San Simeón, eremita
fecha: 1 de junio
†: 1035 - país: Alemania
otras formas del nombre: Simeón de Siracusa, Simón de Tréveris, Simón de Trier
canonización: C: Benedicto IX 25 dic 1041
hagiografía: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
†: 1035 - país: Alemania
otras formas del nombre: Simeón de Siracusa, Simón de Tréveris, Simón de Trier
canonización: C: Benedicto IX 25 dic 1041
hagiografía: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
En Tréveris, ciudad de Renania, en
Lotaringia, san Simeón, el cual, nacido de padre griego en Siracusa, después de
haber llevado vida eremítica en Belén y en el Sinaí, murió finalmente recluido
en la torre de la Puerta Negra de esta ciudad.
La historia de san Simeón parece un cuento
de aventuras, sin embargo, está respaldada por una excelente autoridad, puesto
que fue escrita, poco tiempo después de la muerte del santo, por su amigo
Eberwin, abad de Tholey y de San Martín, en Trier (Tréveris), a pedido de
Poppón, arzobispo de Trier, quien se hallaba comprometido en activar la causa
de canonización en Roma.
Simeón nació en la ciudad siciliana de
Siracusa, de padres griegos que, desde la edad de siete años, llevaron al niño
a Constantinopla para que se educara. Al llegar a la juventud, Simeón emprendió
una peregrinación a Tierra Santa y decidió establecerse allá. En un principio
vivió con un ermitaño, a orillas del Jordán; pero muy pronto tomó el hábito de
monje en Belén y, desde entonces, ingresó en un monasterio al pie del Monte
Sinaí. Con la autorización de su superior, pasó dos años viviendo en la soledad
de una estrecha cueva, frente al Mar Rojo y de ahí se trasladó a una ermita, en
la cumbre del Monte Sinaí. Cuando decidió regresar a su monasterio, se le
encomendó una tarea que no le entusiasmaba en lo absoluto, pero que al fin
aceptó realizar, de mala gana. Se trataba de ir con otro monje a Normandía, con
el propósito de recoger un tributo que había prometido pagar el duque Ricardo
II, dinero éste que necesitaba la comunidad con toda urgencia para sostenerse.
Simeón y su compañero emprendieron, pues,
el viaje con tan mala fortuna, que apenas se había alejado el barco de las
costas de Palestina, cuando fue interceptado por unos piratas, que lo abordaron
y, tras una espantosa matanza de pasajeros y tripulantes, se apoderaron de él.
Simeón logró salvarse gracias a que saltó al mar y llegó nadando a tierra. Una
vez repuesto, emprendió la marcha y llegó caminando hasta la ciudad de
Antioquía. Ahí se encontró con Ricardo, abad de Verdún y con Eberwin, abad de
San Martín, que regresaban de un viaje a Palestina y se dirigían a sus
respectivos monasterios en Francia. Rápidamente se estableció entre ellos una
profunda amistad que los indujo a continuar el viaje los tres juntos. Pero la
Providencia tenía otros planes: en Belgrado se vieron obligados a separarse,
porque el gobernador mandó detener a Simeón y a otro monje llamado Cosmas que
se había unido al grupo en Antioquía, por considerar que aquellos dos eran
indignos de ir junto con los peregrinos franceses. Tan pronto como los dejaron
salir de la prisión, los dos religiosos decidieron desandar su camino con rumbo
a la costa. En esa jornadas, los solitarios peregrinos tuvieron que hacer
frente a innumerables peligros, incluyendo los asaltos de los bandoleros, antes
de encontrar un barco que, por fin, los condujo con bien a las costas de
Italia. Desde Roma prosiguieron su camino hasta llegar al sur de Francia, donde
murió el monje Cosmas. Simeón continuó caminando solo y arribó a Rouen para
recibir la funesta noticia de que el duque Ricardo había muerto y, su sucesor,
se negaba rotundamente a pagar el prometido tributo.
No queriendo regresar a su monasterio con
las manos vacías, Simeón fue en busca de sus amigos, el abad Ricardo de Verdún
y de Eberwin, el abad de San Martín, en Trier. Hallándose con ellos, conoció al
arzobispo Poppón quien, adivinando sin duda que en Simeón habría de encontrar
un guía capaz y muy experimentado, acabó por convencerlo a que le acompañara en
una peregrinación a Palestina. Aquella vez, Simeón fue y regresó con el
arzobispo y, una vez en Trier, sintió de nuevo el imperioso llamado hacia la
vida solitaria. Obedeció, y buscó refugio en una torre derruida y abandonada
que se hallaba cerca de la Puerta Negra, la misma que después se conoció con el
nombre de Puerta de San Simeón. El propio arzobispo procedió a verificar su
enclaustramiento. Ahí pasó el santo el resto de su vida en oración, penitencia
y contemplación, no sin haber tenido que resistir muchos ataques, tanto del
diablo como de los hombres. En cierta ocasión, el populacho de Trier, haciendo
caso a los rumores de que Simeón practicaba la magia negra, atacó la torre
solitaria con una lluvia de piedras y otros proyectiles. Sin embargo, desde
mucho tiempo antes de su muerte, ya se le veneraba como a un santo dotado con
poderes maravillosos. Al saberse que había muerto, el abad Eberwin acudió a la
torre para cerrarle los ojos; y a su funeral asistió la población entera. Siete
años después, fue elevado al honor de los altares por la Iglesia. Su
canonización fue la segunda que proclamó el Pontífice Romano en una ceremonia
solemne, teniendo en cuenta que la de San Ulrico, obispo de Augsburgo, fue la
primera.
La biografía escrita en latín por el abad
Eberwin, fue impresa por Mabillon y por los bolandistas en el Acta Sanctorum,
junio, vol. I. Respecto a la canonización de san Simeón, véase a E. W. Kemp en
Canonization and Authority (1948), pp. 60-61. Ver asimismo un papel muy
importante que fray Maurice Coens introdujo en Analecta Bollandiana, vol.
LXVIII (1950), pp. 181-196. N.ETF: en algunos santorales (Ökumenisches
Heiligenlexikon y referencias allí) figura como diácono.
fuente: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
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ingreso o última modificación relevante: ant 2012
Estas biografías de santo son propiedad de
El Testigo Fiel. Incluso cuando figura una fuente, esta ha sido tratada sólo
como fuente, es decir que el sitio no copia completa y servilmente nada, sino
que siempre se corrige y adapta. Por favor, al citar esta hagiografía,
referirla con el nombre del sitio (El Testigo Fiel) y el siguiente enlace: http://www.eltestigofiel.org/lectura/santoral.php?idu=1856
San Iñigo, abad
fecha: 1 de junio
†: c. 1060 - país: España
otras formas del nombre: Enecón, Enneco, Eñeco
canonización: C: Alejandro II 1070
hagiografía: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
†: c. 1060 - país: España
otras formas del nombre: Enecón, Enneco, Eñeco
canonización: C: Alejandro II 1070
hagiografía: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
En el monasterio de Oña, en el
territorio de Burgos, de la región de Castilla, en Hispania, san Iñigo, abad,
varón de paz, cuya muerte fue llorada también por judíos y musulmanes.
Alrededor del año 1010, Don Sancho, conde
de Castilla, fundó una casa de religiosas en Oña y la dejó al cuidado de su
hija Tigrida. Posiblemente se trataba de un monasterio doble, para hombres y
mujeres, aunque no nos han llegado noticias más que de las monjas; pero de
todas maneras, sucedió que, a poco de existir, la observancia del claustro cayó
en un profundo relajamiento. El rey Sancho el Grande, muy preocupado por aquel
estado de cosas en la casa religiosa fundada por su suegro, decidió poner fin
al desorden. El monarca era un decidido partidario de las reformas hechas en
Cluny y ya las había introducido en sus dominios. En la abadía de San Juan de
la Peña, el primer monasterio que adoptó la regla reformada, hizo el rey un
reclutamiento de monjes para reemplazar a todas las religiosas de Oña,
alrededor del año 1029. Para dirigirlos, nombró a un discípulo de san Odilio,
apellidado García, que murió sin haber comenzado a realizar la difícil tarea.
Por consiguiente, era de vital importancia conseguir a un sucesor capaz de
desempeñar el cargo con eficacia.
Por aquel entonces vivía en las montañas
de Aragón un ermitaño muy virtuoso, llamado Iñigo, que gozaba de una enorme
reputación por la austeridad que practicaba y los milagros que obraba. Era
oriundo de Calatayud, en la provincia de Bilbao y había tomado el hábito en el
monasterio de San Juan de la Peña. Se afirma que ya ocupaba el cargo de prior,
cuando se sintió llamado a reanudar la vida de soledad que había llevado antes
de ingresar al convento. Se hallaba de nuevo en su amado retiro de los montes
agrestes, cuando el rey Sancho descubrió que Iñigo reunía todos los requisitos
necesarios para gobernar a los monjes de Oña y le envió a sus embajadores con
mensajes apremiantes. Pero fueron en vano súplicas y mandatos: Iñigo se negaba
resueltamente a abandonar su retiro. Fue necesario que el rey, en persona, se
llegara a aquel lugar inaccesible para que el ermitaño se aviniera a aceptar el
cargo. Muy pronto se comprobó que la elección había sido acertada. Bajo el
gobierno de Iñigo, la abadía prosperó notablemente, tanto en santidad de vida
como en el número de novicios que acudían a solicitar su ingreso. El rey
Sancho, muy complacido con los resultados, colmó de donaciones y privilegios a
la fundación de su suegro.
Entretanto, la favorable influencia de san
Iñigo sobrepasaba los muros del convento de Oña: gracias a sus buenos oficios y
a su ejemplo, se restableció la paz entre diversas comunidades religiosas que
hasta entonces, estuvieron divididas por enconadas disputas; las muchas
personas que acudían a confiarle sus querellas, volvían apaciguadas; la
bondadosa dulzura del santo, domesticó a varios hombres de pasiones violentas.
Cierta vez en que una prolongada sequía amenazaba con arruinar las cosechas,
las oraciones de san Iñigo atrajeron las lluvias copiosas. Se dice que, en otra
ocasión, dio de comer a una multitud con tres piezas de pan. Hallándose a dos
leguas de su abadía, cayó presa de un súbito mal que habría de ser funesto. Dos
monjes, que salieron a buscarle alarmados porque ya era de noche y el abad no
aparecía, le llevaron en vilo hasta el convento. Al llegar, impartió la orden
de que se dieran refrescos a los muchachos que habían escoltado a la comitiva
alumbrando el camino con antorchas y, como nadie más había visto a los
muchachos ni las antorchas, se dio por sentado que san Iñigo había visto a los
ángeles. Poco después, murió, en el día l de junio de 1057, y su desaparición
fue llorada por todos, aun por moros y judíos. San Iñigo fue canonizado por el
Papa Alejandro III un siglo más tarde.
Existe una breve biografía de san Iñigo
escrita en latín, que Mabillon y los bolandistas reimprimieron en el Acta
Sanctorum, junio, vol. I; pero es mucho más digna de confianza la información
que sobre él nos proporciona Fray Fidel Fita, en dos colaboraciones suyas para
el Boletín de la Real Academia de la Historia, Madrid, vol. XXVII (1895), pp.
76-136 y vol. XXXVIII (1901), pp. 206-213. En esos artículos se encuentran
pruebas de que existió un culto litúrgico en fecha muy antigua. Véase también a
Flórez, España Sagrada, vol. XXVII, pp. 284-350. No son muy claros los datos
referentes a la forma y la fecha de la canonización, pero sí se tiene la certeza
de que, en 1259, el Papa Alejandro IV concedió indulgencias a los que visitaran
la iglesia de Oña «durante la fiesta del Bendito Iñigo, confesor, antiguo abad
del mencionado monasterio»; véase también la obra de E. W. Kemp Canonization
and Authority (1948), pp. 83-85. Parece ser que, por devoción al genial abad
que organizó e hizo famoso a Oña, se impuso a San Ignacio de Loyola en la pila
bautismal el nombre de Iñigo. Muchas de las firmas del gran santo en sus
primeros escritos, conservan ese apelativo. Ver la Analecta Bolandiana, vol.
LII (1934), p. 448 y vol. LXIX (1951), pp. 295-301.
Imagen: estatua de san Iñigo en la iglesia de San Salvador en Oña.
N. de ETF: cabe aclarar que Calatayud se encuentra en el territorio de Aragón, no de Bilbao. Posiblemente el error -que me es imposible saber si proviene del Butler original o del P. Guinea, traductor- se debiera a que el nombre romano de Calatayud era Bilbilis, y el gentilicio de los habitantes de Calatayud es Bilbilitano.
Imagen: estatua de san Iñigo en la iglesia de San Salvador en Oña.
N. de ETF: cabe aclarar que Calatayud se encuentra en el territorio de Aragón, no de Bilbao. Posiblemente el error -que me es imposible saber si proviene del Butler original o del P. Guinea, traductor- se debiera a que el nombre romano de Calatayud era Bilbilis, y el gentilicio de los habitantes de Calatayud es Bilbilitano.
fuente: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
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ingreso o última modificación relevante: ant 2012
Estas biografías de santo son propiedad de
El Testigo Fiel. Incluso cuando figura una fuente, esta ha sido tratada sólo
como fuente, es decir que el sitio no copia completa y servilmente nada, sino
que siempre se corrige y adapta. Por favor, al citar esta hagiografía,
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