miércoles, 22 de mayo de 2013

Revivir la Santa Misa

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Valor de La MISA según algunos santos:

 

El santo cura de Ars, San Juan María Vianney:

"Sí supiéramos el valor del Santo Sacrificio de la Misa, qué esfuerzo tan grande haríamos por asistir a ella".

"Qué feliz es ese Ángel de la Guarda que acompaña al alma cuando va a Misa".


San Anselmo:

 “Una sola misa ofrecida y oída en vida con devoción, por el bien propio, puede valer más que mil misas celebradas por la misma intención, después de la muerte.”

San Francisco de Asís:


 "El hombre debería temblar, el mundo debería vibrar, el Cielo entero debería conmoverse profundamente cuando el Hijo de Dios aparece sobre el altar en las manos del sacerdote".

Santa Teresa de Jesús:

 En cierta ocasión, Santa Teresa se sentía inundada de la bondad de Dios. Entonces le hizo esta pregunta a Nuestro Señor: “Señor mío, “¿cómo Os podré agradecer?” Nuestro Señor le contestó: “ASISTID A UNA MISA”.

San Felipe Neri:
"Con oraciones pedimos gracia a Dios; en la Santa Misa comprometemos a Dios a que nos las conceda”.

 

San Bernardo
"Uno obtiene más mérito asistiendo a una Santa Misa con devoción, que repartiendo todo lo suyo a los pobres y viajando por todo el mundo en peregrinación”.

 

San Buenaventura:

"La Santa Misa es una obra de Dios en la que presenta a nuestra vista todo el amor que nos tiene; en cierto modo es la síntesis, la suma de todos los beneficios con que nos ha favorecido".

 

San Pedro Julián Eymard

"Sepan, oh Cristianos, que la Misa es el acto de religión más sagrado. No pueden hacer otra cosa para glorificar más a Dios, ni para mayor provecho de su alma, que asistir a Misa devotamente, y tan a menudo como sea posible."

Esta página es obra de Las  Siervas de los Corazones Traspasados de Jesús y María


La Misa Una Fiesta con Jesús

Vivir la Misa con Jesús es hacer de cada misa una fiesta con Él. Encontrarnos  con el Rey del universo, con nuestro Dios y Señor, debe ser para todo cristiano una gran fiesta. No puede haber en el mundo otra fiesta semejante a ésta. Por eso, reviste la máxima importancia asistir a misa, no por compromiso social o familiar, no por cumplir simplemente, sino por amor..

Cuando asistimos por amor a Jesús y con la esperanza de encontrarnos con Él, entonces la misa deja de ser algo aburrido que no comprendemos. Incluso, si por circunstancias ajenas a nuestra voluntad, no se oye bien o el sacerdote dice las oraciones con poca devoción, nuestro encuentro con Jesús está asegurado, porque no depende de los demás, sino de nuestra propia  actitud y devoción hacia Jesús.

 

“La Santa Misa es el sacrificio de agradecimiento que le damos a Dios por el

perdón de nuestros pecados. No existe ninguna forma de adoración más alta que

la Santa Misa, ya que en ella transcendemos tiempo y espacio para penetrar en el

gran momento de la redención”

 



El señor Arzobispo empezó la Santa Misa, y al llegar a la Oración Penitencial, dijo la Santísima Virgen:

“Desde el fondo de tu corazón, pide perdón al Señor por todas tus culpas, por haberlo ofendido, así podrás participar dignamente de este privilegio que es asistir a la Santa Misa”.

Ritos iniciales

SALUDO AL PUEBLO

Reunido el pueblo, el sacerdote con los ministros va al altar, mientras se entona el canto de entrada.

Cuando llega al altar, el sacerdote con los ministros hace la debida reverencia, besa el altar y, si se juzga oportuno, lo inciensa. Después se dirige con los ministros a la sede.

Terminado el canto de entrada, el sacerdote y los fieles, de pie, se santiguan, mientras  el sacerdote dice:

En el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.

 

El pueblo responde:

 

 Amén.

 

El sacerdote, extendiendo las manos, saluda al pueblo con una de las fórmulas siguientes u otras semejantes:

 

El Señor esté con vosotros.

 

El pueblo responde con una de las siguientes fórmulas:

 

Y con tu espíritu.

 

El sacerdote lee la 'Antífona de entrada' de ese día.

ACTO PENITENCIAL

A continuación se hace el acto penitencial con esta fórmula u otras semejantes:

El sacerdote invita a los fieles al arrepentimiento:

Hermanos: Para celebrar dignamente estos sagrados misterios, reconozcamos nuestros pecados.

Tras un breve silencio, todos reconocen sus pecados con la oración:

 

Yo confieso ante Dios todopoderoso y ante vosotros hermanos, que he pecado mucho de pensamiento, palabra, obra y omisión.

 

Golpeándose el  pecho, dicen:

 

Por mi culpa, por mi culpa, por mi gran culpa.

 Luego prosiguen:

 Por eso ruego a Santa María, siempre Virgen, a los ángeles, a los santos y a vosotros, hermanos, que intercedáis por mí ante Dios nuestro Señor.

 El sacerdote concluye con la absolución:

Dios todopoderoso  tenga misericordia de nosotros, perdone nuestros pecados y nos lleve a la vida eterna.

 El pueblo responde:

 Amén.

INVOCACIONES

Siguen las invocaciones Señor, ten piedad, a no ser que se hayan utilizado en alguna de las fórmulas del acto penitencial, que rezan alternadamente el sacerdote y los fieles:

V. Señor, ten piedad.

 

R. Señor, ten piedad.

 

V. Cristo, ten piedad.

 

R. Cristo, ten piedad.

 

V .Señor, ten piedad.

 

R. Señor, ten piedad.

GLORIA

Era día de fiesta y debía recitarse el Gloria.  Dijo nuestra Señora: “Glorifica y bendice con todo tu amor a la Santísima Trinidad en tu reconocimiento como criatura Suya”.

Que distinto fue aquel Gloria.  De pronto me veía en un lugar lejano, lleno de luz ante la Presencia Majestuosa del Trono de Dios, todo lleno de luz y con cuanto amor fui agradeciendo al repetir… “Por tu inmensa Gloria Te alabamos, Te bendecimos, Te adoramos, Te glorificamos, Te damos gracias, Señor Dios Rey Celestial, Dios Padre Todopoderoso y me imaginaba el rostro paternal del Padre lleno de bondad… Señor, Hijo del Padre, Tú que quitas el pecado del mundo…”  y Jesús estaba delante de mi, con ese  rostro lleno de ternura y Misericordia… “porque solo Tú eres Dios, solo Tú, Altísimo Jesucristo, con el Espíritu Santo…” el Dios del Amor hermoso, Aquel que en ese momento estremecía todo mi ser…

Y pedí: “Señor, líbrame de todo espíritu malo, mi corazón te pertenece, Señor mío envíame tu paz para conseguir el mejor provecho de esta Eucaristía y que mi vida de sus mejores frutos.  ¡Espíritu Santo de Dios, transfórmame, actúa en mi, guíame Oh Dios, dame los dones que necesito para servirte mejor…!”

 

GLORIA

A continuación, si la Liturgia del día lo prescribe, se canta o se dice el himno. (Si es festivo, acto seguido todos rezan el Gloria):

Gloria a Dios en el cielo, y en la tierra paz a los hombres que ama el Señor. Por tu inmensa gloria te alabamos, te bendecimos, te adoramos, te glorificamos, te damos gracias, Señor Dios, Rey celestial, Dios Padre todopoderoso. Señor, Hijo único, Jesucristo. Señor Dios, Cordero de Dios, Hijo del Padre; tú que quitas el pecado del mundo, ten piedad de nosotros; tú que quitas el pecado del mundo, atiende nuestra súplica; tú que estás sentado a la derecha del Padre, ten piedad de nosotros; porque sólo tú eres Santo, sólo tú Señor, sólo tú Altísimo Jesucristo, con el Espíritu Santo en la gloria de Dios Padre. Amén.

 

ORACION COLECTA

Concluido el himno, el sacerdote, con las manos juntas  dice:

 

Oremos

 



Final del formulario

.

Y todos, junto con el sacerdote, oran en silencio durante unos momentos.

Después el sacerdote, con las manos extendidas, dice la Oración Colecta. Al final de la oración el pueblo aclama:

 

Amén.

 

 

LITURGIA DE LA PALABRA

Llegó el momento de la Liturgia de la Palabra y la Virgen me hizo repetir: “Señor, hoy quiero escuchar Tu Palabra y producir fruto abundante, que Tu Santo Espíritu limpie el terreno de mi corazón, para que Tu palabra crezca y se desarrolle, purifica mi corazón para que este bien dispuesto.

Quiero que estés atenta a las lecturas y a toda la homilía del sacerdote.  Recuerda que la Biblia dice que la Palabra de Dios no vuelve sin haber dado fruto.  Si tu estas atenta, va a quedar algo en ti de todo lo que escuches.  Debes tratar de recordar todo el día esas palabras que dejaron huella en ti.  Serán dos frases unas veces, luego será la lectura del Evangelio entera, tal vez solo una palabra, paladear el resto del día y eso hará carne en ti porque esa es la forma de transformar la vida, haciendo que la Palabra de Dios lo transforme a uno”.

“Y ahora, dile al Señor que estás aquí para escuchar lo que quieres que El diga hoy a tu corazón”.


LITURGIA DE LA PALABRA

PRIMERA LECTURA

El lector va al ambón y lee la primera lectura, que todos escuchan sentados.

Los domingos se toma del Antiguo Testamento, excepto en el Tiempo Pascual, en que se toma de los Hechos de los Apóstoles. Si es costumbre, puede leer alguno de los asistentes. Para indicar el fin de la lectura, el lector dice:

 

Palabra de Dios.

 

Todos aclaman:

 

Te alabamos, Señor

SALMO RESPONSORIAL

También puede leer el Salmo que corresponda a ese día alguno de los asistentes. Hay una parte denominada Salmo Responsorial que el pueblo repite intercaladamente. Si es costumbre, los Salmos serán cantados.

 

SEGUNDA LECTURA

Sólo se hace una segunda lectura los domingos y las solemnidades. Al final, el que ha leído dice:

 

Palabra de Dios.

 

Todos aclaman:

 

Te alabamos, Señor.

 

ALELUYA

 

Los fieles se ponen de pie al iniciarse el canto del Aleluya  o, en todo caso, antes del evangelio.

 

EVANGELIO

El sacerdote, inclinado ante el altar, dice en voz baja:

Purifica mi corazón y mis labios, Dios todopoderoso, para que anuncie dignamente tu Evangelio.

 

Después el diácono o el sacerdote va al ambón y dice:

 

El Señor esté con vosotros.

 

El pueblo responde:

 

Y con tu espíritu.

 

El sacerdote:

 

Lectura del Santo Evangelio según San []

 

El pueblo aclama:

 

Gloria a ti, Señor.

 

Una vez leído el Evangelio, el sacerdote dice:

 

Palabra del Señor.

 

Todos aclaman:

 

Gloria a ti, Señor Jesús.

 

El sacerdote besa el libro, diciendo en voz baja:

 

Que las palabras del Evangelio borren nuestros pecados.

 

HOMILÍA

En este momento el sacerdote hablará sobre las cuestiones de doctrina que considere de interés. Debe decirse todos los domingos y fiestas de precepto. Al terminar es oportuno guardar un breve espacio de tiempo en silencio. Los fieles permanecen sentados.

 

PROFESIÓN DE FE

Acabada la homilía y si es festivo, todos, de pie, rezarán el Credo, en una de las dos formas: Credo Niceno o Credo Apostólico:

 

CREDO  NICENO

 

Creo en un solo Dios, Padre todopoderoso, Creador del cielo y de la tierra, de todo lo visible y lo invisible. Creo en un solo Señor Jesucristo, Hijo único de Dios, nacido del Padre antes de todos los siglos: Dios de Dios, Luz de Luz, Dios verdadero de Dios verdadero, engendrado, no creado, de la misma naturaleza del Padre, por quien todo fue hecho; que por nosotros los hombres, y por nuestra salvación bajó del cielo,

 

Se inclina levemente la cabeza en señal de respeto.

 

y por obra del Espíritu Santo se encarnó de María, la Virgen, y se hizo hombre;

 

Se finaliza la inclinación de la cabeza.

 

y por nuestra causa fue crucificado en tiempos de Poncio Pilatos: padeció y fue sepultado y resucitó al tercer día según las Escrituras, y subió al cielo y está sentado a la derecha del Padre; y de nuevo vendrá con gloria para juzgar a vivos y muertos, y su reino no tendrá fin. Creo en el Espíritu Santo, Señor y dador de vida, que procede del Padre y del Hijo, que con el Padre y el Hijo recibe una misma adoración y gloria, y que habló por los profetas. Creo en la Iglesia, que es una, santa, católica y apostólica. Confieso que hay un solo Bautismo para el perdón de los pecados. Espero la resurrección de los muertos y la vida del mundo futuro. Amén.

CREDO APOSTOLICO

 

Creo en Dios, Padre todopoderoso, Creador del cielo y de la tierra. Creo en Jesucristo, su único Hijo, nuestro Señor,

 

Se inclina levemente la cabeza en señal de respeto

.

que fue concebido por obra y gracia del Espíritu Santo, nació de santa María Virgen,

 

Se finaliza la inclinación de la cabeza.

 

padeció bajo el poder de Poncio Pilatos, fue crucificado, muerto y sepultado, descendió a los infiernos, al tercer día resucitó de entre los muertos, subió a los cielos y está sentado a la derecha de Dios, Padre todopoderoso. Desde allí ha de venir a juzgar a vivos y muertos. Creo en el Espíritu Santo, la santa Iglesia católica, la comunión de los santos, el perdón de los pecados, la resurrección de la carne y la vida eterna. Amén.

 

ORACIÓN DE LOS FIELES

Después se hace la plegaria universal u oración de los fieles, que se desarrolla de la siguiente forma:

 

Invitatorio

El sacerdote invita a los fieles a orar, por medio de una breve monición.

Intenciones

Las intenciones son propuestas por un diácono o, en su defecto, por un lector o por otra persona idónea.

El pueblo manifiesta su participación con una invocación u orando en silencio.

La sucesión de intenciones ordinariamente debe ser la siguiente:

a)     por las necesidades de la Iglesia;

b)     por los gobernantes y por la salvación del mundo entero;

c)     por  aquellos que se encuentran en necesidades particulares;

d)    por la comunidad  local.

 

Conclusión

El sacerdote termina la plegaria con una oración conclusiva.

 

LITURGIA EUCARÍSTICA

Un momento después llegó el Ofertorio y La Santísima Virgen dijo “reza así: (y yo La seguía) Señor, te ofrezco todo lo que soy, lo que tengo, lo que puedo, todo lo pongo en Tus manos.  Edifica tú, Señor con lo poco que soy.  Por los meritos de tu Hijo, transfórmame, Dios Altísimo.  Te pido por mi familia, por mis bienhechores, por cada miembro de nuestro apostolado, por todas las personas que nos combaten, por aquellos que se encomiendan a mis pobres oraciones…enséñame a poner mi corazón en el suelo para que su caminar sea menos duro…Así oraban los santos, así quiero que lo hagan”.

De pronto empezaron a ponerse de pie unas personas que no había visto antes. Era como si del lado de cada persona que estaba en la Catedral, saliera otra persona y aquello se lleno de unos personajes jóvenes, hermosos.  Iban vestidos con túnicas muy blancas y fueron saliendo hasta el pasillo central dirigiéndose hacia el Altar.

Dijo nuestra Madre: “Observa, son los Ángeles de la Guarda de cada una de las personas que están aquí.  Es el momento en que su ángel de la Guarda lleva sus ofrendas y peticiones ante el Altar del Señor”.

En aquel momento, estaba completamente asombrada, porque esos seres tenían rostros tan hermosos, tan radiantes como no puede uno imaginarse. Lucían unos rostros muy bellos, casi femeninos, sin embargo la complexión de su cuerpo, sus manos, su estatura era de hombre.  Los pies desnudos no pisaban el suelo, sino que iban como deslizándose, como resbalando.  Aquella procesión era muy hermosa.

Algunos de ellos tenían como una fuente de oro con algo que brillaba con una luz blanca-dorada, dijo la Virgen:  “Son los Ángeles de la guarda de las personas que están ofreciendo esta Santa Misa por muchas intenciones, aquellas personas que están conscientes de lo que significa esta celebración, aquellas que tienen que ofrecer al Señor” .

“Ofrezcan en este momento, ofrezcan sus penas, sus dolores, sus ilusiones, sus tristezas, sus alegrías, sus peticiones.  Recuerden que la Misa tiene un valor infinito por lo tanto, sean generosos en ofrecer y en pedir.

Detrás de los primeros Ángeles venían otros que no tenían nada en las manos, las llevaban vacías.  Dijo la Virgen: “Son los Ángeles de las personas que estando aquí no ofrecen nunca nada, que no tienen interés en vivir cada momento litúrgico de la Misa y no tienen ofrecimientos que llevar ante el Altar del Señor”.

En último lugar iban otros Ángeles que estaban medio tristes, con las manos juntas en oración pero con la mirada baja.  “Son los Ángeles de la guarda de las personas que estando aquí, no están, es decir de las personas que han venido forzadas que han venido por compromiso, pero sin ningún deseo de participar de la Santa Misa y los Ángeles van tristes porque no tienen que llevar ante el Altar, salvo sus propias oraciones”.

“No entristezcan a su Ángel de la Guarda… ¡La Misa tiene un valor infinito! Eso lo van a comprender el día que estén al otro lado. ¡Pidan por todo! Pidan por ustedes, pero no sean egoístas, acuérdense de los pobres, de los necesitados, de los pecadores, de los políticos que no hay nadie que rece por ellos…acuérdense de la gente que está sufriendo en las cárceles, los enfermos, por la paz del mundo, por sus familiares, sus vecinos, por quienes se encomiendan a sus oraciones.  Pidan, pidan mucho, pero también ofrezcan. …Porque eso le agrada al Señor. 

“Recuerden que el ofrecimiento que más agrada al Señor es cuando se ofrecen ustedes mismos como holocausto, para que Jesús, al bajar, los transforme por Sus propios méritos.  “¿Qué tienen que ofrecer al Padre por si mismos?  La nada y el pecado, pero al ofrecerse unidos a los meritos de Jesús, aquel ofrecimiento es grato al Padre”.

Aquel espectáculo, aquella procesión era tan hermosa que difícilmente podría compararse a otra.  Todas aquellas criaturas celestiales haciendo una reverencia ante el Altar, unas dejando su ofrenda en el suelo, otras postrándose de rodillas con la frente casi en el suelo y luego que llegaban allí desaparecían de mi vista.

 

LITURGIA EUCARISTICA

 

PRESENTACIÓN DE LAS OFRENDAS

Acabada la Liturgia de la Palabra, los ministros colocan en el altar el corporal, el purificador, el cáliz y el misal, mientras tanto puede ejecutarse un canto adecuado.

Conviene que los fieles expresen su participación en la ofrenda, bien sea llevando el pan y el vino para la celebración de la eucaristía, bien aportando otros dones para las necesidades de la Iglesia o de los pobres. Los fieles que no participan personalmente en la ofrenda permanecen sentados.

El sacerdote presenta a Dios los dones del pan y del vino que, por la Consagración, se convertirán en el Cuerpo y la Sangre del Señor. Esta parte se conoce como el 'Ofertorio'.

 

El sacerdote toma la patena con el pan y, manteniéndola un poco elevada sobre el altar, dice en secreto:

 

Bendito seas, Señor, Dios del Universo, por este pan, fruto de la tierra y del trabajo del hombre, que recibimos de tu generosidad y ahora te presentamos: él será para nosotros pan de vida.

 

Si no se canta durante la presentación de las ofrendas, el sacerdote puede decir en voz alta estas palabras; y el pueblo aclamará:

 

 Bendito seas, por siempre, Señor.

 

El diácono o el sacerdote dice en voz baja mientras pone vino y un poco de agua en el cáliz:

El agua unida al vino sea signo de nuestra participación en la vida divina de quien ha querido compartir nuestra condición humana.

 

Al ofrecer el vino, el sacerdote dice:

 

Bendito seas, Señor, Dios del Universo, por este vino, fruto de la vid y del trabajo del hombre, que recibimos de tu generosidad y ahora te presentamos: él será para nosotros bebida de salvación.

 

Si el sacerdote lo ha dicho en voz alta, el pueblo aclamará:

 

 Bendito seas, por siempre, Señor.

 

El sacerdote, inclinado, dice en secreto:

Acepta, Señor, nuestro corazón contrito y nuestro espíritu humilde; que éste sea hoy nuestro sacrificio y que sea agradable en tu presencia, Señor, Dios nuestro.

 

Mientras el sacerdote se lava las manos, dice en secreto:

 

Lava del todo mi delito, Señor, limpia mi pecado.

 

ORACIÓN SOBRE LAS OFRENDAS

El celebrante se va al centro del altar y, de cara al pueblo, puesto de pie, dice:

Orad, hermanos, para que este sacrificio mío y vuestro, sea agradable a Dios, Padre todopoderoso.

 

El pueblo responde:

 

 El Señor reciba de tus manos este sacrificio, para alabanza y gloria de su nombre, para nuestro bien y el de toda su santa Iglesia.

 

El celebrante canta o dice la oración sobre las ofrendas, que es variable y propia de cada misa y los fieles de pie..

 

Al final el pueblo aclama:

 

Amén.

 

PLEGARIA EUCARÍSTICA

 

DIALOGO INTRODUCTORIO AL PREFACIO

El sacerdote comienza la plegaria eucarística con el prefacio. Con las manos extendidas dice:

El Señor esté con vosotros.

 

El pueblo responde:

 

 Y con tu espíritu.

 

El sacerdote, elevando las manos, prosigue:

 

Levantemos el corazón

 

El pueblo responde:

 

 Lo tenemos levantado hacia el Señor.

 

El sacerdote, con las manos extendidas, añade:

 

Demos gracias al Señor, nuestro Dios.

 

El pueblo responde:

 

 Es justo y necesario.

 

Había llegado el momento de la Consagración, el momento del más maravilloso de los Milagros y cuando la asamblea decía: “Santo, Santo, Santo” de pronto, todo lo que estaba detrás de los celebrantes desapareció.  Del lado izquierdo del señor Arzobispo hacia atrás en forma diagonal aparecieron miles de Ángeles pequeños, Ángeles grandes, Ángeles con las alas inmensas, Ángeles con alas pequeñas, Ángeles sin alas, como los anteriores; todos vestidos con unas túnicas como las albas blancas de los sacerdotes o los monaguillos.

…Del lado derecho del Arzobispo hacia atrás en forma también diagonal, una multitud de personas, iban vestidas con la misma túnica pero en colores pastel: rosa, verde, celeste, lila, amarillo; en fin, de distintos colores muy suaves.  Sus rostros también eran brillantes, llenos de gozo, parecían tener todos la misma edad.  Se podía apreciar (y no puedo decirlo porque) que había gente de distintas edades, pero todos parecían igual en las caras, sin arrugas, felices.  Todos se arrodillaban también ante el canto de “Santo, Santo, Santo, es el Señor…”

Dijo nuestra Señora: -“Son todos los Santos y Bienaventurados del cielo y entre ellos, también están las almas de los familiares de ustedes que gozan ya de la Presencia de Dios”. La Virgen dijo que cuando uno ofrece la Misa y reza por sus difuntos y va nombrándolos mentalmente, el Señor concede la Gracia de quien pide por los suyos” en ese momento se hacen presente ellos”. Y me dijo: “Pide por tu padre, por tu abuela, por los tuyos”… y yo podía ver a todos ellos allí. Todos ellos estaban encabezados por San José… estaban casi cerca del brazo del sacerdote.

  Entonces La vi.  Allá justamente a la derecha del Arzobispo…un paso detrás de Monseñor, estaba suspendida un poco del suelo, arrodillada sobre unas telas muy finas, transparentes pero a la vez luminosas, como agua cristalina, la Santísima Virgen, con las manos unidas, mirando atenta y  respetuosamente al celebrante.  Me hablaba desde allá, pero silenciosamente, directamente al corazón, sin mirarme.

-“¿Te llama la atención verme un poco más atrás de Monseñor, verdad?  Así debe ser…CON TODO LO QUE ME AMA MI HIJO, NO ME HA DADO LA DIGNIDAD QUE DA A UN SACERDOTE DE PODER TRAERLO ENTRE MIS MANOS DIARIAMENTE, COMO LO HACEN LAS MANOS SACERDOTALES.  Por  ello siento tan profundo respeto por un sacerdote y por el milagro que Dios realiza a través suyo, que me obliga a arrodillarme aquí”.

¡Dios mío, cuánta dignidad, cuánta gracia derrama el Señor sobre las almas sacerdotales y ni nosotros, ni tal vez muchos de ellos estamos conscientes!

Delante del altar, empezaron a salir unas sombras de personas en color gris que levantaban las manos hacia arriba.  Dijo La Virgen Santísima: -“Son las almas benditas del Purgatorio que están a la espera de las oraciones de ustedes para refrescarse.  No dejen de rezar por ellas.  Piden por ustedes, pero no pueden pedir por ellas mismas, son ustedes quienes tienen que pedir por ellas para ayudarlas a salir para encontrarse con Dios y gozar de El eternamente”.

­“Ya lo ves, aquí estoy todo el tiempo…La gente hace peregrinaciones y busca los lugares de Mis apariciones, y está bien por todas las gracias que allá se reciben, pero en ninguna aparición, en ninguna parte Estoy más tiempo presente que en la Santa Misa.  Al pie del Altar donde se celebra la Eucaristía, siempre Me van a encontrar; al pie del Sagrario permanezco Yo con los Ángeles, porque Estoy siempre con Él”.

Ver ese rostro hermoso de la Madre en aquel momento del  “Santo”, al igual que todos ellos, con el rostro resplandeciente, con las manos juntas en espera de aquel milagro que se repite continuamente, era estar en el mismo cielo.  Y pensar que hay gente, habemos personas que podemos estar en ese momento distraídas, hablando…Con dolor lo digo, muchos varones más que mujeres, que de pie cruzan los brazos, como rindiéndole un homenaje de pie al Señor, de igual a igual.

Dijo la Virgen: “Dile al ser humano, que nunca un hombre es más hombre que cuando dobla las rodillas ante Dios”.

El celebrante dijo las palabras de la “consagración”.  Era una persona de estatura normal, pero de pronto empezó a crecer, a volverse lleno de luz, una luz sobrenatural entre blanca y dorada lo envolvía y se hacía muy fuerte en la parte del rostro, de modo que no podía ver sus rasgos.  Cuando levantaba la forma vi. Sus manos y tenía unas marcas en el dorso de las cuales salía mucha luz.  ¡Era Jesús! ¡Era El que con su Cuerpo envolvía el del celebrante como si rodeara amorosamente las manos del señor Arzobispo!  En ese momento la Hostia comenzó a crecer y crecer enorme y en ella, el Rostro maravilloso de Jesús mirando hacia Su pueblo.

Por instinto quise bajar la cabeza y dijo nuestra Señora: “No agaches la mirada, levanta la vista, contémplalo, cruza tu mirada con la suya y repite la oración de Fátima: Señor, yo creo, adoro, espero y Te amo, Te pido perdón por aquellos que no creen, no adoran, no esperan y no Te aman.  Perdón y Misericordia… Ahora dile cuanto lo amas, rinde homenaje al Rey de Reyes”.

Se lo dije, parecía que sólo a mí me miraba desde la enorme Hostia, pero supe que así contemplaba a cada persona, lleno de amor…Luego baje la cabeza hasta tener la frente en el suelo, como hacían todos los Ángeles y bienaventurados del cielo.  Por fracción de segundo tal vez, pensé que era aquello que Jesús tomaba el cuerpo del celebrante y al mismo tiempo estaba en la Hostia que al bajarla el celebrante se volvía nuevamente pequeña.  Tenía yo las mejillas llenas de lágrimas, no podía salir de mi asombro.

Inmediatamente Monseñor dijo las palabras consagratorias del vino y junto a sus palabras, empezaron unos relámpagos en el cielo y en el fondo.  No había techo de la Iglesia ni paredes, estaba todo oscuro solamente aquella luz brillante en el Altar.

De pronto suspendido en el aire, vi a Jesús, crucificado, de la cabeza a la parte baja del pecho.  El tronco transversal de la cruz estaba sostenido por unas manos grandes, fuertes.  De en medio de aquel resplandor se desprendió una lucecita como de una paloma muy pequeña muy brillante, dio una vuelta velozmente toda la Iglesia y se fue a posar en el hombro izquierdo del señor Arzobispo que seguía siendo Jesús, porque podía distinguir Su melena y Sus llagas luminosas, Su cuerpo grande, pero no veía Su Rostro.

Arriba, Jesús crucificado, estaba con la cara caída sobre el lado derecho del hombro, lo que se veía del rostro y brazos golpeados y descarnados.  Del costado derecho tenía una herida en el pecho salía a borbotones hacia la izquierda sangre y hacia la derecha sospecho que agua pero muy brillante, más bien eran chorros de luz que iban dirigiéndose hacia los fieles moviéndose a derecha e izquierda.  ¡Me asombraba la cantidad de sangre que salía encima del Cáliz y pensé que iba a chorrear y manchar todo el Altar, pero no cayó ni una sola gota!

Dijo la Virgen en ese momento: “Este es el Milagro de los Milagros, te lo he repetido, para el Señor no existe ni tiempo ni distancia y en el momento de la Consagración, toda la asamblea es trasladada al pie del Calvario en el instante de la crucifixión de Jesús”.

¿Puede alguien imaginarse eso?  Nuestros ojos no lo pueden ver, pero todos estamos allá, en el momento que a Él lo están crucificando y está pidiendo perdón al Padre, no solamente por quienes lo matan, sino por cada uno de nuestros pecados: “¡Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen!”.

 

SANTO

 

El sacerdote prosigue el prefacio con las manos extendidas. Al final de éste junta las manos y, en unión del pueblo, concluye el prefacio, cantando o diciendo en voz alta:

 

Santo, Santo, Santo es el Señor, Dios del Universo.

Llenos están el cielo y la tierra de tu gloria.

Hosanna en el cielo.

Bendito el que viene en nombre del Señor.

Hosanna en el cielo.

 

Los fieles escuchan en silencio y permaneciendo de pie la Plegaria Eucarística que dice el sacerdote en nombre de todos. Al llegar la consagración, normalmente se arrodillan, y para la aclamación, se ponen de nuevo en pie.

 

El sacerdote, con claridad, pronuncia las palabras del Señor para consagrar el pan:

 

TOMAD Y COMED TODOS DE ÉL, PORQUE ESTO ES MI CUERPO, QUE SERÁ ENTREGADO POR VOSOTROS.

 

Igualmente, consagra el vino con las palabras:

 

TOMAD Y BEBED TODOS DE ÉL, PORQUE ÉSTE ES EL CÁLIZ DE MI SANGRE, SANGRE DE LA ALIANZA NUEVA Y ETERNA, QUE SERÁ DERRAMADA POR VOSOTROS Y POR TODOS LOS HOMBRES PARA EL PERDÓN DE LOS PECADOS. HACED ESTO EN CONMEMORACIÓN MÍA.

 

Jesucristo Sacerdote, sirviéndose de las palabras de la Consagración pronunciadas por el sacerdote, convierte el pan en su Cuerpo y el vino en su Sangre

 

.

ACLAMACIONES DESPUES DE LA CONSAGRACION

 

 

A continuación, el celebrante, muestra al pueblo la Hostia consagrada y el Cáliz, y lo adora con un signo de reverencia y según la Plegaria eucarística que se siga, el sacerdote irá diciendo las oraciones previas a la Consagración:

 

Éste es el Sacramento de nuestra fe.

 

O bien:

 

Éste es el Misterio de la fe.

 

Y el pueblo prosigue, aclamando:

 

Anunciamos tu muerte,

Proclamamos tu resurrección.

¡Ven, Señor Jesús!

2

 

Aclamad el Misterio de la redención.

Y el pueblo prosigue aclamando:

Cada vez que comemos de este pan y bebemos de este cáliz ,anunciamos tu muerte, Señor, hasta que vuelvas.

3

Cristo se entregó por nosotros

Y el pueblo prosigue, aclamando:

Por tu cruz y resurrección nos has salvado, Señor.

El sacerdote prosigue la plegaria eucarística. Al final de ella, el sacerdote toma la patena con el pan consagrado y el cáliz y, sosteniéndolos elevados, dice:

Por Cristo, con él y en él, a ti, Dios Padre omnipotente, en la unidad del Espíritu Santo, todo honor y toda gloria por los siglos de los siglos.

 

El pueblo aclama:

Amén.

 

""en el agua se entiende el pueblo y en el vino se manifiesta la Sangre de Cristo. Y cuando en el cáliz se mezcla agua con el vino, el pueblo se junta a Cristo, y el pueblo de los creyentes se une y junta a Aquel en el cual creyó. La cual unión y conjunción del agua y del vino de tal modo se mezcla en el cáliz del Señor que aquella mezcla no puede

separarse entre sí. Por lo que nada podrá separar de Cristo a la Iglesia (...) Si uno sólo ofrece vino, la Sangre de Cristo empieza a estar sin nosotros, y si el agua está sola el

pueblo empieza a estar sin Cristo. Más cuando uno y otro se mezclan y se unen entre sí con la unión que los fusiona, entonces se lleva a cabo el sacramento espiritual y celestial.

 

AI momento de preparar sobre el Altar el pan y el vino "el Diácono u otro ministro, pasa al sacerdote la panera con el pan que se va a consagrar; vierte el vino y unas gotas de agua en el cáliz.."

Con este signo el sacerdote le pide a Dios que una nuestras vidas a la suya.

El instante en que se echa el agua se acompaña con una oración que se dice en secreto: "El agua unida al vino sea signo de nuestra

 

participación en la vida divina de quien ha querido compartir nuestra condición humana. Sugiere una traducción mejor

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ORACIÓN DEL SEÑOR

Cuando íbamos a rezar el Padrenuestro, Habló el Señor por primera vez durante la celebración y dijo: “Aguarda quiero que ores con la mayor profundidad de que seas capaz y que en este momento, traigas a tu memoria a la o a las personas que más daño te han ocasionado durante tu vida para que la abraces junto a tu pecho y le digas de todo corazón: -En el nombre de Jesús yo te perdono y te deseo la paz.  En el Nombre de Jesús te pido perdón y deseo mi paz-.  Si esa persona merece la paz, la va a recibir y le va a hacer mucho bien; si esa persona no es capaz de abrirse a la paz, esa paz volverá a tu corazón.  Pero no quiero que recibas y des la paz, a otras personas cuando no eres capaz de perdonar y sentir esa paz primero en tu corazón”.

“Cuidado con lo que hacen”, -continuo el Señor- “Ustedes repiten en el Padrenuestro: perdónanos así como nosotros perdonamos a los que nos ofenden.  Si ustedes son capaces de perdonar y no olvidar, como dicen algunos, están condicionando el perdón de Dios.  Están diciendo perdóname únicamente como yo soy capaz de perdonar, no más allá”.

 

Rito de la comunión

 

Una vez que ha dejado el cáliz y la patena, el sacerdote, con las manos juntas, dice ésta u otra introducción:

Fieles a la recomendación del Salvador y siguiendo su divina enseñanza, nos atrevemos a decir:

 

Toda la asamblea continúa con el celebrante el canto o la recitación de la oración dominical:

 

Padre nuestro, que estás en el cielo, santificado sea tu Nombre; venga a nosotros tu reino; hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo. Danos hoy nuestro pan de cada día; perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden; no nos dejes caer en la tentación, y líbranos del mal.

 

El sacerdote prosigue él solo:

 

Líbranos de todos los males Señor, y concédenos la paz en nuestros días, para que, ayudados por tu misericordia, vivamos siempre libres de pecado y protegidos de toda perturbación, mientras esperamos la  gloriosa venida de nuestro Salvador Jesucristo.

 

El pueblo concluye la oración, aclamando:

 

Tuyo es el reino, tuyo el poder y la gloria,  por siempre, Señor

No sé cómo explicar mi dolor, al comprender cuanto podemos herir al Señor y cuanto podemos lastimarnos nosotros mismos con tantos rencores, sentimientos malos y cosas feas que nacen de los complejos y de las susceptibilidades.  Pedí perdón y perdone de corazón a todos los que me habían lastimado alguna vez, para sentir la paz del Señor.

 

El celebrante decía: concédenos la paz y la unidad…y luego: “la paz del Señor esté con ustedes”

De pronto vi. Que en medio de algunas personas que se abrazaban (no todos), se colocaba en medio una luz muy intensa, supe que era Jesús y me abalance prácticamente a abrazar a la persona que estaba a mi lado. Pude sentir verdaderamente el abrazo del Señor en esa luz, era El que me abrazaba para darme Su paz, porque en ese momento había sido yo capaz de perdonar y de sacar de mi corazón todo dolor contra otras personas.  Eso es lo que Jesús quiere, compartir ese momento de alegría abrazándonos para desearnos Su paz.

 

RITO DE LA PAZ

 

 

Después el sacerdote, con las manos extendidas, dice en voz alta:

 

Señor Jesucristo, que dijiste a tus apóstoles:

“La paz os dejo, mi paz os doy”, no tengas en cuenta nuestros pecados, sino la fe de tu Iglesia y, conforme a tu palabra, concédele la paz y la unidad. Tú que vives y reinas por los siglos de los siglos.

 

El pueblo responde:

 

Amén

 

El sacerdote añade:

 

La paz del Señor esté siempre con vosotros.

 

El pueblo responde:

 

Y con tu espíritu.

 

Luego, si se juzga oportuno, el diácono o el sacerdote invita a darse la paz con éstas o parecidas palabras:

 

Daos fraternalmente la paz

 

Y todos, según la costumbre del lugar se dan la paz

 

FRACCIÓN DEL PAN

 

El sacerdote toma el pan consagrado, lo parte sobre la patena, y deja caer una parte del mismo en el cáliz. Mientras se canta o se dice:

 

Cordero de Dios, que quitas el pecado del mundo,

 ten piedad de nosotros.

Cordero de Dios, que quitas el pecado del mundo,

 ten piedad de nosotros.

Cordero de Dios, que quitas el pecado del mundo,

 danos la paz.

 

El sacerdote reza en secreto la oración para la comunión:

 

Señor Jesucristo, la comunión de tu Cuerpo y de tu Sangre no sea para mí un motivo de juicio y condenación, sino que, por tu piedad, me aproveche para defensa de alma y cuerpo y como remedio saludable.

 

 

 

COMUNIÓN

Llegó el momento de la comunión de los celebrantes, ahí volví a notar la presencia de todos los sacerdotes junto a Monseñor.  Cuando el comulgaba, dijo la Virgen:

“Este es el momento de pedir por el celebrante y los sacerdotes que lo acompañan, repite junto a Mi: Señor bendícelos, santifícalos, ayúdalos, purifícalos, ámalos, cuídalos, sostenlos con tu Amor…Recuerden a todos los sacerdotes del mundo, oren por todas las almas consagradas”

Hermanos queridos, ese es el momento que debemos pedir porque ellos son Iglesia, como también lo somos los laicos.  Muchas veces los laicos exigimos mucho de los sacerdotes, pero somos incapaces de rezar por ellos, de entender que son personas humanas, de comprender y valorar la soledad que muchas veces puede rodear a un sacerdote.

Debemos comprender que los sacerdotes son personas como nosotros y que necesitan comprensión, cuidado, que necesitan afecto, atención de parte de nosotros, porque están dando su vida por cada uno de nosotros, como Jesús, consagrándose a Él.

El Señor quiere que la gente del rebaño que le ha encomendado ore y ayude en la santificación de su Pastor.  Algún día, cuando estemos al otro lado, comprenderemos la maravilla que el Señor ha hecho al darnos sacerdotes que nos ayuden a salvar nuestra alma.

 

COMUNIÓN

 

El sacerdote hace genuflexión, toma el pan consagrado y, sosteniéndolo un poco elevado sobre la patena, lo muestra al pueblo, diciendo:

 

Éste es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo. Dichosos los invitados a la cena del Señor.

 

Y, juntamente con el pueblo, añade:

 

Señor, no soy digno de que entres en mi casa, pero una palabra tuya bastará para sanarme.

 

El sacerdote, después de comulgar con el Cuerpo  y la Sangre de Cristo, lee  la “Antífona de Comunión” que corresponde a ese día. Seguidamente, se acerca a los que quieren comulgar y mostrándoles el pan consagrado, dice a cada uno de ellos:

 

El Cuerpo de Cristo.

 

El que va a comulgar responde:

 

Amén.

 

Y comulga

Empezó la gente a salir de sus bancas para ir a comulgar.  Había llegado el momento del encuentro, de la “Comunión”, el Señor me dijo: “Espera un momento, quiero que observes algo…” por un impulso interior levante la vista hacia la persona que iba a recibir la comunión en la lengua de manos del sacerdote. 

Debo aclarar que esta persona era una de las señoras de nuestro grupo.   Cuando el sacerdote colocaba la Sagrada Hostia en su lengua, como un flash de luz, aquella luz muy dorada-blanca atravesó a esta persona por la espalda primero y luego fue envolviéndola por los hombros y la cabeza.  Dijo el Señor:

Así es como Yo Me complazco en abrazar a un alma que viene con el corazón limpio a recibirme!”.

El matiz de la voz de Jesús era de una persona contenta.  Yo estaba atónita mirando a esa amiga volver hacia su asiento rodeada de luz, abrazada por el Señor, y pensé en la maravilla que nos perdemos tantas veces por ir con nuestras pequeñas o grandes faltas a recibir a Jesús, cuando tiene que ser una fiesta.

Cuando me dirigía a recibir la comunión Jesús repetía: “La ultima cena fue el momento de mayor intimidad con los Míos.  En esa hora del amor, instaure lo que ante los ojos de los hombres podía ser la mayor locura, hacerme prisionero del amor.  Instaure la Eucaristía.  Quise permanecer con ustedes hasta la consumación de los siglos, porque Mi Amor no podía soportar que quedaran huérfanos aquellos a quienes amaba más que a Mi vida…”

Recibí aquella Hostia, que tenía un sabor distinto, era una mezcla de sangre e incienso que me inundo entera.  Sentía tanto amor que las lágrimas me corrían sin poder detenerlas…

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ANTIFONA DE COMUNIÓN

 

La antífona de la comunión se canta durante la distribución de la comunión a los fieles. Puede cantarse también otro himno apropiado.

 

Cuando llegué a mi asiento, al arrodillarme dijo el Señor: -“Escucha…” Y en un momento comencé a escuchar dentro de mí las oraciones de una señora que estaba sentada delante de mí y que acababa de comulgar.

Lo que ella decía sin abrir la boca era más o menos así: “Señor, acuérdate que estamos a fin de mes y que no tengo el dinero para pagar la renta, la cuota del auto, los colegios de los chicos, tienes que hacer algo para ayudarme… Por favor, haz que mi marido deje de beber tanto, no puedo soportar más sus borracheras y mi hijo menor, va a perder el año otra vez si no lo ayudas, tiene exámenes esta semana… Y no te olvides de la vecina que debe mudarse de casa, que lo haga de una vez porque ya no la puedo aguantar… etc., etc.

De pronto el señor Arzobispo dijo: “Oremos” y obviamente toda la asamblea se puso de pie para la oración final. Jesús dijo con un tono triste: -“¿Te has dado cuenta? Ni una sola vez Me ha dicho que Me ama, ni una sola vez ha agradecido el don que Yo le He hecho de bajar Mi Divinidad hasta su pobre humanidad, para elevarla hacia Mí. Ni una sola vez ha dicho: gracias, Señor. Ha sido una letanía de pedidos… y así son casi todos los que vienen a recibirme.”

“Yo He muerto por amor y Estoy resucitado. Por amor espero a cada uno de ustedes y por amor permanezco con ustedes…, pero ustedes no se dan cuenta que necesito de su amor. Recuerda que Soy el Mendigo del Amor en esta hora sublime para el alma.”

¿Se dan cuenta ustedes de que Él, el Amor, está pidiendo nuestro amor y no se lo damos? Es más, evitamos ir a ese encuentro con el Amor de los Amores, con el único amor que se da en oblación permanente.

Después, con el pueblo sentado o de rodillas, tiene lugar la purificación, que es cuando se limpian la patena y el cáliz. El sacerdote dice en secreto:

 

Haz, Señor, que recibamos con un corazón limpio el alimento que acabamos de tomar, y que el don que nos haces en esta vida nos aproveche para la eterna.

 

 

ACCIÓN DE GRACIAS

 

Terminada la comunión el sacerdote puede retirarse a la sede. Según las circunstancias, se guardará silencio durante unos instantes o se cantará algún salmo o himno de alabanza. Los fieles pueden permanecer  sentados durante la acción de gracias y hasta la oración, para la que se ponen de pie.

 

ORACION DESPUÉS DE LA COMUNIÓN

 

De pie en la sede o en el altar, el sacerdote dice:

 

Oremos.

 

Luego canta o recita la oración, después de la comunión, que es variable y propia de la misa del día.

 

Al final el pueblo aclama:

 

Amén.

 

 

RITO DE DESPEDIDA

 

En este momento se hacen, si es necesario y con brevedad, los oportunos anuncios o advertencias al pueblo.

 

BENDICIÓN

Cuando iba a dar la bendición el Arzobispo, hablo nuevamente la Santísima Virgen y dijo: “Atenta, cuidado…Ustedes hacen un garabato en lugar de la señal de la Cruz.  Recuerda que esta bendición puede ser la última que recibas en tu vida, de manos de un sacerdote.  Tú no sabes si saliendo de aquí vas a morir o no y no sabes si vas a tener la oportunidad de que otro sacerdote te de una bendición.  Esas manos consagradas te están dando la bendición en el Nombre de la Santísima Trinidad, por lo tanto, haz la señal de la Cruz con respeto y como si fuera la última de tu vida”.

 

 

BENDICIÓN

 

Después tiene lugar la despedida. El sacerdote extiende las manos hacia el pueblo y dice:

 

El Señor esté con vosotros.

 

El pueblo responde:

 

Y con tu espíritu.

 

El sacerdote bendice al pueblo, diciendo:

 

La bendición de Dios todopoderoso, Padre, Hijo + y Espíritu Santo,

 

Todos se santiguan.

 

 descienda sobre vosotros.

 

El pueblo responde:

 

Amén.

 

DESPEDIDA

 

Luego el diácono, o el mismo sacerdote, con las manos juntas, despide al pueblo con ésta o parecida fórmula:

 

Podéis ir en paz.

 

El pueblo responde:

 

Demos gracias a Dios.

 

Después el sacerdote besa con veneración el altar, como al comienzo, y, hecha la debida reverencia con los ministros, se retira a la sacristía.

 

.La Santa Misa ya ha terminado, los fieles pueden salir del templo si lo desean o seguir en lo que se denomina la 'Acción de Gracias', en la que cada uno, en oración íntima con el Señor, se dirige a Él con confianza, cariño y delicadeza por haberlo recibido en la comunión.

 

 

DESPEDIDA

Jesús me pidió que me quedara con Él unos minutos más luego de terminada la Misa. Dijo:

“No salgan a la carrera terminada la Misa, quédense un momento en Mi Compañía, disfruten de ella y déjenme disfrutar de la de ustedes…”

- Señor, verdaderamente, ¿cuánto tiempo te quedas luego de la comunión con nosotros?

Supongo que el Señor se debió reír de mi tontería porque contestó: “Todo el tiempo que tú quieras tenerme contigo. Si me hablas todo el día, dedicándome unas palabras durante tus quehaceres, te escucharé. Yo estoy siempre con ustedes, son ustedes los que Me dejan a Mí. Salen de la Misa y se acabó el día de guardar, cumplieron con el día del Señor y se acabó, no piensan que Me gustaría compartir su vida familiar con ustedes, al menos ese día.”

 “Yo lo sé todo, leo hasta en lo más profundo de sus corazones y sus mentes, pero me gusta que me cuenten ustedes sus cosas, que Me hagan partícipe como a un familiar, como al más íntimo amigo” ¡Cuántas gracias se pierde el hombre por no darme un lugar en su vida!”

Cuando me quedé aquel día con Él y en muchos otros días, fue dándonos enseñanzas y hoy quiero compartir con ustedes en esta misión que me han encomendado. Dice Jesús:

“Quise salvar a mi criatura, porque el momento de abrirles la puerta del cielo ha sido preñado con demasiado dolor…” “Recuerda que ninguna madre ha alimentado a su hijo con su carne, Yo He llegado a ese extremo de Amor para comunicarles mis méritos.”

“La Santa Misa Soy Yo mismo prolongando Mi vida y Mi sacrificio en la Cruz entre ustedes. Sin los méritos de Mi vida y de Mi Sangre, ¿qué tienen para presentarse ante el Padre? La nada, la miseria y el pecado…”

“Ustedes deberían exceder en virtud a los Ángeles y Arcángeles, porque ellos no tienen la dicha de recibirme como alimento, ustedes sí. Ellos beben una gota del manantial, pero ustedes que tienen la gracia de recibirme, tienen todo el océano para beberlo.”

La otra cosa de la que habló con dolor el Señor fue de las personas que hacen un hábito de su encuentro con Él. De aquellas que han perdido el asombro de cada encuentro con Él. Que la rutina vuelve a ciertas personas tan tibias que no tienen nada nuevo que decirle a Jesús al recibirlo. De no pocas almas consagradas que pierden el entusiasmo de enamorarse del Señor y hacen de su vocación un oficio, una profesión a la que no se le entrega más que lo que exige de uno, pero sin sentimiento…
Luego el Señor me habló de los frutos que debe dar cada comunión en nosotros. Es que sucede que hay gente que recibe al Señor a diario y que no cambia su vida. Que tienen muchas horas de oración y que hace muchas obras, etc. etc. Pero su vida no se va transformando y una vida que no se va transformando, no puede dar frutos verdaderos para el Señor. Los méritos que recibimos en la Eucaristía deben dar frutos de conversión en nosotros y frutos de caridad para con nuestros hermanos.

Los laicos tenemos un papel muy importante dentro de nuestra Iglesia, no tenemos ningún derecho a callarnos ante el envío que nos hace el Señor como a todo bautizado, de ir a anunciar la Buena Nueva. No tenemos ningún derecho de absorber todos estos conocimientos y no darlos a los demás y permitir que nuestros hermanos se mueran de hambre teniendo nosotros tanto pan en nuestras manos.

LA PROXIMA VEZ QUE ASISTAS A LA SANTA MISA, VIVELA.  SE QUE EL SEÑOR CUMPLIRA CONTIGO LA PROMESA DE QUE “NUNCA MAS TU MISA VA A VOLVER A SER LA DE ANTES”  Y CUANDO LO RECIBAS… ¡AMALO…!  EXPERIMENTA LA DULZURA DE SENTIRTE REPOSANDO ENTRE LOS PLIEGUES DE SU COSTADO, ABIERTO POR TI…PARA DEJARTE SU IGLESIA, SU SANTA MADRE, ABRIRTE LAS PUERTAS DE LA CASA DE SU PADRE, Y…PARA QUE FUERAS CAPAZ DE COMPROBAR SU AMOR MISERICORDIOSO A TRAVES DE ESTE TESTIMONIO Y TRATAR DE CORRESPONDERLE CON TU PEQUEÑO AMOR.

 

Los datos introductorios han sido extraídos de las apariciones de La Virgen María a Catalina, Mis. Laica del Corazón Eucarístico de Jesús y a Catalina Rivas, vidente con los estigmas de la Pasión del Señor.

 

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