Santos Mauricio, Exuperio, Cándido, Víctor y compañeros de la Legión
Tebea, mártires
fecha: 22 de septiembre
†: c. 302 - país: Suiza
canonización: pre-congregación
hagiografía: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
†: c. 302 - país: Suiza
canonización: pre-congregación
hagiografía: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
Elogio: En Agauno, en la región de Valais, en Helvecia, santos mártires
Mauricio, Exuperio y Cándido, soldados romanos, que, al decir de san Euquerio
de Lyon, fueron sacrificados por su fe en Cristo, en tiempo del emperador
Maximiano, juntamente con sus compañeros de la misma legión Tebea y el veterano
Víctor, e ilustraron así a la Iglesia con su gloriosa pasión.
Patronazgos: patronos de los soldados de la infantería, los forjadores de espadas,
(y san Mauricio, el más importante de este grupo:) de los tejedores y los
tintoreros.
refieren a este santo: San Alejandro de
Bérgamo, Santos Gereón y
compañeros, Santos Octavio,
Solutor y Adventor, Santa Verena
A fines del siglo III, varios miles de
«bagaude», pobladores de las Galias, se levantaron en armas, y el Augusto
Maximiano Herculio marchó de Roma para sofocar la rebelión, al frente de un
gran ejército en el que figuraba la Legión Tebana. Los guerreros de aquella
legión habían sido reclutados en el alto Egipto y todos eran cristianos. Cuando
el ejército llegó a Octodurum (Martigny), sobre el Ródano, poco antes de su
desembocadura en el lago de Ginebra, el Augusto Maximiano dio una orden para
que todos sus soldados se uniesen a la ceremonia de ofrecer sacrificios a los
dioses por el éxito de su expedición. Todos los miembros de la Legión Tebana se
retiraron para acampar en las proximidades de Agaunum (que en la actualidad se
llama Saint Maurice-en-Valais, en homenaje a san Mauricio), después de anunciar
que se negaban rotundamente a tomar parte en los ritos. Repetidas veces,
Maximiano envió mensajeros al campamento de los tebanos para exigirles
obediencia y, en vista de las reiteradas y unánimes negativas, condenó a los
legionarios a ser diezmados. Así, un hombre de cada diez fue sacrificado.
Cumplida la sentencia, se reiteraron los llamados de Maximiano para que los
tebanos acataran las órdenes o se arriesgaran a ser diezmados nuevamente, pero
todos, sin faltar uno, respondieron que estaban dispuestos a sufrir cualquier
penalidad, antes que tomar parte en un culto contrario a su religión. En
aquella general manifestación de fe, los legionarios fueron alentados y
asesorados, sobre todo, por tres de los oficiales: Mauricio, Exuperio y
Cándido, que desempeñaban los puestos de primicerius, campiductor y senator
militum, respectivamente. Maximiano llegó en persona al campamento de los
rebeldes para advertirles que no confiaran en salvarse una vez pagado aquel
segundo diezmo, puesto que, si persistían en su desobediencia, ni un solo
hombre de la legión quedaría con vida. Los soldados comisionaron a uno de los
suyos para que respondiera a Maximiano en nombre de los demás, con todo
respeto:
«Somos vuestros soldados, señor, pero ante todo somos servidores del verdadero Dios. Os debemos la obediencia en las obligaciones militares, mas no podemos renunciar a Aquél que es nuestro Creador y nuestro Amo y que es también el vuestro, aunque vos lo rechacéis. En todas las cosas que no sean contrarias a Su ley, os obedeceremos con nuestra mejor voluntad como lo hemos hecho hasta ahora. Siempre hemos hecho frente a vuestro enemigo, cualquiera que fuese, pero no podemos manchar nuestras manos con la sangre de gentes inocentes. Nos hemos comprometido con un juramento a Dios antes de haber jurado serviros en el ejército, y ni vos mismo podríais confiar en nuestro segundo juramento, si no somos capaces de cumplir fielmente con el primero. Nos ordenáis castigar a los cristianos, pero no miráis que nosotros mismos somos cristianos. Confesamos a Dios Padre, autor de todas las cosas y a su Hijo Jesucristo. Hemos visto cómo mataban a nuestros compañeros, sin lamentarnos por su muerte y, antes bien, nos regocijamos por el honor que les cupo en suerte. No penséis, señor, que vuestra provocación nos incita a la rebeldía. Tenemos armas en las manos, pero no por eso nos resistimos a obedeceros, sino por la razón de que preferimos morir inocentes a vivir en pecado.»
La Legión Tebana constaba de seis mil
seiscientos hombres y, como Maximiano perdió toda esperanza de doblegar su
constancia, ordenó al resto de su ejército que cercara a los tebanos y les
hiciera pedazos. Ninguno de los cristianos ofreció resistencia y todos se
ofrecieron al sacrificio con la mansedumbre de los corderos. La matanza fue
espantosa: un vasto espacio de terreno quedó cubierto por el montón de
cadáveres del que manaban arroyos de sangre. Maximiano acudió a inspeccionar la
obra y, evidentemente satisfecho, mandó a sus soldados que despojaran a los
muertos de sus ropas y sus armas y se quedasen con ellas como botín. Se
hallaban todos entregados a la macabra tarea, cuando un veterano llamado Víctor
rehusó participar en ella. Sus compañeros le preguntaron si también era
cristiano, a lo que respondió afirmativamente. En seguida se precipitaron sobre
él y le mataron. A otros dos soldados de aquella legión, llamados Víctor y
Urso, que habían quedado rezagados en la marcha, en cumplimiento de alguna orden,
se les buscó hasta encontrarlos en la ciudad de Soloturno donde fueron
asesinados. De acuerdo con diversas leyendas locales, los pocos miembros de la
legión que no fueron exterminados en la matanza general por haberse hallado
ausentes en aquellos momentos, como san Alejandro de
Bérgamo, los santos Octavio,
Adventor y Solutor, en Turín, y san Gereón,
en Colonia, fueron igualmente localizados y muertos por su fe.
San Euquerio,
al referirse a las reliquias de los legionarios que se conservaron en Agaunum
por aquel entonces, dijo: «Mucha gente acude de las diversas provincias para
honrar devotamente a estos santos, y no son pocos los que dejan en su santuario
presentes de oro y plata y diversos objetos. Yo sólo puedo ofrecerles,
humildemente, esta obra de mi pluma y les ruego que intercedan por el perdón de
mis culpas y que no cesen de otorgarme su protección.» El mismo autor hace
mención de numerosos milagros que ocurrieron en aquel santuario y habla de
cierta mujer paralítica que recuperó el movimiento gracias a los santos
mártires, «y ahora porta con ella, por todas partes, el testimonio del
milagro», agrega san Euquerio. Este santo fue el testigo principal en la
historia que acabamos de relatar. Era obispo de Lyon durante la primera mitad
del siglo quinto y, a pedido de otro obispo, llamado Salvio, realizó
investigaciones y escribió un relato sobre la matanza de Agaunum y los mártires
de la Legión Tebana, en cuyo honor se erigió en aquella ciudad una basílica
hacia fines del siglo cuarto, con motivo de una visión que tuvo el entonces
obispo de Agaunum, llamado Teodoro, sobre el lugar donde se hallaban sepultados
sus restos. Euquerio afirma que obtuvo sus informes de Isaac, obispo de Génova,
quien, a su vez, según piensa el autor, las consiguió del propio Teodoro. Debe
observarse que, como se dice en nuestro relato, los legionarios, en su
manifiesto, aluden a su negativa para derramar la sangre de los cristianos
inocentes. Parece indudable que, por lo menos, esa parte de la protesta haya
sido agregada por san Euquerio, quien declara que los tebanos fueron muertos
por negarse a tomar parte en la matanza de los cristianos y no hace ninguna
mención sobre la rebelión de los «bagaude» en las Galias. En otras narraciones
sobre estos mártires se dice que sufrieron la muerte por haber rehusado
sacrificar ante los dioses. San Mauricio y sus compañeros de la Legión Tebana
han sido objeto de muchas discusiones, investigaciones y estudios. Es
improbable que la legión entera haya sido sacrificada, no porque los generales
del imperio romano no fuesen capaces de emprender una matanza en masa como
aquélla, sino porque las circunstancias de la época y la carencia absoluta de
pruebas contemporáneas están en contra de la completa autenticidad de la
historia. Alban Butler se lamenta de que «la veracidad de aquel sucedido» haya
sido puesta en tela de juicio por algunos historiadores protestantes, pero
también los investigadores y estudiosos católicos han manifestado sus
vacilaciones para aceptarla, y algunos han llegado a decir que toda la historia
es falsa e inventada. Sin embargo, parece evidente que la matanza de san
Mauricio y sus compañeros de Agaunum es un hecho histórico; el número de
hombres que murieron entonces, es otra cuestión; hay muchas posibilidades de
que, con el correr del tiempo, se haya llegado a creer que una simple
escuadrilla era una legión.
La iglesia construida por san Teodoro de
Octodurum, en fechas posteriores al suceso, se convirtió en el centro de una
abadía que fue la primera en Occidente que mantuvo el rezo continuo del oficio
divino, de día y de noche, con turnos de coros. Aquel monasterio quedó en manos
de los canónigos regulares y es ahora una abadía nullius. Ahí se conservan las
reliquias de los mártires en un relicario que data del siglo sexto, pero tanto
las reliquias como la veneración a los legionarios tebanos se han extendido
mucho más allá de las fronteras de Suiza. En la liturgia de la Iglesia de
Occidente se les conmemora. San Mauricio es el patrón de Saboya y de Cerdeña,
de diversas ciudades, de los soldados de la infantería, los forjadores de
espadas, los tejedores y los tintoreros.
El texto de san Euquerio, que ha sufrido
muchos agregados y modificaciones, se encontrará en los insertos de Ruinart en
el Acta Sanctorum, sept. vol. VI; pero es de primera importancia consultar la
edición de B. Krusch en Monumenta Germaniae Historica, Scriptores Merov., vol.
III, pp. 32-41. Sobre la cuestión del martirio en masa, el escrito más sobrio y
digno de confianza es el de M. Besson, Monasterium Acaunense (1913). Besson
disiente de los puntos de vista extremados de Krusch, a pesar de que también
los suyos se prestan a críticas (cf. Analecta Bollandiana, vol. XXXIII, pp.
243-245). El asunto se trata también extensamente en el Dictionnaire
d'Archéologie chrétienne et de Liturgie, vol. X (1932), cc. 2699-2729, de H.
Leclercq. Ver también a O. Lauteburg y R. Marti-Wehrn, en Martyrium von sankt
Mauritius. Die Legende (1945).
fuente: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
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