Cómo experimentar a Dios hoy
2016-06-24
En
los días actuales vivimos tiempos tan atribulados políticamente que acabamos
psicológicamente alterados. No ver caminos, andar a ciegas, a la deriva como un
barco sin timón, nos quita el brillo de la vida. Acabamos olvidando las cosas
esenciales.
Quien
leyó mi último artículo: “¿El Brasil actual tiene arreglo?” encuentra allí el
trasfondo de esta reflexión sobre Dios. En momentos así, sin ser pietistas, nos
volvemos hacia aquella Fuente que siempre alimentó a la humanidad,
especialmente en tiempos sombríos de crisis generalizada. Sentimos saudades de
Dios. Esperamos luces de Él. Y más aún: queremos experimentarlo y sentirlo
desde el corazón en medio de la turbulencia.
Si
miramos la historia, constatamos que la humanidad siempre se preguntó por la
Última Realidad. Se daba cuenta de que no podía saciar su sed infinita sin
encontrar un objeto infinito adecuado a su sed. No conseguiría explicar la
grandeza del universo y nuestra propia existencia sin aquello a lo que
convencionalmente se llama Dios, aunque tenga otros mil nombres según las
diferentes culturas. Hoy, con un lenguaje secular, proveniente de la nueva
cosmología, hablamos de la «Fuente Originaria de donde vienen todos los seres».
A
pesar de esta búsqueda incansable el testimonio de todos es que “nadie ha visto
nunca a Dios” (1 Jn 4,12). Moisés suplicó ver la gloria de Dios, pero Dios le
dijo: “No podrás ver mi rostro porque nadie puede verme y seguir viviendo” (Ex
33, 20). Si no podemos verlo, podemos identificar señales de su presencia.
Basta prestar atención y abrirnos a la sensibilidad del corazón.
Me
impresiona el testimonio de un indígena cherokee norteamericano que habla de alguien
que buscaba desesperadamente a Dios pero no prestaba atención a su presencia en
tantas señales. Cuenta él:
«Un
hombre susurró: ¡Dios, habla conmigo! Y un ruiseñor empezó a trinar. Pero el
hombre no le prestó atención. Volvió a pedir: ¡Dios, habla conmigo! y un trueno
resonó por el espacio. Pero el hombre no le dio importancia. Pidió nuevamente:
¡Dios, déjame verte! Y una enorme luna brilló en el cielo profundo. Pero el
hombre ni se dio cuenta. Y, nervioso, comenzó a gritar: ¡Dios, muéstrame un milagro!
Y he aquí que nació un niño. Pero el hombre no se inclinó sobre él para admirar
el milagro de la vida. Desesperado, volvió a gritar: ¡Dios, si existes, tócame
y déjame sentir tu presencia aquí y ahora. Y una mariposa se posó, suavemente,
en su hombro. Pero él, irritado, la apartó con la mano».
«Decepcionado
y entre lágrimas siguió su camino. Vagando sin rumbo. Sin preguntar nada más.
Solo y lleno de miedo. Porque no supo leer las señales de la presencia de
Dios».
La
consecuencia de su falta de atención produjo su desespero, soledad y pérdida de
enraizamiento. Lo opuesto a creer en Dios no es el ateísmo, sino la sensación
de soledad y desamparo existencial. Con Dios todo se transfigura y se llena de
sentido.
En
medio de nuestra enmarañada situación política actual, buscamos una verdadera
experiencia de Dios. Para eso, tenemos que ir más allá de la razón racional que
comprende los fenómenos por las ramas, los calcula, los manipula y los incluye
en el juego de los saberes de la objetividad científica y también de los
intereses políticos como los actuales. Ese espíritu de cálculo piensa sobre
Dios pero no percibe a Dios.
Tenemos
que tener otro espíritu, aquel que siente a Dios: el espíritu de finura
y de cordialidad, de admiración y de veneración. Es la razón cordial o
sensible, que siente a Dios desde el corazón.
Dios
es más para ser sentido a partir de la inteligencia cordial que para ser
pensado a partir de la razón intelectual. Entonces nos damos cuenta de que
nunca estábamos solos. Una Presencia inefable, misteriosa y amorosa nos
acompañaba.
¿No
será por eso no acabamos nunca de preguntarnos por Dios, siglo tras siglo? ¿No
será por eso que siempre arde nuestro corazón cuando nos entretenemos con Él?
¿No será el adviento de Él, del sin Nombre y del Misterio que nos habita? ¿No
es por eso que creemos que hay siempre una solución para nuestros problemas?
Estamos
seguros de que es Él cuando ya no sentimos miedo pues Él es el verdadero Señor
de la historia. Y osamos esperar que un destino bueno surja de la oscuridad
actual, bajo la cual sufrimos.
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