lunes, 1 de febrero de 2016

CURSO “EL HOMBRE NUEVO” (ME PUEDEN QUITAR TODO, MENOS MI LIBERTAD INTERIOR) HN02

ME  PUEDEN  QUITAR  TODO,   MENOS  MI  LIBERTAD INTERIOR   (HN-02)

Ya sabemos que cualquier situación entre humanos es un encuentro de irradiaciones, donde deben activarse y mejorarse los campos energéticos personales. Donde siempre debe buscarse el resonar personalmente con la frecuencia –primigenia y común– de nuestro “ser” interior; y donde cada  encuentro no solo debe solicitar a los otros sino también acogerlos. Por esto, cualquier encuentro con otros debe tirar siempre del conjunto hacia la interioridad: tanto para entrar más en el interior propio como en el del otro, y así terminar profundizando ambos en “lo que es común a los dos”. Y es por esto que, los problemas de desencuentros siempre provienen de faltas de profundizaciones personales.     
Recordemos ahora lo ya dicho, en otro curso anterior,  acerca de la fórmula usada por Calcedonia –en el año 415–, a propósito de su discusión sobre la partícula con la que se debe unir Dios y hombre en la definición de Cristo: “...Zeos, oti antropos”: “...es Dios, porque es hombre”. Mientras que ahora decimos: “Cristo, es Dios verdadero y Hombre verdadero”.  Pero, hay que matizar lo que se discutió en aquel concilio: “Cristo es Dios porque es Hombre” y “Cristo es Hombre porque es Dios”. O sea que Cristo (Hombre-Dios), el que me solicita desde el interior de cada persona y me acoge llevándome de la mano, me dice: ahora que ya has topado conmigo no te pares ahí –en lo que todavía es fachada– sino ven... y te lleva más dentro aún. De forma que cuando llegas al final, a la interioridad de Cristo, te llevas la última y gran sorpresa: ¡Anda!, yo que profundizaba en un hombre me he encontrado en su cogollo con Dios. Y esto es lo que dice Calcedonia: lo que hace que Cristo sea un hombre verdadero (o sea un Hombre) es que a la vez es Dios verdadero. Traducido para nosotros: Lo que hace que cualquiera de nosotros sea hombre verdadero, es que Dios está verdaderamente dentro de cada uno. Por tanto:
-Un hombre que no llegue a sentir a Dios, nunca llegará a ser hombre verdadero. Y, todo hombre que llega a ser Hombre de verdad es porque desemboca en Dios; ya que Dios es la meta del hombre.
-Dios es aquello que hace que el hombre sea lo que “es”; o también, Dios es lo que hace que el hombre sea Hombre. Luego un hombre a quien se le quitase a Dios, se quedaría no en un hombre sin Dios sino en un hombre sin Hombre. La forma de matar realmente a un hombre sería sacarle a Dios; o sea, quitarle su libertad. Y esta es nuestra grandeza de hombre: me pueden quitar todo, pero nunca mi libertad interior; pues nunca me pueden quitar a Dios, incluso aunque yo me confiese ateo.
San Agustín ya dijo: hay que tener muy buena vista para, mirar a un hombre y hablarle como a Dios.
Y esto es exactamente lo que hizo S.Tomás cuando se resistía a creer que Cristo hubiera resucitado, cuando le pidió a Jesús que enseñase las heridas de sus llagas; pues terminó diciéndole: “Señor mío y Dios mío”. O sea, empezó dirigiéndose al hombre Jesús y terminó reconociendo a Dios en él: terminó reconociendo a Dios en el cogollo infinito de Jesús. Es decir que yo, después de mirar bien a un hombre y de sentir en él la irradiación del hombre-Cristo, si me meto bien en su corazón (o sea en lo que hace que ese hombre sea verdaderamente Hombre) y le hablo como tal, puedo llegar a descubrir a Dios.
Y lo mismo les puede pasar a los demás conmigo. Si alguien entra dentro de mí porque yo le interpelo con mi resonar amoroso –desde aquello que hace que yo sea yo, es decir desde lo más mío que yo tengo, o sea desde el yo más yo de todo mí yo– resulta que, al profundizarme, ese alguien puede llegar a descubrir que mi cogollo es divino. Esto quiere decir, traducido, que yo no soy el que consigue llegar a ser Yo: que yo no soy el verdadero autor de mí mismo, porque el que hace que yo llegue a ser Yo es un yo infinito que ya está parcialmente dentro de mí. Y por tanto,  yo conseguiré ser Yo en tanto camine hacia Él desde esa semilla suya (“mi centro”) que ya está dentro de mí. O sea, si somos capaces de introducirnos en lo que es “nuestro centro” –que además es el mismo centro de todos los demás– entonces desembocaremos todos juntos en el infinito. Mi “centro”, que es mi dimensión (como vértice de un ángulo que se abre infinitamente), es la parte del Cristo final que ya está aquí.

El camino de lo humano, es un camino que siempre va hacia adelante y no tiene marcha atrás. Es decir, cada uno empieza desde su curiosidad y va de curiosidad en curiosidad –de circunstancia en circunstancia– para que el punto inicial del que venga detrás sea cada vez mayor; para que se abra el ángulo acumulado al máximo de las posibilidades de cada momento. Y en este largo caminar por nuestra lucha existencial, siempre deberemos recordar que: a pesar de las peores contrariedades y pérdidas personales, siempre nos quedará lo más grande y lo más propio: nuestra libertad interior, Dios. Por lo que, al vivir situaciones dramáticas en las que nos parezca que Dios está ausente, deberemos recordar que es precisamente entonces cuando Él está más dentro de cada afectado. 

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