lunes, 5 de octubre de 2015

Beato Santos de Cora - Beato Raimundo delle Vigne - Beato Mateo Carreri - Beatos Guillermo Hartley, Juan Hewett y Roberto Sutton 05102015

Beato Santos de Cora

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En Cora, del Lacio, beato Santos, presbítero de la Orden de Ermitaños de San Agustín, al que seguían las multitudes cuando predicaba la Palabra de Dios.



Beato Raimundo delle Vigne

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Beato Raimundo delle Vigne, religioso presbítero
En Nüremberg, en Baviera, beato Raimundo delle Vigne o de Capua, presbítero de la Orden de Predicadores, que fue prudente moderador espiritual de santa Catalina de Siena, de quien compuso una biografía.
La familia Delle Vigne era una de las más nobles de Capua. Pedro delle Vigne había sido canciller del emperador Federico II (su desempeño en ese cargo fue alabado por Dante en el «Infierno» de su Divina Comedia) . Entre los descendientes de este personaje figuró Raimundo de Capua, quien nació en 1330. Cuando era estudiante en la Universidad de Bolonia, ingresó en la orden de Santo Domingo. A pesar de su mala salud, Raimundo hizo una brillante carrera. A los treinta y siete años, fue nombrado prior de la Minerva de Roma; más tarde fue lector en Santa María Novella, en Florencia. En Siena, a donde fue enviado en 1374, conoció a santa Catalina. Durante la misa del día de san Juan Bautista, la santa oyó una voz que le decía: «Este es mi servidor muy amado y a él voy a confiarte». El P. Raimundo había sido ya capellán de las predicadoras de Montepulciano, de suerte que no carecía de experiencia en la dirección de religiosas, pero hasta entonces nada sabía de aquella joven. Catalina, que tenía veintisiete años, era dieciséis años más joven que el beato Raimundo. Era éste un hombre prudente y ponderado que no se dejaba llevar de impulsos ni se asustaba de las novedades. Aunque al principio no comprendió la misión a la que Dios le tenía destinado, reconoció inmediatamente la bondad de Catalina; una de las primeras cosas que hizo al tomarla bajo su dirección, fue permitirle que comulgase tan frecuentemente como lo deseara. Durante los últimos seis años de vida de santa Catalina, que fueron los más importantes, el beato fue su director espiritual y su brazo derecho, lo cual debería bastar para que la historia no olvidase su nombre.

La primera obra que emprendieron en común fue el cuidado de las víctimas de la peste que había diezmado la ciudad. El P. Raimundo contrajo la enfermedad y estuvo a las puertas de la muerte. Santa Catalina oró por él durante una hora y media y, a la mañana siguiente, el beato estaba perfectamente sano. Desde entonces, quedó convencido del don de milagros y de la misión divina de Catalina. Cuando la epidemia cedió, el P. Raimundo colaboró con santa Catalina en la predicación de la cruzada, en Pisa y otras ciudades y se encargó personalmente de entregar la famosa carta de la santa al feroz filibustero de Essex, Juan Hawkwood. La predicación de la cruzada se vio interrumpida por la rebelión de Florencia y de la Liga Toscana contra el Papa de Aviñón; entonces, el P. Raimundo y Catalina consagraron sus esfuerzos a restablecer la paz en Italia y a conseguir que Gregorio IX volviese a Roma. En 1378, murió este Pontífice y Urbano VI le sucedió; pero el partido de la oposición eligió a Clemente VII, y así comenzó el cisma de Occidente. Santa Catalina y el Beato Raimundo no tenían duda alguna acerca de quién era el Papa legítimo. Urbano VI envió a Raimundo de Capua a Francia a predicar contra Clemente VII y a ganar para su causa al rey Carlos V. Catalina se despidió en Roma del fiel dominico que tanto la había ayudado en sus empresas por la gloria de Dios y que tantas veces había pasado el día entero confesando a los pecadores que ella había convertido a penitencia. «Jamás volveremos a hablarnos», exclamó Catalina al despedirse, y cayó de rodillas bañada en lágrimas.

Los soldados de Clemente detuvieron al Beato Raimundo en la frontera, Felizmente logró escapar con vida y volvió a Génova, donde recibió una carta de santa Catalina, que estaba muy desilusionada por su fracaso. El papa Urbano le escribió que tratase de llegar a Francia por España, pero no lo consiguió, santa Catalina le escribió otra carta, en la que le reprochaba duramente lo que ella consideraba como una cobardía. A pesar de todo, Raimundo de Capua permaneció en Génova predicando contra Clemente y estudiando para obtener el título de licenciado en teología. Hallándose en Pisa el 28 de abril de 1380, «oyó una voz que no tenía sonido y cuyas palabras llegaban a su inteligencia sin pasar por sus oídos». La voz le mandó: «Dile que no se desaliente. Yo estaré con él en todos los peligros y, si fracasa, yo le ayudaré nuevamente». Pocos días más tarde, el beato se enteró de la muerte de Catalina y supo que había dicho exactamente las mismas palabras sobre él a quienes la rodeaban en su lecho de muerte. El P. Raimundo tomó a su cargo la «familia» de la santa, que se componía de un reducido número de clérigos y laicos que la habían ayudado y apoyado en todas sus empresas, y continuó trabajando ardientemente para poner fin al cisma.

Además, durante los siguientes diecinueve años, se distinguió en otro género de actividad. Por la época de la muerte de santa Catalina, fue elegido maestro general de los dominicos partidarios del papa Urbano. El beato se consagró seriamente a restaurar el fervor, que había decaído mucho a causa del cisma, de la «muerte negra» y de la debilidad general. En particular se esforzó por rejuvenecer el aspecto propiamente monástico de la orden y para ello estableció cierto número de conventos de estricta observancia en varias provincias, con el objeto de que su fervor influyese en el conjunto. La reforma no tuvo un éxito completo, y se han reprochado a Raimundo de Capua las medidas que tomó, porque tendían a modificar y disminuir la importancia intelectual de los dominicos. Pero hay que decir que tales medidas produjeron una serie de varones de Dios, y no sin razón se ha llamado «segundo fundador de la orden» a su vigésimo tercer maestro general. Otra parte del plan del beato consistía en difundir la tercera orden por todo el mundo. En esa empresa le ayudó mucho el P. Tomás Caffarini, a cuyas instancias debemos que Raimundo de Capua haya terminado la biografía de santa Catalina. Además, en sus años mozos, cuando tenía menos trabajo, había escrito una vida de santa Inés de Montepulciano. El Beato Raimundo de Capua murió en Nüremberg el 5 de octubre de 1399, cuando se hallaba trabajando por la reforma de los dominicos en Alemania. Fue beatificado en 1899.

No se ha conservado ninguna de las biografías contemporáneas del beato; pero naturalmente se encuentran muchos datos sobre él en las fuentes biográficas de Santa Catalina de Siena. Se conservan, además, los escritos de Raimundo de Capua (Opuscula et Litterae, 1889), y el Registrum Litterarum de los maestros generales de la orden de Santo Domingo, editado por el P. Reichert; desgraciadamente, esta última obra está incompleta. Dichos documentos oficiales son de gran importancia para el estudio del movimiento de reforma iniciado por el beato. La biografía moderna escrita por H. Cormier, Le bt. Raymond de Capoue (1889), es excelente. Por otra parte el beato ocupa un sitio prominente en el tercer volumen de la Histoire des Maitres Généraux O.P. de Mortier. Véase también el artículo de Bliemetzrieder en Historisches Jahrbuch, vol. XXX (1909), pp. 231-273.
fuente: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI


Beato Mateo Carreri

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En Vigevano, de la Lombardía, beato Mateo (Juan Francisco) Carreri, presbítero de la Orden de Predicadores, que fue vehemente y fecundo predicador de la Palabra de Dios en su tiempo.

Mateo (Juan Francisco) Carreri, Beato
Mateo (Juan Francisco) Carreri, Beato

Presbítero, 5 de octubre


Por: . | Fuente: Santiebeati.it 



Presbítero

Martirologio Romano: En Vigevano, de la Lombardía, beato Mateo (Juan Francisco) Carreri, presbítero de la Orden de Predicadores, que fue vehemente y fecundo predicador de la Palabra de Dios en su tiempo (1470). 

Fecha de beatificación: El Papa Benedicto XIV confirmó su culto el 23 de septiembre de 1742.
Juan Francesco Carreri, de la noble familia Carreri, debe ser contado entre los religiosos que en el siglo XV más infatigablemente trabajaron por la salud de las almas y por la reforma de la Orden. Cambió su nombre de pila al de Mateo. De niño parecía un ángel por la belleza del cuerpo y por la bondad del corazón. No le faltaron insidias y tentaciones pero él, con la gracia de Dios las superó todas, reportando una completa victoria. Deseoso de abrazar la vida religiosa le pidió a Dios hacerle conocer su voluntad y un día, entrando en la iglesia de Santo Domingo de Mantua, quedó tan suavemente golpeado por la devota salmodia de los frailes, que enseguida decidió entrar en la Orden de los Predicadores. Su noviciado fue uno de los más fervientes, y a menudo el Padre Maestro tuvo que moderar en él su excesivo ardor. La oración, el estudio, la penitencia fueron los medios seguros con que se preparó para su portentosa oratoria. Lombardía y Toscana fueron sacudidas por su ardiente palabra y los prodigios que lo acompañaron. Combatió sin descanso la profanación de los días festivos y las diversiones ilícitas. Llevó un espíritu nuevo a varios conventos, especialmente en aquel de Soncino, en el que introdujo una completa reforma. Cuido mucho de la Tercera Orden haciendo brotar aquella admirable flor de santidad, que fue Luchina de Soncino. Deseaba poder degustar, antes de morir, alguna gota de la Pasión del Salvador, y lo consiguió: La Cruz del Gólgota se le apareció y su corazón fue traspasado por una aguda flecha. Su muerte, ocurrida el 5 de octubre de 1470 en Vigevano, fue seguida por muchos milagros. Su cuerpo es venerado en la iglesia de San Pedro Mártir. Los vigevanenses en el 1482 consiguieron del Papa Sixto IV la autorización de celebrar la memoria litúrgica y, en el 1518, fue proclamado Co-patrono de la ciudad. 

responsable de la traducción: Xavier Villalta




Beato Guillermo Hartley

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Mártires de la persecución en Inglaterra (1535 - 1681)
Se llama así a los católicos que murieron en Inglaterra en defensa de su fe y de la primacía del Papa, entre 1535 y 1681, durante las persecuciones bajo Enrique VIII, Isabel 1, Jacobo 1, Carlos I, la República de Cromwell y Carlos II.
Se llama así a los católicos que murieron en Inglaterra en defensa de su fe y de la primacía del Papa, entre 1535 y 1681, durante las persecuciones bajo Enrique VIII, Isabel 1, Jacobo 1, Carlos I, la República de Cromwell y Carlos II. El número total (excluyendo los que padecieron en Irlanda bajo el mismo régimen) se calcula en unos 600, pero de éstos sólo una lista de 360 nombres fue enviada a la Santa Sede en 1874 por el cardenal Manning para iniciar su beatificación. De los otros, quizá no menos «mártires», no se tenían suficientes datos, o los motivos religiosos de su ejecución estaban algo mezclados con otros motivos como, p. ej., los que fueron ajusticiados después de la rebelión conocida como «pilgrimage of Grace» de 1536.

De la lista de los 360, el decreto de la Sagrada Congregación de Ritos (9 dic. 1886) apartó a 44 (principalmente por haber muerto en la cárcel), aguardando un ulterior estudio. Por decreto del 29 dic. 1886, León XIII aprobó que 54 (y por decreto del 13 mayo 1895, otros 9 más) habían ya sido «equivalentemente» beatificados por el papa Gregorio XIII, quien, en 1583, había permitido la representación de su martirio con paridad a la de los antiguos mártires cristianos. El número de los «Beati» ascendió a 64 cuando el papa Benedicto XV, el 23 mayo 1920, beatificó al arzobispo de Armagh (Irlanda), S. Oliver Plunkett, canonizado en 1975, e incluido entre los M. de I. debido a que su juicio pasó de Irlanda a Londres, donde fue ejecutado el 11 jul. 1681, porque ningún jurado irlandés hubiera creído las acusaciones contra él alegadas por el infame Titus Oates.

De los 252 Venerables presentados por la Jerarquía de Inglaterra y Gales (junto con S. John Ogilvie presentado por la Jerarquía escocesa y canonizado en 1975) fueron beatificados 136 por Pío XI el 15 dic. 1929 y 85 por Juan Pablo II el 22 nov. 1987. El 19 mar. 1935, Pío XI canonizó a Juan Fisher y a Tomás Moro. Pablo VI canonizó el 25 oct. 1970 a los «Cuarenta Mártires de Inglaterra y Gales». Sus nombres son: Cuthbert Mayne, Ralph Sherwin, Alexander Briant, John Paine, Luke Kirby, Edmund Gennings, Eustace White, Polvdor Pladen, John Boste, John Almond, John Southworth, y William John Plessington, John Lloyd, John Kemble, John Roberts, Ambrose Barlow, Alban Roe, John Haughton, Augustine Webster, Robert Lawrence, Richard Reynolds, John Stone, John Jones, John Wall, Edmund Campion, Robert Southwell, Henry Walpole, Thomas Garnet, Edmund Arrowsmith, Henry Morse, Philip Evans, David Lewis, Nicholas Owen, Richard Gwyn, Swithun Wells, Philip Howard, John Rigby, Margaret Clitherow, Margaret Ward y Anne Line (cfr. Sagrada Congregación para las Causas de los Santos, Official Presentation of Documents on Martyrdom and Cult, Vaticano 1968).

A los muchos que sufrieron persecución religiosa -oficialmente reconocidos o no- se debe que con su ejemplo y constancia se mantuviera viva la fe católica en Inglaterra y que al cabo de tres siglos, resurgiera el catolicismo como algo no implantado desde fuera, sino con unas notas propias, nacionales, con caracteres bien marcados.[...]

Conclusión. Aunque las autoridades pretendieron dar a las condenas un carácter político, estos mártires y beatos defendían con su muerte una verdad de fe: el primado del Romano Pontífice: «Los mártires ingleses pueden definirse mártires de la Iglesia Católica, de la romanidad, de la primacía papal de esta Iglesia. El duelo lo fue entre derechos del César y derechos de Dios, y estos mártires murieron proclamando los derechos del César... Pero fueron noblemente intransigentes cuando esos derechos se quisieron anteponer a los derechos de Dios, que se identifican con los derechos de la Iglesia, con los derechos del Vicario de Cristo» (Pío XI, L'Osservatore Romano, 9-10 dic. 1929, 1). Como ha dicho Pablo VI: «son mártires por defender la estructura jerárquica y unitaria de la Iglesia, del todo respetuosa con la potestad temporal en el foro civil, pero libre en el foro espiritual. Son mártires de la libertad y unidad de la Iglesia» (Aloc. 25 oct. 1970, L'Osservatore Romano, 26-27 oct. 1970).

Bibliografía: Para una lista completa de los mártires, v. A. BUTLER, Lires of Saints, 4 vol., Londres 1956; J. H. POLLEN, Acts of English Martyrs. Londres 1891; íD., Unpublished do( uments relating to English Martyrs. Londres 1908; B. CAMM, Lires qf the English Marty1-s /_535-1583, de( lared blessed by Pope Leo XIII in 1886 and 1895, 2 vol., Londres 1904-05; E. H. BURTON y J. H. POLLEN, Lires of English Martyrs, 2' serie: The Venerables (1583-88), Londres 1914; E. WAUGH, Edmund Campion, Londres 1935; B. LLORCA y R. GARCÍA VILLOSLADA, Historia de la Iglesia Católica, 111, 2 ed. Madrid 1967, 725-33; 917-28; A. EHRHARD y W. NEUSS, historia de la Iglesia, IV, Madrid 1962, 134-146; P. MOLINARI, 1 quaranta Martini d'Inghilterra e del Calles, «L'Oss. Romano» 24 oct. 1970; S. USHERWOOD, E. ÜSHERWOOD, We die for the old Religion (historia de los 85 mártires beatificados el 22 nov. 1987), Londres 1987.
Introducción general tomada de La Gran Enciclopedia Rialp, 1991, artículo firmado por Richard A. P. Stork.

fuente: Gran Enciclopedia Rialp

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