La guerra de siempre
El próximo domingo será 29 de
mayo. Paso a paso el tiempo nos lleva un poco más allá. Es curioso que este
'tiempo transportador leve' nunca se canse, afortunadamente.
Las guerras siguen sobre la
faz de esta tierra. Aquel viejo Isaías soñaba, pero no conocía a fondo el barro
del que está hecho todo humano. Soñaba el tal Isaías y lo expresaba así: 'No se
adiestrarán para la guerra'. Llegará un día en que esto va a suceder.
Desaparecerá todo adiestramiento para tal tarea. Pues la realidad de la psique
humana, su ADN o su ARN, dicen que no. No va a suceder tal decisión. Podrá
quedar escrita sobre papel, pergamino, piedra, bronce o plancha de cobre. Las
personas seguiremos y seguirán adiestrándose, seguiremos adiestrándonos, para
la guerra.
Este adiestramiento ocupará
todos los ámbitos en los que se desarrolla el vivir de los humanos: el primer
ámbito será el económico. Se destinarán los fondos monetarios más jugosos
para investigar en armamento. Nunca se ha dejado de hacer. Y seguiremos
haciéndolo. Investigar para la guerra, el asolamiento y la muerte.
Y a la vez, no dejará de
haber declaraciones por la Paz y la Concordia. Se crearán gabinetes de
estudios, tesis doctorales, presupuestos de premios en favor de la no violencia
de todo tipo, La colección de personas premiadas con el Nóbel de la Paz
sobrecoge... Pero la guerra sigue, respira y mata. La guerra, siempre la
guerra. Parece que al nombrar a la guerra estamos hablando como de una
tercera persona en impersonal, como si se tratara de algo o alguien que va
a dejar de estar, respirar y vivir. La guerra existe, y somos, de entrada,
tú y yo. Y a nosotros se nos adjuntan como lapas invisibles decenas, centenas,
millares y millones de vivientes. La guerra es tan humana que somos las propias
personas. Como si los vivientes naciéramos ya adiestrados. Llevamos la guerra
'a flor de piel'.
A la guerra de ahora se
la llama invasión, ¡cuánta delicadeza! No deja de ser conquista esclavizadora y
muerte.
No sé qué les pasará a otras
personas y en otros tiempos y espacios, pero a este menda que escribe y puede
hacerlo le dan ganas de dejar de ser humano, le dan ganas de convertirse en
silencio y en vacío, en niebla que se evapora.
¿No será ésta, mi percepción,
la mejor realidad para desear y confirmar el evento liberador de toda
'ascensión a los cielos'?
Tú y yo somos la guerra que
no cesa. Una guerra insoportable.
Domingo de
la Ascensión del Señor C (29.05.2021): Lucas 24,46-53.
¿Y si no
hubo tal Ascensión? Me lo comento y lo escribo CONTIGO,
Se ha acabado el tiempo de Pascua. La liturgia nos
regala desde este domingo de la Ascensión cuatro celebraciones de los dogmas de
la Religión católica. Y para arraigar estos dogmas religiosos se sirve, entre
otras realidades, del propio Evangelio. Estas cuatro solemnidades del dogma
católico son: La Ascensión del Señor (de Jesús de Nazaret al Cielo), Pentecostés
(La Venida del Espíritu Santo, tercera persona de Trinidad, sobre los Doce
apóstoles), La Santísima Trinidad y El Corpus Christi (Santísimo Cuerpo y
Santísima Sangre de Jesucristo).
Para cada una de las cuatro solemnidades dogmáticas de
la religión católica se ha seleccionado un determinado texto evangélico. Para
la primera y la cuarta solemnidad se han buscado sendos textos del Evangelio de
Lucas. Y para la segunda y tercera solemnidad, el dicasterio romano para la
Liturgia ha fijado sendos relatos del Evangelio de Juan. Ya puestos con estos
criterios, me pregunto ingenuamente, ¿por qué no se emparejó en su día cada una
de las cuatro solemnidades con cada uno de los cuatro Evangelistas y sus
Evangelios? Nadie sabrá.
Me centro ya en el relato de Lucas 24,46-53. Con este texto concluye el Evangelista la primera
parte de su obra escrita: El Evangelio. Y este Evangelio acaba con la subida de
Jesús de Nazaret resucitado al Cielo: “Los
sacó [Jesús] hasta cerca de Betania
y, alzando sus manos, los bendijo. Y sucedió que, mientras los bendecía, se
separó de ellos y fue llevado al cielo” (Lc 24,50-51).
Esta ascensión de Jesús al cielo que nos cuenta aquí
Lucas tiene lugar el mismo día de la resurrección del resucitado: “El primer día de la semana… Aquel mismo
día…” (Lc 24, 1. 13). Sin embargo, el propio autor Lucas nos dice a los
atentos lectores de su obra que este hecho de la ascensión definitiva de Jesús
de Nazaret al cielo ocurrió cuarenta días después del día la resurrección
(Hechos de los Apóstolos 1,1-9). ¿Cómo puede ser esto así? No hay manera de
poderlo comprender si es que se está pensando, como se ha pensado siempre en la
tradición de la Iglesia, en el hecho físico, real e histórico de una subida de
aquel Jesús de Nazaret al cielo; y siempre que se crea y piense que el Cielo
está en lo más alto de las alturas del Cosmos.
La lectura literal del final del libro del Evangelio
de Lucas y del comienzo del Libro de los Hechos nos conduce siempre a un
callejón sin salida, a una contradicción imposible. Tan imposible parece esto
que sólo este Evangelista nos habla de ello. Ningún otro de los cuatro
Evangelios habla de esa ascensión. Así, pues, que cada Leyente afirme o crea lo
que mejor le parezca, que subió y ascendió en tal o cual día de la historia o
que nunca se llevó a cabo tal acontecimiento.
Es más. Nos tendremos que preguntar también qué es eso
de ‘El Cielo’, con mayúscula o con minúscula. Parece que no es sostenible la
existencia de un cielo como morada del Yavé-dios trinitario con sus santos,
junto con la existencia de un anti-cielo o Infierno como morada del diablo y de
los réprobos pecadores y la existencia de un tercer lugar -¿tal vez intermedio,
frente al Arriba y al Abajo?- llamado Purgatorio.
Pensado con serenidad y equilibrio esta ‘arquitectura
a lo divino’ no se sostiene ni de prono ni de supino. Tanto de los espacios y
tiempos como de los hechos y relatos del más allá de dejar de respirar nadie de
los que respiramos sabemos nada. Y nada supo tampoco Jesús de Nazaret.
¿Entonces? Nos quedará siempre el aquí y el ahora en el que estamos y
respiramos. Y ojalá que seamos conscientes del inmenso tesoro que es la
participación plena en la Humanidad entrañable que supone sentirse ser vivo y
dedicarse a ser, como más y mejor se estime, vida compartida. Carmelo Bueno Heras
CINCO
MINUTOS con la otra Biblioteca de la BIBLIA entre las manos
Tú y yo, entre otras muchas
actividades, solemos también leer. En ocasiones, quedamos sorprendidos por lo
que leemos. Es más, y nos ocurre a veces, llegamos a pensar que lo que leemos
nos hubiera gustado haberlo escrito nosotros mismos. Por esta sola razón, me he
decidido a compartir CONTIGO, semana a semana, durante este año eclesiástico,
52 libros. Creo que, en la inmensa BIBLIA de todos los textos, como en el
cuerpo de toda persona, ¡todo está relacionado!
Ahora, Semana 27ª: 29.05.2022: Cita de Arturo Rodríguez-Monsalve,
Confesiones de un corrupto, Libros.com, Madrid, 2017, 285 páginas.
Punto
de partida
Me
llamo Gonzalo Alvear. Hoy, 16 de enero de 2016 comienzo a escribir estas
memorias. He transitado durante más de veinte años por las cumbres del poder,
mis manos eran besadas por los poderosos y recibí siempre de ellos respeto y
admiración. Mis dedos tocaban el cielo, mientras mis caudales no dejaban de
crecer y mi alma se sentía ennoblecida. Pero un día me desperté de ese sueño y
me encontré condenado a siete años de cárcel.
El
impacto que me produjo pasar de ser un político renombrado a un presidiario
común me sumió en una desesperanza de la que pensé que nunca saldría […]
Un mes después de mi ingreso en prisión, en plenas Navidades
del año 2011 sucedió algo que daría un giro a mi ánimo maltrecho e, incluso,
sentido a un largo período de mi vida por el que aún debía atravesar. Nunca fui
un gran lector y apenas había leído a los clásicos. Leía lo justo. Un día nos
dieron a elegir entre una serie de actividades: Trabajos manuales, albañilería,
jardinería o biblioteca. Yo, sin pensarlo, me decidí por la biblioteca […]
El bibliotecario era un profesor que fue condenado por
pederastia y era aborrecido por el resto de reclusos. Parecía un hombre huraño
y poco hablador […] No tengo lo que me pides, pero empieza por este y ya me
dirás. A pesar de su grosor, lo leí en una semana. Me identifiqué enseguida con
el protagonista de la novela […] Fue la primera y más importante de las cien
obras que leí en esos años, antes de ponerme a escribir estas memorias. Me dio
muchas pistas para afrontar este propósito y un patrón para hacerlo con
confianza. Ese libro se titulaba Sinuhé,
el egipcio, de Mika Waltari […]
Aquel bibliotecario huraño y poco hablador, que apenas cruzó
palabra conmigo durante cuatro años, llegó a conocerme por los libros que leía,
e intuyendo lo que necesitaba, me dijo: Lee este libro, toma ejemplo de su
autor y disfruta de una gran obra. Le hice caso en los tres consejos que me
dio. Él y Chateaubriand me mostraron el camino y me impulsaron a tomar la pluma
para contar lo más oscuro de mi vida a una posteridad que yo nunca vería. Pedí
papel y lápiz en la biblioteca de la cárcel y me entregaron un rotulador y dos
folios, pues un lápiz bien afilado podría convertirse en un instrumento
peligroso en manos de un reo.
Este libro fue el último que leí en prisión antes de tomar la
pluma […] Algo me hizo recordar que el primer libro con el que me topé en la
prisión, el libro de Sinuhé, el egipcio,
recogía un mensaje parecido al de las Memorias
de ultratumba. Releí las primeras páginas y encontré este texto: ‘Yo,
Sinuhé, escribo esto con plena conciencia de que mis actos han sido malos y mis
caminos injustos, pero también con la certidumbre de que alguien obtendrá de
ello una lección para sí, si por casualidad me leyere. Por esto escribo para mí
mismo’.
Tomé ejemplo de este médico egipcio y del ilustre viajero, escritor
y político francés y me propuse ir tomando notas […] Quería que hubiera un hilo
conductor […] que debía explicar el origen y las causas que me habían llevado
desde mi juventud al lugar donde me encontraba ahora, en el módulo cuatro,
celda treinta y dos, de la cárcel de Nanclares de la Oca condenado a cumplir
siete años de prisión […] En cuanto empezaron a fluir las primeras letras me di
cuenta de mi error. No eran mis memorias lo que pretendía recoger en este
manuscrito, sino más bien mis confesiones […] Qué duro me resulta ahora no
poder cambiar una sola palabra de esta historia. Texto completo, en las páginas 13-18.
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