Dedosendos o Detresentres
Abandonar un Templo…
Este domingo se celebra en la organización eclesiástica de la liturgia católica la penúltima fiesta principal del curso: La Santísima Trinidad. La última será el domingo siguiente. La del ‘Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo’. Para esta fiesta de la Trinidad se nos lee en la celebración de ‘la palabra y del pan’ un texto muy breve. Cuatro versículos nada más. Juan 16,12-15.
Se trata de unas palabras que el cuarto evangelio pone en boca de Jesús de Nazaret que habla del Padre y que anuncia la llegada del Espíritu para un tiempo no lejano. Como se hace referencia, literalmente en las palabras de Jesús de Nazaret, al Padre y al Espíritu se suele pensar que el dogma de la Santísima Trinidad está explícitamente afirmado, definido y declarado aquí y como un único Dios en tres personas distintas. Es la clara evidencia de un galimatías de dimensiones nunca predecibles, nunca explicadas ni comprendidas.
La iconografía tan religiosa como católica de cualquier corriente artística ha representado esta realidad del dogma como un padre, un hijo y una paloma. ¿Por qué existe entre los artistas la ausencia de atrevimiento para presentar al Espíritu como una mujer y madre? ¿No resulta tan elemental como natural que si se habla tanto y tan explícitamente de un padre y de un hijo es por la evidente realidad existencial de una mujer y madre?
Me lo he dicho muchas veces y cada día me reafirmo más: La fiesta de la Trinidad no es otra cosa que la realidad natural de la familia. O dicho al revés para que se comprenda bien: la presencia de toda, y cualquier, familia en esta casa enorme de la tierra es la presencia de la llamada Trinidad de la que habla el magisterio (el del más que) del dogma de los católicos.
El texto de Juan 16,12-15 que se nos sugiere leer en las celebraciones está sacado de su contexto y, por ello, expuesto a todo tipo de interpretaciones interesadas. Cualquiera de las personas que ahora me leen sabe que estas palabras las está diciendo Jesús de Nazaret mientras dura la enorme y alargadísima última sobrecena de Jesús antes de irse a recorrer el camino hacia el huerto de Getsemaní de donde ya no saldrá más que apresado para ser inhumanamente juzgado, injustamente condenado y religiosamente ejecutado en una cruz. Por blasfemo. Y esto, el propio Jesús se lo está anticipando a quienes están con él: “No os escandalicéis. Os expulsarán de las sinagogas. Es más, llegará el tiempo en que quien os quite la vida pensará que está dándole a Dios el verdadero culto” (16,1-2).
El único Templo de Jerusalén tenía una gran cantidad de Sinagogas. Tantas como pequeñas luminarias del único sol del cielo. La experiencia de vida y de fe del nazareno Jesús no cabe en ninguna de las sinagogas ni en el único Templo. Y esta experiencia de vida y de fe de Jesús no es otra que la experiencia del amor. Experiencia y fe que las gentes de aquella Religión no han conocido ni desean conocer. Jesús, se grita en esta sobremesa de la cena, es un desconocido (Juan 16,9).
Me asusta sorprenderme pensando que, en nuestro mundo de la religión católica, inundada de templos e iglesias, pueda suceder lo que le sucedió a la realidad religiosa judía: desconocer a su laico y galileo Jesús de Nazaret, su vida, su experiencia, su fe… ¡su amor!
Carmelo Bueno Heras. En Burgos, 22.05.2016. También en Madrid, 15.06.2025.
Comentario segundo:
CINCO MINUTOS con el Evangelio de Lucas para leerlo ordenadamente y desde el principio hasta el final. Semana 29ª (15.06.2025): Lucas 9,37-50.
¡Conflicto de competencias!
El Evangelista llamado Lucas está contando los sucesos últimos de la Evangelización de Jesús de Nazaret y de sus seguidores en las tierras del norte de Israel que configuran ‘la Región de Galilea’. Esta tarea evangelizadora en Galilea acaba como había empezado: en conflicto… ¡de competencias! Basta leerse de nuevo Lucas 4,14-30: “Llevaron a Jesús a una altura escarpada del monte de la ciudad para despeñarle” (4,29).
Y ahora nos leeremos Lucas 9,37-50, el tercer ‘sucedió’ que nos cuenta este narrador en el capítulo noveno de su Evangelio: “Se suscitó una discusión entre ellos sobre quién de ellos sería el mayor” (9, 46). El siguiente ‘sucedió’ de este capítulo lucano nos sitúa ya en ‘el camino’ que lleva a Jerusalén y, tal vez, algo más allá: “Sucedió que como se iban cumpliendo los días de su asunción, Jesús se afirmó en su voluntad de ir a Jerusalén y envió mensaje delante de él…” (9,51). Pero de esto que comienza aquí tendremos que leer y escribir el próximo comentario.
Retomo la etapa última de la evangelización en Galilea (Lucas 9,37-50). Todo parece acontecer en un llano, al bajar de un monte. Junto a Jesús están Pedro, el ‘piedra cabeza dura’, y los dos Zebedeos ‘los atronadores’. Estos tres bajan como apesadumbrados por ser conscientes de no poder contar nada de cuanto han visto y no visto. De lo pasado en el monte, silencio, porque un inmenso gentío espera a Jesús de Nazaret, el maestro que entiende de asuntos de salud humana y, sobre todo, de espíritus deshumanizadores.
Seguiré pensando que estos ‘espíritus deshumanizadores’ tienen relación directa e identidad compartida con los poderes que pretenden ser los primeros y los más importantes. Este asunto lo leo en este Evangelio de manera reiterada, como aquí: ¿quién es el mayor? (9,46), ¿quién posee la verdad y la capacidad para decidir qué está bien y qué no? (9,49).
Esta deshumanización de la persona queda identificada desde el mismo momento de las tentaciones que nos contó este Lucas en 4,1-13. El poder deshumanizador, diabólico y demoníaco, no existe fuera o lejos de esta historia de los humanos en esta tierra. Este poder habita en cada uno y, según la confesión de este Evangelista, el poder deshumanizador habita en todo su esplendor en cada uno de sus seguidores.
Seguidoras y seguidores no entendieron a su Jesús de Nazaret. Por segunda vez y bien explícitamente lo anuncia el propio Jesús (9,43-45). Por tercera vez se lo volverá a recordar en 18,31-34. ¡La fuerza de este poder es persistir, permanecer, creerse el poder de todo poder!
Hiere muy profundamente leer la intolerancia arraigada en uno de los seguidores de este Jesús llamado Juan. Hiere que sea esta actitud la que cierre la tarea evangelizadora de Jesús en Galilea. Hiere constatar que esta intolerancia tenga raíces religiosas tan ‘arraigadas’. Hiere constatar que esta intolerancia llegue a creerse la poseedora de la verdad.
Frente a Jesús que afirma que el más pequeño es el primero, aquel Juan de la transfiguración afirmará sin temblarle la voz: “Maestro, hemos visto a uno que expulsa demonios... Hemos tratado de impedírselo, porque no viene con nosotros” (9,48-49). ¡Juan sigue encantando más que Jesús!
Carmelo Bueno Heras. En Madrid, 17.06.2018. Y también en Madrid, 15.06.2025.
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