sábado, 13 de noviembre de 2021

Domingo XXXIII TO Ciclo B (14.11.2021): Marcos 13,24-32. La Buena Noticia es Jesús de Nazaret y CINCO MINUTOS con la Biblia entre las manos. Domingo 51º: 14.11.2021 - ABONAMOS LA HIGUERA O LA CORTAMOS

 Para ver al resucitado hay que ir a Galilea... ¡en compañía! 

Lo voy a dejar escrito una vez más. Más de uno lo sabéis ya. Cuando comienzo con expresiones semejantes es que deseo decir que a la liturgia de la iglesia le importa relativamente poco la lectura del Evangelio en la eucaristía o santa misa, o como guste llamarla el lector. A esta nuestra Iglesia le importa la celebración y saber que repetirla desde el comienzo hasta el final es el objetivo. Que sea un trozo del Evangelio de tal Evangelista o en tal capítulo importa menos o casi nada. Una de las finalidades de la liturgia no es precisamente compartir la lectura de los Evangelios. Importa más el hecho de la homilía que esa lectura completa y ordenada de cualquiera de los cuatro evangelios.

Con este domingo del día 14 de noviembre habremos acabado de escuchar la palabra del Evangelio de Marcos y en todo este tiempo de los cincuenta y dos domingos no se nos ha permitido escuchar ni una vez, por ejemplo, el relato con el que se acaba este Evangelio de Marcos. Por ser más preciso diré que Marcos 16,1-8 sólo se nos leyó el día del Sábado Santo como última de las cuatro lecturas, como mínimo, de esa liturgia de la noche. El día siguiente, el domingo de la Pascua, se nos proclamó otro relato evangélico de otro Evangelista. 

Es decir, aquello de 'Volver a Galilea para ver y tocar y creer en Jesús de Nazaret' nadie nos lo ha explicado al pueblo liso y llano en todo el año dedicado a leer y comentar la Buena Noticia según Marcos o según María Magdalena. 

Si esta iglesia, sea por ignorancia o de manera pretendidamente consciente, es capaz de silenciar para el pueblo la proclamación de aquel joven vestido de blanco, me pregunto, ¿de qué no será capaz cuando se trate de 'escuchar en su plenitud el Evangelio'? A esta iglesia, por desgracia, me digo, le importa el sacramento, la religión del sacramento, el rito del sacramento y usa de manera servil  e interesada al Evangelio. Esta realidad tan escandalosa no es un pecado, es, sencillamente, una deshumanización perpetrada. 

A continuación se encuentran los comentarios.


Domingo XXXIII TO Ciclo B (14.11.2021): Marcos 13,24-32. La Buena Noticia es Jesús de Nazaret. 


Estamos ya en el penúltimo domingo del año eclesiástico. Y este será el último relato  del Evangelio de Marcos que se nos leerá en este año dedicado al Ciclo B. Hasta el nuevo año 2023-2024 no volveremos a proclamar este Evangelio en las liturgias del

domingo. De manera sistemática, la llamada Asamblea eucarística, es decir, el pueblo liso y llano, nunca escuchará la lectura completa y ordenada del Evangelio de Marcos. Nunca tendrá las claves para comprender este Evangelio. La Religión de los sacramentos eclesiásticos impide el acceso al Evangelio. ¿Por qué tendrá que ser así?

Y, una vez más, quien escuche el relato de Marcos 13,24-32 se quedará a dos velas, es decir, en plena oscuridad, porque se le ha silenciado todo el gran contexto en el que están recogidas las palabras que se le atribuyen al mismísimo Jesús de Nazaret. Ante estos hechos reiterados me pregunto ahora, ¿para qué escribió la mano narradora el capítulo 13 de este Evangelio?

Invito con esta reiterada insistencia a que nos leamos al menos, tú y yo, este decimotercer capítulo del Evangelio de Marcos, que comienza con este importantísimo mensaje que copio aquí y ahora:

Al salir del Templo, uno de los discípulos [de Jesús] le dijo:

-Maestro, mira qué piedras y qué construcciones tan grandes.

Jesús le contestó:

-¿Ves esas grandiosas construcciones? Pues no quedará piedra sobre piedra. ¡Todo será destruido!

Estaba sentado en el monte de los Olivos, enfrente del Templo. Y pedro, Santiago, Juan y Andrés le preguntaron en privado:

-¿Dinos cuándo ocurrirá eso y cuál será la señal de que todo eso está para cumplirse?

Jesús comenzó a decirles:

-Mirad que nadie os engañe... En cuanto al día aquel y a la hora nadie sabe nada... Lo que a vosotros digo, a todos lo digo. Estad atentos” (Marcos 13,1-37).

La situación está muy claramente descrita. La autoridad del Templo, en singular y en plural, ha decidido eliminar a Jesús de Nazaret. Éste lo sabe y abandona para siempre aquel Templo, que su Religión judía tiene como Casa de Yavé su Dios. Cuando Jesús desaparezca, desaparecerá también la presencia de este Templo y de todos cuantos templos traten de ser como aquel, el de Jerusalén, el que se creyó el único y el verdadero, pero que no ha llegado a ser sino una higuera muy frondosa en apariencia, pero sin fruto alguno y acabara secándose irremediablemente como ya lo ha contado esta mano narradora desde Mc 11,11 hasta 12,12. Debe leerse ahora este texto, precisamente este texto, que nunca se proclama en la Asamblea Eucarística. Nunca, ¡qué y cuánta vergüenza siento al escribirlo así! Pero no me lo puedo ni callar ni aguantar.

También en el texto de Marcos 13,24-32 se ponen en boca de Jesús unas palabras sobre la higuera y su referencia explícita al Templo de Jerusalén y su desaparición. Esta destrucción acontecida en la década de los años sesenta del siglo primero coincide con la época de la redacción del primer Evangelio, el de Marcos, ¡la Buena Noticia! (Mc 1,1). Carmelo Bueno Heras. 

CINCO MINUTOS con la Biblia entre las manos. Domingo 51º: 14.11.2021. Después de comentar los cuatro Evangelios y Hechos ¡completos!...


ABONAMOS LA HIGUERA O LA CORTAMOS

En los días finales del verano y por la costa mediterránea suelen las higueras ofrecer sabrosos frutos si la tierra, el clima y los cuidados agrícolas compartieron en armonía sus responsabilidades. Esta sencilla constatación nos da la posibilidad de situarnos en la tierra de Israel y, en unos minutos de reflexión, releer una parábola de Jesús, inocente en apariencia, pero profundamente provocadora, entonces y ahora. Me estoy refiriendo al texto de Lucas 13,6-9: “Un hombre tenía plantada una higuera en su viña y fue a buscar fruto en ella y no lo encontró. Dijo entonces al viñador: hace ya tres años que vengo a buscar fruto de esta higuera, y no lo encuentro. Córtala. ¿Para qué va a cansar la tierra? Pero él le respondió: Señor, déjala por este año todavía y mientras tanto cavaré a su alrededor y echaré abono, por si da fruto en adelante; y si no da, la cortas”.

Se dice que este brevísimo texto es una parábola. Los especialistas suelen llamarla “alegoría”, porque, si bien se mira, cada elemento de la narración está evocando o representando la identidad de otras realidades. Veámoslo despacio. De entrada, la parábola se la cuenta Jesús a “unas personas” que vienen a informarle de lo que el romano Pilato había hecho con la sangre de unos galileos en el altar de los sacrificios del templo de Jerusalén (13,1). Sin duda, este abusivo gesto de Pilato había manchado de impureza la sacralidad del sacrificio, del altar y del templo. La respuesta de Jesús se dirige directamente, y por dos veces, a las actitudes de los informadores: “Os lo aseguro, si no os convertís, todos pereceréis” (13,2-5).

¿A qué conversión se refiere Jesús? Y también, ¿qué piensa él sobre el gesto de Pilato, que invalida el sacrificio, impurifica el altar y atenta contra la divinidad del templo? Las respuestas sólo se pueden encontrar en la parábola citada. Parábola, que aquellas personas entendieron sin necesidad de otras explicaciones. Pero alegoría, que nosotros debemos interpretar para comprender su mensaje y discernir qué realidades personales o de nuestro entorno deben ser cortadas (convertidas).

La viña de la parábola se refiere al pueblo de Israel. “Una viña de Egipto arrancaste, expulsaste naciones para plantarla a ella...”, dice el Salmo 80,9-17. El propietario de esta viña es el Dios en quien creen tanto Jesús, como sus interlocutores. Y en medio de la viña, que es el pueblo, ha crecido una hermosa higuera, que es el Templo de Jerusalén, signo de la presencia de Dios que es su mejor fruto. Esta higuera lleva tiempo sin dar ese fruto y desgasta en balde la tierra que ocupa. Por eso, se ha de cortar. Este “cortar”, ¿no le evoca al oyente o lector la idea de la conversión? Pero el labrador de la higuera (o los preocupados cuidadores del templo) piden tiempo para cavar y abonar la higuera, para mantener y restaurar el templo. Y seguramente así lo hicieron, pero nada se dice en la narración de los futuros frutos ni de la posterior visita de Jesús para comprobarlo. Para él, sólo existía una respuesta: córtala (conviértanse).

Y ahora me pregunto como aquellos oyentes de Jesús y lectores de Lucas: ¿Soy higuera? ¿Pertenezco a la viña? ¿Soy el viñador? ¿Pienso y decido como Jesús? Si esta conversión o tala de la higuera ordenada por él se hubiera producido entonces, ¡cuántos dolores se hubiera ahorrado la historia de este pueblo y de este mundo! Si hoy escuchamos su Palabra, ¿seguiremos abonando la higuera? Carmelo Bueno Heras. Educar hoy 94 (octubre.2004).


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