miércoles, 1 de junio de 2016

San Simeón, eremita - San Iñigo, abad (1 de junio)

San Simeón, eremita

fecha: 1 de junio
†: 1035 - país: Alemania
otras formas del nombre: Simeón de Siracusa, Simón de Tréveris, Simón de Trier
canonización: 
C: Benedicto IX 25 dic 1041
hagiografía: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI

En Tréveris, ciudad de Renania, en Lotaringia, san Simeón, el cual, nacido de padre griego en Siracusa, después de haber llevado vida eremítica en Belén y en el Sinaí, murió finalmente recluido en la torre de la Puerta Negra de esta ciudad.
La historia de san Simeón parece un cuento de aventuras, sin embargo, está respaldada por una excelente autoridad, puesto que fue escrita, poco tiempo después de la muerte del santo, por su amigo Eberwin, abad de Tholey y de San Martín, en Trier (Tréveris), a pedido de Poppón, arzobispo de Trier, quien se hallaba comprometido en activar la causa de canonización en Roma.
Simeón nació en la ciudad siciliana de Siracusa, de padres griegos que, desde la edad de siete años, llevaron al niño a Constantinopla para que se educara. Al llegar a la juventud, Simeón emprendió una peregrinación a Tierra Santa y decidió establecerse allá. En un principio vivió con un ermitaño, a orillas del Jordán; pero muy pronto tomó el hábito de monje en Belén y, desde entonces, ingresó en un monasterio al pie del Monte Sinaí. Con la autorización de su superior, pasó dos años viviendo en la soledad de una estrecha cueva, frente al Mar Rojo y de ahí se trasladó a una ermita, en la cumbre del Monte Sinaí. Cuando decidió regresar a su monasterio, se le encomendó una tarea que no le entusiasmaba en lo absoluto, pero que al fin aceptó realizar, de mala gana. Se trataba de ir con otro monje a Normandía, con el propósito de recoger un tributo que había prometido pagar el duque Ricardo II, dinero éste que necesitaba la comunidad con toda urgencia para sostenerse.
Simeón y su compañero emprendieron, pues, el viaje con tan mala fortuna, que apenas se había alejado el barco de las costas de Palestina, cuando fue interceptado por unos piratas, que lo abordaron y, tras una espantosa matanza de pasajeros y tripulantes, se apoderaron de él. Simeón logró salvarse gracias a que saltó al mar y llegó nadando a tierra. Una vez repuesto, emprendió la marcha y llegó caminando hasta la ciudad de Antioquía. Ahí se encontró con Ricardo, abad de Verdún y con Eberwin, abad de San Martín, que regresaban de un viaje a Palestina y se dirigían a sus respectivos monasterios en Francia. Rápidamente se estableció entre ellos una profunda amistad que los indujo a continuar el viaje los tres juntos. Pero la Providencia tenía otros planes: en Belgrado se vieron obligados a separarse, porque el gobernador mandó detener a Simeón y a otro monje llamado Cosmas que se había unido al grupo en Antioquía, por considerar que aquellos dos eran indignos de ir junto con los peregrinos franceses. Tan pronto como los dejaron salir de la prisión, los dos religiosos decidieron desandar su camino con rumbo a la costa. En esa jornadas, los solitarios peregrinos tuvieron que hacer frente a innumerables peligros, incluyendo los asaltos de los bandoleros, antes de encontrar un barco que, por fin, los condujo con bien a las costas de Italia. Desde Roma prosiguieron su camino hasta llegar al sur de Francia, donde murió el monje Cosmas. Simeón continuó caminando solo y arribó a Rouen para recibir la funesta noticia de que el duque Ricardo había muerto y, su sucesor, se negaba rotundamente a pagar el prometido tributo.
No queriendo regresar a su monasterio con las manos vacías, Simeón fue en busca de sus amigos, el abad Ricardo de Verdún y de Eberwin, el abad de San Martín, en Trier. Hallándose con ellos, conoció al arzobispo Poppón quien, adivinando sin duda que en Simeón habría de encontrar un guía capaz y muy experimentado, acabó por convencerlo a que le acompañara en una peregrinación a Palestina. Aquella vez, Simeón fue y regresó con el arzobispo y, una vez en Trier, sintió de nuevo el imperioso llamado hacia la vida solitaria. Obedeció, y buscó refugio en una torre derruida y abandonada que se hallaba cerca de la Puerta Negra, la misma que después se conoció con el nombre de Puerta de San Simeón. El propio arzobispo procedió a verificar su enclaustramiento. Ahí pasó el santo el resto de su vida en oración, penitencia y contemplación, no sin haber tenido que resistir muchos ataques, tanto del diablo como de los hombres. En cierta ocasión, el populacho de Trier, haciendo caso a los rumores de que Simeón practicaba la magia negra, atacó la torre solitaria con una lluvia de piedras y otros proyectiles. Sin embargo, desde mucho tiempo antes de su muerte, ya se le veneraba como a un santo dotado con poderes maravillosos. Al saberse que había muerto, el abad Eberwin acudió a la torre para cerrarle los ojos; y a su funeral asistió la población entera. Siete años después, fue elevado al honor de los altares por la Iglesia. Su canonización fue la segunda que proclamó el Pontífice Romano en una ceremonia solemne, teniendo en cuenta que la de San Ulrico, obispo de Augsburgo, fue la primera.
La biografía escrita en latín por el abad Eberwin, fue impresa por Mabillon y por los bolandistas en el Acta Sanctorum, junio, vol. I. Respecto a la canonización de san Simeón, véase a E. W. Kemp en Canonization and Authority (1948), pp. 60-61. Ver asimismo un papel muy importante que fray Maurice Coens introdujo en Analecta Bollandiana, vol. LXVIII (1950), pp. 181-196. N.ETF: en algunos santorales (Ökumenisches Heiligenlexikon y referencias allí) figura como diácono.
fuente: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
accedida 631 veces
ingreso o última modificación relevante: ant 2012

Estas biografías de santo son propiedad de El Testigo Fiel. Incluso cuando figura una fuente, esta ha sido tratada sólo como fuente, es decir que el sitio no copia completa y servilmente nada, sino que siempre se corrige y adapta. Por favor, al citar esta hagiografía, referirla con el nombre del sitio (El Testigo Fiel) y el siguiente enlace: http://www.eltestigofiel.org/lectura/santoral.php?idu=1856






San Iñigo, abad

fecha: 1 de junio
†: c. 1060 - país: España
otras formas del nombre: Enecón, Enneco, Eñeco
canonización: 
C: Alejandro II 1070
hagiografía: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI

En el monasterio de Oña, en el territorio de Burgos, de la región de Castilla, en Hispania, san Iñigo, abad, varón de paz, cuya muerte fue llorada también por judíos y musulmanes.
Alrededor del año 1010, Don Sancho, conde de Castilla, fundó una casa de religiosas en Oña y la dejó al cuidado de su hija Tigrida. Posiblemente se trataba de un monasterio doble, para hombres y mujeres, aunque no nos han llegado noticias más que de las monjas; pero de todas maneras, sucedió que, a poco de existir, la observancia del claustro cayó en un profundo relajamiento. El rey Sancho el Grande, muy preocupado por aquel estado de cosas en la casa religiosa fundada por su suegro, decidió poner fin al desorden. El monarca era un decidido partidario de las reformas hechas en Cluny y ya las había introducido en sus dominios. En la abadía de San Juan de la Peña, el primer monasterio que adoptó la regla reformada, hizo el rey un reclutamiento de monjes para reemplazar a todas las religiosas de Oña, alrededor del año 1029. Para dirigirlos, nombró a un discípulo de san Odilio, apellidado García, que murió sin haber comenzado a realizar la difícil tarea. Por consiguiente, era de vital importancia conseguir a un sucesor capaz de desempeñar el cargo con eficacia.
Por aquel entonces vivía en las montañas de Aragón un ermitaño muy virtuoso, llamado Iñigo, que gozaba de una enorme reputación por la austeridad que practicaba y los milagros que obraba. Era oriundo de Calatayud, en la provincia de Bilbao y había tomado el hábito en el monasterio de San Juan de la Peña. Se afirma que ya ocupaba el cargo de prior, cuando se sintió llamado a reanudar la vida de soledad que había llevado antes de ingresar al convento. Se hallaba de nuevo en su amado retiro de los montes agrestes, cuando el rey Sancho descubrió que Iñigo reunía todos los requisitos necesarios para gobernar a los monjes de Oña y le envió a sus embajadores con mensajes apremiantes. Pero fueron en vano súplicas y mandatos: Iñigo se negaba resueltamente a abandonar su retiro. Fue necesario que el rey, en persona, se llegara a aquel lugar inaccesible para que el ermitaño se aviniera a aceptar el cargo. Muy pronto se comprobó que la elección había sido acertada. Bajo el gobierno de Iñigo, la abadía prosperó notablemente, tanto en santidad de vida como en el número de novicios que acudían a solicitar su ingreso. El rey Sancho, muy complacido con los resultados, colmó de donaciones y privilegios a la fundación de su suegro.
Entretanto, la favorable influencia de san Iñigo sobrepasaba los muros del convento de Oña: gracias a sus buenos oficios y a su ejemplo, se restableció la paz entre diversas comunidades religiosas que hasta entonces, estuvieron divididas por enconadas disputas; las muchas personas que acudían a confiarle sus querellas, volvían apaciguadas; la bondadosa dulzura del santo, domesticó a varios hombres de pasiones violentas. Cierta vez en que una prolongada sequía amenazaba con arruinar las cosechas, las oraciones de san Iñigo atrajeron las lluvias copiosas. Se dice que, en otra ocasión, dio de comer a una multitud con tres piezas de pan. Hallándose a dos leguas de su abadía, cayó presa de un súbito mal que habría de ser funesto. Dos monjes, que salieron a buscarle alarmados porque ya era de noche y el abad no aparecía, le llevaron en vilo hasta el convento. Al llegar, impartió la orden de que se dieran refrescos a los muchachos que habían escoltado a la comitiva alumbrando el camino con antorchas y, como nadie más había visto a los muchachos ni las antorchas, se dio por sentado que san Iñigo había visto a los ángeles. Poco después, murió, en el día l de junio de 1057, y su desaparición fue llorada por todos, aun por moros y judíos. San Iñigo fue canonizado por el Papa Alejandro III un siglo más tarde.
Existe una breve biografía de san Iñigo escrita en latín, que Mabillon y los bolandistas reimprimieron en el Acta Sanctorum, junio, vol. I; pero es mucho más digna de confianza la información que sobre él nos proporciona Fray Fidel Fita, en dos colaboraciones suyas para el Boletín de la Real Academia de la Historia, Madrid, vol. XXVII (1895), pp. 76-136 y vol. XXXVIII (1901), pp. 206-213. En esos artículos se encuentran pruebas de que existió un culto litúrgico en fecha muy antigua. Véase también a Flórez, España Sagrada, vol. XXVII, pp. 284-350. No son muy claros los datos referentes a la forma y la fecha de la canonización, pero sí se tiene la certeza de que, en 1259, el Papa Alejandro IV concedió indulgencias a los que visitaran la iglesia de Oña «durante la fiesta del Bendito Iñigo, confesor, antiguo abad del mencionado monasterio»; véase también la obra de E. W. Kemp Canonization and Authority (1948), pp. 83-85. Parece ser que, por devoción al genial abad que organizó e hizo famoso a Oña, se impuso a San Ignacio de Loyola en la pila bautismal el nombre de Iñigo. Muchas de las firmas del gran santo en sus primeros escritos, conservan ese apelativo. Ver la Analecta Bolandiana, vol. LII (1934), p. 448 y vol. LXIX (1951), pp. 295-301.
Imagen: estatua de san Iñigo en la iglesia de San Salvador en Oña.
N. de ETF: cabe aclarar que Calatayud se encuentra en el territorio de Aragón, no de Bilbao. Posiblemente el error -que me es imposible saber si proviene del Butler original o del P. Guinea, traductor- se debiera a que el nombre romano de Calatayud era Bilbilis, y el gentilicio de los habitantes de Calatayud es Bilbilitano.
fuente: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
accedida 1533 veces
ingreso o última modificación relevante: ant 2012
Estas biografías de santo son propiedad de El Testigo Fiel. Incluso cuando figura una fuente, esta ha sido tratada sólo como fuente, es decir que el sitio no copia completa y servilmente nada, sino que siempre se corrige y adapta. Por favor, al citar esta hagiografía, referirla con el nombre del sitio (El Testigo Fiel) y el siguiente enlace: http://www.eltestigofiel.org/lectura/santoral.php?idu=1857

No hay comentarios:

Publicar un comentario