DECRETO
AD GENTES
SOBRE LA ACTIVIDAD MISIONERA DE LA IGLESIA
AD GENTES
SOBRE LA ACTIVIDAD MISIONERA DE LA IGLESIA
Proemio
1. La Iglesia, enviada por Dios a las gentes para ser "el sacramento
universal de la salvación", obedeciendo el mandato de su Fundador (Cf. Mc,
16,15), por exigencias íntimas de su misma catolicidad, se esfuerza en anunciar
el Evangelio a todos los hombres. Porque los Apóstoles mismos, en quienes está
fundada la Iglesia, siguiendo las huellas de Cristo, "predicaron la
palabra de la verdad y engendraron las Iglesias". Obligación de sus
sucesores es dar perpetuidad a esta obra para que "la palabra de Dios sea
difundida y glorificada" (2 Tes, 3,1), y se anuncie y establezca el
reino de Dios en toda la tierra.
Mas en el presente orden de cosas, del que surge una nueva condición de la humanidad, la Iglesia, sal de la tierra y luz del mundo (Cf. Mt, 5,13-14), se siente llamada con más urgencia a salvar y renovar a toda criatura para que todo se instaure en Cristo y todos los hombres constituyan en El una única familia y un solo Pueblo de Dios.
Mas en el presente orden de cosas, del que surge una nueva condición de la humanidad, la Iglesia, sal de la tierra y luz del mundo (Cf. Mt, 5,13-14), se siente llamada con más urgencia a salvar y renovar a toda criatura para que todo se instaure en Cristo y todos los hombres constituyan en El una única familia y un solo Pueblo de Dios.
Por lo cual este Santo Concilio, mientras da gracias a Dios por las obras
realizadas por el generoso esfuerzo de toda la Iglesia, desea delinear los
principios de la actividad misional y reunir las fuerzas de todos los fieles
para que el Pueblo de Dios, caminando por la estrecha senda de la cruz, difunda
por todas partes el reino de Cristo, Señor que preside de los siglos (Cf. Eccli.,
36,19), y prepara los caminos a su venida.
CAPÍTULO I
PRINCIPIOS DOCTRINALES
Designio del Padre
2. La Iglesia peregrinante es misionera por su naturaleza, puesto que toma
su origen de la misión del Hijo y del Espíritu Santo, según el designio de Dios
Padre. pero este designio dimana del "amor fontal" o de la caridad de
Dios Padre, que, siendo Principio sin principio, engendra al Hijo, y a través
del Hijo procede el Espíritu Santo, por su excesiva y misericordiosa
benignidad, creándonos libremente y llamándonos además sin interés alguno a
participar con El en la vida y en la gloria, difundió con liberalidad la bondad
divina y no cesa de difundirla, de forma que el que es Creador del universo, se
haga por fin "todo en todas las cosas" (1 Cor, 15,28),
procurando a un tiempo su gloria y nuestra felicidad. Pero plugo a Dios llamar
a los hombres a la participación de su vida no sólo en particular, excluido
cualquier género de conexión mutua, sino constituirlos en pueblo, en el que sus
hijos que estaban dispersos se congreguen en unidad (Cf. Jn, 11,52).
Misión del Hijo
3. Este designio universal de Dios en pro de la salvación del género humano
no se realiza solamente de un modo secreto en la mente de los hombres, o por
los esfuerzos, incluso de tipo religioso, con los que los hombres buscan de
muchas maneras a Dios, para ver si a tientas le pueden encontrar; aunque no
está lejos de cada uno de nosotros (Cf. Act., 17,27), porque estos
esfuerzos necesitan ser iluminados y sanados, aunque, por benigna determinación
del Dios providente, pueden tenerse alguna vez como pedagogía hacia el Dios verdadero
o como preparación evangélica. Dios, para establecer la paz o comunión con El y
armonizar la sociedad fraterna entre los hombres, pecadores, decretó entrar en
la historia de la humanidad de un modo nuevo y definitivo enviando a su Hijo en
nuestra carne para arrancar por su medio a los hombres del poder de las
tinieblas y de Satanás (Cf. Col., 1,13; Act., 10,38), y en El
reconciliar consigo al mundo (Cf. 2 Cor., 5,19). A El, por quien hizo el
mundo, lo constituyó heredero de todo a fin de instaurarlo todo en El (Cf. Ef.,
1,10).
Cristo Jesús fue enviado al mundo como verdadero mediador entre Dios y los
hombres. Por ser Dios habita en El corporalmente toda la plenitud de la
divinidad (Cf. Col., 2,9); según la naturaleza humana, nuevo Adán, lleno
de gracia y de verdad (Cf. Jn., 1,14), es constituido cabeza de la
humanidad renovada. Así, pues, el Hijo de Dios siguió los caminos de la
Encarnación verdadera: para hacer a los hombres partícipes de la naturaleza
divina; se hizo pobre por nosotros, siendo rico, para que nosotros fuésemos
ricos por su pobreza (2 Cor., 8,9).
El Hijo del Hombre no vino a ser servido, sino a servir y a dar su vida
para redención de muchos, es decir, de todos (Cf. Mc., 10,45). Los
Santos Padres proclaman constantemente que no está sanado lo que no ha sido
asumido por Cristo. Pero tomó la naturaleza humana íntegra, cual se encuentra
en nosotros miserables y pobres, a excepción del pecado (Cf. Heb.,
4,15); 9,28). De sí mismo afirmó Cristo, a quien el Padre santificó y envió al
mundo (Cf. Jn., 10,36): "El Espíritu del Señor está sobre mí,
porque me ungió, y me envió a evangelizar a los pobres, a sanar a los contritos
de corazón, a predicar a los cautivos la libertad y a los ciegos la
recuperación de la vista" (Lc., 4,18), y de nuevo: "El Hijo
del Hombre ha venido a buscar y a salvar lo que estaba perdido" (Lc.,
19,10).
Mas lo que el Señor ha predicado una vez o lo que en El se ha obrado para
la salvación del género humano hay que proclamarlo y difundirlo hasta los
confines de la tierra (Cf. Act., 1,8), comenzando por Jerusalén (Cf. Lc.,
24,47), de suerte que lo que ha efectuado una vez para la salvación de todos
consiga su efecto en la sucesión de los tiempos.
Misión del Espíritu Santo
4. Y para conseguir esto envió Cristo al Espíritu Santo de parte del Padre,
para que realizara interiormente su obra salvífica e impulsara a la Iglesia
hacia su propia dilatación. Sin duda, el Espíritu Santo obraba ya en el mundo
antes de la glorificación de Cristo. Sin embargo, descendió sobre los discípulos
en el día de Pentecostés, para permanecer con ellos eternamente (Cf. Jn.,
14,16), la Iglesia se manifestó públicamente delante de la multitud, empezó la
difusión del Evangelio entre las gentes por la predicación, y por fin quedó
prefigurada la unión de los pueblos en la catolicidad de la fe por la Iglesia
de la Nueva Alianza, que en todas las lenguas se expresa, las entiende y abraza
en la caridad y supera de esta forma la dispersión de Babel. Fue en Pentecostés
cuando empezaron "los hechos de los Apóstoles", como había sido
concebido Cristo al venir al Espíritu Santo sobre la Virgen María, y Cristo
había sido impulsado a la obra de su ministerio, bajando el mismo Espíritu
Santo sobre Él mientras oraba.
Mas el mismo Señor Jesús, antes de entregar libremente su vida por el
mundo, ordenó de tal suerte el ministerio apostólico y prometió el Espíritu
Santo que había de enviar, que ambos quedaron asociados en la realización de la
obra de la salud en todas partes y para siempre. El Espíritu Santo
"unifica en la comunión y en el servicio y provee de diversos dones
jerárquicos y carismáticos", a toda la Iglesia a través de los tiempos,
vivificando las instituciones eclesiásticas como alma de ellas e infundiendo en
los corazones de los fieles el mismo impulso de misión del que había sido
llevado el mismo Cristo. Alguna vez también se anticipa visiblemente a la
acción apostólica, lo mismo que la acompaña y dirige incesantemente de varios
modos.
La Iglesia, enviada por Cristo
5. El Señor Jesús, ya desde el principio "llamó a sí a los que El
quiso, y designó a doce para que lo acompañaran y para enviarlos a
predicar" (Mc., 3,13; Cf. Mt., 10,1-42). De esta forma los
Apóstoles fueron los gérmenes del nuevo Israel y al mismo tiempo origen de la
sagrada Jerarquía. Después el Señor, una vez que hubo completado en sí mismo
con su muerte y resurrección los misterios de nuestra salvación y de la
renovación de todas las cosas, recibió todo poder en el cielo y en la tierra
(Cf. Mt., 28,18), antes de subir al cielo (Cf. Act., 1,4-8),
fundó su Iglesia como sacramento de salvación, y envió a los Apóstoles a todo
el mundo, como El había sido enviado por el Padre (Cf. Jn., 20,21),
ordenándoles: "Id, pues, enseñad a todas las gentes, bautizándolas en el
nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo: enseñándoles a observar todo
cuanto yo os he mandado" (Mt., 28,19s).
"Id por todo el mundo y predicad el Evangelio a toda criatura. El que
creyere y fuere bautizado se salvará, mas el que no creyere se condenará"
(Mc., 16,15-16). Por ello incumbe a la Iglesia el deber de propagar la
fe y la salvación de Cristo, tanto en virtud del mandato expreso, que de los
Apóstoles heredó el orden de los Obispos con la cooperación de los presbíteros,
juntamente con el sucesor de Pedro, Sumo Pastor de la Iglesia, como en virtud
de la vida que Cristo infundió en sus miembros "de quien todo el cuerpo,
coordinado y unido por los ligamentos en virtud del apoyo, según la actividad
propia de cada miembro y obra el crecimiento del cuerpo en orden a su edificación
en el amor" (Ef., 4,16). La misión, pues, de la Iglesia se realiza
mediante la actividad por la cual, obediente al mandato de Cristo y movida por
la caridad del Espíritu Santo, se hace plena y actualmente presente a todos los
hombres y pueblos para conducirlos a la fe, la libertad y a la paz de Cristo
por el ejemplo de la vida y de la predicación, por los sacramentos y demás
medios de la gracia, de forma que se les descubra el camino libre y seguro para
la plena participación del misterio de Cristo.
Siendo así que esta misión continúa y desarrolla a lo largo de la historia
la misión del mismo Cristo, que fue enviado a evangelizar a los pobres, la
Iglesia debe caminar, por moción del Espíritu Santo, por el mismo camino que
Cristo siguió, es decir, por el camino de la pobreza, de la obediencia, del
servicio, y de la inmolación de sí mismo hasta la muerte, de la que salió
victorioso por su resurrección. pues así caminaron en la esperanza todos los
Apóstoles, que con muchas tribulaciones y sufrimientos completaron lo que falta
a la pasión de Cristo en provecho de su Cuerpo, que es la Iglesia. Semilla fue
también, muchas veces, la sangre de los cristianos.
Actividad misionera
6. Este deber que tiene que cumplir el Orden de los Obispos, presidio por
el sucesor de Pedro, con la oración y cooperación de toda la Iglesia, es único
e idéntico en todas partes y en todas las condiciones, aunque no se realice del
mismo modo según las circunstancias. Por consiguiente, las diferencias que hay
que reconocer en esta actividad de la Iglesia no proceden de la naturaleza
misma de la misión, sino de las circunstancias en que esta misión se ejerce.
Estas condiciones dependen, a veces, de la Iglesia, y a veces también, de
los pueblos, de los grupos o de los hombres a los que la misión se dirige.
Pues, aunque la Iglesia contenga en sí la totalidad o la plenitud de los medios
de salvación, ni siempre ni en un momento obra ni puede obrar con todos sus
recursos, sino que, partiendo de modestos comienzos, avanza gradualmente en su
esforzada actividad por realizar el designio de Dios; más aún, en ocasiones,
después de haber incoado felizmente el avance, se ve obligada a deplorar de
nuevo un regreso, o a lo menos se detiene en un estado de semiplenitud y de
insuficiencia. pero en cuanto se refiere a los hombres, a los grupos y a los
pueblos, tan sólo gradualmente, establece contacto y se adentra en ellos, y de
esta forma los trae a la plenitud católica.
Pero a cualquier condición o situación deben corresponder acciones propias y medios adecuados. Las empresas peculiares con que los heraldos del Evangelio, enviados por la Iglesia, yendo a todo el mundo, realizan el encargo de predicar el Evangelio y de implantar la Iglesia misma entre los pueblos o grupos que todavía no creen en Cristo, comúnmente se llaman "misiones", que se llevan a cabo por la actividad misional, y se desarrollan, de ordinario, en ciertos territorios reconocidos por la Santa Sede.
El fin propio de esta actividad misional es la evangelización e implantación de la Iglesia en los pueblos o grupos en que todavía no ha arraigado. De suerte que de la semilla de la palabra de Dios crezcan las Iglesias autóctonas particulares en todo el mundo suficientemente organizadas y dotadas de energías propias y de madurez, las cuales, provistas convenientemente de su propia Jerarquía unida al pueblo fiel y de medios connaturales al plano desarrollo de la vida cristiana, aportes su cooperación al bien de toda la Iglesia.
Pero a cualquier condición o situación deben corresponder acciones propias y medios adecuados. Las empresas peculiares con que los heraldos del Evangelio, enviados por la Iglesia, yendo a todo el mundo, realizan el encargo de predicar el Evangelio y de implantar la Iglesia misma entre los pueblos o grupos que todavía no creen en Cristo, comúnmente se llaman "misiones", que se llevan a cabo por la actividad misional, y se desarrollan, de ordinario, en ciertos territorios reconocidos por la Santa Sede.
El fin propio de esta actividad misional es la evangelización e implantación de la Iglesia en los pueblos o grupos en que todavía no ha arraigado. De suerte que de la semilla de la palabra de Dios crezcan las Iglesias autóctonas particulares en todo el mundo suficientemente organizadas y dotadas de energías propias y de madurez, las cuales, provistas convenientemente de su propia Jerarquía unida al pueblo fiel y de medios connaturales al plano desarrollo de la vida cristiana, aportes su cooperación al bien de toda la Iglesia.
El medio principal de esta implantación es la predicación del Evangelio de
Jesucristo, para cuyo anuncio envió el Señor a sus discípulos a todo el mundo,
para que los hombres regenerados se agreguen por el Bautismo a la Iglesia que
como Cuerpo del Verbo Encarnado se nutre y vive de la palabra de Dios y del pan
eucarístico.
Es esta actividad misional de la Iglesia se entrecruzan, a veces, diversas
condiciones: en primer lugar de comienzo y de plantación, y luego de novedad o
de juventud. La acción misional de la Iglesia no cesa después de llenar esas
etapas, sino que, constituidas ya las Iglesias particulares, pesa sobre ellas
el deber de continuar y de predicar el Evangelio a cuantos permanecen fuera.
Además, los grupos en que vive la Iglesia cambian completamente con
frecuencia por varias causas, de forma que pueden originarse condiciones
enteramente nuevas. Entonces la Iglesia tiene que ponderar si estas condiciones
exigen de nuevo su actividad misional. Además en ocasiones, se dan tales
circunstancias que no permiten, por algún tiempo, proponer directa e
inmediatamente el mensaje del Evangelio; entonces las misiones pueden y deben
dar testimonio al menos de la caridad y bondad de Cristo con paciencia,
prudencia y mucha confianza, preparando así los caminos del Señor y hacerlo
presente de algún modo.
Así es manifiesto que la actividad misional fluye íntimamente de la
naturaleza misma de la Iglesia, cuya fe salvífica propaga, cuya unidad católica
realiza dilatándola, sobre cuya apostolicidad se sostiene, cuyo afecto colegial
de Jerarquía ejercita, cuya santidad testifica, difunde y promueve.
Por ello la actividad misional entre las gentes se diferencia tanto de la
actividad pastoral que hay que desarrollar con los fieles, cuanto de los medios
que hay que usar para conseguir la unidad de los cristianos. Ambas actividades,
sin embargo, están muy estrechamente relacionadas con la acción misional de la
Iglesia. Pero la división de los cristianos perjudica a la santa causa de la
predicación del Evangelio a toda criatura, y cierra a muchos la puerta de la
fe. Por lo cual la causa de la actividad misional y la del restablecimiento de
la unidad de los cristianos están estrechamente unidas: la necesidad de la
misión exige a todos los bautizados reunirse en una sola grey, para poder dar,
de esta forma, testimonio unánime de Cristo, su Señor, delante de todas las
gentes. pero si todavía no pudieron dar plenamente testimonio de una sola fe,
es necesario, por lo menos, que se vean animados de mutuo aprecio y caridad.
Causas y necesidad de la actividad misionera
7. La razón de esta actividad misional se basa en la voluntad de Dios, que
"quiere que todos los hombres sean salvos y vengas al conocimiento de la
verdad. Porque uno es Dios, uno también el mediador entre Dios y los hombres,
el Hombre Cristo Jesús, que se entregó a sí mismo para redención de
todos", "y en ningún otro hay salvación". Es, pues, necesario
que todos se conviertan a Él, una vez conocido por la predicación del
Evangelio, y a Él y a la Iglesia, que es su Cuerpo, se incorporen por el
bautismo.
Porque Cristo mismo, "inculcando expresamente por su palabra la
necesidad de la fe y del bautismo, confirmó, al mismo tiempo, la necesidad de
la Iglesia, en la que entran los hombres por la puerta del bautismo. Por lo
cual no podrían salvarse aquellos que, no ignorando que Dios fundó, por medio
de Jesucristo, la Iglesia Católica como necesaria, con todo no hayan querido
entrar o perseverar en ella".
Pues aunque el Señor puede conducir por caminos que El sabe a los hombres,
que ignoran el Evangelio inculpablemente, a la fe, sin la cual es imposible
agradarle, la Iglesia tiene el deber, a la par que el derecho sagrado de
evangelizar, y, por tanto, la actividad misional conserva íntegra, hoy como
siempre, su eficacia y su necesidad.
Por ella el Cuerpo místico de Cristo reúne y ordena indefectiblemente sus
energías para su propio crecimiento. Los miembros de la Iglesia son impulsados
para su consecución por la caridad con que aman a Dios, y con la que desean
comunicar con todos los hombres en los bienes espirituales propios, tanto de la
vida presente como de la venidera.
Y por fin, por esta actividad misional se glorifica a Dios plenamente, al
recibir los hombres, deliberada y cumplidamente, su obra de salvación, que
completó en Cristo. Así se realiza por ella el designio de Dios, al que sirvió
Cristo con obediencia y amor para gloria del Padre que lo envió, para que todo
el género humano forme un solo Pueblo de Dios, se constituya en Cuerpo de
Cristo, se estructure en un templo del Espíritu Santo; lo cual, como expresión
de la concordia fraterna, responde, ciertamente, al anhelo íntimo de todos los
hombres.
Y así por fin, se cumple verdaderamente el designio del Creador, al hacer
al hombre a su imagen y semejanza, cuando todos los que participan de la
naturaleza humana, regenerados en Cristo por el Espíritu Santo, contemplando
unánimes la gloria de Dios, puedan decir: "Padre nuestro".
Actividad misionera en la vida y en la historia humana
8. La actividad misional tiene también una conexión íntima con la
misma naturaleza humana y sus aspiraciones. Porque manifestando a Cristo, la
Iglesia descubre a los hombres la verdad genuina de su condición y de su
vocación total, porque Cristo es el principio y el modelo de esta humanidad
renovada, llena de amor fraterno, de sinceridad y de espíritu pacífico, a la
que todos aspiran. Cristo y la Iglesia, que da testimonio de El por la
predicación evangélica, trascienden toda particularidad de raza y de nación, y
por tanto nadie y en ninguna parte puede ser tenido como extraño.
El mismo Cristo es la verdad y el camino manifiesto a todos por la
predicción evangélica, cuando hace resonar en todos los oídos estas palabras
del mismo Cristo: "Haced penitencia y creed en el Evangelio". Y como
el que no cree ya está juzgado, las palabras de Cristo son, a un tiempo,
palabras de condenación y de gracia, de muerte y de vida. Pues sólo podemos
acercarnos a la novedad de la vida exterminando todo lo antiguo: cosa que en
primer lugar se aplica a las personas, pero también puede decirse de los
diversos bienes de este mundo, marcados a un tiempo con el pecado del hombre y
con la bendición de Dios: "Pues todos pecaron y todos están privados de la
gloria de Dios".
Nadie por sí y sus propias fuerzas se libra del pecado, ni se eleva sobre
sí mismo; nadie se ve enteramente libre de su debilidad, de su soledad y de su
servidumbre, sino que todos tienen necesidad de Cristo modelo, maestro,
liberador, salvador y vivificador. En realidad, el Evangelio fue el fermento de
la libertad y del progreso en la historia humana, incluso temporal, y se
presenta constantemente como germen de fraternidad, de unidad y de paz. No
carece, pues, de motivo el que los fieles celebren a Cristo como esperanza de
las gentes y salvador de ellas".
Carácter escatológico de la actividad misionera
9. El tiempo de la actividad misional discurre entre la primer ay la
segunda venida del Señor, en que la Iglesia, como la mies, será recogida de los
cuatro vientos en el Reino de Dios. Es, pues, necesario predicar el Evangelio a
todas las gentes antes que venga el Señor (Cf. Mc., 13,10).
La actividad misional es nada más y nada menos que la manifestación o
epifanía del designio de Dios y su cumplimiento en el mundo y en su historia,
en la que Dios realiza abiertamente, por la misión, la historia de la salud.
Por la palabra de la predicación y por la celebración de los sacramentos, cuyo
centro y cumbre es la Sagrada Eucaristía, la actividad misionera hace presente
a Cristo autor de la salvación.
Libera de contactos malignos todo cuanto de verdad y de gracia se hallaba
entre las gentes como presencia velada de Dios y lo restituye a su Autor,
Cristo, que derroca el imperio del diablo y aparta la multiforme malicia de los
pecadores. Así, pues, todo lo bueno que se halla sembrado en el corazón y en la
mente de los hombres, en los propios ritos y en las culturas de los pueblos, no
solamente no perece, sino que es purificado, elevado y consumado para gloria de
Dios, confusión del demonio y felicidad del hombre. Así la actividad misional
tiende a la plenitud escatológica: pues por ella se dilata el Pueblo de Dios,
hasta la medida y el tiempo que el Padre ha fijado en virtud de su poder,
pueblo al que se ha dicho proféticamente: "Amplía el lugar de tu tiempo y
extiende las pieles que te cubren. ¡No temas!", se aumenta el Cuerpo
místico hasta la medida de la plenitud de Cristo, y el tiempo espiritual en que
se adora a Dios en espíritu y en verdad, se amplía y se edifica sobre el
fundamento de los Apóstoles y de los profetas siendo piedra angular el mismo
Cristo Jesús (Cf. Ef., 2,20).
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