Santa Lutgarda, virgen
fecha: 16 de junio
n.: 1182 - †: 1246 - país: Bélgica
otras formas del nombre: Lutgardis, Lutgarde, Luthgard
canonización: pre-congregación
hagiografía: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
n.: 1182 - †: 1246 - país: Bélgica
otras formas del nombre: Lutgardis, Lutgarde, Luthgard
canonización: pre-congregación
hagiografía: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
Elogio: En el monasterio de monjas cistercienses de Aywiéres, en Brabante,
santa Lutgarda, virgen, insigne por su devoción al Sagrado Corazón del Señor.
Patronazgos: protectora para un buen parto.
refieren a este santo: Beata Cristina
«la Admirable»
Entre las místicas más notables de los
siglos doce y trece, no hay otra figura más amable y simpática que la de santa
Lutgarda. Fue hija de un ciudadano de Tongres, en Holanda, donde nació en 1182.
A los doce años de edad fue encomendada a las monjas benedictinas del convento
de Santa Catalina, cerca de Saint-Trond, no por piedad, sino porque el dinero
que se conservaba para su dote matrimonial había sido perdido en un mal negocio
de su padre y, sin él, era muy dudoso de que pudiese hallar un marido
conveniente. Lutgarda era una muchacha bonita que gustaba de las ropas
elegantes y de las diversiones inocentes, sin ninguna vocación religiosa
aparente, y en el convento vivía como una especie de pensionista, libre para
entrar y salir cuando quisiera y para recibir las visitas de sus amigos y
amigas. Sin embargo, cierto día en que charlaba con una de sus amistades, tuvo
una visión de Nuestro Señor Jesucristo que le mostraba sus heridas y le pedía
que lo amase sólo a Él. Lutgarda lo aceptó al instante como su Prometido
celestial y, desde aquel momento, renunció a todas las preocupaciones de este
mundo. Algunas de las monjas que observaron su cambio repentino y súbito
fervor, vaticinaron que aquello no duraría; pero estaban equivocadas. Su
devoción aumentaba por momentos y llegó a sentir tan vivamente la presencia del
Señor que, al rezar, lo veía con sus ojos corporales, hablaba con Él en una
forma casi familiar y, si acaso la llamaban sus hermanas para cumplir con
algunas de las obligaciones monjiles, decía sencillamente: «Aguárdame aquí, mi
Señor; volveré tan pronto como termine esta tarea».
Con frecuencia se le aparecía Nuestro
Señor y una vez tuvo una visión de santa Catalina, la patrona de su convento;
en otra ocasión vio a san Juan el Evangelista con el aspecto de un águila. A
menudo, durante sus éxtasis, se alzaba un palmo del suelo o bien irradiaba de
su cabeza una extraña luz. Tuvo la gracia de que se le permitiera compartir,
místicamente, el sufrimiento de nuestro Salvador, cuando meditaba sobre su
Pasión; en esas ocasiones, aparecían sobre su frente y en sus cabellos
minúsculas gotas de sangre. Su amor comprendía a todos los que Cristo había
venido a redimir, y sentía como propios los dolores y penurias de cualquiera de
los seres humanos. Y en verdad, eran tan ardientes y tan apasionadas sus
intercesiones por otros, que le pedía a Dios quitarle la vida antes que rehusar
su misericordia al alma por la que suplicaba.
Hacía doce años que Lutgarda vivía en el
convento de Santa Catalina, cuando se sintió inspirada a abrazar la regla más
estricta de los cistercienses. Hubiese querido entrar a un convento donde se
hablara el alemán, pero por consejo de su confesor y de su amiga, la beata Cristina,
que también se hallaba en el convento de Santa Catalina, decidió ingresar a la
casa del Císter en Aywiéres. Ahí no se hablaba más que el francés, una lengua
que Lutgarda nunca dominó, pero gracias a su ignorancia del idioma, pudo
rehusar diversos altos cargos que le ofrecieron en Aywiéres y en otras partes.
En todo momento, su humildad fue extraordinaria; continuamente se quejaba de su
impotencia para responder como era debido a las gracias que el cielo le
concedía. Cierta vez, fueron tan vehementes las plegarias en las que ofrecía su
vida a Dios que, por el impulso de su pasión, se reventó una de sus venas y
tuvo una fuerte hemorragia. En aquel momento, le fue revelado que, en el cielo,
su efusión de sangre se aceptaba como un martirio.
Dios le concedió poderes para curar
enfermedades, para profetizar y para conocer, en su fuero interno, el
significado de las Sagradas Escrituras. A pesar de su desconocimiento del francés,
sabía impartir consuelos espirituales, y la beata María de
Oignies aseguraba que nada había tan eficaz para lograr la
conversión de los pecadores y la liberación de las almas del purgatorio, como
las oraciones de santa Lutgarda. Once años antes de morir, perdió la vista y
recibió esa desgracia con evidente regocijo, como una gracia de Dios para
desprenderla más del mundo visible. Poco después de haber quedado ciega,
emprendió el último de sus prolongados ayunos. En el curso de aquella
penitencia, se le apareció Nuestro Señor para anunciarle su próxima muerte y
las tres cosas que debía hacer para prepararse a recibirla. Ante todo, tenía
que dar gracias a Dios, sin cesar, por los bienes que había recibido; con igual
insistencia, tendría que orar por la conversión de los pecadores: y para todo,
debería confiar únicamente en Dios, en espera del momento en que habría de
poseerlo para siempre. Tal como lo había predicho, santa Lutgarda murió en la
noche del sábado posterior a la fiesta de la Santísima Trinidad, precisamente
cuando comenzaba el oficio nocturno para el domingo. Era el 16 de junio de
1246. Tomás de Gantimpré, quien murió en 1270, escribió la biografía de santa
Lutgarda. El texto de este contemporáneo, tomado de una colección de tres o
cuatro de sus manuscritos, se encuentra impreso en el Acta Sanctorum, junio,
vol. IV. Es un registro muy valioso, a pesar de que la credulidad del autor,
puesta de manifiesto en éste y en otros de sus escritos, resta confianza a la
certeza de sus informaciones sobre los incidentes sobrenaturales. Casi
enteramente faltan otras fuentes de información, aunque parece haber una
traducción de algunos trozos de su biografía, en las trovas y poemas nativos de
la baja Alemania, que posiblemente datan del mismo siglo trece, que se
atribuyen a Willem von Affligem, abad de Saint-Trond.
La imagen es una miniatura sobre la muerte
de la santa, tomada de la «Vita Lutgardis», del mencionado Willem von Affligem,
de hacia el 1300, en la Kongelige Bibliotek de Copenhagen.
fuente: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
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