No se celebra hoy, porque hay una celebración de mayor rango (II Domingo del Tiempo Ordinario, solemnidad)
San Fabián, papa y mártir, que, siendo simple laico, fue llamado al pontificado por indicación divina y, después de dar ejemplo de fe y virtud, sufrió el martirio en la persecución bajo el emperador Decio. San Cipriano, al hacer el elogio de su combate, afirma que dejó el testimonio de haber regido la Iglesia de modo irreprochable e ilustre. Su cuerpo fue sepultado en este día en el cementerio de Calixto, en la vía Apia de Roma.
No se celebra hoy, porque hay una celebración de mayor rango (II Domingo del Tiempo Ordinario, solemnidad)
En Tarraco (hoy Tarragona), ciudad de la Hispania Citerior, pasión de los santos mártires Fructuoso, obispo, Augurio y Eulogio, sus diáconos, los cuales, en tiempo de los emperadores Valeriano y Galieno, después de haber confesado su fe en presencia del procurador Emiliano, fueron llevados al anfiteatro y allí, en presencia de los fieles y con voz clara, el obispo oró por la paz de la Iglesia, consumando su martirio en medio del fuego, puestos de rodillas y en oración.
No se celebra hoy, porque hay una celebración de mayor rango (II Domingo del Tiempo Ordinario, solemnidad)
San Sebastián, mártir, oriundo de Milán, que, como narra san Ambrosio, se dirigió a Roma en tiempo de crueles persecuciones, y sufrió allí el martirio. En la ciudad a la que había llegado como huésped obtuvo el definitivo domicilio de la eterna inmortalidad, y fue enterrado en este día en las catacumbas de Roma.
En Antinoe, en la Tebaida, san Ascla, mártir, que, llevado ante el gobernador, no temió sus amenazas dado que le causaba mucha mayor preocupación renegar de Cristo, y después de ser sometido a variados tormentos, fue arrojado al río.
En Nicea, ciudad de Bitinia, san Neófito, mártir.
En la región de Palestina, san Eutimio, abad, el cual, nacido en Armenia y consagrado a Dios desde la infancia, fue a Jerusalén, y transcurridos muchos años en la soledad, al final de su vida, fiel y esforzado en la humildad y en la caridad, murió dejando ejemplo de observancia y disciplina.
En la ciudad de Worchester, en Inglaterra, san Wulfstano, obispo, que pasó del claustro a la sede, donde mantuvo las costumbres monásticas dentro de su celo pastoral. Visitó incansablemente las parroquias de su diócesis, ocupándose en erigir iglesias, fomentar los estudios y condenar los abusos.
En el monasterio de Coltibuono, en la Toscana, beato Benito Ricásoli, eremita de la congregación benedictina de Valumbrosa.
En Finlandia, san Enrique, obispo y mártir, que, originario de Inglaterra, se le confió la tarea de regir la Iglesia de Upsala, donde se dedicó con empeño a la evangelización de los finlandeses. Fue herido de muerte por un homicida, al que había tratado de corregir según la disciplina eclesiástica.
En la ciudad de Mesina, en Sicilia, santa Eustoquia Calafato, virgen, abadesa de la Orden de las Clarisas, que se dedicó con todas sus fuerzas a restaurar la primitiva disciplina de la vida regular, en el seguimiento de Cristo según el ejemplo de san Francisco.
En Roma, beato Angelo Paoli, sacerdote de la Orden de los Carmelitas de la Antigua Observancia.
En Seúl, en Corea, san Esteban Min Kuk-ka, mártir, catequista, que fue decapitado en la cárcel por su fe cristiana.
En Le Mans, Francia, beato Basilio Antonio María Moreau, presbítero, fundador de la Congregación de la Santa Cruz.
En la ciudad de Casoria, cerca de Nápoles, en Italia, santa María Cristina de la Inmaculada (Adalheides) Brando, virgen, que dedicó su existencia a la formación cristiana de los niños y fundó la Congregación de Religiosas Víctimas Expiadoras de Jesús Sacramentado, con la cual promovió intensamente la adoración a la Sagrada Eucaristía.
En el monasterio de Mount Saint Bernard, cerca de Leicester, en Inglaterra, beato Cipriano (Miguel) Iwene Tansi, presbítero de la Orden Cisterciense, que nació en el territorio de Onitsha, en Nigeria, y, siendo aún niño, en contra de su familia abrazó la fe cristiana. Llegó a ser ordenado sacerdote y se dedicó con gran celo a la cura pastoral hasta que, hecho monje, mereció coronar con una santa muerte una vida santa.
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