Beata Celestina de la Madre de Dios, virgen y fundadora
fecha: 18 de marzo
n.: 1848 - †: 1925 - país: Italia
otras formas del nombre: Celestina Donati
canonización: B: Benedicto XVI 30 mar 2008
hagiografía: Vaticano
n.: 1848 - †: 1925 - país: Italia
otras formas del nombre: Celestina Donati
canonización: B: Benedicto XVI 30 mar 2008
hagiografía: Vaticano
Elogio: En Florencia, Italia, beata
Celestina de la Madre de Dios (Maria Anna) Donati, virgen, fundadora de la
Congregación de Hijas Pobres de San José de Calasanz («Calasancianas»), para la
educación de los niños pobres, y los hijos e hijas de los encarcelados.
Nació en Marradi (Florencia, Italia) el 26
de octubre de 1848 y poco después fue bautizada, con el nombre de Maria Anna,
en la parroquia de San Lorenzo. Creció en un ambiente digno y austero, donde
resplandecían la rígida honradez del padre, Francesco Donati, entonces en sus
primeros pasos de la carrera jurídica, y sobre todo las notables virtudes de su
madre, Costanza Civinini, mujer de profundo espíritu cristiano. A los trece
años se acercó por primera vez a recibir el Pan de vida, y le pareció oír en su
interior una voz que le decía: «Ven y sígueme fuera del mundo en la paz
tranquila de un claustro». Dócil a esa voz, ya en la adolescencia, habló de su
inquietud con su madre y su padre, pero este se opuso radicalmente: no podía
resignarse a vivir lejos de su querida hija, y la idea de que se separase para
siempre de su lado le angustiaba. Maria Anna sufría mucho por ello. Reveló su
angustia a un hombre de Dios, llamado a ser el ángel de su vida, el padre
Celestino Zini, de las Escuelas Pías, que en toda Florencia tenía fama de
religioso y sacerdote santo. Desde entonces, fue él su director espiritual y,
más tarde, la apoyó en la fundación a la que Dios la había destinado.
Un hecho luctuoso pareció frustrar su
esperanza: la muerte de su madre. Sin embargo, a pesar de las circunstancias
adversas, con la certeza de que era Dios quien la llamaba, el 6 de enero de
1888 comunicó a su padre su decisión irrevocable de consagrarse a Dios. Su
primer pensamiento fue reunir en torno a sí a algunas mujeres que colaboraran con
ella en la educación de niñas pobres y abandonadas. A los 41 años, en 1889, por
consejo e impulso del padre Celestino Zini, fundó la congregación de las Hijas
Pobres de San José de Calasanz, llamadas calasancianas, con el fin de educar
cristianamente a las niñas pobres y, algún tiempo más tarde, también a las
hijas e hijos de los detenidos en las cárceles. Tomó entonces el nombre de
madre Celestina de la Madre de Dios.
En 1892 murió el padre Zini, su guía
espiritual, que mientras tanto había llegado a ser arzobispo de Siena, y toda
la responsabilidad del nuevo instituto quedó en sus manos. Lo gobernó con
sabiduría y prudencia, extendiéndolo por todas las regiones de Italia. Supo
infundir en sus hijas el espíritu de pobreza que ella misma vivió durante toda su
vida, a pesar de las innumerables dificultades que le supuso para la gestión de
la congregación. Con profunda humildad exponía todos sus problemas a sus
superiores eclesiásticos, ateniéndose dócilmente a sus directrices. Cuando
logró establecer una casa de su instituto en Roma, tuvo que afrontar grandes
apuros económicos, pues no encontraba personas generosas que la ayudaran. El 26
de octubre de 1923 la madre Celestina, acompañada de otras tres hermanas, fue
recibida por el Papa Pío XI, al que habló con voz conmovida de su deseo de
fundar una casa en Roma. El Santo Padre la escuchó con atención y, levantando
la mano para bendecirla, le dijo: «Bien. Habéis comenzado con poco. Tened fe.
La Providencia os ayudará». Y así fue. Aun contrayendo notables deudas, logró
el establecimiento definitivo de su casa en Roma. La primera ayuda económica
notable se la dio el mismo Papa, a través de su limosnero, como regalo de
Navidad: cinco mil liras.
Las dos primeras niñas que acogió en la
casa de Roma fueron dos hermanitas cuyo padre estaba preso en la cárcel de
«Regina caeli». También la tercera tenía su padre en prisión. Al encomendarlas
a sus religiosas, la madre Celestina les dijo: «Estas pobres niñas no tienen
nada. Vosotras debéis ver en ellas la imagen de Jesús». En una de sus cartas
exhortaba así a sus religiosas: «Orad mucho. Educad a las niñas a ser amables.
Haced que se fundamenten bien en la doctrina cristiana, en el horror al pecado,
a la mentira, a la desobediencia. Recordadles siempre la presencia de Dios. Alegradlas
con la música sacra. Haced que amen el estudio y el trabajo».
Se preocupaba mucho de la salud tanto de
sus religiosas como de las niñas. Una de las cosas que más la atribulaba era
ver la incomodidad en que vivían, por la escasez de recursos. Le dolía que
sufrieran el frío y la humedad. Todos los que la conocían se asombraban de su
actividad incansable, a pesar de estar aquejada por numerosos achaques. Tenía
el cuerpo consumido por las fatigas, más que por la edad. En su última
enfermedad, presintiendo que estaba para morir, inflamada de amor a Dios, pidió
los últimos sacramentos. Con voz muy débil pidió perdón a todas las religiosas
reunidas en torno a ella. Las miró una a una, las bendijo y luego inclinó
lentamente la cabeza con un suspiro más prolongado. Murió en Florencia el 18 de
marzo de 1925, y fue beatificada el 30 de marzo de 2008 en la Catedral de
Florencia.
fuente: Vaticano
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