¿Y ahora qué escribo?
Es cuatro de junio, por la
mañana y en Madrid.
El azul de arriba está limpio
y está fresquito.
El azul de más abajo, que no
sé qué es, tiene buena pinta.
Todo parece silencioso y en
orden.
Pero sé que algo no anda
bien. Algo que está en alguna parte. Alguien que se sabe quién es.
Algo y alguien, a la vez, se
calla y se retuerce. El dolor de la salud.
¿Y ahora qué escribo?
Dí que todo es bueno y
está bien.
Buenos días. Enhorabuena.
Amaneció que es bastante más que mejor..
Dí que si tocas el
mando la tele se enciende y te habla.
Dí que todo funciona.Tengo
luz, energía y... café. Y el día por delante.
Dí que habrá comida y más de
la necesaria, y que hoy tendrás mesa y mantel.
Dí que es sábado y no te toca
currar en lo que no deseas.
Puedes decir... que, en
ocasiones, uno más uno también son tres. No sé muy bien a qué pueda referirse,
pero me ha venido a la mente por pensar en esto de qué debo escribir. Uno más
uno, a veces, no son dos, sino tres. ¿Una familia? Tal vez.
Antes de continuar, me
detengo y me callo.
Escucho el silencio del aire.
Escucho el rumor del tiempo.
Escucho el tic tac digital
del teclado.
Escucho trinos de pájaros.
Me imagino que te escucho, mi
Leyente, mientras lees y te ríes.
Comprendo que tienes razón.
Lo dejó aquí. Ignoro si es o
no suficiente todo lo escrito para que nos acerquemos al relato de la buena
noticia y de las otras buenas noticias que son cuerpo y sangre de la misma
noticia.
Madrid está en 'Feria del
libro' y creo que es esto lo que me sucede: mientras se está de feria y de
ventas y compras es complicado escribir.
Tendremos tiempos mejores.
Vendrán. Claro que sí.
A continuación se encuentran
los comentarios evangélicos del domingo de la Trinidad.
Carmelo Bueno Heras
Domingo de la Stma.
Trinidad C (12.06.2022): Juan 16,12-15
Padre, Hijo y ¡¿Madre?!
Lo comento y escribo CONTIGO,
Llegamos ya, en la programación litúrgica eclesial y
vaticana, al tercer domingo después del tiempo de la pascua. Domingo dedicado
año tras año a celebrar el dogma de la Santísima Trinidad. Y por estar en el
año del Ciclo C se nos leerá a la asamblea de los reunidos en la santa misa o
eucaristía el texto de Juan 16,12-15.
En mi
biblia de lectura habitual tengo enmarcado en rojo este texto con el epígrafe
‘Stma. Trinidad C’. Y en el comienzo leo textualmente: “Mucho tengo todavía
que deciros, pero ahora no podéis con ello” (Jn 16,12). Estas palabras las
dice el propio Jesús de Nazaret mientras habla en el inmenso discurso de la
cena de despedida y después de haber lavado los pies a todos y cada uno de sus
acompañantes. En Juan 13,31 tiene su inicio este discurso llamado simposio por
los hablantes de la lengua griega.
Y este
discurso se prolongará hasta Juan 17,26. De las gentes que participan en la
liturgia del domingo de la Trinidad, ¿cuántas personas se habrán leído al menos
una vez y despacio y completo este discurso del Jesús de Nazaret del
Evangelista Juan? Según mis percepciones de aprendiz de sociólogo religioso,
estimo que sólo un par de personas entre cien leyeron este simposio despertado
y nacido en las entrañas del Evangelista llamado Juan o llamado también
‘discípulo amado’. ¿Debe pensarse, pues, que las palabras de este discurso no
las dijo así Jesús?
Me
gustaría ahora detener mi pensar en dos expresiones que me llaman la atención y
no sé muy bien por qué: “Cuando venga el Espíritu de la Verdad os guiará
hasta la verdad completa” (Juan 16,13). Es la primera expresión que me
despierta la contemplación crítica. Si estas palabras tienen como autor al
Evangelista y no, explícita e históricamente, a Jesús de Nazaret, tendré que
deducir que hasta la última década del siglo primero no había una constatación
tan clara y precisa de la realidad del Espíritu y menos aún una precisión de lo
que se debiera comprender por ‘verdad’.
Si las
palabras de esta expresión tan nítida, en apariencia, las dijo el propio Jesús
de Nazaret, ¿por qué nada dice sobre ellas ninguno de los tres Sinópticos,
Marcos, Mateo y Lucas? Y esto mismo vale también para la meditación
contemplativa de la segunda expresión que me sorprende también muchísimo: “Todo
lo que tiene el Padre es mío” (Juan 16,15). Me atrevo a dudar y pienso que
una expresión así jamás salió de los adentros del galileo de Nazaret. Si leo
despacio en Juan 17,10 me permito pensar que la mano narradora de esta parte
del discurso enmienda bastante la rotundidad con la que se afirma que todo lo
que tiene el Padre le pertenece a Jesús.
Deseo
recordar también otro dato relacionado con este asunto del Espíritu, del Padre
y de Jesús de Nazaret de quienes se habla en este relato del Evangelista Juan.,
como estamos contemplando con la serenidad de quien lee, piensa, medita y
saborea.
Con el
paso del tiempo, en los siglos del primer milenio del seguimiento de Jesús, se
nos dejó constancia escrita de las idas y venidas, opiniones y certezas a
propósito de las realidades, en el ‘más allá’ del tiempo, del Resucitado Jesús
de Nazaret, el Padre y el Espíritu. Identidades, personas, naturalezas,
misiones, declaraciones, visiones, dogmas, condenas… ¡y hasta guerras, como
bien podía imaginarse! Con estas constataciones entre las manos me pareció
luminosa la página que escribe José María Castillo Sánchez en el capítulo
primero de las Memorias de su Vida y Pensamiento, que transcribo a continuación.
Carmelo Bueno Heras
CINCO MINUTOS con la
otra Biblioteca de la BIBLIA entre las manos
Tú y yo, entre otras muchas actividades, solemos
también leer. En ocasiones, quedamos sorprendidos por lo que leemos. Es más, y
nos ocurre a veces, llegamos a pensar que lo que leemos nos hubiera gustado
haberlo escrito nosotros mismos. Por esta sola razón, me he decidido a
compartir CONTIGO, semana a semana, durante este año eclesiástico, 52 libros.
Creo que, en la inmensa BIBLIA de todos los textos, como en el cuerpo de toda
persona, ¡todo está relacionado!
Ahora,
Semana 29ª: 12.06.2022: Cita de José María Castillo, Memorias. Vida y
Pensamiento, Desclée De Brouwer, Bilbao, 2021, 279 páginas.
1. “En
eso no se piensa”
Esto me
dijo mi madre cuando contaba yo seis años y fue una sentencia que marcó mi vida
durante mucho más tiempo del que yo podía imaginar. ¿Por qué?
Fue, a
primera vista, una cosa muy simple. O eso me parece a mí. Una mañana, cuando
volví de la escuela, le dije a mi madre: Mamá, hoy nos ha explicado doña
Luisa -la maestra- una cosa que no entiendo. Ha dicho que Dios es uno,
pero ha explicado luego que en Dios hay tres personas, o sea que Dios es, a la
vez, uno y tres. Y le pregunté a mi madre: ¿Cómo se entiende eso?
Ella me respondió enseguida: Pepito, en eso no se piensa. Me lo dijo tan
rápido y con tanta firmeza que yo me di cuenta enseguida de que aquello era una
cosa que no se discute, ni se pregunta. Se cree, se acepta y ya está […] Yo
acepté aquel mandato de mi madre, pero también es cierto que ahora me pregunto:
En realidad, ¿qué acepté?
Ni lo sé
ni puedo saberlo. En cualquier caso, lo que no admite duda es que aquel mandato
de mi madre marcó mi intimidad hasta una hondura que no puedo imaginar y, menos
aún, comprender o explicar.
Sea lo que
sea, la pura verdad es que allí, aquella mañana y en la respuesta de mi madre,
veo ahora el punto de partida de buena historia de más de ochenta años, cargados
y sobrecargados de éxitos y fracasos, de aciertos y desaciertos, de logros y
frustraciones, de preguntas y respuestas, de encuentros y desencuentros que
ahora, a mis noventa años, no acierto a descifrar, pero de los que no me
arrepiento porque han dado de mí mucho más de lo que podía imaginar..
¿Por qué?
La respuesta de mi madre me vino a decir que, en las preguntas que la religión
plantea (que no son pocas), la solución no está en el pensamiento, sino en la
sumisión. Lo importante, ante la religión, no es pensar sino obedecer. Como es
lógico, el niño de seis años que yo era entonces, no pudo darse cuenta de lo
que ahora estoy diciendo. A los seis años, “se obedecía a mamá” y pare usted de
contar. Ahora, cuando los colmillos (los que quedan) se han retorcido, le da a
uno por pensar que eso de obedecer es una tarea que se resiste, seguramente más
de lo que algunos se imaginan.
Pero no
es esto lo más complicado. En mí, al menos, y no sé por qué, lo que dejó una
marca imborrable fue el estilo eclesiástico de imponer la religión a base de
prohibiciones: ¡No… no… no!, así hasta diez veces (el Decálogo son diez noes)
(Ex 20,3-17). Justamente lo contrario de las nueve bienaventuranzas que propone
el evangelio de Mateo (5,3-12), que no imponen prohibición alguna, ni proponen
nada religioso. Se limitan a exponer experiencias de la vida de todos. De todos
los días. Con el final exultante y gozoso de los últimos que plantean: Alegraos
y regocijaos, porque vuestra recompensa es grande en los cielos (Mt 5,12).
Pero, ahora caigo en la cuenta, lo de las bienaventuranzas no es religión, es
Evangelio.
Y queda
por decir algo que quizá sea lo más importante, y hasta es posible que lo más
peligroso […] Mi madre cortó por lo sano y me dijo lo que, sin duda alguna, le
habrían dicho a ella los ‘hombres de la religión’: se puede pecar por acción u
omisión; de palabra, deseo o pensamiento. Con lo cual llegamos a la más alta
cima del poder. La religión manda donde nadie más puede mandar…” Texto
completo, en las páginas 19-21.
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