Hoy es día seis de octubre.
En otros siete, estaremos ya fuera de las fiestas de El Pilar.
Creo que esta fiesta se
recuerda, se celebre como se celebre, en casi todos los lugares de la llamada
'tierra de la cristiandad'.
No me suena bien esta
expresión, pero abarca todos los ámbitos en los cuales el domingo es día
festivo...
Digo que el próximo domingo
es el día trece de octubre. Es decir, nos quedan a ti y a mí, siete días para
invertirlos en un centón de tareas importantes.
Y si nos parece oportuno
podremos ocupar algún momento en algo de estos tres asuntos que se me ocurren
ahora.
Asunto uno: Es tiempo de otoño. Ya sabemos que en medio
cosmos nuestro no existe el otoño.
Pues me digo que conviene
saber que existe.
Para unos y para otros, el
otoño viene a ser como el gran aviso de la naturaleza que anuncia su evangelio
de la realidad: esta vida, ni es inmortal ni es eterna. Téngalo en cuenta por
si le sirve de algo para estar y sentirse bien dentro de su piel con todas sus
neuronas.
Asunto dos: Durante
toda esta semana se seguirán celebrando en Roma, estado vaticano, las
comparecencias de unos y de otros sobre otro asunto de
geopolíticasocialreligiosa llamado AMAZONÍA.
Me da la impresión de que si
se llega a resolver todo este fenómeno y para todos los seres vivos en él
implicados este mundo será definitivamente el mundo mejor para muchos
siglos.
Y si no fuera así, más de uno
anunciará otra vez el final del mundo.
¿Qué cuestiones se ventilan
en esto de la Amazonía? No lo sé. No tengo ni voz ni voto.
Pero por si acaso y como
sucede en todo SÍNODO ECLESIÁSTICO VATICANO, seguiré pensando que tan
importante es lo que nos cuenten, como lo que nos silencien.
De lo uno y de lo otro, la
mitad de la mitad.
Cuando se escuche en este
mundo de los humanos la voz de un 'quitameriendas' empezaré a pensar que algo
muy nuevo está empezando a suceder cerca de mí y de ti.
Asunto tres: Si no se tiene otra cosa mejor que hacer será
bueno leerse Lucas 17,11-19 para volver a ser consciente de
que casi todo depende de uno. De ti, de mí... De cada uno y de sus adentros. Es
decir, de las decisiones de cada uno. De la fe de cada cual. La fe no cae con
la lluvia ni brota de entre las piedras porque sí. La fe está dentro de cada
quien.
Y un asunto final. No les digo nada a propósito del relato de Mateo
26,20-35.
En mi comentario sugiero
leerse muchos otros textos de la Biblia. Doy trabajo o pongo tareas.
Advierto que se trata de un
relato en plan bomba de relojería.
Si no se considera uno
adiestrado, mejor no tocar.
Y, al revés, si uno acaba
enredándose con ese relato es muy probable que llegue a encontrar el NUEVO
CONTEXTO DEL APRENDIZAJE de la fe y la vida. Es decir, de casi todo.
Ese texto de Mateo, y de sus
amigos los Evangelistas, es sin duda materia reservada para que todos la
conozcan.
“Levántate... Tu fe... Tu fe...
Siempre tu fe”. Lo escribo CONTIGO:
Estamos llegando, pero aún queda
tarea: “De camino hacia Jerusalén, Jesús pasaba entre Samaría y Galilea. Al
entrar en un pueblo...” (Lucas 17,11-12). Escrito explícitamente, el
Evangelista coloca a sus lectores en la tercera etapa del Camino de Jesús que
va desde Galilea a Jerusalén. Para Camino, ¿el de la Plata, el de Santiago, el
del Destierro...? El del laico Jesús.
Es la etapa tercera y definitiva.
Comienza aquí en 17,11 y acabará en 19,29, en Jerusalén.
Para comenzar esta etapa, Lucas nos
cuenta lo acontecido en el interior de aquella aldea o poblado en el que
acababan de entrar. Un relato, sin ningún tipo de duda, muy sorprendente. Creo
que más sorprendente entonces que ahora, digo. No se sabe si era la primera o
la décima vez que aquel Jesús de Galilea pisaba las calles de aquel poblado de
frontera. ¿Podemos llegar a conocer, AHORA, la realidad social y relacional entre
galileos y samaritanos de ENTONCES?
Aquel poblado, según relata este
Evangelista, estaba en la frontera de dos regiones poco y mal hermanadas.
Expresamente se dice que allí se alojaban, como mínimo, diez personas leprosas.
Y de ellas tan sólo una, el diez por ciento en la estadística, era una persona
samaritana. ¿Y el noventa por ciento? Personas judías. Ciudadanos de Israel. No
extranjeros (Lc 17,18).
Y, al parecer como se evoca en el
relato, todas estas personas leprosas conocen a este Jesús del Evangelista
Lucas. Le llaman ‘maestro’, preceptor. Todo esto sólo y en rigurosa exclusiva
lo sabemos los lectores por este narrador de los hechos y dichos de su Jesús de
Nazaret. Ningún otro Evangelista supo nada de tales sucesos. De este Jesús no
se dice aquí que sea el Hijo del Dios Altísimo, ni tan siquiera su Mesías
escogido, ni que en él actúa la fuerza del Espíritu, ni que fuera un profeta. Este
Jesús es, aquí y ante los leprosos de una aldea de frontera, el preceptor y
maestro.
¡Menudo contexto ¿nuevo, insólito?
para el desarrollo imaginativo de la evangelización!
Para situarse lo más ajustadamente
posible en este contexto de la narración evangélica de Lucas conviene echarle
una detenida ojeada crítica a los capítulos decimotercero y decimocuarto del Libro
del Levítico y en especial a Lv 13,45-46: “El
leproso llevará las vestiduras rasgadas, los cabellos revueltos y el bigote
tapado, e irá gritando: Impuro, impuro. Mientras le dura la lepra, será impuro.
Vivirá aislado y tendrá su morada fuera del campamento”. Así de clara y
tajante se creía ser la Ley que Yavé Dios dictó a Moisés (Lc 13,1).
En mi meditación desasosegada de
este relato me preguntaré si fue el laico y galileo Jesús o su Evangelista
Lucas quien se atrevió a violar y desobedecer esta divinizada normativa legal.
Fuera quien fuera el desobediente se nos está invitando a ser creyentes y
vivientes blasfemos.
Si me sorprendo de mis conclusiones
neuronales y teológicas enseguida me sale al encuentro el mensaje final de este
relato tan humanamente liberador como comprometedor: “Tu fe te ha curado. Camina y vive como crees”. Creo que la lepra
peor no es la de la piel, sino la religiosa.
Domingo 46º de Mateo (13.10.2019):
Mateo 26,20-35.
“Todo cuanto deseas que te hagan, házselo a los demás” (Mateo 7,12)
Ya nos ha contado el Evangelista
Mateo que su Jesús de Nazaret salió del Templo de Jerusalén con la sentencia de
muerte pegada al cuerpo (Mateo 26,1-5). Este es el dato cierto que nos acaba de
contar el narrador en el ‘primer día’ de la fiesta de la Pascua o de los panes
sin levadura o del paso de la esclavitud a la libertad (Mt 26,17).
Ahora, precisa este narrador, llega
el atardecer del día (Mt 26,20). Es decir, estaría comenzando la segunda
jornada de la fiesta, porque así se hacía el cómputo del comienzo del nuevo
día. Bien lo había precisado el viejo narrador de la primera página del
Génesis: ‘Pasó una tarde y pasó una mañana; pasó el día’. En este comienzo del
nuevo día “Jesús se puso a la mesa con
los Doce y mientras cenaban les dijo”.
A partir de este momento, el
narrador Mateo nos cuenta a sus lectores tres asuntos que me atrevo a
comprender como asuntos íntimamente relacionados en este Evangelio y en los
otros tres Evangelios restantes que son Marcos, Lucas y Juan. De estos tres elementos
he hablado en otros comentarios. Y no me cansaré de repetirlos cuantas veces
sean precisas. Estoy dispuesto a realizar estas repeticiones de manera
cotidiana, como suele decirse, en ámbitos eclesiásticos, a propósito de la
celebración de la santa misa o eucaristía.
Estos tres asuntos son: El anuncio de la traición de Judas realizado
por el propio Jesús (Mt 26,21-25), la
cena de Pascua (Mt 26,26-30) y el
anuncio de las negaciones de Pedro (Mt 26,31-35). Sería muy útil y
necesario leerse ahora estos tres asuntos contados también en Mc 14,17-31, en
Lucas 22,21-34 y en Juan 13,21-38. Se constatará que entre los anuncios de las
traiciones-negaciones de Judas y de Pedro cada Evangelista ha colocado su narración
de la ‘Pascua de Jesús de Nazaret’: Eucaristía del Pan y Vino (Mc-Mt), del
Servicio (Lc), del Amor (Jn).
En ninguno de estos cuatro relatos
evangélicos se encuentra el dato famoso del centro y culmen del ‘haced esto en
memoria mía’ que se afirma y reafirma dicho en exclusiva para algunos varones
célibes ordenados sacramentalmente como sacerdotes. Nada de esto, que llamamos entre
nosotros sacramentos de la eucaristía y del sacerdocio, pertenece al mensaje
del Evangelio en el contexto de aquella Pascua última de Jesús con los Doce.
Creo que estamos ante uno de los
datos más relevantes y sorprendentes de la evangelización que espera llevarse a
cabo, o sembrarse conscientemente, después de tantos siglos de incomprensión, olvido, ignorancia o
ritualismo vestidos con el hábito de la religiosidad popular.
Y aquellos llamados ‘DOCE’, Pedro y
Judas, Judas y Pedro, el primero y el último, desde el último hasta el primero,
todos y todas, seguidores de entonces, deseaban o esperaron que aquel Jesús de
Nazaret fuera un MESÍAS des-esclavizador, como se habían imaginado a su Moisés
del Yavé-Dios y de su Pascua exterminadora de los enemigos. Pero aquel Jesús,
laico y galileo, contempló y vivió la realidad de la historia de su pueblo como
una experiencia de humanización, convivencia consciente, servicio explícito al
que está abajado, denuncia profética al encumbrado en el poder y decisión por
ser pan, vino, luz, servicio, amor... ¡y VIDA!
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