Divinizar no,
encarnar.
El domingo día 21 de
noviembre concluye el tiempo del año de la Iglesia. Y para conmemorarlo de
forma significativa se ha decidido recordar a Jesucristo como Sumo y Eterno
Sacerdote. Este asunto es propio de la Tradición de nuestra Iglesia. Hoy es
así, ayer fue de otra manera y en otro domingo distinto y mañana será en otro
domingo diferente y con lecturas y ritos también distintos.
Como se podrá leer después,
ya he dejado escrito en el comentario alguna orientación sobre el sentido o no
de esta manera de hablar sobre Jesús de Nazaret. Cuanto más se acerca uno al
estudio sobre este hombre, que vivió en su tierra de Galilea en los tiempos de
la dominación romana del siglo primero, más se constata lo inapropiado de estos
títulos sacerdotales aplicados a Jesús.
Esta manera de hablar
pertenece al proceso de divinización de una persona. Quienes esto hacen están
en su derecho, pero se ha de ser consciente de que se trata de una corrupción
falsificadora de la realidad humana que nunca dejó de pertenecer a este hombre
y a todo ser viviente desde el comienzo de la existencia de la persona en la
casa de este mundo en el cosmos. Divinizar no, encarnar, humanizar, normalizar.
Pienso también que no sé por
qué debemos estar hablando de estas cosas, cuando la realidad que nos rodea es
tan complicada como contemplar un volcán despertado y vivo y no ser capaz de
mucho más. ¿Por qué hablar de realidades que nos superan y no prestar atención
al día a día del desarrollo de la investigación sobre el cuidado del sueño de
las neuronas cerebrales? Ojalá no suceda que nos quedemos sin energía para
calentar el frío o iluminar la oscuridad. Ojalá.
Es verdad que en la iglesia
se acabará este año, pero será igual de cierto que comenzará otro. Tú y yo
vamos aprendiendo a ser personas del día a día y, como aprendemos a
respirar conscientemente, aprenderemos a tener los pies en el suelo y a
identificar a quienes nos desean ayudar y acompañar sin engañarnos.
El nuevo año comienza dentro
de ti. Un abrazo
A continuación se encuentran
los comentarios de los relatos del Evangelio.
Domingo de JESUCRISTO REY
Ciclo B (21.11.2021): Juan 18,33-37. Jesús
de Nazaret fue siempre Jesús, nunca Rey. Me lo escribo CONTIGO,
Vuelvo a transcribir el título de este comentario
por ser lo primero que deseo decir desde el comienzo y hasta el punto final: Jesús
de Nazaret fue siempre Jesús, nunca Rey, se escriba con mayúscula o con
minúscula. Si a este Jesús se le llama o se le cree ‘REY’ será porque así lo
desea ver y creer quien lo dice, escribe o cree. El testimonio de los cuatro
Evangelios es tan abrumador que sonroja ver a este Jesús de Nazaret vestido de
Rey de Monarquía con escudo de familia (o de armas), corona de pedrería
preciosa y ostentoso báculo de poder. ¿San Jesús del gran poder?
La
autoridad vaticana de la liturgia nos ha seleccionado para este domingo del 21
de noviembre el relato de Juan 18,33-37. ¿No encontró esta autoridad
ningún relato sobre Jesús y su manera de ‘ser rey del reino’ en el Evangelio de
Marcos a quien hemos leído en este año eclesiástico del Ciclo B? Siento tener
que decirlo de nuevo: esta autoridad vaticana de la liturgia se sirve del
Evangelio, en vez de ser su Servidora-Evangelizadora.
Dicho
esto, nos situamos tú y yo en el relato del cuarto Evangelio que se nos
propone. Y sugiero tener entre manos y ante los ojos el libro de este Evangelio
abierto en el relato de su capítulo décimo octavo. Y hecho esto, nos debemos
leer detenidamente desde Juan 18,28 hasta 19,16:
“Entonces,
condujeron a Jesús de casa de Caifás a la residencia del gobernador romano.
Estaba amaneciendo. Ellos no entraron en la residencia para no contaminarse y
poder celebrar la cena de Pascua... Pilato les dijo: ¿Crucificar a vuestro rey?
Contestaron los Sumos sacerdotes: No tenemos más rey más rey que el César”.
¡¡Cuánta delicadeza mentirosa y cuánta blasfemia!!
Entre
este principio del relato y su final se encuentran los versículos 33 a 37, los
únicos que se nos leerán y que corresponden al primer diálogo privado que,
según este Evangelista, mantuvieron Pilato y Jesús en las dependencias del
poder político de Roma en Jerusalén. El segundo diálogo secreto entre ambos y
en el mismo lugar se nos relata en los versículos 19,9-11. Ambos tratan de hablar
de qué es el poder, qué es la autoridad, cómo se ejerce tanto el poder como la
autoridad, por qué se manda o se sirve... Y más.
Es
decir, en este día del CRISTO REY, se debería de hablar de un asunto central
que no se nos permitirá escuchar en la liturgia, porque se nos ha silenciado el
final de este diálogo entre Pilato y Jesús (verso 18,38) y la asamblea no
escuchará esto: “Pilato le dijo: ¿qué es eso de la verdad? Y creo que
los dos se callaron porque no tenían nada o casi nada en común y todo estaba ya
decidido: Jesús acabaría condenado y ejecutado.
Tengo
que decirlo una vez más, este relato de Juan 18,28 a 19,16 es una preciosa
palindromía de siete unidades literarias y teológicas sobre el asunto de la
realeza de Jesús, su vida y su persona. Ningún otro Evangelista ha contado este
juicio orquestado por el poder político y religioso como nos lo ha dejado
narrado este autor.
Mientras
uno se relee estos hechos así contados no puede dejar de recordar una y otra
vez la lucidez de este hombre de Galilea que nos compartió su proyecto tan
humano y humanizador como también serenamente utópico por su claridad y
sencillez: Amaos unos a otros (Juan 13,35). Esta fue su verdad y autoridad y
mesianismo y poder. Y no se diga más. Carmelo Bueno Heras
CINCO MINUTOS
con la Biblia entre las manos. Domingo
52º: 21.11.2021. Después de comentar los cuatro Evangelios y Hechos
¡completos!...
EL VALOR DE LA DELICADEZA
Hace unos dos mil
cuatrocientos cincuenta años en un perdido rincón del cosmos llamado Israel, un
escritor o escritora dedica su tiempo libre a inventar una parábola (es decir,
una mentira) para airear a los cuatro vientos la angustiosa situación (es
decir, la verdad desnuda) de un puñado, entre otros, de hambrientos, pobres,
viudas e inmigrantes. Además, señala el autor, este colectivo, irrelevante para
las internacionales estadísticas demográficas de entonces, posee la sabiduría
de encontrar el remedio a sus males cuando alguien le enseña a leer sus más
elementales derechos legales escritos y publicados "en nombre de
Dios". De esto va, según el parecer de los estudiosos, el librito bíblico
de Rut. De los acontecimientos señalados en la narración, me parece
particularmente importante uno de ellos: "Un día Rut, la moabita, dijo
a su suegra Noemí: Déjame ir a espigar al campo del que me lo permita. Ella le
respondió: Anda, hija mía" (Rut 2,2). La Biblia del Peregrino traduce
muy intencionada y acertadamente "del que me lo permita" por "donde
me admitan por caridad".
No resulta fácil para
el lector de nuestros días percibir la situación injusta descrita en estas
pocas palabras. Sin embargo, podemos contemplar en toda su extensión la
realidad de la injusticia si se deja resonar el viejo mensaje de la Palabra de
Yahvé que debía orientar la práctica existencial de todo israelita en los días
de estas dos mujeres: "Habló Yahvé a Moisés y le dijo...: cuando
siegues la mies de vuestras tierras, no segarás hasta el borde de tu campo, ni
espigarás después de segar. Tampoco harás rebusco de tu viña, ni recogerás de tu
huerto los frutos caídos; los dejarás para el pobre y el forastero. Yo, Yahvé,
vuestro Dios" (Levítico 19,1.9-10; 23,1.22; Deuteronomio 24,17-22).
La judía Noemí
y la moabita Rut son dos viudas recientemente llegadas a Belén y que no
disponen de los necesarios recursos básicos para vivir. Es más, Rut es a la vez
forastera, viuda y pobre (Rut 1). La ley de Dios contempla su situación y
ordena cómo debe procederse. Rut, pues, tiene unos derechos amparados por la
ley. ¿Quién pudo informar a Rut sobre la existencia de esta legislación y sobre
sus derechos de pobre viuda emigrante? Sin duda, su suegra Noemí. Pero en
aquellos días, este derecho legal tenía que ser solicitado ¡por caridad! Cuando
los derechos más elementales de la convivencia entre las personas deben ser
rogados, pedidos o exigidos es señal inequívoca de que la injusticia crece,
reina y brilla sin ser notada. Es decir, la justicia se había convertido en
limosna.
Ahora se comprende
que en Belén, la llamada casa del pan, hubiera tanta hambre (Rut 1). Sin duda,
los terratenientes habían aprendido, con descarada indelicadeza, a anular estas
humanizadoras leyes sobre las cosechas. Esta falta de delicadeza producía el
enriquecimiento de unos pocos a costa de los otros. ¿Cuántas espigas había que
dejar en los linderos de los campos junto a los caminos para que los pobres,
huérfanos, viudas y emigrantes las pudieran recoger para su alimentación? La
sabiduría de esta ley dejaba estas decisiones a la generosidad de los corazones
de los amos de las tierras y cosechas.
Por eso la delicadeza
de un corazón generoso y solidario dejaría gran cantidad de espigas sin segar.
Es esta delicadeza personal la que agranda los límites de la ley. Y, también,
será la ruindad mezquina del egoísmo acaparador e insolidario la que decida
dejar cuatro espigas mal contadas para poder decir alto y claro que la ley se
cumple y que se piensa en los empobrecidos. Y así, pronto llega el día en que
se olvida la ley y a los pobres. Y, si éstos acuden exigiendo sus derechos,
tendrán que aceptar el espigar como un regalo al que se deberá estar muy
agradecido. Así es como la justicia se ha pervertido convirtiéndose en limosna
caritativa. Tuvieron que ser dos mujeres, una vez más, las que enseñaran al
pueblo los caminos de Dios, que son siempre los caminos de la justicia. Carmelo
Bueno Heras, Educar hoy 77 (abril 2001).
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