Santa y contaminada
Se va acabando el tiempo
llamado de 'La Cuaresma'. Ya se sabe, eso de 'los cuarenta días'. Y
enseguida se dará paso a la Semana Santa. También así se la llama. Sigo
pensando que todas las semanas del año -una tras otra, las cincuenta y dos o
cincuenta y tres, depende del año- son tan santas como esa Semana Santa. Me he
atrevido a consultar la fuente de la 'santidad' en el diccionario y, de paso,
también me he detenido a constatar qué es lo contrario de esa 'santidad'. Lo
contrario de ser 'santa', me dice el diccionario entre otras lindezas, es ser
'impura', 'impía', 'sucia', 'contaminada', 'corrupta', 'perversa'... Seis
palabras, como esas seis, son suficientes para caer en la cuenta con precisión
qué es lo uno y lo contrario. Cuando la cosa es diáfana y transparente no
se necesitan más explicaciones. Me miro hacia los adentros que me
pertenecen y me encuentro con eso uno y eso otro, esa santidad y esa
corrupción... Lo medito y..., mejor me callo ya.
En este tramo final de la
Cuaresma y en el tramo inicial de la Semana Santa la voz de los relatos del
Evangelio se hace, una vez más, 'Buena Noticia'. Por eso, he vuelto a leer eso
tan peculiar del Cuarto Evangelio que se llama la HORA. Ni antes ni después, la
hora. Y he repasado eso otro de la Buena Noticia del Evangelio de Marcos-María
Magdalena cuando me cuentan que existen los sembradores, los sembradores de
semillas, los sembradores de la tierra... Esos sembradores que por estas
tierras de España andan manifestándose por el norte y el sur, el este y el
oeste. Y por el centro... Los sembradores están manifestando su malestar por
'el mal trato' que sufren por parte de quienes de ellos dependemos. No puedo
olvidar, aunque lo quisiera, que aquel judío laico de Galilea fue un
sembrador... Y no olvido tampoco, cómo le fue por ser sembrador. Y...
Y prosigo la meditación
contemplativa de 'esas cositas de la fe' que tienen que ver con nuestras
populares, o no tan populares, tradiciones pastorales o pastoriles. Y me
vuelvo a repetir el mantra de mis saludos o silencios en las semanas de
este curioso año de mis preocupaciones:
Buenos días,
humanísima
trinidad de Nazaret,
Jesús, José
y María.
043. Santa María Virgen de la Soterraña
044. Santa María Virgen de la Merced
045. Santa María Virgen de la Sonrisa
046. Santa María Virgen de la Gracia
047. Santa María Virgen del Abrazo
048. Santa María Virgen del Beso
049. Santa María Virgen del Perdón
Mi jaculatoria: Que me devuelvan a la Señora María.
A continuación se encuentran
los dos comentarios del Evangelio para el domingo 17 de marzo.
Carmelo Bueno Heras
Domingo 5º de Cuaresma B (17.03.2024): Juan 12,20-33. Respiro,
vivo y sigo escribiendo CONTIGO:
Ahora es la hora
Siempre es ahora. Sin embargo, la hora depende de muchas
circunstancias del antes y del después. Escribo esto para justificarme por el
título que encabeza este comentario. Y, en realidad, este título no es mío,
sino que me lo ha prestado el cuarto biógrafo oficial de Jesús de Nazaret, como
puede constatarse en Juan 12,23. Y cuando leo esto no puedo dejar en el olvido la
cita de este mismo Evangelista en Juan 2,4: “todavía no ha llegado mi hora”.
Se recordará que esta expresión puesta en boca de Jesús nos remite al relato de
aquella boda en Caná.
Nos encontramos ‘hoy, 17 de marzo, y ahora’ en el último
domingo de la Cuaresma, según los tiempos que señala la Iglesia católica
vaticana. El próximo será ‘el domingo de Ramos’. Y para la formación y
alimento de los creyentes se nos propone la lectura de Juan 12,20-33. Y me
gustaría invitar a los lectores a leerse completo este capítulo duodécimo con
el que el Evangelista finaliza su narración de cuanto dijo e hizo su Jesús de
Nazaret antes de celebrar su cena de despedida y todos los acontecimientos de
su pasión, muerte y resurrección.
Leído este precioso capítulo del Evangelio de Juan se cae en
la cuenta de que toda la ciudad de Jerusalén, capital de Israel, está de
fiesta. La semana de Pascua. Las gentes están en todas las partes. El templo
está en todo su esplendor. Coincide esta realidad con la descrita unos 750 años
antes por el profeta Isaías como él mismo nos lo dejó escrito y confesado en el
capítulo sexto de su libro. Dios, Patria y Rey se proclaman y expresan a bombo
y platillo y en su plenitud. Y en este ambiente de ostentación y exaltación el
Evangelista pone en boca de su Jesús de Nazaret, entre muchísimas más, estas
palabras que me sobrepasan en estos momentos del comentario: “ha llegado la
hora de que se manifieste la gloria de este hombre”.
Un poco más adelante, cuenta el Evangelista que se oyó una
voz del cielo como si hubiera sido un trueno y pudo escucharse este mensaje:
¡Acabo de manifestar mi gloria y volveré a manifestarla! (Juan 12,28). Como
leyente con tantos otros leyentes, de siempre, no puedo dejar de preguntarme qué
es esa ‘gloria’, qué es la ‘gloria’ de ese Hombre. La gloria es…
La narración del autor me sobrecoge por la sencillez, en
apariencia, de sus explicaciones: “Os lo aseguro, si el grano de trigo cae
en tierra y no muere, queda infecundo. En cambio, si muere da fruto abundante”.
Leo, medito y escribo: La gloria está en la muerte. ¿La muerte de aquel fue su
gloria? ¿La muerte de uno es su gloria? ¿La muerte de cada uno es su gloria?
¿En la muerte está sembrada ‘la gloria’, el nuevo fruto abundante? ¿Este fruto
abundante es la vida, el aire, la luz, el agua, el amor, el pan, el vino, el
cuerpo, la casa, la tierra, la paz, el abrazo, la palabra, la sonrisa, el
esfuerzo…? O, ¿esta gloria es otra cosa? ¿Qué? ¿Cuál? ¿Dónde?
En las últimas líneas de este comentario sólo deseo para mí,
y así lo comparto, aquello que este narrador del Evangelio se atrevió a colocar
en boca de su Jesús de Nazaret: “En esto conocerán todos que sois como yo
soy: amaos unos a otros” (Juan 13,35). Es su único mandamiento, la única
religión, el único dogma, la única institución, la única fe… Carmelo Bueno
Heras. Madrid, 17 de marzo de 2024.
CINCO MINUTOS
semanales con el Evangelio de Marcos entre las manos para leerlo y
meditarlo completo y de forma ordenada, de principio a fin.
Semana
16ª (17.03.2024): Marcos 4,1-20
¿Qué es oír el mensaje, recibirlo y dar fruto?
Invito a leer, ahora y para este comentario, el texto de
Marcos 4,1-20. En realidad, tendríamos que leernos completo el cuarto capítulo
de este Evangelio. Todo cuanto se cuenta de Jesús de Nazaret y de sus
seguidorxs (-es, -as) sucede en torno al ya conocidísimo lago-mar de Galilea:
en su orilla occidental o judía (4,1-34) o en medio de él (4,35-41). Con este
extenso relato la narradora nos va acercando despacio al núcleo de la segunda
gran palindromía narrativa y teológica de la actividad de su protagonista,
Jesús de Nazaret.
En esta orilla occidental del lago, nos cuenta María
Magdalena, “se puso de nuevo Jesús a enseñar… Les enseñaba por medio de
parábolas” (4,1 hasta 4,34). Estas parábolas son cinco, nada más. ¿Cómo los
cinco libros de la vieja Ley de Moisés y de Israel? En realidad, cuatro más
una, porque la primera está contada y explicada al detalle a modo de criterio
para comprender las otras cuatro.
Esta es la única razón por la que ahora sólo presto atención
y comento esta primera parábola que podría llamarse la de ‘las semillas’ o la
de ‘el sembrador’ o la de ‘los sembrados’. En cualquier caso, una parábola tan
agrícola y de pueblo como las propias amapolas. Seguramente que hoy en día más
de una persona se preguntará: ¿Qué es un sembrador?, como acertadamente
dibujaba el Evangelista Cortés en su viñeta del día nueve de abril del pasado
año dos mil catorce. De las otras parábolas (21-34) hablaré en el comentario
siguiente.
Cuando se leen y se meditan críticamente los versículos
4,11-12 se cae en la cuenta de que el mensaje de este Evangelizador que es
Jesús no habla ni de semillas, ni de sembradores ni de sembrados. Habla única y
exclusivamente de ‘palabras’. De la misma manera que en el texto del capítulo
sexto de Isaías, el profeta, también se habla sólo de palabras. Estas
‘palabras’, las del profeta y las de Jesús, no son armoniosos sonidos de un
‘bla, bla, bla’.
La palabra o palabras del profeta Isaías son una denuncia de
la expresión y la experiencia de la Religión y Religiosidad de Israel y de su
Templo de Jerusalén. Una denuncia que nadie quiso escuchar ni aceptar. Y las
palabras de la enseñanza de Jesús fueron también una denuncia de la Religión de
la Sinagoga y de la Ley, como ya hemos leído que le sucedió a Jesús en 3,1-6.
El hablar de Jesús, que es su hacer y vivir, ya ha desencadenado su condena y
su muerte.
“Lo sembrado en la tierra buena se parece a aquellos que
oyen el mensaje, lo reciben y dan fruto: treinta, sesenta o cien” (4,20).
¿Qué es oír el mensaje, recibirlo y dar fruto? ¿Puedo
decir, mi María Magdalena, que este mensaje-palabra es el Reino (4,11) que a ti
también se te confió? Escribir estas preguntas no me es demasiado complicado.
En cambio, tiemblo tanto cuando trato de responderlas que, muy frecuentemente,
no me atrevo a ser claro, limpio o transparente. Este ‘mensaje-palabra-Reino’,
¿es un Cielo del más allá de esta vida?, ¿es mi Iglesia con su religión de
siglos de certezas y sacramentos sacerdotales?, ¿o es tan poquita cosa, como tu
persona y mi persona, los otros y las otras, que como espigas de semillas se
parten, reparten y comparten? No lo sé…
Carmelo Bueno Heras. En Madrid, 12 de marzo de 2017.
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