Para ver al resucitado hay que ir a Galilea... ¡en compañía!
Lo voy a dejar escrito una vez más. Más de uno lo
sabéis ya. Cuando comienzo con expresiones semejantes es que deseo decir que a
la liturgia de la iglesia le importa relativamente poco la lectura del
Evangelio en la eucaristía o santa misa, o como guste llamarla el lector. A
esta nuestra Iglesia le importa la celebración y saber que repetirla desde el
comienzo hasta el final es el objetivo. Que sea un trozo del Evangelio de tal
Evangelista o en tal capítulo importa menos o casi nada. Una de las finalidades
de la liturgia no es precisamente compartir la lectura de los Evangelios.
Importa más el hecho de la homilía que esa lectura completa y ordenada de
cualquiera de los cuatro evangelios.
Con este domingo del día 14 de noviembre habremos
acabado de escuchar la palabra del Evangelio de Marcos y en todo este tiempo de
los cincuenta y dos domingos no se nos ha permitido escuchar ni una vez, por
ejemplo, el relato con el que se acaba este Evangelio de Marcos. Por ser más
preciso diré que Marcos 16,1-8 sólo se nos leyó el día del Sábado Santo
como última de las cuatro lecturas, como mínimo, de esa liturgia de la noche.
El día siguiente, el domingo de la Pascua, se nos proclamó otro relato
evangélico de otro Evangelista.
Es decir, aquello de 'Volver a Galilea para ver y
tocar y creer en Jesús de Nazaret' nadie nos lo ha explicado al pueblo liso y
llano en todo el año dedicado a leer y comentar la Buena Noticia según Marcos o
según María Magdalena.
Si esta iglesia, sea por ignorancia o de manera
pretendidamente consciente, es capaz de silenciar para el pueblo la
proclamación de aquel joven vestido de blanco, me pregunto, ¿de qué no será
capaz cuando se trate de 'escuchar en su plenitud el Evangelio'? A
esta iglesia, por desgracia, me digo, le importa el sacramento, la religión del
sacramento, el rito del sacramento y usa de manera servil e interesada al
Evangelio. Esta realidad tan escandalosa no es un pecado, es, sencillamente, una
deshumanización perpetrada.
A continuación se encuentran los comentarios.
Domingo XXXIII TO Ciclo B (14.11.2021): Marcos 13,24-32. La Buena Noticia es Jesús de Nazaret.
Estamos ya en el penúltimo domingo del año eclesiástico. Y este será el último relato del Evangelio de Marcos que se nos leerá en este año dedicado al Ciclo B. Hasta el nuevo año 2023-2024 no volveremos a proclamar este Evangelio en las liturgias del
domingo. De manera sistemática, la llamada Asamblea eucarística, es decir, el pueblo liso y llano, nunca escuchará la lectura completa y ordenada del Evangelio de Marcos. Nunca tendrá las claves para comprender este Evangelio. La Religión de los sacramentos eclesiásticos impide el acceso al Evangelio. ¿Por qué tendrá que ser así?
Y, una vez más, quien escuche el relato de Marcos
13,24-32 se quedará a dos velas, es decir, en plena oscuridad, porque se le
ha silenciado todo el gran contexto en el que están recogidas las palabras que
se le atribuyen al mismísimo Jesús de Nazaret. Ante estos hechos reiterados me
pregunto ahora, ¿para qué escribió la mano narradora el capítulo 13 de este
Evangelio?
Invito con esta reiterada insistencia a que nos
leamos al menos, tú y yo, este decimotercer capítulo del Evangelio de Marcos,
que comienza con este importantísimo mensaje que copio aquí y ahora:
“Al salir del Templo, uno de los discípulos [de
Jesús] le dijo:
-Maestro, mira qué piedras y qué construcciones
tan grandes.
Jesús le contestó:
-¿Ves esas grandiosas construcciones? Pues no
quedará piedra sobre piedra. ¡Todo será destruido!
Estaba sentado en el monte de los Olivos,
enfrente del Templo. Y pedro, Santiago, Juan y Andrés le preguntaron en
privado:
-¿Dinos cuándo ocurrirá eso y cuál será la
señal de que todo eso está para cumplirse?
Jesús comenzó a decirles:
-Mirad que nadie os engañe... En cuanto al día
aquel y a la hora nadie sabe nada... Lo que a vosotros digo, a todos lo digo.
Estad atentos” (Marcos 13,1-37).
La situación está muy claramente descrita. La
autoridad del Templo, en singular y en plural, ha decidido eliminar a Jesús de
Nazaret. Éste lo sabe y abandona para siempre aquel Templo, que su Religión
judía tiene como Casa de Yavé su Dios. Cuando Jesús desaparezca, desaparecerá
también la presencia de este Templo y de todos cuantos templos traten de ser
como aquel, el de Jerusalén, el que se creyó el único y el verdadero, pero que
no ha llegado a ser sino una higuera muy frondosa en apariencia, pero sin fruto
alguno y acabara secándose irremediablemente como ya lo ha contado esta mano
narradora desde Mc 11,11 hasta 12,12. Debe leerse ahora este texto,
precisamente este texto, que nunca se proclama en la Asamblea Eucarística.
Nunca, ¡qué y cuánta vergüenza siento al escribirlo así! Pero no me lo puedo ni
callar ni aguantar.
También en el texto de Marcos 13,24-32 se
ponen en boca de Jesús unas palabras sobre la higuera y su referencia explícita
al Templo de Jerusalén y su desaparición. Esta destrucción acontecida en la
década de los años sesenta del siglo primero coincide con la época de la
redacción del primer Evangelio, el de Marcos, ¡la Buena Noticia! (Mc 1,1). Carmelo
Bueno Heras.
CINCO MINUTOS
con la Biblia entre las manos. Domingo 51º: 14.11.2021. Después de comentar los cuatro
Evangelios y Hechos ¡completos!...
ABONAMOS LA HIGUERA O LA CORTAMOS
En
los días finales del verano y por la costa mediterránea suelen las higueras
ofrecer sabrosos frutos si la tierra, el clima y los cuidados agrícolas
compartieron en armonía sus responsabilidades. Esta sencilla constatación nos
da la posibilidad de situarnos en la tierra de Israel y, en unos minutos de
reflexión, releer una parábola de Jesús, inocente en apariencia, pero
profundamente provocadora, entonces y ahora. Me estoy refiriendo al texto de
Lucas 13,6-9: “Un hombre tenía plantada una higuera en su viña y fue a
buscar fruto en ella y no lo encontró. Dijo entonces al viñador: hace ya tres
años que vengo a buscar fruto de esta higuera, y no lo encuentro. Córtala.
¿Para qué va a cansar la tierra? Pero él le respondió: Señor, déjala por este año
todavía y mientras tanto cavaré a su alrededor y echaré abono, por si da fruto
en adelante; y si no da, la cortas”.
Se dice que este brevísimo texto es una parábola.
Los especialistas suelen llamarla “alegoría”, porque, si bien se mira, cada
elemento de la narración está evocando o representando la identidad de otras
realidades. Veámoslo despacio. De entrada, la parábola se la cuenta Jesús a
“unas personas” que vienen a informarle de lo que el romano Pilato había hecho
con la sangre de unos galileos en el altar de los sacrificios del templo de
Jerusalén (13,1). Sin duda, este abusivo gesto de Pilato había manchado de
impureza la sacralidad del sacrificio, del altar y del templo. La respuesta de
Jesús se dirige directamente, y por dos veces, a las actitudes de los
informadores: “Os lo aseguro, si no os convertís, todos pereceréis”
(13,2-5).
¿A qué conversión se refiere Jesús? Y también,
¿qué piensa él sobre el gesto de Pilato, que invalida el sacrificio, impurifica
el altar y atenta contra la divinidad del templo? Las respuestas sólo se pueden
encontrar en la parábola citada. Parábola, que aquellas personas entendieron
sin necesidad de otras explicaciones. Pero alegoría, que nosotros debemos
interpretar para comprender su mensaje y discernir qué realidades personales o
de nuestro entorno deben ser cortadas (convertidas).
La viña de la parábola se refiere al pueblo de
Israel. “Una viña de Egipto arrancaste, expulsaste naciones para plantarla a
ella...”, dice el Salmo 80,9-17. El propietario de esta viña es el Dios en
quien creen tanto Jesús, como sus interlocutores. Y en medio de la viña, que es
el pueblo, ha crecido una hermosa higuera, que es el Templo de Jerusalén, signo
de la presencia de Dios que es su mejor fruto. Esta higuera lleva tiempo sin
dar ese fruto y desgasta en balde la tierra que ocupa. Por eso, se ha de
cortar. Este “cortar”, ¿no le evoca al oyente o lector la idea de la
conversión? Pero el labrador de la higuera (o los preocupados cuidadores del
templo) piden tiempo para cavar y abonar la higuera, para mantener y restaurar
el templo. Y seguramente así lo hicieron, pero nada se dice en la narración de
los futuros frutos ni de la posterior visita de Jesús para comprobarlo. Para
él, sólo existía una respuesta: córtala (conviértanse).
Y ahora me pregunto como aquellos oyentes de Jesús
y lectores de Lucas: ¿Soy higuera? ¿Pertenezco a la viña? ¿Soy el viñador?
¿Pienso y decido como Jesús? Si esta conversión o tala de la higuera ordenada
por él se hubiera producido entonces, ¡cuántos dolores se hubiera ahorrado la
historia de este pueblo y de este mundo! Si hoy escuchamos su Palabra,
¿seguiremos abonando la higuera? Carmelo Bueno Heras. Educar hoy 94 (octubre.2004).
No hay comentarios:
Publicar un comentario