La Amazonia: ni salvaje, ni pulmón, ni granero
del mundo
2019-07-12
El Sínodo pan-amazónico que
se celebrará en octubre de este año en Roma demanda un mejor saber sobre el
ecosistema amazónico. Hay que deshacer mitos.
Primer
mito: el indígena como salvaje y genuinamente natural, y por eso en
sintonía perfecta con la naturaleza. Se regularía por criterios no-culturales
sino naturales. Estaría en una especie de siesta biológica ante la naturaleza,
en una perfecta adaptación pasiva a los ritmos y a la lógica de la naturaleza.
Esta
ecologización de los indígenas es fruto del imaginario urbano, fatigado por el
exceso de tecnificación y de artificialización de la vida.
Lo
que podemos decir es que los indígenas amazónicos son humanos como cualquier
otro ser humano y, como tales, están siempre en interacción con el medio. La
investigación comprueba cada vez más el juego de interacción entre los
indígenas y la naturaleza. Ellos se condicionan mutuamente. Las relaciones no
son “naturales” sino culturales, como las nuestras, en un intrincado tejido de
reciprocidades. Tal vez los indígenas tienen algo de singular que los distingue
del hombre moderno: sienten y ven a la naturaleza como parte de su sociedad y
cultura, como prolongación de su cuerpo personal y social. No es, como para los
modernos, un objeto mudo y neutro. La naturaleza habla y el indígena entiende
su voz y su mensaje. La naturaleza pertenece a la sociedad y la sociedad
pertenece a la naturaleza. Están siempre adecuándose mutuamente y en proceso de
adaptación recíproca. Por eso están mucho más integrados que nosotros. Tenemos
mucho que aprender de la relación que ellos mantienen con la naturaleza.
Segundo
mito: la Amazonia es el pulmón del mundo. Los especialistas afirman que
la selva amazónica se encuentra en un estado clímax. Es decir, se encuentra en
un estado óptimo de vida, en un equilibrio dinámico en el cual todo es
aprovechado y por eso todo se equilibra. Así la energía fijada por las plantas
mediante las interacciones de la cadena alimentaria conoce un aprovechamiento
total. El oxígeno liberado de día por la fotosíntesis de las hojas es consumido
de noche por las propias plantas y por los demás organismos vivos. Por eso la
Amazonia no es el pulmón del mundo.
Pero
funciona como un gran filtro del dióxido de carbono. En el proceso de
fotosíntesis se absorbe gran cantidad de carbono. Y el dióxido de carbono es el
principal causante del efecto invernadero que calienta la tierra (en los
últimos 100 años aumentó un 25%). Si un día la Amazonia fuese totalmente
deforestada, serían lanzadas a la atmósfera cerca de 50 mil millones de
toneladas de dióxido de carbono al año. Habría una mortandad en masa de
organismos vivos.
Tercero
mito: la Amazonia como el granero del mundo. Así pensaban los primeros
exploradores como von Humboldt y Bonpland y los planificadores brasileros en
tiempos de los militares en el poder (1964-1983). No lo es. La investigación ha
demostrado que “la selva vive de sí misma” y en gran parte “para sí misma” (cf.
Baum, V., Das Ökosystem der tropischen Regeswälder, Giessen 1986, 39).
Es lujuriante pero con un suelo pobre en humus. Parece una paradoja. Lo dejó
bien claro el gran especialista en Amazonas Harald Sioli: “la selva crece realmente
sobre el suelo y no del suelo” (A Amazônia, Vozes 1985,
60). Y lo explica: el suelo es solamente el soporte físico de una trama
intrincada de raíces. Las plantas se entrelazan por las raíces y se sostienen
mutuamente por la base. Se forma un inmenso balance equilibrado y ritmado. Toda
la selva se mueve y danza. Por esto, cuando una es derribada arrastra con ella
a otras varias.
La
selva conserva su carácter exuberante porque existe una cadena cerrada de
nutrientes. Están los materiales en descomposición en el suelo, la capa vegetal
de hojas, frutos, pequeñas raíces, excrementos de animales silvestres,
enriquecidos por el agua que gotea de las hojas y el agua que escurre de los
troncos. No es el suelo lo que nutre los árboles. Son los árboles los que nutren
el suelo. Estos dos tipos de agua lavan y arrastran los excrementos de los
animales arborícolas y animales de especies mayores como aves, macacos, coatis,
perezosos y otros, así como la miríada de insectos que tienen su hábitat en la
copa de los árboles. Existe también una enorme cantidad de hongos y un
sinnúmero de micro-organismos que juntamente con los nutrientes reabastecen las
raíces. Por las raíces, la sustancia alimenticia va a las plantas garantizando
la exuberancia extasiante de la Hiléia amazónica. Pero se trata de un sistema
cerrado con un equilibrio complejo y frágil. Cualquier pequeño desvío puede
acarrear consecuencias desastrosas. El humus no alcanza comúnmente más que
30-40 centímetros de espesor. Con las lluvias torrenciales es arrastrado fuera.
En poco tiempo aflora la arena. La Amazonia sin la selva puede transformarse
en una inmensa sabana o hasta en un desierto. Por esto la Amazonia jamás
podrá ser el granero del mundo, pero seguirá siendo el templo de la mayor
biodiversidad.
Constataba
el especialista de la Amazonia, Shelton H. Davis, en 1978 y sirve igualmente
para 2019: “En este momento se está librando una guerra silenciosa contra
pueblos aborígenes, contra campesinos inocentes y contra el ecosistema de selva
en la cuenca amazónica” (Víctimas del milagro, Saar 1978, 202). Hasta
1968 la selva estaba prácticamente intacta. Desde entonces, con la introducción
de los grandes proyectos de las hidroeléctricas y del agronegocio, y hoy con el
anti-ecologismo del gobierno Bolsonaro, continúa la brutalización y la
devastación de la Amazonia.
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