lunes, 5 de octubre de 2015

San Froilán de León - San Atilano de Zamora - Beato Pedro de Imola - Santa Flora de Beaulieu 05102015

San Froilán de León

image Saber más cosas a propósito de los Santos del día


San Froilán de León, eremita y obispo
En León, ciudad de Hispania, conmemoración de san Froilán, obispo, que primero fue eremita y después, ordenado obispo, evangelizó las regiones liberadas del yugo de los musulmanes, propagó la vida monástica y se distinguió por su beneficencia hacia los pobres.
San Froilán fue uno de los hombres que forjaron la España medieval en las difíciles horas del siglo IX. Dos grandes tareas se imponían a los hombres de aquella época para librarse del angustioso aniquilamiento que les amenazaba: la reconquista del suelo patrio de manos de los árabes y la inmensa obra de colonización que a la Reconquista seguía. Por fortuna, se conserva una corta biografía del «ortodoxo varón Froilán, obispo legionense», copiada en elegante minúscula visigótica por el diácono Juan, contemporáneo suyo. Esa copia es del año 920, quince años después de la muerte del santo obispo (905). Ignoramos quién fue su autor. A pesar de su estilo lacónico y de sus adherencias legendarias, podemos reconstruir los rasgos fundamentales de su vida y carácter.

Nace el año 833 en los arrabales de Lugo. Allí recibe durante sus primeros años la enseñanza que los concilios exigían a los candidatos para el sacerdocio. Al llegar a los dieciocho años su vida interior entró en crisis. Dudó entre la vida retirada del desierto o la actividad apostólica. El futuro fundador de cenobios y gran predicador de muchedumbres opta por la soledad de los montes. Pero mientras él gozaba de los encantos de la soledad, estallaba en la España musulmana una violenta persecución contra los cristianos. El año 850 comenzó a florecer de nuevo con el rito solemne de la sangre el martirologio cordobés.
Tal vez la voz poderosa de esta sangre inocente retumbó entre los montes donde Froilán se escondía y le empujó a organizar una cruzada. Tal vez en el diálogo familiar con Dios sintió la invitación a la vida activa. Nos cuenta su biógrafo, con la ingenuidad de nuestros cantares de gesta y, sin duda, imitando los inicios de la predicación de Isaías, que al joven eremita le acuciaba la duda de si debía permanecer por más tiempo en aquellas soledades. Para liberarse de ella se sometió a la prueba del fuego. Si Dios suspendía las leyes, era señal evidente de su voluntad divina. Froilán introdujo unas brasas encendidas en su boca. El fuego no le causó la más mínima quemadura. Dios había hablado. De los montes se lanzó a los poblados a propagar entre los hombres otro fuego que le ardía dentro. Su vida nos dice escuetamente que recorría las ciudades predicando sin cesar la palabra divina con gran aplauso de todos.

En sus triunfos pastorales sentía irresistiblemente el atractivo de la soledad para reponer sus energías. Acompañado del sacerdote Atilano torna a su retiro. Ambos se escondieron en los montes de Curueño (León). Pero los pueblos en masa le seguían a su celda solitaria. Con las muchedumbres iban magnates y obispos que anhelaban oír su palabra. Entre sus oyentes se despertaron numerosos seguidores cautivados por sus ejemplos. Ante los ruegos insistentes se ve forzado a bajar a la ciudad de Veseo. Allí erige su primer monasterio, que llenará pronto con 300 monjes. Es el comienzo de una nueva etapa: fundador de cenobios. Su fama salta los montes de León y llega a oídos de Alfonso III en Oviedo. El rey le envía mensajeros ordenándole venir a su corte. Honda impresión causó en Alfonso la presencia de aquel monje. Se fija en él para la gigantesca obra de repoblación que había comenzado su padre, Ordoño I. Las zonas fronterizas a ambos lados del río estaban despobladas y devastadas por los reyes asturianos. Lo exigía así la táctica militar. Pero había que ir empujando la frontera más abajo. Para eso, en la zona norte del Duero era necesario levantar los poblados destruidos y poner en explotación las tierras abandonadas. Ninguna fuerza más cohesiva para dar vida a estas preocupaciones regias que la acción colonizadora de los monasterios. Esto lo comprendió cabalmente Alfonso III y concedió al santo amplias facultades para visitar todos sus dominios y levantar cenobios a cuyo amparo se acogiesen los nuevos poblados. Estas agrupaciones humanas, así formadas, constituían una unidad política cuyo jefe era el abad, y sus agentes y maestros los monjes, que enseñaban las artes de la paz e infundían el espíritu de cruzada en la guerra de reconquista. Froilán puso en juego de nuevo su capacidad de iniciativa y se dio a recorrer las tierras del reino alfonsino. Su beligerante actitud le llevó a fundar dos grandes monasterios cerca de la frontera, a pocos kilómetros de Zamora.

El primero fue el de San Salvador de Tábara. En él se congregaron 600 monjes de ambos sexos. Era uno de esos monasterios llamados dúplices, donde las monjas, aunque rigurosamente separadas, tenían la ventaja de la asistencia sacerdotal y de la defensa en caso de invasión. Fue éste, en el siglo x, uno de los más famosos monasterios por el arte refinado de su escritorio. No sobreviven ruinas del edificio, pero, afortunadamente, un códice de su escritorio nos la conserva parcialmente. En el último folio aparece la torre del monasterio, «alta y lapídea», de sillería policroma, con ventanales de arcos de herradura. Sobre el tejado, dos airosas torrecillas con sendas campanas. A los lados de los últimos ventanales, dos balcones voladizos se asoman al horizonte. Tres hombres suben a la torre por unas escaleras de mano y otro hace sonar las campanas tirando de una cuerda. Adosado a la torre está el escritorio. Un pergaminero aparece sentado en un taburete cortando el pergamino con grandes tijeras. En un aposento inmediato están el monje Senior, copista, y Emeterio, escriba y pintor, discípulo predilecto de Magio. Fue Mágio la gloria cultural más notable del monasterio tabarense. Contemporáneo en su niñez de Froilán, elevó a alturas maravillosas el arte de la miniatura. Son todos los datos que poseemos de esta espléndida fundación.

Del segundo monasterio tenemos aún menos noticias. Según el citado biógrafo, lo levantó en un emplazamiento alto y ameno junto a las aguas del Esla, al parecer cerca de Moreruela (Zamora). Sólo una frase añade a este laconismo: «...se reunieron allí 200 monjes consagrados a la ascesis de la vida regular». Aquellos cronistas medievales, avaros del tiempo, no nos cuentan nada de los métodos de dirección espiritual del santo cenobiarca ni del ambiente de perfección que, sin duda, reinaba en estos monasterios. Pero se siente palpitar en estas breves páginas biográficas la dinámica incontenible de Froilán, su temperamento emprendedor, su espíritu sobrenatural lleno de ardorosa elocuencia, su recia personalidad de caudillo espiritual. Esa era la fama que corría de pueblo en pueblo y de comarca en comarca y que cada día ganaba más admiradores. Por eso no es extraño que, al quedar vacante la sede de León, se alzase unánime la voz del clero y del pueblo, reclamando por obispo al abad Froilán. El rey, que no había logrado convencerle para que aceptase el oficio pastoral, se alegró sobremanera. Vencida su resistencia, fue consagrado obispo de León el día de Pentecostés, 19 de mayo del 900. Ese mismo día recibía también la consagración episcopal para la sede de Zamora su inseparable y santo amigo Atilano. Estas dos lumbreras, dice emocionado el autor anónimo, puestas sobre el candelero, iluminaron con la claridad de su luz eterna todos los confines de España. La Iglesia de León, que estaba dedicada, según una donación de la época, «a los señores, santos, gloriosos y, después de Dios, fortísimos patronos Santa María Virgen, Reina celeste, y San Cipriano, obispo y mártir», recibía ahora clamorosamente por obispo al que había de ser su Patrono hasta el día de hoy. Sólo la gobernó cinco años, pero el heroísmo de sus virtudes y el triunfo de su santidad la aureolaron para siempre.

Bibliografía: Acta sanctorum Oct., III, p 228-235, Florez, E, España sagrada, XXXIV Vita, p 422 425, 159-203; Gonzalez Fernandez, J, San Froilan de León (León 1946); Xiz Ramil, San Froilan (Santiago de Compostela, 1999).
fuente: BAC - Año cristiano




San Atilano de Zamora

image Saber más cosas a propósito de los Santos del día


San Atilano de Zamora, monje y obispo
En Zamora, también en Hispania, san Atilano, obispo, que, siendo monje, fue compañero de san Froilán en la predicación de Cristo por las tierras devastadas por los musulmanes.
Había nacido en Tarazona de Aragón, hacia el año 850, y, al parecer, de noble familia. Joven de quince años hace ya vida religiosa en un monasterio benedictino cercano a Tarazona. Es posible que viviese después algunos años en Sahagún, si es cierto que Ambrosio de Morales vio allí un códice de San Ildefonso de Toledo que fue copiado por «Atilano, monje de Domnos Santos (por San Facundo y San Primitivo) y después obispo de Zamora». Desde Tarazona, en la Villa de los Fayos, o desde Sahagún, el joven mozárabe busca un guía experimentado para su vida de perfección. Él, inexperto, amante de las virtudes y de la ciencia, ha sido ordenado sacerdote y, dedicado a la predicación hasta entonces, desea retirarse a un lugar solitario para hacer oración y penitencia.

Son tiempos difíciles aquellos para la vida anacorética. En la segunda mitad del siglo IX es muy peligroso aquel género de vida, y especialmente para un joven. Odilón de Samos, por mandato de Ordoño I, inspeccionó la vida eremítica en Galicia y demostró la existencia de «muchos monjes sanguimistos, latrones, réfugas, mágicos». No eran pocos los anacoretas que, aparentando religión, cometían toda clase de crímenes y supercherías, eran viciosos, y frecuentemente hasta vulgares espias al servicio del mejor postor, fuera cristiano o fuera moro. San Atilano acierta en su elección, y, con la bendición de los superiores, busca a un monje que, en expresión de su coetáneo y biógrafo Juan Diácono, «recorría las ciudades, predicando la palabra de Dios; se retiraba a lugares inaccesibles...; huía de los favores y alabanzas humanas... para hacer vida retirada». El monje solitario se llamaba Froilán, había nacido en Lugo y no era sacerdote. San Atilano no duda en ponerse bajo su cuidado y dirección, viviendo con él en la montaña leonesa. Juntos seguirán ya muchos años, hasta ser elevados en el mismo día a la dignidad episcopal.

Buscaron un lugar solitario para entregarse a la penitencia y a la oración. En el monte que el hagiógrafo contemporáneo llama «Cucurrino», y actualmente se denomina Curueño, cerca de Valdorria, en la zona norteña de León, ambos santos hallaron el sitio ideal para sus ansias de soledad, que vieron muy poco tiempo satisfechas. Porque se extendió pronto el rumor de su vida por toda la comarca. Hombres y mujeres de todas las clases sociales llegaban hasta ellos para escuchar la palabra divina. Los cortesanos que acompañaban al rey cuando estaba en León no se desdeñaban de acercarse a los dos anacoretas del Curueño. Su fama fue el peor enemigo de sus anhelos de retiro y soledad. Ante la piadosa insistencia del pueblo tuvieron que levantar un monasterio en el lugar de Veseo, que posiblemente estaba situado al norte de La Vecilla, y que hoy es solamente un recuerdo, aunque fue tan famoso cenobio que llegó a contar en la época de nuestro Santo hasta trescientos monjes, que seguirían quizá la regla monacal de San Fructuoso o de San Isidoro. Número es éste de religiosos que prueba la fama de virtud de san Froilán y san Atilano, fama que llegó a toda España, y, aunque tarde, a la corte de Oviedo, al mismo rey Alfonso III el Magno, que no dudó un momento en colmar de honores al abad Froilán, a quien facultó para construir monasterios en su reino, y así construyen el de Tabara (como se cuenta en la hagiografía de Froilán, hoy mismo).

El pueblo pide al rey que eleve aún a más alta dignidad a los dos, siempre unidos en su vida apostólica. Venciendo su humildad, son consagrados obispos en el mismo día de Pentecostés del año 900: el abad será obispo de León y el prior será obispo de la ciudad recientementete repoblada de Zamora. Dos luceros (dice el biógrafo) sobre el candelero, que alumbrarían a España predicando la palabra divina. Con el honor creció la santidad, y recibieron del cielo doble gracia para instruir y enseñar a los fieles de todos los estados: monjes, clérigos y laicos. Los años del episcopado de San Atilano son obscuros y ciertamente difíciles, en continua repoblación de su sede episcopal y de su diócesis. En julio del 901 Ahmed ben Moaviah (Abul Cassim) pretende destruir la ciudad de Zamora. Alfonso III acude en su socorro y provoca aquella gran derrota de los árabes que ha pasado a la historia con el nombre de «Día de Zamora».

La leyenda ha rodeado, como a casi todos los santos medievales, la figura de san Atilano. Después de afirmar que en su consagración episcopal se hizo visible el Espíritu Santo en forma de paloma, y que, huyendo de los árabes, a su paso se hundió el viejo puente romano sobre el Duero, pereciendo sus perseguidores, ha hecho extraordinariamente popular el sencillo anillo que veneran todos los años los zamoranos en la parroquia arciprestal. Es vieja tradición que san Atilano peregrinó a Jerusalén, en penitencia por algunos pecados de su juventud. Cruzando el puente, arrojó su anillo episcopal al Duero, con la esperanza de recuperarlo algún día como prenda segura del perdón obtenido. A los dos años, inspirado por Dios, vuelve de incógnito a Zamora y recibe hospedaje muy cerca, en la ermita de San Vicente de Cornu. Preparando su comida, abre un pez recibido de limosna y dentro encuentra su anillo. Las campanas de la ciudad repicaron solas, y ante los zamoranos que acudieron a recibirle jubilosos, avisados por tal prodigio, apareció revestido milagrosamente con los ornamentos episcopales. Rigió algunos años más su obispado y descansó en la paz del Señor hacia el año 919, el día 5 de octubre.

Sus reliquias, defendidas largos siglos, son muy veneradas en la parroquia arciprestal de San Pedro y San Ildefonso, de Zamora, que lo declaró Patrono de su diócesis, de la que fue restaurador ilustre, o acaso fundador, y el único santo de su glorioso episcopologio. En Milán, y en una de las primeras declaraciones de santidad heroica hechas por un Papa, fue canonizado, junto con el mártir san Herlembardo, por Urbano II. La vida penitente de san Froilán y de san Atilano como eremitas, su labor cultural y colonizadora, su celo pastoral, su espírtiu de fundadores, y todas las virtudes de que estuvieron adornados hicieron decir al gran cardenal Baronio que, «por ser dignos de los honores debidos a los santos, estaban justamente inscritos en su catálogo».

 Año Cristiano, BAC, 1966. Bibliografía: Acta sanctorum. Oct., III, p.235-245. Florez, E., España sagrada, XIV: Vita, p.244-346; 408-410; Becares Botas, V., Los patronos de Zamora San Ildefonso y San Atilano (Zamora, 1990).
fuente: BAC - Año cristiano




Beato Pedro de Imola

image Saber más cosas a propósito de los Santos del día



En Florencia, de la Toscana, beato Pedro de Imola, caballero de la Orden de San Juan de Jerusalén, que se distinguió por su caridad en el cuidado de enfermos.




Santa Flora de Beaulieu

image Saber más cosas a propósito de los Santos del día


Santa Flora, virgen
En Beaulieu, en la región de Cahors, en Francia, conmemoración de santa Flora, virgen de la Orden de San Juan de Jerusalén, que se dedicó a atender a los enfermos pobres en un hospital y vivió íntimamente unida, con el corazón y el cuerpo, a la Pasión de Cristo.
Las monjas «hospitalarias» de la orden de San Juan de Jerusalén tenían un floreciente convento en Beaulieu, entre Figeac y el santuario de Rocamadour. Alrededor del año 1324 ingresó en dicho convento una devota novicia de buena familia, llamada Flora. Si acaso podemos fiarnos de la biografía que poseemos, Flora había tenido una infancia extraordinariamente inocente y había resistido a todos los intentos que hicieron sus padres para casarla. Desde el momento de su ingreso en Beaulieu, Flora tuvo que hacer frente a toda clase de pruebas espirituales. En una época, le asaltó la tentación de considerar que la vida que llevaba era demasiado fácil y confortable. Más tarde tuvo que luchar contra el deseo insidioso de volver al mundo y entregarse a todos los placeres. A consecuencia de ello, sufrió una depresión nerviosa, y la tristeza que se revelaba en su rostro y en toda su actitud irritaba profundamente a sus hermanas, quienes la hicieron sufrir mucho. En efecto, no sólo declararon que era una hipócrita o una loca y se burlaron de ella, sino que así la presentaban a los extraños y los incitaban a tratarla como demente.

Durante esa época, gracias a la ayuda ocasional de un confesor que parecía comprenderla, la santa hizo grandes progresos en la vida espiritual, y Dios le concedió al fin las más extraordinarias gracias místicas. Se cuenta que en cierta ocasión fue arrebatada en éxtasis desde la fiesta de Todos los Santos hasta el día de Santa Cecilia, tres semanas después, y que durante todo ese tiempo no probó alimento alguno. También se cuenta que en otra ocasión un ángel le trajo la comunión desde una iglesia que distaba doce kilómetros del convento. El sacerdote que celebraba la misa en dicha iglesia creyó que por negligencia suya un fragmento de la hostia se le había caído del corporal y se había extraviado. Inmediatamente fue a consultar el asunto con la hermana Flora, cuyo don de sabiduría era ya famoso. La santa le recibió muy sonriente y le dio a entender que ella había comulgado con el fragmento perdido. Digamos de paso que esta leyenda se parece demasiado a un incidente semejante que se cuenta en la vida de santa Catalina de Siena. En otra ocasión, cuando santa Flora se hallaba meditando sobre el Espíritu Santo durante la misa del domingo de Pentecostés, se elevó cuatro palmos sobre el suelo y empezó a cantar, a la vista de todos los presentes. Pero tal vez la más curiosa de sus experiencias místicas fue la sensación de que llevaba dentro de su cuerpo una cruz de madera de la que pendía el cuerpo del Salvador. Los brazos de la cruz le perforaban las axilas y le producían abundantes hemorragias; las hemorragias eran bucales en algunos casos y, en otras ocasiones, la sangre manaba de una herida que la santa tenía en el costado. Se cuentan muchos ejemplos de las profecías de santa Flora acerca de acontecimientos de los que no podía tener ningún conocimiento natural. Murió en 1347, a los treinta y ocho años de edad. En su tumba tuvieron lugar numerosos milagros. El culto de santa Flora fue confirmado indirectamente, ya que la Santa Sede aprobó el oficio en su honor para la diócesis de Cahors.

 Acta Sanctorum, junio, vol. II. El texto en francés antiguo vio la luz en Analecta Bollandiana, vol. LXIV (1946), pp. 5-49. Dicho texto es anterior a 1482 y está basado en un original latino que se ha perdido y que se atribuía al confesor de la santa. Véase C. Lacarriére, Vie de Ste Flore ou Fleur (1886); y Analecta juris pontificii, vol. xvui (1879), pp. 1-27.
fuente: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI




 
©Evangelizo.org 2001-2015

No hay comentarios:

Publicar un comentario