El sacramento de nuestra
fe
. 'Este' es el sacramento de
'nuestra' fe, proclama el único celebrante -con minúscula- de la plegaria
eucarística de la liturgia del Misal Romano mientras se le muestra al
pueblo en asamblea pan y vino que no se suelen ver, sino entrever sobre una
patena y dentro de un cáliz bendecido a modo de copa pero de más esplendor y
evocativa ostentación sagrada.
. Haced 'esto' en memoria
mía, proclama por única vez Lucas (22,14-23) en los cuatro Evangelios del Nuevo
Testamento. Y se dice 'esto' en directa y exclusiva referencia al pan partido.
Este 'haced' está referido a cuantas personas están en la mesa y sala de
aquella cena última de Jesús de Nazaret con sus discípulos, que eran ¿doce,
veinticuatro, treinta, hombres, hombres célibes, sólo hombres, con mujeres,
cuarenta y nueve, ciento cincuenta y tres? ¿Cuántos?
. En 'esto' conocerán todos
que sois mis discípulos, nos escribe en rigurosa exclusiva a cada lector el
Evangelio de Juan (13,35), y 'esto' no es ni pan, ni vino, ni agua, ni
luz, ni... ¡es amor de uno con otro, de unos con otros!
Este es el sacramento de
nuestra fe, repito, me repito y nunca me cansaré de reflexionarlo y
asimilármelo...
El pan, tan especial siempre
que se le dice consagrado, es decir separado sólo y en exclusiva para esta
celebración y su ordenada y establecida distribución o dispensación.
Este es el sacramento
de nuestra fe:
¿La misa, a secas o santa,
rezada, cantada, de ángelis, diaria, dominical?
¿La comunión, a secas o
santa, la primera, todas?
¿La fracción del pan?
¿La eucaristía?
¿La Iglesia?
¿El amor?
¿El servicio?
¿El lavar los pìes,
físicamente o simbólicamente?
¿Que os améis unos a otros?
¿Que nos amemos los unos a
los otros?
¿Que nos amemos los unos a
los otros como nos amó Jesús de Nazaret o Jesucristo?
Llegado hasta este momento
pienso, muchas veces, que es necesaria muy urgentemente una encuesta
sociológica con estas preguntas para discernir qué se piensa en la
universalidad de las iglesias cristianas.
A veces pienso que no hay
nada de qué hablar sobre esto. Que en esto no se piensa, ni se discute. Se
acepta y se hace como cada uno lo ha hecho durante toda su vida. O nos han
dicho que debe hacerse así y jamás asá.
A veces pienso que podría
hacerse de otra forma, pero llega un documento como 'Querída Amazonía' que en
su número 88, con sus dos notas incluidas, deja una vez más las cosas de la fe
en su sitio de siempre. Se podrá remover todo, pero el culmen y centro y quicio
y gozne, permanece, contundente, inamovible, claro y escueto y sin la menor
fisura. Ni una sola concesión.
Creo que se necesitarán otros
veinte siglos de historia para que el mensaje de Juan 13,35 llegue a ser 'el
sacramento de la fe de los seguidores de Jesús' para la asamblea universal de
la Iglesia y de la Humanidad. Mientras tanto, esperaremos, porque la esperanza
todo lo alcanza...
Seguramente que estaré
equivocadísimo, pero que nadie me impida pensar y responderme. Y así lo sigo
haciendo desde hace tiempo y más, si cabe, desde que siendo 'un joven en edad
de aprender' leía aquel refrescante librito de Los sacramentos de la vida del
franciscano escritor de la Teología de la Liberación llamado Leonardo que aún
sigo recomendando que se relea. Iluminador el librejo, como la montaña de su
presentación, y como cualquier otra montaña o llano. Excelente.
Y vale, ahora. Pero me quedo,
porque lo puedo hacer, con Juan 13,35. No encuentro mejor sacramento de 'la fe'
en Jesús y en ti y en cada tú.
A continuación se encuentran
los comentarios del domingo 15 de mayo.
Carmelo Bueno Heras
Domingo 5º de Pascua Ciclo
B (15.05.2022): Juan 13,31-35.
Escribo CONTIGO: EN
ESTO CONOCERÁN TODOS QUE SOIS MIS DISCÍPULOS
Mi
comentario se detiene unos momentos en el pronombre demostrativo ‘esto’ que
leemos y compartimos por encontrarse literalmente en el texto del Evangelista
(Jn 13,35). ‘Esto’ es algo que se ve y se toca, como el pan y el vino, una
patena o un cáliz, el agua, el aceite, el beso o el abrazo… Esto es mi cuerpo;
esta es mi sangre… No podemos dejar de pensar en estas expresiones que hablan
de la centralidad de la fe de los creyentes en Jesús de Nazaret. Incluso, nos
lo enseña la literatura de la teología eclesial, nos atrevemos a decir como en
la liturgia eucarística: Esto es el sacramento de nuestra fe; que nos amamos
unos a otros.
El texto
de Juan 13,35 me parece que viene a ser el centro y culmen de la experiencia
más profundamente humana y humanizadora. Desde esta realidad se acabarán comprendiendo
las diversas secuencias de este relato Evangélico. ¿Qué otra cosa es para Juan
el Evangelista el vino de las bodas de Cana que este ‘amor de unos a otros’
como la única religión en la que este judío de la Galilea creía? Las seis
tinajas, destinadas para el agua de las purificaciones según la ley de Moisés y
de sus sacerdotes, estaban vacías como la religión a la que pertenecían (Jn 2).
Y, ¿qué
otra cosa es el nuevo nacimiento, que propone este Jesús de Juan a la autoridad
y poderío del magistrado judío Natanael si no ‘el amarse unos a otros’? (Juan
3) Y, ¿no es este único mandamiento de ‘el amarse unos a otros’ el que acaban
compartiendo este Jesús del narrador con la mujer samaritana? (Juan 4). Y, ¿qué
trabajo debe realizarse en aquel sábado judío cuando uno se encuentra con la
realidad de personas, ciegas, cojas, sordas, enfermas, paralíticas? ¿Habrá que
trabajar en la liturgia sinagogal? ¿O habrá que trabajar en la liturgia del
‘amarse unos a otros’ que es el acompañamiento y la sanación humanizadora?
(Juan 5).
Y así,
podría seguirse capítulo tras capítulo en la narración de Juan. Siempre se
encontrará la clave de interpretación en esta referencia explícita al centro y
culmen del único mandamiento, de la opción y propuesta de Jesús de Nazaret. No
hay otro mandamiento, no hay otra religión, no hay otro ritual litúrgico, no
hay otro código institucionalizado.
Y
hablando en nuestro lenguaje de gentes de iglesia diríase que no hay otro
sacramento que amarse unos a otros. Permanecer en la institucionalización judía
de la religión del Templo es permanecer en el vacío de la deshumanización y de
la muerte.
En
esto conocerán todos que sois mis discípulos, si os amáis unos a otros (Jn
13,35).
La última
vez que se proclamó este mismo texto del Evangelio de Juan fue el 5º domingo de
Pascua del año 2019. De manera sistemática sólo se nos lee al pueblo este
relato cada tres años. Sólo y siempre en este típico domingo 5º de Pascua del
llamado Ciclo C. Los humanos solemos ser olvidadizos, no por mala voluntad.
Olvidamos las cosas porque no tenemos capacidades para asumir y recordar todo.
Pensando bien, este relato de Juan se debería anunciar, al menos, un domingo
cada año. Quiero pensar así cuando, a veces, consulto el Nuevo Catecismo de la
Iglesia Católica y vuelvo a constatar que nunca se cita explícitamente este
texto de Juan 13,35. (¿¡---!?).
Y dicho
ya todo esto, ¿por qué esta Iglesia nuestra nos poda, silencia y anula estas
palabras de Juan 13,33b: “Me buscaréis, pero os digo ahora lo mismo que ya
dije a los judíos -a donde voy ahora no podéis venir-“? ¿Tan complicado o
peligroso era esto para los apóstoles de entonces o de ahora? Lo complicado y
peligroso es comprender y aceptar que no hay otra religión que ‘amarse unos a
otros’. Carmelo Bueno Heras
CINCO MINUTOS con la otra
Biblioteca de la BIBLIA entre las manos
Tú y yo, entre otras muchas actividades, solemos
también leer. En ocasiones, quedamos sorprendidos por lo que leemos. Es más, y
nos ocurre a veces, llegamos a pensar que lo que leemos nos hubiera gustado
haberlo escrito nosotros mismos. Por esta sola razón, me he decidido a
compartir CONTIGO, semana a semana, durante este año eclesiástico, 52 libros.
Creo que, en la inmensa BIBLIA de todos los textos, como en el cuerpo de toda persona,
¡todo está relacionado!
Ahora,
Semana 25ª: 15.05.2022: Cita de Leonardo Boff, Los sacramentos de la vida, Sal
Terrae, Santander, 1978, 109 páginas.
“Revela,
recuerda alude, remite. Por ser ella así, le dedico, agradecido, este librito”
[…]
El
sacramento de la colilla.
En el
fondo del cajón se esconde un pequeño tesoro: una cajita de cristal con una
pequeña colilla; de picadura y de humo amarillento como las que se suelen fumar
en el Sur de Brasil. Hasta aquí nada nuevo. Sin embargo esa insignificante
colilla tiene una historia única. Habla al corazón. Posee un valor evocador de
infinita añoranza.
Fue el
día 11 de agosto de 1965. Munich, en Alemania. Lo recuerdo muy bien: Allá
afuera las casas aplaudían al sol vigoroso del verano europeo; flores
multicolores explotaban en los parques y se asomaban sonrientes a las ventanas.
Son las dos de la tarde. El cartero me trae la primera carta de la patria.
Llega cargada de nostalgia abandonada por el camino recorrido. La abro
ansiosamente. Escribieron todos los de casa; parece casi un periódico. Flota un
misterio: “Estarás ya en Munich cuando leas estas líneas. Igual a todas las
otras, esta carta es, sin embargo, diversa de las demás y te trae una hermosa
noticia, una noticia que, contemplada desde el ángulo de la fe es en verdad
motivo de alborozo. Dios exigió de nosotros, hace pocos días, un tributo de
amor, de fe y de embargado agradecimiento. Descendió al seno de nuestra
familia, nos miró uno a uno, y escogió para sí al más perfecto, al más santo,
al más duro, al mejor de todos, el más próximo a él, nuestro querido papá. Dios
no lo llevó de entre nosotros, sino que lo dejó todavía más entre nosotros.
Dios no llevó a papá sólo para sí, sino que lo dejó aún más para nosotros. No
arrancó a papá de la alegría de nuestras fiestas sino que lo plantó más a fondo
en la memoria de todos nosotros. No lo hurtó de nuestra presencia, sino que lo
hizo más presente. No lo llevó, lo dejó. Papá no partió, sino que llegó. Papá
no se fue sino que vino para ser aún más padre, para hacerse presente ahora y
siempre, aquí en Brasil con todos nosotros, contigo en Alemania, con Ruy y
Clodovis en Lovaina y con Waldemar en Estados Unidos”.
Y la
carta proseguía con el testimonio de cada hermano, testimonio en el que la
muerte, instaurada en el corazón de la vida de un hombre de 54 años, era
celebrada como hermana y como la fiesta de la comunión que unía a la familia
dispersa en tres países diversos. De la turbulencia de las lágrimas brotaba una
serenidad profunda […]
Al día
siguiente, en el sobre que me anunciaba la muerte, percibí una señal de vida
del que nos había dado la vida en todos los sentidos, y que me había pasado
desapercibido: una colilla amarillenta de un cigarro de picadura. Era el último
que había fumado momentos antes de que un infarto de miocardio lo hubiera
liberado definitivamente de esta cansada existencia. La intuición profundamente
femenina y sacramental de una hermana, la movió a colocar esta colilla de cigarro
en el sobre.
De ahora
en adelante esta colilla ya no es una colilla de cigarro. Es un sacramento.
Está vivo y habla de la vida […] Por eso es de valor inestimable. Pertenece al
corazón de la vida y a la vida del corazón. Recuerda y hace presente la figura
del padre, que ahora ya se convirtió, con el pasar de los años, en un arquetipo
familiar y en un marco de referencia de los valores fundamentales de todos los
hermanos. De su boca oímos, de su vida aprendimos que quien no vive para servir
no sirve para vivir. Es la advertencia que colocamos para todos nosotros en la
lápida de su tumba. Texto completo, en las páginas 5. 27-29.
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