
Papa Francisco: “La verdadera paz solo puede ser una paz desarmada”
Encuentro por la Paz en Hiroshima
(ZENIT – 24 nov. 2019).- El Papa Francisco indicó que “la verdadera paz solo puede ser una paz desarmada”, “fruto de la justicia, del desarrollo, de la solidaridad, del cuidado de nuestra casa común y de la promoción del bien común, aprendiendo de las enseñanzas de la historia”.

Firma en el Libro de Honor
A este acto asistieron cerca de mil fieles, 20 líderes religiosos y 20 víctimas de la bomba atómica. El Pontífice fue recibido por el prefecto, el alcalde, el presidente de la Asamblea de la Prefectura y el presidente del Ayuntamiento de Hiroshima cerca del Memorial de la Paz.
Francisco firmó en el Libro de Honor junto a las siguientes palabras: “He venido como peregrino de paz, para llorar en solidaridad con todos los que sufrieron heridas y muerte en ese terrible día de la historia de esta tierra. Rezo para que el Dios de la vida convierta los corazones a la paz, a la reconciliación y al amor fraterno”.
Saludo a las víctimas

Después del sonido de la campana y de un momento de oración silenciosa, dos víctimas supervivientes de la bomba atómica, Yoshiko Kajimoto y Kojí Hosokawa, que no puedo acudir al acto, ofrecieron su impresionante testimonio de la tragedia, tras el cual Obispo de Roma de Roma pronunció su discurso.
Memorial de la Paz

El Memorial de la Paz es considerado emblema de este parque, comúnmente conocido como Genbaku Dome (cúpula de la bomba atómica). El edificio consta, efectivamente, de una característica cúpula que se encuentra en la orilla del río Motoyasu.
Símbolo de la esperanza

Desde 1996 es Patrimonio de la Humanidad de la UNESCO, como símbolo de la fuerza más destructiva jamás creada por el hombre, de la esperanza por la paz en el mundo y por la eliminación definitiva de las armas nucleares.
Regalo del Papa
El Santo Padre ofreció como regalo en el Memorial de la Paz una lámpara de pie fabricada especialmente para esta visita pontificia a Japón. Fundida en latón plateado, mide 120 cm de altura. Consta de una base con tres bandas, con el símbolo “PAX” en relieve.
También tiene un pie cilíndrico con un nudo
que lleva una medalla con el escudo de armas del Papa Francisco. En la parte superior, hay un escudo de cera con tres velas que sostienen la lámpara.

“Peregrino de paz”
El Obispo de Roma comenzó su discurso con las palabras“Por mis hermanos y compañeros, voy a decir: La paz contigo” (Sal 122,8) e hizo memoria de todas las víctimas de la bomba atómica y de “la dignidad” de los que sobrevivieron a esos primeros momentos y “han soportado en sus cuerpos durante muchos años los sufrimientos más agudos y, en sus mentes, los gérmenes de la muerte que seguían consumiendo su energía vital”.
El Pontífice confesó que ha sentido el deber de venir a este lugar “como peregrino de paz, para permanecer en oración, recordando a las víctimas inocentes de tanta violencia y llevando también en el corazón las súplicas y anhelos de los hombres y mujeres de nuestro tiempo, especialmente de los jóvenes, que desean la paz, trabajan por la paz, se sacrifican por la paz”, y “lleno de memoria y de futuro trayendo el grito de los pobres, que son siempre las víctimas más indefensas del odio y de los conflictos”.
Dejar caer las armas

El uso de la energía atómica con fines de guerra “es inmoral, como asimismo es inmoral la posesión de las armas atómicas, como dije hace dos años. Seremos juzgados por esto”, aclaró. En este sentido, para el Papa, si realmente queremos construir una sociedad más justa y segura, “debemos dejar que las armas caigan de nuestras manos”.
“Recordar, caminar juntos, proteger”

Precisamente por ello, explicó el Santo Padre “estamos llamados a caminar juntos” y llamó a abrirse “a la esperanza, convirtiéndonos en instrumentos de reconciliación y de paz. Esto es algo que será siempre posible “si somos capaces de protegernos y sabernos hermanados en un destino común”.
Finalmente, realizó “una sola súplica abierta a Dios y a todos los hombres y mujeres de buena voluntad”, consistente en elevar juntos el grito: “¡Nunca más la guerra, nunca más el rugido de las armas, nunca más tanto sufrimiento! Que venga la paz en nuestros días, en este mundo nuestro”.
A continuación sigue el mensaje completo del Papa.
***
Mensaje del Santo Padre
Por mis hermanos y compañeros, voy a decir: La paz contigo» (Sal 122,8).

Aquí, de tantos hombres y mujeres, de sus sueños y esperanzas, en medio de un resplandor de relámpago y fuego, no ha quedado más que sombra y silencio. En apenas un instante, todo fue devorado por un agujero negro de destrucción y muerte. Desde ese abismo de silencio, todavía hoy se sigue escuchando fuerte el grito de los que ya no están. Venían de diferentes lugares, tenían nombres distintos, algunos de ellos hablaban lenguas diversas. Todos quedaron unidos por un mismo destino, en una hora tremenda que marcó para siempre, no sólo la historia de este país sino el rostro de la humanidad.
Hago memoria aquí de todas las víctimas y me inclino ante la fuerza y la dignidad de aquellos que, habiendo sobrevivido a esos primeros momentos, han soportado en sus cuerpos durante muchos años los sufrimientos más agudos y, en sus mentes, los gérmenes de la muerte que seguían consumiendo su energía vital.

Quisiera humildemente ser la voz de aquellos cuya voz no es escuchada, y que miran con inquietud y angustia las crecientes tensiones que atraviesan nuestro tiempo, las inaceptables desigualdades e injusticias que amenazan la convivencia humana, la grave incapacidad de cuidar nuestra casa común, el recurso continuo y espasmódico de las armas, como si estas pudieran garantizar un futuro de paz.
Con convicción, deseo reiterar que el uso de la energía atómica con fines de guerra es hoy más que nunca un crimen, no sólo contra el hombre y su dignidad sino contra toda posibilidad de futuro en nuestra casa común. El uso de la energía atómica con fines de guerra es inmoral, como asimismo es inmoral la posesión de las armas atómicas, como dije hace dos años. Seremos juzgados por esto. Las nuevas generaciones se levantarán como jueces de nuestra derrota si hemos hablado de la paz, pero no la hemos realizado con nuestras acciones entre los pueblos de la tierra.

Estoy convencido de que la paz no es más que un “sonido de palabras” si no se funda en la verdad, si no se construye de acuerdo con la justicia, si no está vivificada y completada por la caridad, y si no se realiza en la libertad (cf. S. Juan XXIII, Carta enc. Pacem in terris, 37).
La construcción de la paz en la verdad y en la justicia significa reconocer que «son muchas y muy grandes las diferencias entre los hombres en ciencia, virtud, inteligencia y bienes materiales» (ibíd., 87), lo cual jamás puede justificar el propósito de imponer a los demás los propios intereses particulares. Por el contrario, todo esto constituye una fuente de mayor responsabilidad y respeto.
Asimismo, las comunidades políticas, que legítimamente pueden diferir entre sí en términos de cultura o desarrollo económico, están llamadas a comprometerse a trabajar «por el progreso común», por el bien de todos (ibíd., 88).


Precisamente por eso estamos llamados a caminar juntos, con una mirada de comprensión y de perdón, abriendo el horizonte a la esperanza y trayendo un rayo de luz en medio de las numerosas nubes que hoy ensombrecen el cielo. Abrámonos a la esperanza, convirtiéndonos en instrumentos de reconciliación y de paz. Esto será siempre posible si somos capaces de protegernos y sabernos hermanados en un destino común. Nuestro mundo, interconectado no sólo por la globalización sino desde siempre por una tierra común, reclama más que en otras épocas la postergación de intereses exclusivos de determinados grupos o sectores, para alcanzar la grandeza de aquellos que luchan corresponsablemente para garantizar un futuro común.

Ven, Señor, que es tarde y donde sobreabundó la destrucción que hoy también pueda sobreabundar la esperanza de que es posible escribir y realizar una historia diferente. ¡Ven, Señor, Príncipe de la paz, haznos instrumentos y ecos de tu paz!
«Por mis hermanos y compañeros, voy a decir: La paz contigo» (Sal 122,8).
© Librería Editorial Vaticana
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