San Benito de
Nursia, abad
fecha: 11 de julio
n.: c. 480 - †: 547 - país: Italia
canonización: pre-congregación
hagiografía: Abadía de San Benito -Luján- Arg
n.: c. 480 - †: 547 - país: Italia
canonización: pre-congregación
hagiografía: Abadía de San Benito -Luján- Arg
Elogio: Fiesta de san
Benito, abad, patrono principal de Europa, que, nacido en Norcia, en la región
de Umbria, pero educado en Roma, abrazó luego la vida eremítica en la región de
Subiaco, donde pronto se vio rodeado de muchos discípulos. Pasado un tiempo, se
trasladó a Casino, donde fundó el célebre monasterio y escribió una Regla, que
se propagó de tal modo por todas partes que por ella ha merecido ser llamado
«Patriarca de los monjes de Occidente». Murió, según la tradición, el veintiuno
de marzo.
Patronazgos: patrono de
Occidente y de Europa, de los estudiantes y maestros, de los mineros,
espeleólogos y caldereros, de los moribundos; protector contra la peste, la
fiebre, las inflamaciones renales y biliares, las intoxicaciones y para invocar
contra la brujería.
refieren a este santo: San Benito de Nursia, Santa Escolástica
Oración: Señor, Dios
nuestro, que hiciste del abad san Benito un esclarecido maestro en la escuela
del divino servicio, concédenos, por su intercesión, que, prefiriendo tu amor a
todas las cosas, avancemos por la senda de tus mandamientos con libertad de
corazón. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la
unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos. Amén (oración
litúrgica)
Habitualmente
en este santoral hagiográfico de ETF, cuando se da el caso de que un santo es
evocado en dos fechas distintas, la de su paso al cielo y la de su memoria
litúrgica, repetimos en las dos la misma hagiografía; sin embargo en el de san
Benito, siendo difícil resistirse a la delicia del texto de san Gregorio Magno,
nuestra mayor autoridad sobre la vida de san Benito, y a la vez al modo de
elaborar la hagiografía que tiene Butler, hemos dejado el texto de san Gregorio
aquí, en la fecha de la memoria litúrgica, y el del Butler en la del paso al cielo, por tanto se trata de dos
hagiografías distintas, aunque las dos, naturalmente, muy relacionadas, ya que
en definitiva el Butler bebe de la fuente gregoriana. Lo que sigue son algunos
capítulos de la «Vida de San Benido Abad», escrita por San Gregorio Magno,
apenas unos años más tarde de la muerte del santo, en traducción de D. Ernesto
Zaragoza Pascual, OSB. En el sitio de la Abadía de san Benito de Luján,
Argentina, puede leerse el texto
completo de este escrito de san Gregorio Magno.
Vida de San
Benito, Abad, por San Gregorio Magno
PRÓLOGO
Hubo un
hombre de vida venerable, por gracia y por nombre Benito, que desde su infancia
tuvo cordura de anciano. En efecto, adelantándose por sus costumbres a la edad,
no entregó su espíritu a placer sensual alguno, sino que estando aún en esta
tierra y pudiendo gozar libremente de las cosas temporales, despreció el mundo
con sus flores, cual si estuviera marchito. Nació en el seno de una familia
libre, en la región de Nursia, y fue enviado a Roma a cursar los estudios de
las ciencias liberales. Pero al ver que muchos iban por los caminos escabrosos
del vicio, retiró su pie, que apenas había pisado el umbral del mundo, temeroso
de que por alcanzar algo del saber mundano, cayera también él en tan horrible
precipicio. Despreció, pues, el estudio de las letras y abandonó la casa y los
bienes de su padre. Y deseando agradar únicamente a Dios, buscó el hábito de la
vida monástica. Retiróse, pues, sabiamente ignorante y prudentemente indocto.
No conozco todos los hechos de su vida, pero los que voy a narrar aquí los sé
por referencias de cuatro de sus discípulos, a saber: Constantino, varón
venerabilísimo, que le sucedió en el gobierno del monasterio; Valentiniano, que
gobernó durante muchos años el monasterio de Letrán; Simplicio, que fue el
tercer superior de su comunidad, después de él; y Honorato, que todavía hoy
gobierna el cenobio donde vivió primero.
CAPÍTULO I
LA CRIBA ROTA Y REPARADA
Abandonado
ya el estudio de las letras, hizo propósito de retirarse al desierto,
acompañado únicamente de su nodriza, que le amaba tiernamente. Llegaron a un
lugar llamado Effide, donde retenidos por la caridad de muchos hombres
honrados, se quedaron a vivir junto a la iglesia de San Pedro.
La ya
citada nodriza, pidió a las vecinas que le prestaran una criba para limpiar el
trigo. Dejóla incautamente sobre la mesa y fortuitamente se quebró y quedó
partida en dos trozos. Al regresar la nodriza, empezó a llorar desconsolada,
viendo rota la criba que había recibido prestada. Pero Benito, joven piadoso y
compasivo, al ver llorar a su nodriza, compadecido de su dolor, tomó consigo
los trozos de la criba rota e hizo oración con lágrimas. A1 acabar su oración
encontró junto a sí la criba tan entera, que no podía hallarse en ella señal
alguna de fractura. Al punto, consolando cariñosamente a su nodriza, le
devolvió entera la criba que había tomado rota.
El
hecho fue conocido de todos los del lugar. Y causó tanta admiración, que sus
habitantes colgaron la criba a la entrada de la iglesia, para que presentes y
venideros conocieran con cuánta perfección el joven Benito había dado comienzo
a su vida monástica. Y durante años, todo el mundo pudo ver la criba allí,
puesto que permaneció suspendida sobre la puerta de la iglesia hasta estos
tiempos de la invasión lombarda.
Pero
Benito, deseando más sufrir los desprecios del mundo que recibir sus alabanzas,
y fatigarse con trabajos por Dios más que verse ensalzado con los favores de
esta vida, huyó ocultamente de su nodriza y buscó el retiro de un lugar
solitario, llamado Subiaco, distante de la ciudad de Roma unas cuarenta millas.
En este lugar manan aguas frescas y límpidas, cuya abundancia se recoge primero
en un gran lago y luego sale formando un río.
Mientras
iba huyendo hacia este lugar, un monje llamado Román le encontró en el camino y
le preguntó adónde iba. Y cuando tuvo conocimiento de su propósito guardóle el
secreto y le animó a llevarlo a cabo, dándole el hábito de la vida monástica y
ayudándole en lo que pudo.
El
hombre de Dios, al llegar a aquel lugar, se refugió en una cueva estrechísima,
donde permaneció por espacio de tres años ignorado de todos, fuera del monje
Román, que vivía no lejos de allí, en un monasterio puesto bajo la regla del
abad Adeodato a, y en determinados días, hurtando piadosamente algunas horas a
la vigilancia de su abad, llevaba a Benito el pan que había podido sustraer, a
hurtadillas, de su propia comida.
Desde
el monasterio de Román no había camino para ir hasta la cueva, porque ésta caía
debajo de una gran peña. Pero Román, desde la misma roca hacía descender el pan,
sujeto a una cuerda muy larga, a la que ató una campanilla, para que el hombre
de Dios, al oír su tintineo, supiera que le enviaba el pan y saliese a
recogerlo.
Pero el
antiguo enemigo que veía con malos ojos la caridad de uno y la refección del
otro, un día, al ver bajar el pan, lanzó una piedra y rompió la campanilla.
Pero no por eso dejó Román de ayudarle con otros medios oportunos. Mas
queriendo Dios todopoderoso que Román descansara de su trabajo y dar a conocer
la vida de Benito para que sirviera de ejemplo a los hombres, puso la luz sobre
el candelero para que brillara e iluminara a todos los que estuvieran en la
casa de Dios.
Bastante
lejos de allí vivía un sacerdote que había preparado su comida para la fiesta
de Pascua. El Señor se le apareció y le dijo: "Tú te preparas cosas
deliciosas y mi siervo en tal lugar está pasando hambre". Inmediatamente
el sacerdote se levantó y en el mismo día de la solemnidad de la Pascua, con
los alimentos que había preparado para sí, se dirigió al lugar indicado. Buscó
al hombre de Dios a través de abruptos montes y profundos valles y por las
hondonadas de aquella tierra, hasta que lo encontró escondido en su cueva.
Oraron, alabaron a Dios todopoderoso y se sentaron. Después de haber tenido
agradables coloquios espirituales, el sacerdote le dijo: "¡Vamos a comer!
que hoy es Pascua". A lo que respondió el hombre de Dios: "Sí, para
mí hoy es Pascua, porque he merecido verte". Es que estando como estaba
alejado de los hombres, ignoraba efectivamente que aquel día fuese la
solemnidad de la Pascua 9. Pero el buen sacerdote insistió diciendo:
"Créeme: hoy es el día de Pascua de Resurrección del Señor. No debes
ayunar, puesto que he sido enviado para que juntos tomemos los dones del
Señor". Bendijeron a Dios y comieron, y acabada la comida y conversación
el sacerdote regresó a su iglesia.
También
por aquel entonces le encontraron unos pastores oculto en su cueva. Viéndole,
por entre la maleza, vestido de pieles, creyeron que era alguna fiera. Pero
reconociendo luego que era un siervo de Dios, muchos de ellos trocaron sus
instintos feroces por la dulzura de la piedad. Su nombre se dio a conocer por
los lugares comarcanos y desde entonces fue visitado por muchos, que al
llevarle el alimento para su cuerpo recibían a cambio, de su boca, el alimento
espiritual para sus almas.
CAPÍTULO II
CÓMO VENCIÓ UNA TENTACIÓN DE LA CARNE
Un día,
estando a solas, se presentó el tentador. Un ave pequeña y negra, llamada
vulgarmente mirlo, empezó a revolotear alrededor de su rostro, de tal manera
que hubiera podido atraparla con la mano si el santo varón hubiera querido
apresarla. Pero hizo la señal de la cruz y el ave se alejó. No bien se hubo
marchado el ave, le sobrevino una tentación carnal tan violenta, cual nunca la
había experimentado el santo varón. El maligno espíritu representó ante los
ojos de su alma cierta mujer que había visto antaño y el recuerdo de su
hermosura inflamó de tal manera el ánimo del siervo de Dios, que apenas cabía
en su pecho la llama del amor. Vencido por la pasión, estaba ya casi decidido a
dejar la soledad. Pero tocado súbitamente por la gracia divina volvió en sí, y
viendo un espeso matorral de zarzas y ortigas que allí cerca crecía, se despojó
del vestido y desnudo se echó en aquellos aguijones de espinas y punzantes
ortigas, y habiéndose revolcado en ellas durante largo rato, salió con todo el
cuerpo herido. Pero de esta manera por las heridas de la piel del cuerpo curó
la herida del alma, porque trocó el deleite en dolor, y el ardor que tan
vivamente sentía por fuera extinguió el fuego que ilícitamente le abrasaba por
dentro. Así, venció el pecado, mudando el incendio.
Desde
entonces, según él mismo solía contar a sus discípulos, la tentación voluptuosa
quedó en él tan amortiguada, que nunca más volvió a sentir en sí mismo nada
semejante.
Después
de esto, muchos empezaron a dejar el mundo para ponerse bajo su dirección,
puesto que, libre del engaño de la tentación, fue tenido ya con razón por
maestro de virtudes. Por eso manda Moisés que los levitas sirvan en el templo a
partir de los veinticinco años cumplidos, pero sólo a partir de los cincuenta
les permite custodiar los vasos sagrados.
PEDRO.- Algo comprendo del sentido del pasaje que has aducido, sin embargo te ruego que me lo expongas con más claridad.
GREGORIO.- Es evidente, Pedro, que en la juventud arde con más fuerza la tentación de la carne, pero a partir de los cincuenta años el calor del cuerpo se enfría. Los vasos sagrados son las almas de los fieles. Por eso conviene que los elegidos, mientras son aún tentados, estén sometidos a un servicio y se fatiguen con trabajos, pero cuando ya el alma ha llegado a la edad tranquila y ha cesado el calor de la tentación, sean custodios de los vasos sagrados, porque entonces son constituidos maestros de las almas.
PEDRO.- Bien, estoy de acuerdo. Pero ya que me has manifestado el sentido oculto de este pasaje, te pido que sigas contándomela vida de este justo, que has comenzado a narrar.
PEDRO.- Algo comprendo del sentido del pasaje que has aducido, sin embargo te ruego que me lo expongas con más claridad.
GREGORIO.- Es evidente, Pedro, que en la juventud arde con más fuerza la tentación de la carne, pero a partir de los cincuenta años el calor del cuerpo se enfría. Los vasos sagrados son las almas de los fieles. Por eso conviene que los elegidos, mientras son aún tentados, estén sometidos a un servicio y se fatiguen con trabajos, pero cuando ya el alma ha llegado a la edad tranquila y ha cesado el calor de la tentación, sean custodios de los vasos sagrados, porque entonces son constituidos maestros de las almas.
PEDRO.- Bien, estoy de acuerdo. Pero ya que me has manifestado el sentido oculto de este pasaje, te pido que sigas contándomela vida de este justo, que has comenzado a narrar.
CAPÍTULO III
EL JARRO ROTO POR LA SEÑAL DE LA CRUZ
Alejada
ya la tentación, el hombre de Dios, cual tierra libre de espinas y abrojos,
empezó a dar copiosos frutos en la mies de las virtudes, y la fama de su
eminente santidad hizo célebre su nombre.
No
lejos de allí, había un monasterio cuyo abad había fallecido, y todos los
monjes de su comunidad fueron adonde estaba el venerable Benito y con grandes
instancias le suplicaron que fuera su prelado. Durante mucho tiempo no quiso
aceptar la propuesta, pronosticándoles que no podía ajustarse su estilo de vida
al de ellos, pero al fin, vencido por sus reiteradas súplicas, dio su
consentimiento. Instauró en aquel monasterio la observancia regular, y no
permitió a nadie desviarse como antes, por actos ilícitos, ni a derecha ni a
izquierda del camino de la perfección. Entonces, los monjes que había recibido
bajo su dirección, empezaron a acusarse a sí mismos de haberle pedido que les
gobernase, pues su vida tortuosa contrastaba con la rectitud de vida del santo.
Viendo
que bajo su gobierno no les sería permitido nada ilícito, se lamentaban de
tener que, por una parte renunciar a su forma de vida, y por otra, haber de
aceptar normas nuevas con su espíritu envejecido. Y como la vida de los buenos
es siempre inaguantable para los malos, empezaron a tratar de cómo le darían
muerte. Después de tomar esta decisión, echaron veneno en su vino. Según la
costumbre del monasterio, fue presentado al abad, que estaba en la mesa, el
jarro de cristal que contenía aquella bebida envenenada, para que lo bendijera;
Benito levantó la mano y trazó la señal de la cruz. Y en el mismo instante, el
jarro que estaba algo distante de él, se quebró y quedó roto en tantos pedazos,
que más parecía que aquel jarro que contenía la muerte, en vez de recibir la
señal de la cruz hubiera recibido una pedrada. En seguida comprendió el hombre
de Dios que aquel vaso contenía una bebida de muerte, puesto que no había
podido soportar la señal de la vida. A1 momento se levantó de la mesa, reunió a
los monjes y con rostro sereno y ánimo tranquilo les dijo: "Que Dios
todopoderoso se apiade de vosotros, hermanos. ¿Por qué quisisteis hacer esto
conmigo? ¿Acaso no os lo dije desde el principio que mi estilo de vida era
incompatible con el vuestro? Id a buscar un abad de acuerdo con vuestra forma
de vivir, porque en adelante no podréis contar conmigo".
Entonces
regresó a su amada soledad y allí vivió consigo mismo, bajo la mirada del
celestial Espectador.
PEDRO.- No acabo de entender qué quiere decir eso de que "vivió consigo mismo".
GREGORIO.- Si el santo varón hubiese querido tener por más tiempo sujetos contra su voluntad a aquellos que unánimemente atentaban contra él, y que tan lejos estaban de vivir según su estilo, quizás el trabajo hubiera excedido a sus fuerzas y perdido la paz, y hasta es posible que hubiera desviado los ojos de su alma de los rayos luminosos de la contemplación. Pues fatigado por el cuidado diario de la corrección de ellos, hubiera negligido su interior. Y acaso olvidándose de sí mismo, tampoco hubiera sido de provecho a los demás. Pues, sabido es, que cada vez que por el peso de una desmesurada preocupación salimos de nosotros mismos, aunque no dejemos de ser lo que somos, no estamos en nosotros mismos, ya que divagando en otras cosas no nos percatamos de lo nuestro. ¿Acaso diremos que vivía consigo mismo aquel que marchando a una región lejana, derrochó la hacienda que había recibido y tuvo que ajustarse con un hombre de aquel país, que le envió a apacentar puercos, a los cuales veía hartarse de bellotas mientras él pasaba hambre? Y sin embargo, cuando empezó a reflexionar sobre los bienes que había perdido, la Escritura dice de él: Volviendo en sí, dijo: ¡Cuántos jornaleros en casa de mi padre andan sobrados de pan! (Lc 15,17). Si, pues, estuvo consigo, ¿cómo volvió en sí? Por eso dije, que este venerable varón habitó consigo mismo, porque teniendo continuamente los ojos puestos en la guarda de sí mismo, viéndose siempre ante la mirada del Creador, y examinándose continuamente, no salió fuera de sí mismo, echando miradas al exterior.
PEDRO.- Entonces, ¿cómo se explica lo que está escrito del apóstol Pedro, cuando fue sacado de la cárcel por el ángel: Volviendo en sí, dijo: Ahora conozco verdaderamente que el Señor ha enviado su ángel y me ha librado de las manos de Herodes y de la expectación de todo el pueblo judío? (Hch 12,11).
GREGORIO.- De dos maneras, Pedro, se dice que salimos de nosotros mismos. Cuando caemos por debajo de nosotros mismos, por un pecado de pensamiento, o cuando somos elevados por encima de nosotros mismos, por la gracia de la contemplación. Aquel que apacentó a los puercos cayó por debajo de sí, a causa de la divagación de su mente y de la inmundicia de su alma. Por el contrario, este otro a quien el ángel liberó y arrebató su espíritu en éxtasis salió ciertamente fuera de sí, pero por encima de sí mismo. Ambos volvieron en sí, el uno cuando abandonó su vida errada y se recogió en su corazón; el otro cuando al bajar de la contemplación retornó a su estado de conciencia habitual. Así, pues, el venerable Benito habitó consigo mismo en aquella soledad, en el sentido de que se mantuvo dentro de los limites de su pensamiento. Pero cada vez que le arrebató a lo alto el fuego de la contemplación, entonces fue elevado por encima de sí mismo.
PEDRO.- Esto queda claro. Pero dime, te ruego: ¿Podía abandonar a aquellos monjes después de haber aceptado encargarse de ellos?
GREGORIO.- Entiendo, Pedro, que se ha de tolerar con entereza a un grupo de malos, si en él hay algunos buenos a quienes se pueda ayudar. Pero donde falta en absoluto el fruto, porque no hay buenos, es inútil afanarse por los malos, sobre todo si se presenta la ocasión de hacer otras obras que puedan reportar mayor gloria a Dios. Según esto, ¿para qué iba a permanecer allí por más tiempo el santo varón, si veía que todos a una le perseguían? Además, sucede con frecuencia en las almas perfectas -cosa que no debemos olvidar- que cuando se dan cuenta de que su trabajo produce poco fruto, se marchan a otra parte donde puedan hacer más fruto. Por eso, aquel esclarecido predicador, que deseaba ser liberado de su cuerpo mortal y estar con Cristo, para el cual su vivir era Cristo y una ganancia el morir (FI 1,21), y que no sólo anhelaba las persecuciones, sino que animaba a otros a soportarlas, al sufrir violenta persecución en Damasco, procuróse una cuerda y una espuerta para huir e hizo que le bajasen ocultamente por la muralla. ¿Diremos acaso por eso, que Pablo tuvo miedo a la muerte, cuando él mismo asegura que la deseaba por amor a Jesús? No por cierto. Sino que viendo que en aquel lugar había de trabajar mucho y sacar poco fruto, reservóse para otras partes donde pudiese trabajar con más fruto. El aguerrido luchador de Dios no quiso permanecer seguro dentro de los muros, sino que fue en busca del campo de batalla. Por la misma razón, si me escuchas atentamente, en seguida verás cómo el venerable Benito al escapar de allí con vida, no abandonó a tantos hombres rebeldes, como almas resucitó de la muerte espiritual en otras partes.
PEDRO.- Que es como dices lo declara esa razón manifiesta y el ejemplo que has aducido. Pero te ruego vuelvas a tomar el hilo de la narración de la vida de este gran abad.
GREGORIO.- Como el santo varón crecía en virtudes y milagros en aquella soledad, fueron muchos los que se reunieron en aquel lugar para servir a Dios todopoderoso, de suerte que con la ayuda de Nuestro Señor Jesucristo, que todo lo puede, erigió allí doce monasterios, a cada uno de los cuales asignó doce monjes con su abad. Pero retuvo en su compañía a algunos, que creyó serían mejor formados si permanecían a su lado.
PEDRO.- No acabo de entender qué quiere decir eso de que "vivió consigo mismo".
GREGORIO.- Si el santo varón hubiese querido tener por más tiempo sujetos contra su voluntad a aquellos que unánimemente atentaban contra él, y que tan lejos estaban de vivir según su estilo, quizás el trabajo hubiera excedido a sus fuerzas y perdido la paz, y hasta es posible que hubiera desviado los ojos de su alma de los rayos luminosos de la contemplación. Pues fatigado por el cuidado diario de la corrección de ellos, hubiera negligido su interior. Y acaso olvidándose de sí mismo, tampoco hubiera sido de provecho a los demás. Pues, sabido es, que cada vez que por el peso de una desmesurada preocupación salimos de nosotros mismos, aunque no dejemos de ser lo que somos, no estamos en nosotros mismos, ya que divagando en otras cosas no nos percatamos de lo nuestro. ¿Acaso diremos que vivía consigo mismo aquel que marchando a una región lejana, derrochó la hacienda que había recibido y tuvo que ajustarse con un hombre de aquel país, que le envió a apacentar puercos, a los cuales veía hartarse de bellotas mientras él pasaba hambre? Y sin embargo, cuando empezó a reflexionar sobre los bienes que había perdido, la Escritura dice de él: Volviendo en sí, dijo: ¡Cuántos jornaleros en casa de mi padre andan sobrados de pan! (Lc 15,17). Si, pues, estuvo consigo, ¿cómo volvió en sí? Por eso dije, que este venerable varón habitó consigo mismo, porque teniendo continuamente los ojos puestos en la guarda de sí mismo, viéndose siempre ante la mirada del Creador, y examinándose continuamente, no salió fuera de sí mismo, echando miradas al exterior.
PEDRO.- Entonces, ¿cómo se explica lo que está escrito del apóstol Pedro, cuando fue sacado de la cárcel por el ángel: Volviendo en sí, dijo: Ahora conozco verdaderamente que el Señor ha enviado su ángel y me ha librado de las manos de Herodes y de la expectación de todo el pueblo judío? (Hch 12,11).
GREGORIO.- De dos maneras, Pedro, se dice que salimos de nosotros mismos. Cuando caemos por debajo de nosotros mismos, por un pecado de pensamiento, o cuando somos elevados por encima de nosotros mismos, por la gracia de la contemplación. Aquel que apacentó a los puercos cayó por debajo de sí, a causa de la divagación de su mente y de la inmundicia de su alma. Por el contrario, este otro a quien el ángel liberó y arrebató su espíritu en éxtasis salió ciertamente fuera de sí, pero por encima de sí mismo. Ambos volvieron en sí, el uno cuando abandonó su vida errada y se recogió en su corazón; el otro cuando al bajar de la contemplación retornó a su estado de conciencia habitual. Así, pues, el venerable Benito habitó consigo mismo en aquella soledad, en el sentido de que se mantuvo dentro de los limites de su pensamiento. Pero cada vez que le arrebató a lo alto el fuego de la contemplación, entonces fue elevado por encima de sí mismo.
PEDRO.- Esto queda claro. Pero dime, te ruego: ¿Podía abandonar a aquellos monjes después de haber aceptado encargarse de ellos?
GREGORIO.- Entiendo, Pedro, que se ha de tolerar con entereza a un grupo de malos, si en él hay algunos buenos a quienes se pueda ayudar. Pero donde falta en absoluto el fruto, porque no hay buenos, es inútil afanarse por los malos, sobre todo si se presenta la ocasión de hacer otras obras que puedan reportar mayor gloria a Dios. Según esto, ¿para qué iba a permanecer allí por más tiempo el santo varón, si veía que todos a una le perseguían? Además, sucede con frecuencia en las almas perfectas -cosa que no debemos olvidar- que cuando se dan cuenta de que su trabajo produce poco fruto, se marchan a otra parte donde puedan hacer más fruto. Por eso, aquel esclarecido predicador, que deseaba ser liberado de su cuerpo mortal y estar con Cristo, para el cual su vivir era Cristo y una ganancia el morir (FI 1,21), y que no sólo anhelaba las persecuciones, sino que animaba a otros a soportarlas, al sufrir violenta persecución en Damasco, procuróse una cuerda y una espuerta para huir e hizo que le bajasen ocultamente por la muralla. ¿Diremos acaso por eso, que Pablo tuvo miedo a la muerte, cuando él mismo asegura que la deseaba por amor a Jesús? No por cierto. Sino que viendo que en aquel lugar había de trabajar mucho y sacar poco fruto, reservóse para otras partes donde pudiese trabajar con más fruto. El aguerrido luchador de Dios no quiso permanecer seguro dentro de los muros, sino que fue en busca del campo de batalla. Por la misma razón, si me escuchas atentamente, en seguida verás cómo el venerable Benito al escapar de allí con vida, no abandonó a tantos hombres rebeldes, como almas resucitó de la muerte espiritual en otras partes.
PEDRO.- Que es como dices lo declara esa razón manifiesta y el ejemplo que has aducido. Pero te ruego vuelvas a tomar el hilo de la narración de la vida de este gran abad.
GREGORIO.- Como el santo varón crecía en virtudes y milagros en aquella soledad, fueron muchos los que se reunieron en aquel lugar para servir a Dios todopoderoso, de suerte que con la ayuda de Nuestro Señor Jesucristo, que todo lo puede, erigió allí doce monasterios, a cada uno de los cuales asignó doce monjes con su abad. Pero retuvo en su compañía a algunos, que creyó serían mejor formados si permanecían a su lado.
También
por entonces comenzaron a visitarle algunas personas nobles y piadosas de la ciudad
de Roma, que le confiaron a sus hijos para que los educara en el temor de Dios
todopoderoso. Por este tiempo Euticio y el patricio Tértulo le encomendaron a
sus hijos Mauro y Plácido, los dos, niños de buenas esperanzas. El joven Mauro,
dotado de buenas costumbres, empezó a ayudar al maestro. Plácido en cambio, era
todavía un niño.
CAPÍTULO IV
DEL MONJE DISTRAÍDO VUELTO AL BUEN CAMINO
En uno
de aquellos monasterios fundados por él, había un monje que no podía permanecer
en oración, sino que no bien los monjes se disponían a orar, él salía fuera del
oratorio y se entretenía en cosas terrenas y fútiles. Después de haber sido
amonestado repetidamente por su abad, finalmente fue enviado al hombre de Dios,
quien a su vez le reprendió ásperamente por su necedad. Vuelto al monasterio,
apenas hizo caso un par de días de la corrección del hombre de Dios, pero al
tercer día volvió a su antigua conducta y comenzó de nuevo a divagar durante el
tiempo de la oración. Habiéndolo comunicado al hombre de Dios, el abad que él
mismo había puesto en el monasterio, dijo: "Iré y le corregiré
personalmente". Fue el hombre de Dios al monasterio, y cuando a la hora
señalada, concluida ya la salmodia, los monjes se ocuparon en la oración, vio
cómo un chiquillo negro arrastraba hacia fuera por el borde del vestido a aquel
monje que no podía estar en oración. Entonces dijo secretamente a Pompeyano, el
abad del monasterio, y al monje Mauro: "¿No veis quién es el que arrastra
fuera a este monje?". "No", le respondieron. "Oremos, pues,
para que también vosotros podáis ver a quién sigue este monje".
Después
de haber orado dos días, Mauro lo vio, pero Pompeyano, el abad del monasterio,
no pudo verlo. Al tercer día, concluida la oración, al salir del oratorio el
hombre de Dios encontró a aquel monje fuera. Y para curar la ceguera de su
corazón le golpeó con su bastón, y desde aquel día no volvió a sufrir más
engaño alguno de aquel chiquillo negro y perseveró constante en la oración.
Así, el antiguo enemigo, como si él mismo hubiera recibido el golpe, no se
atrevió en adelante a esclavizar la imaginación de aquel monje.
CAPITULO IX
DE UNA ENORME PIEDRA LEVANTADA POR SU ORACIÓN
Un día,
mientras estaban trabajando en la construcción de su propio monasterio, los
monjes decidieron poner en el edificio una piedra que había en el centro del
terreno. A1 no poderla remover dos o tres monjes a la vez, se les juntaron
otros para ayudarlos, pero la piedra permaneció inamovible como si tuviera
raíces en la tierra. Comprendieron entonces claramente que el antiguo enemigo
en persona estaba sentado sobre ella, puesto que los brazos de tantos hombres
no eran suficientes para removerla.
Ante la
dificultad, enviaron a llamar al hombre de Dios para que viniera y con su
oración ahuyentara al enemigo, y así poder luego levantar la piedra. Vino
enseguida, oró e impartió la bendición, y al punto pudieron levantar la piedra
con tanta rapidez, como si nunca hubiera tenido peso alguno.
CAPÍTULO
XXXIII
EL MILAGRO DE
SU HERMANA ESCOLÁSTICA
¿Quién
habrá, Pedro, en esta vida más grande que san Pablo? Y sin embargo tres veces
rogó al Señor que le librara del aguijón de la carne (2Co 12,8) y no pudo
alcanzar lo que deseaba. Por eso, es preciso que te cuente del venerable abad
Benito cómo deseó algo y no pudo obtenerlo. En efecto, una hermana suya,
llamada Escolástica, consagrada a Dios todopoderoso desde su infancia,
acostumbraba a visitarle una vez al año. Para verla, el hombre de Dios
descendía a una posesión del monasterio, situada no lejos de la puerta del
mismo. Un día vino como de costumbre y su venerable hermano bajó donde ella,
acompañado de algunos de sus discípulos S'. Pasaron todo el día ocupados en la
alabanza divina y en santos coloquios, y al acercarse las tinieblas de la noche
tomaron juntos la refección. Estando aún sentados a la mesa entretenidos en
santos coloquios, y siendo ya la hora muy avanzada, dicha religiosa hermana
suya le rogó: "Te suplico que no me dejes esta noche, para que podamos
hablar hasta mañana de los goces de la vida celestial". A lo que él
respondió: "¡Qué es lo que dices, hermana! En modo alguno puedo permanecer
fuera del monasterio".
Estaba
entonces el cielo tan despejado que no se veía en él ni una sola nube. Pero la
religiosa mujer, al oír la negativa de su hermano, juntó las manos sobre la
mesa con los dedos entrelazados y apoyó en ellas la cabeza para orar a Dios
todopoderoso. Cuando levantó la cabeza de la mesa, era tanta la violencia de
los relámpagos y truenos y la inundación de la lluvia, que ni el venerable
Benito ni los monjes que con él estaban pudieron trasponer el umbral del lugar
donde estaban sentados. En efecto, la religiosa mujer, mientras tenía la cabeza
apoyada en las manos había derramado sobre la mesa tal río de lágrimas, que
trocaron en lluvia la serenidad del cielo. Y no tardó en seguir a la oración la
inundación del agua, sino que de tal manera fueron simultáneas la oración y la
copiosa lluvia, que cuando fue a levantar la cabeza de la mesa se oyó el
estallido del trueno y lo mismo fue levantarla que caer al momento la lluvia.
Entonces, viendo el hombre de Dios, que en medio de tantos relámpagos y truenos
y de aquella lluvia torrencial no le era posible regresar al monasterio,
entristecido, empezó a quejarse diciendo: "¡Que Dios todopoderoso te
perdone, hermana! ¿Qué es lo que has hecho?". A lo que ella respondió:
" Te lo supliqué y no quisiste escucharme; rogué a mi Señor y él me ha
oído. Ahora, sal si puedes. Déjame y regresa al monasterio". Pero no
pudiendo salir fuera de la estancia, hubo de quedarse a la fuerza, ya que no
había querido permanecer con ella de buena gana. Y así fue cómo pasaron toda la
noche en vela, saciándose mutuamente con coloquios sobre la vida espiritual.
Por eso
te dije, que quiso algo que no pudo alcanzar. Porque si bien nos fijamos en el
pensamiento del venerable varón, no hay duda que deseaba se mantuviera el cielo
despejado como cuando había bajado del monasterio, pero contra lo que deseaba se
hizo el milagro, por el poder de Dios todopoderoso y gracias al corazón de
aquella santa mujer. Y no es de maravillar que, en esta ocasión, aquella mujer
que deseaba ver a su hermano pudiese más que él, porque según la sentencia de
san Juan: Dios es amor (1Jn 4,16), y con razón pudo más la que amó más (Lc
7,47) 53.
PEDRO.- Ciertamente, me gusta mucho lo que dices.
PEDRO.- Ciertamente, me gusta mucho lo que dices.
fuente: Abadía de San
Benito -Luján- Arg
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modificación relevante: ant 2012
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