Suerte y Salud para quien
lee, celebra, contempla y medita en un nuevo domingo de la liturgia.
En el recorrido de nuestras
semanas llega una fiesta que no sé muy bien si está en su sitio, en su sentido
y en la experiencia de fe de quienes la proclaman. El nombre de la fiesta es
'Santísima Trinidad'.
Una Trinidad que es Padre,
Hijo y Espíritu. Tres en uno. Tres personas y una sola divinidad. ¿Divinidad
humana? ¿Alguienes tan especiales como el hielo ardiente de la soledad sonora o
cualquier otro oxímoron literario, recurso del lenguaje, o manera de no decir
nada de lo que tanto se ignora?
¿Cuesta tanto imaginar
nuestra directa y humana experiencia y realidad natural? ¿No somos cada ser
humano hijos de un padre y de una madre? ¿Existe acaso otra trinidad más
sencilla, humana y encarnada? ¡Madre, Padre, Hijo!
La contemplación sistemática
de un espíritu vestido de paloma me desconcierta personalmente y no acabo de
comprender lo que tanto investigador creyente siglo tras siglo afirma sin
complejo alguno: un padre, un hijo y una paloma-espíritu. Y por no seguir
hablando, nada digo de aquel recurso vegetal del trébol...
Lo voy a dejar donde siempre
estuvo todo esto, en el misterio. El tiempo me irá llevando de la mano hasta el
misterio y de este tiempo me fío. Así de sereno y así de normal.
Y en esta solemnidad
trinitaria ha tocado comentar el texto de Mateo donde se habla de una señal con
la que, al parecer de este Evangelista, Jesús estaba muy identificado: La señal
de Jonás.
Sí, aquel Jonás del pez
monstruoso y que espero que nadie confunda con el Rafael del pez pescado. La
señal de Jonás es muy central para entender a Jesús, siempre según este
Evangelista Mateo.
Me provoca un respeto muy
grande pensar en asuntos políticos, y más si estos asuntos son de alcance
internacional... Pero creo que esta 'señal de Jonás' tiene profundas y explícitas
connotaciones de política internacional, de convivencia de pueblos con pueblos,
sobre todo cuando se trata de pueblos conquistados y de pueblos
conquistadores.
Me detengo aquí que ya es más
que suficiente con esto y con lo del misterio trinitario para una sola semana.
Que tengas buena lectura de los comentarios. Los tienes a continuación.
Hasta dentro de poco y en
junio...
Domingo de la Santa Trinidad en el Ciclo C
(16.06.2019): Juan 16,12-15
¿Todo lo que tiene el Padre es mío? Lo medito y escribo
CONTIGO:
Éste es el texto
del Evangelio del domingo 16 de junio de nuestro año de 2019: “En aquel
tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Muchas cosas me quedan por deciros, pero
no podéis cargar con ellas por ahora; cuando venga él, el Espíritu de la
verdad, os guiará hasta la verdad plena. Pues lo que hable no será suyo:
hablará de lo que oye y os comunicará lo que está por venir. Él me glorificará,
porque recibirá de mí lo que os irá comunicando. Todo lo que tiene el
Padre es mío. Por eso os he dicho que tomará de lo mío y os lo anunciará” (Juan
16,12-15).
Ya dejamos atrás la
Ascensión y Pentecostés. Celebraremos el próximo domingo la fiesta llamada ‘El
Cuerpo de Cristo’ y este domingo será la fiesta de ‘La Santísima Trinidad’. Así
se la suele llamar oficialmente en el dogma, teología y liturgia de la Religión
Católica, aunque tal nombre esté ausente del texto de los libros del Nuevo
Testamento de nuestras Biblias. Ningún Evangelista escribió la expresión de
este dogma: ‘Santísima Trinidad’. Fue Tertuliano la primera persona en dejar
escrito el nombre de ‘Trinidad’ en el año 215 después de Cristo.
En el texto que se
nos propone para la lectura y meditación el Evangelista Juan, el último de los
cuatro, cita explícitamente al Padre (16,15) y al Espíritu (16,13) determinado
por la expresión ‘de la verdad’. Y quien habla en este texto es el propio Jesús
de Nazaret, curiosamente, en la sobrecena de la noche del lavatorio de los
pies. ¿Podría aceptarse que ahí y de esa manera se estaba haciendo presente la
Santísima Trinidad, dogma central del Catecismo Católico?
Acabo de escribir
que estas palabras que se nos leerán en esta fiesta del domingo se las ha
colocado el cuarto Evangelio en la boca de su Jesús de Nazaret en el larguísimo
discurso de despedida de la última cena. ¿Cómo es posible que ninguno de los
tres Evangelios Sinópticos, y más antiguos, no haya conservado nada de cuanto
se habló en aquellos discursos de la cena?
Digo algo más: La
inmensa mayoría de los especialistas de la investigación bíblica afirman que
los capítulos decimoquinto, decimosexto y decimoséptimo fueron añadidos
posteriormente a la redacción original del cuarto Evangelio. Es decir, el
mensaje que se nos leerá en la celebración de la fiesta de la Trinidad no es un
mensaje de Jesús de Nazaret, sino que una comunidad de creyentes y seguidores
de Jesús de finales del siglo primero se lo atribuyeron a la persona de Jesús
en quien creían. Así lo creían ellos, así lo escribieron y así nos ha llegado.
He subrayado en
negrita una expresión que me da mucho en qué pensar de manera crítica. ¿Quién es
quién para haberse metido en los adentros de la persona de Jesús de Nazaret
para atreverse a decir una afirmación tan categórica como “todo lo
que tiene el Padre es mío”? Sólo este Jesús del cuarto Evangelio
hablaba así. Cada vez se ve con más claridad que con el paso de los días, de
los años y de los siglos la divinización del hijo de José y de María ha ido
empapando-difuminando toda su humana humanidad.
¿No será cierto que
la verdad profunda que se esconde tras los ropajes del mito de esta santa trinidad
es la humana experiencia que todos llevamos dentro de ser hijos de un padre y
de una madre, tres personas distintas, una familia humana, y una realidad como
lo es ‘el ser persona’?
Carmelo Bueno Heras
Domingo 29º de Mateo (16.06.2019): Mateo 16,1-12.
“Todo cuanto deseas que te hagan, házselo a los
demás” (Mateo
7,12)
Estamos leyendo las
últimas tareas de la misión de Jesús de Nazaret por Galilea que nos está
compartiendo el Evangelista Mateo: “Se acercaron los fariseos y
saduceos y le pidieron a Jesús con mala idea: Muéstranos una señal que
venga del cielo. Él les respondió... Los dejó plantados y se marchó” (Mateo
16,1-4).
Antes de comentar
el asunto de esta señal que se le pide a Jesús quiero indicar que el relato del
Evangelista continúa con otro asunto relacionado con varios temas de los que ya
escribió este narrador. Este va a ser el penúltimo o el último mensaje de la evangelización
en sus tierras de Galilea: “Jesús les dijo a sus seguidoras y
seguidores: ¡Atención! Mucho cuidado con la levadura del pan
de los fariseos y saduceos...” (Mt 16,5-12).
Quiero también
recordar aquí que conviene leerse ahora el capítulo vigesimotercero
completo de este mismo Evangelio. Las personas de las que se habla y con
quienes se habla en estos contextos son las mismas. Y los mensajes de estos
relatos se acaban comprendiendo con la sola lectura de los mismos y sin otro
criterio de interpretación que la relación de los textos como si se tratara de
la relación entre las personas. Relacionar relatos es relacionar personas...
Situados ya en este
contexto de relaciones, comento la cuestión de ‘la señal y de la
levadura’. Si el lector se siente curioso y crítico constatará que el
Evangelista Marcos ya habló de este asunto de ‘la señal’ que le piden a Jesús
gentes perversas e idólatras (Mc 8,11-13). En Marcos, Jesús no comenta ni
comparte señal alguna. En Mateo se nos dice: “No existe otra señal que
la de Jonás” (Mt 16,4). Y para mí lector de ahora, ¿cuál fue entonces
esta señal de Jonás?
El motivo de esta
pregunta que acabo de hacerme ha despertado en muchos investigadores bíblicos
el proyecto de su tesis doctoral en asuntos de estudios bíblicos. Y hay
respuestas bien diversas. La señal de Jonás es el barco, ‘multirreligioso’, en
el que viajaba rumbo a España (la Tarsis del occidente y del acabamiento de la
tierra, para los judíos). La señal de Jonás es el embravecimiento del mar que
sólo se calmó cuando Yavé Dios quiso. La señal de Jonás es su pez
salvador del naufragio... La señal de Jonás es la predicación de la
conversión, el ricino que nace y se seca... Pero hay otra señal desconcertante
en el viejo mito del Jonás de este Israel.
La señal de Jonás
es la utopía de un judío herético que piensa y cree, desde su humanidad
de creyente, que su enemigo el conquistador opresivo y ninivita, también es
persona, hijo de hombre, hijo de Dios y por lo tanto ‘otro yo’ humano, amigo,
hermano, cercano, prójimo en definitiva. Así lo ha experimentado Jesús en su
encuentro con la mujer cananea (Mt 15,21-28).
¿No es esta ‘señal’
de Jonás la comida que alimenta la experiencia de la fe de Jesús de Nazaret,
según nos cuenta el Evangelista Mateo? ¿No es esta misma ‘señal’ la que impulsa
a este Jesús a gritar por dos veces a los suyos aquel profético y humanizador
‘dadles vosotros de comer’ de las dos multiplicaciones de la comida que nos
cuenta el Evangelista? ¿No es esta señal de Jonás la levadura que ha fermentado
la evangelización de Jesús en su tierra de Galilea y que está encontrando la
incomprensión entre sus propios seguidores de ayer, de hoy, de siempre?
Carmelo Bueno Heras
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