SERVIR
Leer el relato del Evangelio
de Marcos 9,30-37 unos veinte siglos después de que fuera escrito deja en muy
mal lugar a esa institución que siempre hemos llamado 'Iglesia'. En el camino
de estos veinte siglos, quienes nos hemos considerado los seguidores del sacramento del orden en todos los grados de su
jerarquía.
El asunto del mando llamado
también poder se nos ha pegado a los creyentes en Jesús como si una segunda
piel se nos hubiera amalgamado hasta hacerse el hábito de nuestra identidad.
En la sociología popular
'hacerse cura era una carrera', así se lo contó mi tía a mi padre que estaba
dispuesta a 'pagar' la totalidad de los estudios eclesiásticos de quien esto
está escribiendo en el seminario de la capitalidad de su diócesis. No sé bien
qué andarán pensando ahora que ambos habitan en el mismo 'huerto de los
callados'.
Las tres palabras que acabo
de presentar y relacionar -autoridad, jerarquía, obediencia- dibujan el
contexto exacto de aquello que aconteció en aquel camino que compartían Jesús
de Nazaret y sus seguidoras y seguidores mientras vivieron en sus tierras de
Galilea. Desde aquel siglo primero comenzó a dibujarse el contexto real que no
se acaba ni de transformar ni de transfigurar ni de transustanciar. Este
contexto no es otra realidad que la clerecía y el laicado. Y así se atrevió a
bautizarlo y confirmarlo san Pío X, el papa del Catecismo: La iglesia es una
sociedad de desiguales. Unos son los que mandan y otros son los que obedecen. Y
en estas estamos.
Si algún lector, crítico y
pensante, cree que no es de esto de lo que nos habla el texto de Marcos, que se
proclama el domingo 19 de septiembre de 2021, le agradecería que me lo
escribiera en cien palabras a modo de respuesta.
Deseo recordar también que
este relato de Marcos nos dice que quienes seguían a aquel Jesús permanecieron
mudos o callados cuando se trató de compartir con transparencia qué significa
ser como y estar con Jesús.
Frente a la tal trinidad de
la autoridad, la jerarquía y la obediencia, el proyecto de este Jesús de los
Evangelistas Marcos y María Magdalena se centra y culmina en una sola acción:
SERVIR.
Pero hablar de este verbo nos
supondría escribir otra presentación no breve de estos comentarios. Será para
otra ocasión.
A continuación se encuentran
estos comentarios de los relatos evangélicos que comparto CONTIGO.
Domingo XXV TO
Ciclo B (19.09.2021): Marcos 9,30-37. Servir sí, servirse es otra
religión. Lo comento y escribo
CONTIGO,
El domingo pasado contemplábamos a Jesús y
sus seguidores en Cesarea de Filipo, en el comienzo del camino que acabará,
después de tres etapas, en Jerusalén. En este nuevo domingo, día 19 de
septiembre, comenzaremos escuchando estas palabras en la proclamación del Evangelio:
“Y saliendo de allí [Jesús y cuantos le seguían] iban caminando por
Galilea. Él no quería que se supiera, porque iba enseñando a sus discípulos...”
(Marcos 9,30).
Diré
que la primera etapa de este ‘camino’ está contada por su narradora en Marcos, desde
8,27 hasta 9,29. Vuelvo a lamentar que las gentes de la asamblea nos quedemos
‘en blanco’ e ignorantes de buena parte de las enseñanzas y aprendizajes
realizados en esa primera etapa del camino de Jesús con quienes le acompañan
por la Galilea de Cesarea donde nace el río Jordán.
La
segunda etapa de este camino diseñada así muy probablemente por su
narradora comienza en Marcos 9,30-37. ¿Qué se enseña y qué se aprende en
estas sesiones del acompañamiento-seguimiento de Jesús de Nazaret? Algo muy
elemental y natural en toda relación de unos con los otros. Se aprende a
convivir, a estar a gusto en la realidad diaria de la vida. Aprender y enseñar.
¿Se
aprende la igualdad? No precisamente la igualdad, sino el servicio. Al parecer,
en ese camino, los seguidores han discutido muy acaloradamente sobre el asunto
de las relaciones entre ellos. ¿Estaban comenzando a organizarse como grupo
instituido? ¿Se estaban asentando los cimientos de una nueva institución que
terminaría llamándose ‘la iglesia’? Tal vez, no.
Nada
de todo esto se encuentra en el mensaje del texto que nos reúne alrededor del
pan y del vino que es Jesús de Nazaret en este nuevo domingo del mes de
septiembre. La mano narradora se atreve a situar los acontecimientos en plena
tierra de Galilea cuando se ha iniciado la segunda etapa del camino que nos va
a llevar hasta Jerusalén. Escuchamos la noticia que nos relata María Magdalena
y, luego, nos atrevemos a imaginar:
“Llegaron
a Cafarnaún, y una vez en casa, les preguntaba: ¿de qué discutíais por el
camino? Ellos callaron, pues por el camino habían discutido entre sí quién era
el mayor” (Mc 9,33-34).
Esta
‘buena noticia’ que es el Evangelio también está contada por Mateo (18,1-5) y
por Lucas (9,46-48). Para el narrador Juan este acontecimiento parece que no
tuvo lugar. También conviene recordar que fue en este mismo lugar donde
quisieron proclamar mesías-liberador a Jesús de Nazaret, como se describe en
Marcos 1,21-39. ¡Todos te buscan! ¿Quién es el más grande?
Ser
reconocido, admirado y proclamado es una realidad existencial que nos pertenece
a todos los humanos. Sin embargo, en ‘el camino’ de Jesús de Nazaret los
últimos son los primeros. Los últimos son siempre los que están por debajo de
uno mismo. No suele ser complicado reconocer la presencia de estas gentes. Lo
complicado suele ser colocarse a su altura y sentarse en la misma mesa o
compartir aquello que se es y que se tiene.
A
esta tarea se le debe llamar SERVIR. Y nunca se deberá confundir con esa otra
tarea que se le parece mucho, pero que sólo es apariencia y que se le llama
SERVIRSE. Por esta razón, y entre otras cosas, voy comprendiendo mejor que a
este Jesús de Nazaret no se le debe llamar ‘SEÑOR’, ni MESIAS. Y, ¿tampoco
CRISTO? Tampoco, porque es lo mismo que decir Mesías. El lenguaje no es
inocente. Carmelo Bueno Heras
CINCO MINUTOS
con la Biblia entre las manos.Domingo
43º: 19.09.2021. Después de comentar los cuatro Evangelios y Hechos
¡completos!...
¿QUÉ HAY EN EL CORAZÓN HUMANO?
Ecle 3,11
En estos minutos se
invita al lector a tratar una muy delicada cuestión. Un asunto del corazón que,
de entrada, poco o nada tiene que ver con los sentimientos del amor. Antes de
seguir leemos Eclesiastés 3,11. En la Biblia de Jerusalén se dice: "Él [Dios]
ha hecho todas las cosas apropiadas a su tiempo; también ha puesto en sus
corazones [de los hombres] el mundo, sin que el hombre llegue a
descubrir la obra que Dios ha hecho de principio a fin".
Decía que la cuestión se
centra en el corazón. ¿Qué ha puesto Dios en el corazón humano? Respuesta: el
mundo. Dicho de otra manera sonaría así: cuando la persona busca en su corazón,
en él encuentra el mundo. Sorprendente, ¿no? Tal vez para evitar esta extraña
sorpresa, el maestro de traductores que es Alonso Schökel transcribe en su
Biblia del Peregrino: "... (Dios) dio al hombre el mundo para que
pensara". Así, el mundo está fuera del hombre y sólo entra en su
corazón cuando le da qué pensar. Y de esto sí que todos tenemos experiencia.
Sin embargo, otras
ediciones como la de la "Casa de la Biblia", de Verbo Divino,
traduce: "Le hizo reflexionar al hombre sobre la eternidad". Y
la Santa Biblia, de las Paulinas, dice: "les puso el deseo de
infinito". Si el lector lo desea, puede seguir consultando curiosas
variantes en otras traducciones que estén a su alcance. Seguirá encontrando
otras extrañas sorpresas.
En mi modesto entender,
el mundo, la eternidad o el deseo de infinito tienen entre sí alguna que otra
semejanza, pero son realidades muy dispares y hasta contrapuestas en ocasiones,
sobre todo, el mundo y la eternidad. La cuestión, pues, se sitúa en una sola
palabra o "palabreja" del texto original hebreo, que es un nombre o
sustantivo, que posee en sí variados sentidos según se la vocalice, como
sucedería en español o castellano con "musa-mesa-misa-masa".
El sentido radical, es
decir "de raíz", de la palabra hebrea en cuestión es "esconder,
encubrir, ocultar, ocultarse, estar en secreto...". Guiado por la luz de
este sentido y sus diversas vocalizaciones y sostenido por algún que otro
investigador, me atrevo a traducir el sustantivo hebreo por el nombre español
"la ignorancia". Entonces el texto sería: "... Dios ha puesto en
el corazón del hombre la ignorancia...". Creo que la extrañeza continúa,
pero le invito al lector a "saborear la frase" y meditar en su
mensaje después de haber dialogado amplia y serenamente con su propio corazón.
¿Entiendes siempre y claramente lo que tu corazón habla, piensa o desea?
Y, un paso más. Conviene
situar esta palabra en su contexto literario, que ahí es donde la colocó su
sabio autor judío, Qohelet. "Todo tiene su momento y cada cosa su
tiempo bajo el sol". Con esta sentencia, que pretende ser universal,
abre el autor el capítulo tercero de su escrito. Luego, ejemplifica largamente
este hacer creador de Dios. Y termina su reflexión el sabio con una conclusión
más bien desilusionada: ¿qué gana el que trabaja con fatiga? Por eso, ¿para qué
afanarse en el pensar o en el hacer, en el decidir o proyectar, en el inventar
o restaurar? ¿Podrá, alguna vez, el ser humano alterar el ritmo del tiempo o de
las cosas que en él suceden? Tal vez sólo podría hacerlo si conociera el porqué
profundo del actuar de Dios. Pero, ¿quién tiene acceso a su voluntad y a su
misterio? Probablemente nadie. De ahí que la persona experimente constantemente
la ignorancia, aunque muy pocos puedan acercarse al proceder de Dios mientras
se ocupan en la obra que él ha puesto entre sus manos. Y en este ocuparse de la
creación, ¡cuántos cambios de interpretación de los sabios nos toca escuchar y
asumir a los ignorantes! En fin, en esta ignorancia mía al investigar mi
corazón, a veces y según momentos, me encontraré, confundidos, el mundo o el
deseo de infinito o quizá la misma eternidad... Pero, desde la fe en Jesús lo
que sí sé es que Dios me encontrará a mí en su corazón. Carmelo B. H.,
Educar hoy 70 (diciembre.1999).
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