lunes, 5 de octubre de 2015

San Apolinar de Valence - Santos Mauro y Plácido - San Jerónimo de Nevers - San Meinulfo de Sajonia 05102015

San Apolinar de Valence

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San Apolinar de Valence, obispo
En Valence, en la región de la Galia Vienense, san Apolinar, obispo, hermano de san Avito, obispo de Vienne, que, hombre lleno de fervor por la justicia y la honestidad, supo restituir el vigor y el esplendor de la religión cristiana en esta sede, durante largo tiempo desprovista de pastor.
San Hesiquio, obispo de Vienne, tenía dos hijos. El más joven de ellos fue el famoso san Avito de Vienne, el otro fue san Apolinar de Valence. Apolinar nació hacia el año 453 y se educó bajo la dirección de san Mamerto. Fue consagrado obispo por su hermano, antes de cumplir cuarenta años. Como el predecesor de Apolinar en la sede de Valence llevó una vida muy desordenada y la sede había estado vacante varios años, la herejía y la corrupción de costumbres habían invadido la diócesis.

Poco después del año 517, un sínodo condenó a un noble de la corte de Segismundo de Borgoña por haber contraído un matrimonio incestuoso. El culpable se negó a aceptar la decisión del sínodo. Segismundo le apoyó, y desterró a los obispos que habían participado en el sínodo. San Apolinar pasó más de un año en el destierro. Según se dice, Segismundo le restituyó a su sede cuando cayó víctima de una grave enfermedad. La esposa de Segismundo interpretó dicha enfermedad como un castigo divino por haber perseguido a los obispos y mandó llamar a san Apolinar a la corte; pero el santo se negó. Entonces, la esposa de Segismundo le mandó pedir que orase por su marido y que le prestase su manto. El rey sanó en cuanto le pusieron encima el manto. Inmediatamente envió un salvoconducto a san Apolinar y le pidió perdón.

Se conservan todavía algunas cartas entre san Apolinar y san Avito, que dejan ver el cariño que se profesaban ambos hermanos y abundan en rasgos de buen humor. En una de las cartas, san Apolinar se reprocha haber olvidado celebrar el aniversario de la muerte de su hermana Fuscina, cuyas alabanzas había cantado san Avito en un poema. En otra carta san Avito acepta la invitación a asistir a la dedicación de una iglesia, pero sugiere que se eviten los festejos demasiado mundanos. Habiendo recibido aviso de que moriría pronto, san Apolinar fue a Arles a visitar a su amigo san Cesario y a orar ante la tumba de san Genesio. Durante el viaje de ida y de vuelta a lo largo del Ródano, disipó varias tempestades y exorcizó a varios posesos. Aunque tradicionalmente se hace mención de esos milagros, los historiadores han puesto en duda la realidad del viaje de san Apolinar a Arles. El santo murió en Valence hacia el año 520. Es el principal patrono de la ciudad; en Francia se le Ilama familiarmente «Aplonay».

Acta Sanctorum, oct., vol. III, tal atribución es poco probable. Véase B. Krusch, en Mélanges Julien Havet (1895), pp. 39-56, y en Monumenta Germaniae Historica, Scriptores merov., vol. III. pp. 194-203, donde hay una edición crítica del texto de la biografía. Cf. Duchesne, Fastes Episcopaux, vol. I, pp. 154, 217-218, 223.
fuente: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI



Santos Mauro y Plácido

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Santos Mauro y Plácido, monjes
Conmemoración de los santos Mauro y Plácido, monjes, que desde su adolescencia fueron discípulos del abad san Benito.
Dada la gran fama de santidad que alcanzó san Benito en la época en que vivió en Subiaco, muchas nobles familias romanas solían confiarle a sus hijos para que los educasen en el monasterio. Equicio le confió a su hijo Mauro y el patricio Tértulo a su hijo Plácido, quien era aún muy niño. San Gregorio cuenta en sus «Diálogos» que, en cierta ocasión, Plácido se cayó en el río cuando trataba de llenar un cántaro; san Benito, que se hallaba en el monasterio, llamó inmediatamente a Mauro y le dijo: «Corre y vuela, hermano mío, porque el niño acaba de caerse en el río». Mauro echó a correr y anduvo sobre las aguas la distancia de un tiro de flecha, hasta el sitio en que se hallaba Plácido; entonces le tomó por los cabellos y le arrastró hasta la orilla, siembre andando sobre las aguas. Al pisar tierra, Mauro volvió los ojos hacia el río y sólo entonces cayó en la cuenta del milagro. San Benito lo atribuyó a la obediencia de su discípulo, pero éste pensó que se debía a la santidad y virtud de san Benito. Plácido confirmó los pensamientos de Mauro, diciendo: «Cuando me sacaste del agua, vi el manto de nuestro padre sobre mi cabeza y pensé que era él quien tiraba de mí». La salvación milagrosa de Plácido es como un símbolo de la preservación de su alma de toda mancha de pecado. Crecía constantemente en virtud y sabiduría, y su vida era una réplica fiel de la de su maestro y director, san Benito. Éste observaba los progresos de la gracia en el corazón de su discípulo, le amaba con particular predilección y, probablemente, le llevó consigo a Monte Cassino. Según se dice, el padre de Plácido fue quien regaló a san Benito dicha posesión. A esto se reduce todo lo que sabernos acerca de Plácido y Mauro.

Sin embargo, durante algunos siglos se veneró a Plácido como mártir. La confusión tiene por origen la falsificación de un documento en el siglo XII, que aunque ya se ha corregido la cuestión en el Martirologio actual, ha dejado huellas en la iconografía, y vale la pena relatar porque muestra el modo como se han configurado algunas leyendas de santos. En efecto, por entonces Pedro el Diácono, monje y archivista de Monte Cassino, publicó un relato de la vida y martirio de San Plácido. Nadie había oído hasta entonces hablar de aquel mártir. Pedro el Diácono afirmaba que se había basado en los datos que le comunicó un monje de Constantinopla llamado Simeón, quien a su vez había heredado un documento que databa de la época del martirio de san Plácido, escrito por un compañero del mártir, llamado Gordiano. Gordiano había conseguido huir de Sicilia a Constantinopla, donde regaló a los antecesores de Simeón el relato que había escrito sobre el martirio. Esta fábula, como tantas otras, se impuso poco a poco, y los benedictinos y todo el Occidente acabaron por admitirla. Según la leyenda, san Plácido había ido a Sicilia a fundar en Messina el monasterio de San Juan Bautista. Algunos años más tarde, unos piratas sarracenos que venían de España, desembarcaron en la isla. Como Plácido, sus hermanos, su hermana y sus monjes se negasen a adorar a los dioses del rey Abdula, fueron decapitados. Inútil decir que en el siglo VI no había moros en España y que los sarracenos de Siria y Africa no hicieron incursiones en Sicilia antes de mediar el siglo VII. La leyenda se enriqueció poco a poco con nuevas «pruebas», entre las que se contaba nada menos que un acta de la donación que Tértulo había hecho a san Benito de ciertas tierras en Italia y Sicilia. Sin embargo, la devoción a San Plácido no se popularizó verdaderamente sino hasta 1588. En ese año, se reconstruyó la iglesia de San Juan, en Messina y durante el curso de los trabajos se descubrieron varios esqueletos. Naturalmente, el pueblo los tomó por las reliquias de san Plácido y sus compañeros, y Sixto V aprobó el culto de los mártires. Los nombres de san Plácido y sus compañeros quedaron desde entonces incluidos en el Martirologio Romano. Los bolandistas se preguntan con razón si Sixto V obró con la debida prudencia.

U. Berliére, en Revue Bénédictine, vol. XXXIU (1921), pp. 19-45, estudió a fondo la cuestión de la falsificación de Pedro el Diácono, tanto desde el punto de vista histórico, como desde el punto de vista litúrgico. Pero ya antes E. Caspar había probado perfectamente el carácter espurio de la narración de Gordiano en su obra Petrus Diaconus und die Monte Cassineser Falschungen (1909), particularmente en las pp. 47-72. El texto de Gordiano puede verse en Acta Sanctorum, oct. vol. III. Cf. igualmente Comentario sobre el Martirologium Hieronymianum, y el resumen de J. Me Cann en Saint Benedict (1938), pp. 282-291. Artículo del Butler-Guinea simplificado.
fuente: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI



San Jerónimo de Nevers

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En Nevers, de Neustria, san Jerónimo, obispo, que enriqueció a su Iglesia con munificencia y solicitud pastoral.


San Meinulfo de Sajonia

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En Paderborn, de Sajonia, san Meinulfo, diácono, que construyó y enriqueció el monasterio de Böddeken, y lo confió a una comunidad de vírgenes.

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