NAE: Nuevo año
eclesiástico
El domingo día 28 de
noviembre empieza un nuevo año en la vida eclesial. Se comienza con el Adviento
y se acabará con una nueva celebración de Jesucristo Sacerdote y Rey.
Durante este nuevo año eclesiástico se intentará volver a leer el tercero
de los cuatro Evangelios, el Lucas. Por eso se le suele llamar a este año
'Ciclo C'.
Mi compromiso será leer y
comentar a mi manera el relato evangélico que se nos propone por la autoridad
de la Liturgia de la Eucaristía romana y vaticana. Hace tres años ya comenté estos
mismos relatos. No me importa realizar de nuevo este ejercicio. Escribir es
para mí la mejor manera de leer el Evangelio. No me importará repetir una y
otra vez que esta selección de los relatos de la obra de Lucas no favorece en
nada la compresión del Libro de Lucas (Evangelio y Hechos).
A esta página del comentario
de 'el relato evangélico oficial' de cada domingo uniré otra página en la que
copiaré un texto de un libro que, personalmente, ya me leí en su día y aún
conservo la huella o huellas de aquella aventura de leer e imaginar. Esta
experiencia es tan común que todos tenemos nuestras propias páginas de
referencia. Me atrevo a compartir las mías. Jamás pretenderé ser un
activista obsesionado por una idea, por una tesis, por un valor, por... El único
objetivo es invitar a leer. Seguir leyendo y por eso, compartirlo. Al final del
año, si tú y yo fuimos fieles al compromiso de esta segunda página, que seguiré
llamando 'CINCO MINUTOS', tendremos una modesta colección de cincuenta y dos
libros a modo de nueva biblioteca que podríamos añadir a la siempre
biblioteca que es la Biblia. Ambas bibliotecas son una. ¿Cómo? Eso es:
ambas bibliotecas son una.
¿Ambas 'palabra de Dios'?
Ambas, palabra humana.
A continuación se encuentran
los indicados comentarios.
Domingo 1º de
Adviento C (28.11.2021): Lucas 21,25-28.34-36
Así lo comento y
comparto CONTIGO: De aquel Templo
y de sus templos no quedará piedra sobre piedra
Año
nuevo en la vida y liturgia de la iglesia. Nuevo Ciclo, el C, el dedicado a la
lectura y meditación del Evangelio de Lucas, también llamado el Evangelista del
toro y, a la vez, autor del Libro de los Hechos de los Apóstoles. Como todo año
nuevo en los ámbitos eclesiásticos, este domingo del día 28 de noviembre y los
tres siguientes componen la ya famosa corona de flores del Adviento con sus
cuatro velas que se irán encendiendo domingo a domingo hasta llegar a la
Nochebuena y la Navidad. Nada de esto aparece en ninguno de los cuatro
Evangelios, pero la tradición es la tradición y habrá que preguntar en la
iglesia de Francia por la recordada corona.
Comenzamos,
pues, la lectura del tercer Evangelio, el de Lucas. Y el primer relato que se
nos propone lo debemos buscar en Lucas 21,25-28 y 34-36. Conviene mirar
este texto despacio en la propia Biblia que cada uno tenemos como Biblia de
compañía. Recomiendo que nos leamos tú y yo, y para empezar a situarnos bien,
esos cinco versículos (29-33) que la autoridad seleccionadora y vaticana desea
que no se proclamen en la celebración. Se pone en boca de Jesús la parábola de
‘la higuera y de todos los demás árboles’. ¡Ignoro por qué no se nos lee!
Lo
que nos cuenta este domingo el Evangelista Lucas ya nos lo hemos escuchado y
meditado el domingo día 17 de noviembre cuando se nos anunció este mismo
mensaje escrito por el Evangelista Marcos. Puede decirse que el mensaje de
ambos Evangelista es muy semejante, pero lo que sí es muy distinto es el
contexto espacial y teológico donde ambos colocaron estas palabras de su Jesús
de Nazaret.
Recordaremos
que Marcos hablaba de las señales del final del Templo y de su Sacerdocio
cuando se encontraba en el monte de los Olivos y sus discípulos le preguntaban
cuándo, cómo y por qué tenía que acabar en destrucción aquella institución tan
sagrada de la Religión judía. Ahora, en Lucas, estas afirmaciones las realiza
el Jesús de Lucas en el interior del propio Templo, como se nos dice en los
versículos 21,37-38, que tampoco se nos leerán en la liturgia: “Jesús
enseñaba en el Templo durante el día, y por la noche se retiraba al monte de
los Olivos. Y todo el pueblo madrugaba para ir al Templo a escucharlo”.
Debemos
leernos ahora Lucas 20,1: “Y sucedió que un día enseñaba [Jesús] al
pueblo en el Templo y anunciaba el Evangelio, se acercaron los sumos
sacerdotes, los escribas y los ancianos y le preguntaron”. Y si el lector
es tan curioso como lo soy ahora, podemos seguir leyendo juntos: “Quedándose
ellos al acecho, le enviaron unos espías que fingieran ser justos...
Acercándose algunos de los saduceos que sostienen que no hay
resurrección... Jesús les preguntó... Estando todo el pueblo oyendo, dijo
Jesús a sus discípulos... Alzando Jesús la mirada vio a unos ricos que echaban
sus donativos en el arca del Tesoro... Como dijeran algunos que el Templo
estaba adornado tan bellamente... Esto que veis, decía Jesús, llegará un día en
que no quedará piedra sobre piedra... Habrá señales en el sol, la luna, las
estrellas y la tierra” (Lucas desde 20,1 hasta 21,36). Aquel Templo y su
Sacerdocio quedaron destruidos. Y los demás templos y sus religiones,
también. Carmelo Bueno Heras
CINCO MINUTOS con la otra Biblioteca de la BIBLIA
entre las manos
Tú
y yo, entre otras muchas actividades, solemos también leer. En ocasiones,
quedamos sorprendidos por lo que leemos. Es más, y nos ocurre a veces, llegamos
a pensar que lo que leemos nos hubiera gustado haberlo escrito nosotros mismos.
Por esta sola razón, me he decidido a compartir CONTIGO, semana a semana,
durante este año eclesiástico, 52 libros. Creo, creemos, que en la inmensa
BIBLIA de todos los textos, como en el cuerpo de toda persona, ¡todo está
relacionado!
Ahora, Semana 1ª: 28.11.2021. Cita de:
Philippe Claudel, El archipiélago del perro, Salamandra, 2018.
Se lo cuenta el Comisario
al Alcalde en la primera visita a su despacho en el ayuntamiento de la isla del
Archipiélago del Perro.
“El Comisario se desmelenó. Soltó una parrafada de media hora... mientras el
Alcalde se preguntaba adónde quería ir a parar aquel energúmeno...
La gente nunca sabe realmente lo que tiene encima de
la cabeza. Durante milenios colocaron a Dios. Les convenía. Ellos estaban
abajo. Sudando sangre y agua. Y arriba, en su nube, estaba Dios, que los
creaba, los miraba y los salvaba o los condenaba. Luego, el ser humano se creyó
muy listo. Echó a Dios de la nube y lo arrojó al cubo de la basura. Durante un
tiempo vivió embriagado por su pequeño asesinato, pero luego se dio cuenta del
vacío que había creado. Y como lo propio del ser humano es actuar siempre con
precipitación, siempre, cuando eso, todo ese espacio vacío, empezó a darle
miedo intentó recalentar viejos platos, pero todos tenían gusto a quemado.
Entonces fue cuando se asustó de veras. Y se refugió en lo único que le
quedaba: el progreso. Fíjese que eso es algo que existe desde la noche de los
tiempos. Dele al hombre fuego, hierro y un martillo, y en un abrir y cerrar de
ojos forjará una cadena para sujetar a otro hombre que se le parece como si
fuera su hermano y mantenerlo sometido, o una punta de lanza para matarlo, en
vez de construir una rueda o un instrumento musical. La rueda y la trompeta
llegaron mucho después, muchísimo después, de la cadena y la punta de lanza,
cuando ya ha habido bastante escabechina.
Y si se inventó la rueda fue únicamente para poder llevar la escabechina más
lejos, como la navegación a vela, para que todo el mundo le saque provecho. La
trompeta no sirvió más que para ahogar los gritos de las víctimas y celebrar
las carnicerías. Punto Final. ¡Y ahora encima tenemos satélites!
El Alcalde escuchaba estupefacto la perorata de aquel
hombre anodino, preguntándose si estaría soñando aquella escena...”
Texto
en las páginas 90-92.
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