San Antonio de Padua, presbítero y doctor de la Iglesia
fecha: 13 de junio
n.: c. 1195 - †: 1231 - país: Italia
canonización: C: Gregorio IX 1 jun 1232
hagiografía: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
n.: c. 1195 - †: 1231 - país: Italia
canonización: C: Gregorio IX 1 jun 1232
hagiografía: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
Elogio: Memoria de san Antonio, presbítero y doctor de la Iglesia, que,
nacido en Portugal, primero fue canónigo regular y después entró en la Orden
recién fundada de los Hermanos Menores, para propagar la fe entre los pueblos
de África, pero se dedicó a predicar por Italia y Francia, donde atrajo a
muchos a la verdadera fe. Escribió sermones notables por su doctrina y estilo,
y por mandato de san Francisco enseñó teología a los hermanos, hasta que en
Padua descansó en el Señor.
Patronazgos: patrono de Padua, Lisboa, y otras ciudades europeas; de los pobres y
los trabajadores sociales; de los enamorados y los matrimonios; de las mujeres,
los niños y los viajeros; de los panaderos, mineros y porquerizos; protector de
los caballos y burros; contra la infertiidad la fiebre, la peste, y las
enfermedades del ganado; para invocar especialmente en situaciones de
naufragio, peligro de guerra, para recuperar objetos perdidos, y por una buena
cosecha.
Tradiciones, refranes, devociones: La tradición popular más conocida relacionada
con el santo es la de que las solteras pongan una imagen suya cabeza abajo para
pedir novio (por supuesto, la imagen no se vuelve al derecho hasta que no hace
el milagro).
Refrán: La moza que a San Antonio bese el pie, casará bien.
Refrán: La moza que a San Antonio bese el pie, casará bien.
refieren a este santo: Beata Elena
Enselmini, Beato Jordán
Forzaté, Beato Juan de
Pina, Beato Lucas
Belludi
Oración: Dios todopoderoso y eterno, tú que
has dado a tu pueblo en la persona de san Antonio de Padua un predicador
insigne y un intercesor poderoso, concédenos seguir fielmente los principios de
la vida cristiana, para que merezcamos tenerte como protector en todas las
adversidades. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo
en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos. Amén
(oración litúrgica).
(oración litúrgica).
A pesar de que Antonio era de nacionalidad
portuguesa y había nacido en Lisboa, adquirió el apellido por el que lo conoce
el mundo, de la ciudad italiana de Padua, donde vivió hasta su muerte y donde
todavía se veneran sus reliquias.
Vino al mundo en 1195 y en la pila
bautismal se le llamó Fernando, nombre éste que cambió por el de Antonio al
ingresar en la Orden de Frailes Menores, por devoción al gran patriarca de los
monjes y patrono titular de la capilla en que recibió el hábito franciscano.
Sus padres, jóvenes miembros de la nobleza de Portugal, dejaron que los
clérigos de la Catedral de Lisboa se encargaran de impartir los primeros
conocimientos al niño, pero cuando éste llegó a la edad de quince años, fue
puesto al cuidado de los canónigos regulares de San Agustín, que tenían su casa
cerca de la ciudad. Dos años después, obtuvo permiso para ser trasladado al
priorato de Coimbra, por entonces capital de Portugal, a fin de evitar las
distracciones que le causaban las constantes visitas de sus amistades. Una vez
en Coimbra, se dedicó por entero a la plegaria y el estudio; gracias a su
extraordinaria memoria retentiva, llegó a adquirir, en poco tiempo, los más
amplios conocimientos sobre la Biblia. En el año de 1220, el rey Don Pedro de
Portugal regresó de una expedición a Marruecos y trajo consigo las reliquias de
los santos frailes franciscanos que, poco tiempo antes, habían obtenido allá un
glorioso martirio. Fernando, que por entonces había pasado ocho años en
Coimbra, se sintió profundamente conmovido a la vista de aquellos despojos y,
al mismo tiempo, nació en lo íntimo de su corazón el anhelo de dar la vida por
Cristo. Comprendió al punto que, como canónigo regular, nunca llegaría a
realizar su aspiración y, desde aquel momento, buscó ansiosamente una
oportunidad de poner en práctica sus deseos. La ocasión se presentó poco
después, cuando algunos frailes franciscanos llegaron a hospedarse en el
convento de la Santa Cruz, donde estaba Fernando; éste les abrió su corazón y
fue tan empeñosa su insistencia, que a principios de 1221, se le admitió en la
orden.
Casi inmediatamente después, se le
autorizó para embarcar hacia Marruecos a fin de predicar el Evangelio a los
moros. Pero no bien llegó a aquellas tierras donde pensaba conquistar la
gloria, cuando fue atacado por una grave enfermedad que le dejó postrado e
incapacitado durante varios meses y, a fin de cuentas, fue necesario devolverlo
a Europa. La nave en que se embarcó, empujada por vientos contrarios, se desvió
de la ruta y Fray Antonio se encontró en Messina, la capital de Sicilia. Con
grandes penalidades, viajó desde la isla a la ciudad de Asís donde, según le
habían informado sus hermanos en Sicilia, iba a llevarse a cabo un capítulo
general. Aquella fue la gran asamblea de 1221, el último de los capítulos que
admitió la participación de todos los miembros de la orden; estuvo presidido
por el hermano Elías como vicario general y san Francisco, sentado a sus pies,
estaba presente. Indudablemente que aquella reunión impresionó hondamente al
joven fraile portugués.
Tras la clausura, los hermanos regresaron
a los puestos que se les habían señalado, y Antonio fue a hacerse cargo de la
solitaria ermita de San Paolo, cerca de Forli. Hasta ahora se discute el punto
de si, por aquel entonces, Antonio era o no era sacerdote; pero lo positivo es
que nadie ha puesto en tela de juicio los extraordinarios dones intelectuales y
espirituales del joven y enfermizo fraile que nunca hablaba de sí mismo. Cuando
no se le veía entregado a la oración en la capilla o en la cueva donde vivía,
estaba al servicio de los otros frailes, ocupado sobre todo en la limpieza de
los platos y cacharros, después del almuerzo comunal.
Mas no estaban destinadas a permanecer
ocultas las claras luces de su intelecto. Sucedió que al celebrarse una
ordenación en Forli, los candidatos franciscanos y dominicos se reunieron en el
convento de los Frailes Menores de aquella ciudad. Seguramente a causa de algún
malentendido, ninguno de los dominicos había acudido ya preparado a pronunciar
la acostumbrada alocución durante la ceremonia y, como ninguno de los
franciscanos se sentía capaz de llenar la brecha, se ordenó a san Antonio, ahí
presente, que fuese a hablar y que dijese lo que el Espíritu Santo le
inspirara. El joven obedeció sin chistar y, desde que abrió la boca hasta que
terminó su improvisado discurso, todos los presentes le escucharon como
arrobados, embargados por la emoción y por el asombro, a causa de la
elocuencia, el fervor y la sabiduría de que hizo gala el orador. En cuanto el
ministro provincial tuvo noticias sobre los talentos desplegados por el joven
fraile portugués, lo mandó llamar a su solitaria ermita y lo envió a predicar
en varias partes de la Romagna, una región que, por entonces, abarcaba toda la
Lombardía.
En un momento, Antonio pasó de la
oscuridad a la luz de la fama y obtuvo, sobre todo, resonantes éxitos en la
conversión de los herejes, que abundaban en el norte de Italia, y que, en
muchos casos, eran hombres de cierta posición y educación, a los que se podía
llegar con argumentos razonables y ejemplos tomados de las Sagradas Escrituras.
Además de la misión de predicador, se le dio el cargo de lector en teología
entre sus hermanos. Aquella fue la primera vez que un miembro de la Orden
Franciscana cumplía con aquella función. En una carta que, por lo general, se
considera como perteneciente a san Francisco, se confirma este nombramiento con
las siguientes palabras: «Al muy amado hermano Antonio, el hermano Francisco le
saluda en Jesucristo. Me complace en extremo que seas tú el que lea la sagrada
teología a los frailes, siempre que esos estudios no afecten al santo espíritu
de plegaria y devoción que está de acuerdo con nuestra regla». Sin embargo, se
advirtió cada vez con mayor claridad que, la verdadera misión del hermano
Antonio estaba en el pulpito. Por cierto que poseía todas las cualidades del
predicador: ciencia, elocuencia, un gran poder de persuasión, un ardiente celo
por el bien de las almas y una voz sonora y bien timbrada que llegaba muy
lejos. Por otra parte, se afirmaba que estaba dotado con el poder de obrar
milagros y, a pesar de que era de corta estatura y con cierta inclinación a la
corpulencia, poseía una personalidad extraordinariamente atractiva, casi magnética.
A veces, bastaba su presencia para que los pecadores cayesen de rodillas a sus
pies; parecía que de su persona irradiaba la santidad. A donde quiera que iba,
las gentes le seguían en tropel para escucharle, y con eso había para que los
criminales empedernidos, los indiferentes y los herejes, pidiesen confesión.
Las gentes cerraban sus tiendas, oficinas y talleres para asistir a sus
sermones; muchas veces sucedió que algunas mujeres salieron antes del alba o
permanecieron toda la noche en la iglesia, para conseguir un lugar cerca del
pulpito. Con frecuencia, las iglesias eran insuficientes para contener a los
enormes auditorios y, para que nadie dejara de oírle, a menudo predicaba en las
plazas públicas y en los mercados.
Poco después de la muerte de san
Francisco, el hermano Antonio fue llamado, probablemente con la intención de
nombrarle ministro provincial de la Emilia o la Romagna. En relación con la
actitud que asumió el santo en las disensiones que surgieron en el seno de la
orden, los modernos historiadores no dan crédito a la leyenda de que fue
Antonio quien encabezó el movimiento de oposición al hermano Elías y a
cualquier desviación de la regla original; esos historiadores señalan que el
propio puesto de lector en teología, creado para él, era ya una innovación. Más
bien parece que, en aquella ocasión, el santo actuó como un enviado del
capítulo general del 1226 ante el Papa, Gregorio IX, para exponerle las
cuestiones que hubiesen surgido, a fin de que el Pontífice manifestara su
decisión. En aquella oportunidad, Antonio obtuvo del Papa la autorización para
dejar su puesto de lector y dedicarse exclusivamente a la predicación. El
Pontífice tenía una elevada opinión sobre el hermano Antonio, a quien cierta
vez llamó «el Arca de los Testamentos», por los extraordinarios conocimientos
que tenía de las Sagradas Escrituras.
Desde aquel momento, el lugar de
residencia de San Antonio fue Padua, una ciudad donde anteriormente había
trabajado, donde todos le amaban y veneraban y donde, en mayor grado que en
cualquier otra parte, tuvo el privilegio de ver los abundantísimos frutos de su
ministerio. Porque no solamente escuchaban sus sermones multitudes enormes,
sino que éstos obtuvieron una muy amplia y general reforma de conducta. Las
ancestrales disputas familiares se arreglaron definitivamente, los prisioneros
quedaron en libertad y muchos de los que habían obtenido ganancias ilícitas las
restituyeron, a veces en público, dejando títulos y dineros a los pies de san
Antonio, para que éste los devolviera a sus legítimos dueños. Para beneficio de
los pobres, denunció y combatió el muy ampliamente practicado vicio de la usura
y luchó para que las autoridades aprobasen la ley que eximía de la pena de
prisión a los deudores que se manifestasen dispuestos a desprenderse de sus
posesiones para pagar a sus acreedores. Se dice que también se enfrentó
abiertamente con el violento duque Eccelino para exigirle que dejase en
libertad a ciertos ciudadanos de Verona que el duque había encarcelado. A pesar
de que no consiguió realizar sus propósitos en favor de los presos, su actitud
nos demuestra el respeto y la veneración de que gozaba, ya que se afirma que el
duque le escuchó con paciencia y se le permitió partir, sin que nadie le
molestara.
Después de predicar una serie de sermones
durante la primavera de 1231, la salud de san Antonio comenzó a resentirse y se
retiró a descansar, con otros dos frailes, a los bosques de Camposampiero. Bien
pronto se dio cuenta de que sus días estaban contados y entonces pidió que le
llevasen a Padua. No llegó vivo más que a los aledaños de la ciudad. El 13 de
junio de 1231, en la habitación particular del capellán de las Clarisas Pobres
de Arcella recibió los últimos sacramentos y pasó a recibir su recompensa en la
vida eterna. Al morir tenía tan sólo treinta y cinco años de edad. Durante sus
funerales se produjeron extraordinarias demostraciones de la honda veneración
que se le tenía. Los paduanos han considerado siempre sus reliquias como el
tesoro más preciado. San Antonio fue canonizado antes de que hubiese
transcurrido un año desde su muerte; en esa ocasión, el Papa Gregorio IX
pronunció la antífona «O doctor optime» en su honor y, de esta manera, se
anticipó en siete siglos a la fecha del año 1946, cuando el Papa Pío XII
declaró a san Antonio «Doctor de la Iglesia».
En este relato tan suscinto ha sido
imposible describir o discutir algunos de los muchos milagros atribuidos al
santo; pero ya sea que los hiciera o no, durante su vida en este mundo, lo que
verdaderamente le ha otorgado el título de "milagroso san Antonio" es
la interminable lista de favores y beneficios que ha obtenido del cielo para
sus devotos, desde el momento de su muerte. Por regla general, a partir del
siglo XVII, se ha representado a san Antonio con el Niño Jesús en los brazos;
ello se debe a un suceso que tuvo mucha difusión y que ocurrió cuando san
Antonio estaba de visita en la casa de un amigo. En un momento dado, éste se
asomó por la ventana y vio al santo que contemplaba, arrobado, a un niño
hermosísimo y resplandeciente que sostenía en sus brazos. En las
representaciones anteriores al siglo XVII aparece san Antonio sin otro
distintivo que un libro, símbolo de su sabiduría respecto a las Sagradas
Escrituras. En ocasiones se le representó con un lirio en las manos y también
junto a una mula que, según la leyenda, se arrodilló ante el Santísimo
Sacramento que mostraba el santo; la actitud de la mula fue el motivo para que
su dueño, un campesino escéptico, creyese en la presencia real. San Antonio es
el patrón de los pobres y, ciertas limosnas especiales que se dan para obtener
su intercesión se llaman «pan de san Antonio»; esta tradición comenzó a
practicarse en 1890. No hay ninguna explicación satisfactoria sobre el motivo
por el que se le invoca para encontrar los objetos perdidos, pero es muy posible
que esa devoción esté relacionada con un suceso que se relata entre los
milagros, en la "Chronica XXIV Generalium" (No. 21): un novicio huyó
del convento y se llevó un valioso salterio que utilizaba san Antonio; el santo
oró para que fuese recuperado su libro y, al instante, el novicio fugitivo se
vio ante una aparición terrible y amenazante que le obligó a regresar al
convento y devolver el libro.
Lo que se ha escrito en torno a San
Antonio de Padua es tan abundante, que se puede decir, sin temor a errores, que
sólo lo supera en cantidad lo que se ha escrito en torno a san Francisco de
Asís. A pesar de todo esto, los conocimientos positivos que tenemos sobre la
vida detallada de san Antonio, son extremadamente escasos y su biografía
depende casi exclusivamente de las narraciones anónimas, cuya colección se
titula con la primera palabra del escrito: «Assidua», y que fueron editadas
originalmente en la Portugallae Monumenta Historica, vol. I (1856), pp.
116-130. Existe la posibilidad de que algunos de los sermones atribuidos al
santo que se han conservado, nos proporcionen la esencia de sus discursos y un
testimonio del espíritu que le inspiraba. En tiempos modernos se han publicado
numerosas biografías de San Antonio. El libro Antonius von Padua in Leben und
Kunst (1931), de B. Kleinschmidt, es un trabajo muy valioso por la atención con
que se trata el aspecto artístico de la devoción a san Antonio. En 1949, los
frailes conventuales de Padua publicaron un volumen de estudios para
conmemoración del santo. Se ha discutido muy ampliamente la cuestión de si san
Antonio realizó milagros durante su vida (véase a Felder, «Die Antonius
Wunder», 1933, p. 156).
fuente: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
accedida 8669 veces
ingreso o última modificación relevante: ant 2012
Estas biografías de santo son propiedad de
El Testigo Fiel. Incluso cuando figura una fuente, esta ha sido tratada sólo
como fuente, es decir que el sitio no copia completa y servilmente nada, sino
que siempre se corrige y adapta. Por favor, al citar esta hagiografía,
referirla con el nombre del sitio (El Testigo Fiel) y el siguiente
enlace: https://www.eltestigofiel.org/index.php?idu=sn_1999
No hay comentarios:
Publicar un comentario