Milagro
José Fernando ORPÍ GALÍ
Primer premio 2017, ex aequo
Muchos años después, frente al pelotón que formaban sus compañeros de investigación y en el acto donde sería condecorado, volvió a ver aquellos ojos. Y en el calor de la mañana el aleteo de una mariposa amarilla como las que acompañaban a Mauricio Babilonia. Presentía que aquellos ojos, ya devueltos a la normalidad, desde algún lugar lo escrutaban. Tragó en seco. No quería mostrar turbación ante el público asistente e introdujo las manos en los bolsillos de la bata. Docto, ¿usted cree que yo pueda verle la cara algún día? Amaranta se llamaba esa paciente que él nunca pudo olvidar porque la piel despedía un inquietante olor a albahaca y le recordaba a su abuela materna. A través de la lluvia la vio llegar un día a la consulta, escoltada por dos muchachas escuálidas como figuras recortadas de un viejo álbum. Experimentó un ligero temblor al escuchar que lo nombraban y tuvo que dirigirse al centro de la tribuna para recibir un diploma y un ramo de flores. Respiró de nuevo el olor a albahaca. Una de las flores tenía pétalos amarillos que semejaban alas y sobresalía del resto con arrogancia. Desde allí Amaranta parecía contemplarlo sobre el jardín agreste de un país lejano. Ojos-cielo. Ojos-luz. Siempre lo voy a recordar, docto. Usted es un santo. La señora que colocaba en su pecho la medalla le devolvió un rostro conocido, borroso por la lluvia y las cataratas de la infelicidad. Entonces sintió en el pie la mordedura y se vio a la deriva, sin fuerzas, arrastrado por el ocre remolino del río. Una abeja, atraída por el fulgor de las flores le había enterrado el aguijón mientras él recordaba lecturas de adolescencia en el agridulce panal de la historia. Docto, ¿le puedo ayudar en algo? La voz le llegó clara y precisa y sintió el estremecimiento primigenio. Cuando volvió la cabeza ya era tarde. Amaranta se perdía en el tumulto de personas, con una flor amarilla que aleteaba en su pelo blanco.
José Fernando Orpí Galí
Santiago, Cuba
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