares el verdadero temor de Dios.
En Bretaña Menor, san Herveo, eremita, que, según la tradición, ciego desde su nacimiento, cantaba con gozo las maravillas del paraíso.
En Orleans, en la Galia, san Avito, abad.
En Pisa, en la Toscana, san Rainerio o Raniero, pobre y peregrino por Cristo.
En Lorvâo, en Portugal, santa Teresa, reina de León y madre de tres hijos, que, después de la muerte de su esposo, abrazó la vida regular en un monasterio fundado por ella misma, bajo la disciplina cisterciense.
En Venecia, beato Pedro Gambacorta, fundador de la Orden de Eremitas de San Jerónimo, cuyos primeros religiosos fueron antiguos ladrones que él mismo había convertido.
En Nápoles, de la Campania, beato Pablo Buralo, de la Orden de Clérigos Regulares (Teatinos), primero obispo de Piacenza y después de Nápoles, que se entregó de lleno a renovar la disciplina de la Iglesia y a fortificar en la fe a la grey a él confiada.
En el litoral de Francia, en una nave anclada frente al puerto de Rochefort, beato Felipe Papon, presbítero de Autun y mártir, que, siendo párroco, durante la Revolución Francesa fue encarcelado por su condición de sacerdote y, después de haber dado la absolución a otro cautivo moribundo, también expiró él.
En el lugar de Qua Linh, en Tonkín, san Pedro Da, mártir, el cual, de oficio carpintero y sacristán, tras ser sometido a muchos y crueles tormentos en tiempo del emperador Tu Duc, permaneció firme en la profesión de su fe, por lo que finalmente fue arrojado a las llamas.
En Toulouse, Francia, beato José María Cassant, monje trapense y presbítero.
No hay comentarios:
Publicar un comentario