Aunque nuestro mundo cambie de modo que ya no se le pueda reconocer más - como muchos parecen desearlo - quedarán estos muros, torres y vitrales en su función tan inútil, y por lo mismo tan valiosa, de testimonio.
Por: Anthony Queirós, LC | Fuente: Catholic.net
Por: Anthony Queirós, LC | Fuente: Catholic.net
El escritor inglés G. K Chesterton dijo que las catedrales góticas realizaban aquel dicho de Cristo: las piedras proclamarán la gloria del Hijo del Hombre. Pero, al contemplar las catedrales góticas que embellecen tantas ciudades de España, me salta a la imaginación otra verdad evangélica que se queda ahí revoloteando alegremente: ´la fe mueve montañas´. Pues, cuántas montañas tuvieron que moverse para estos himnos de piedra y de luz poblasen Europa. Y no las movió ´la utilidad pública´ ni ´los intereses del mercado financiero´, sino tan sólo la fe; una fe mucho más grande que un grano de mostaza.
Para nuestra sociedad agobiada por lo funcional, es incomprensible invertir tanto sudor para regar una construcción sin finalidad práctica. Su arquitectura entiende solamente de torres llenas de oficinas, centros de compras, puentes y túneles. En esto, como en varios otros aspectos, hace recordar no al hombre saludable, con grandes ideales, sino al hipocondriaco: demasiado ocupado en mantenerse vivo para malgastar su tiempo en vivir.
Hay una diferencia radical entre esta mentalidad y aquella de los albañiles medievales o del período isabelino. Entonces, lo importante era hacer de cada piedra un peldaño que llevara los hombres hasta el cielo; hoy ya es bastante con llevar cargas o pasajeros de Francia hacia Inglaterra.
No son depreciables los avances de la técnica moderna, ni hay que desechar como insignificantes sus conquistas. Pero si nos ponemos a buscar los cimientos espirituales y humanos de sus obras, constatamos con vértigo que todo este acero se sostiene sobre la nada. ¿Es posible imaginar en los siglos venideros grupos de turistas visitando las Petronas Towers, en Kuala Lumpur, o el EuroTúnel como símbolos del siglo XX? Y aunque lo hicieran, ¿cómo estas edificaciones les ayudarían a hacerse más hombres o asimilar los valores anhelados por quien mira hacia atrás? Volverían a sus casas desilusionados con las explicaciones de los guías turísticos y se pondrían ya a programar su próximo viaje, esperando tener más suerte la próxima vez. Quizás lleguen a una de estas extrañas catedrales góticas.
Catedrales que son el único recuerdo vivo de su época Tras innumerables guerras y revoluciones, ellas resisten a la erosión del tiempo, y siguen sonando sus campanas la misma melodía de eternidad. En su atrio se dicen las mismas oraciones, se oye el mismo Evangelio y se vive la misma fe. Aunque nuestro mundo cambie de modo que ya no se le pueda reconocer más - como muchos parecen desearlo - quedarán estos muros, torres y vitrales en su función tan inútil, y por lo mismo tan valiosa, de testimonio. Ellos atestiguan que con los siglos, pasan las personas, los reyes, las naciones, las ideologías… Y lo único que queda es esta fuerza sobrehumana que los irguió y fincó en su culmen, como síntesis de su misterio y estandarte que desafía el tiempo: la cruz.
Para nuestra sociedad agobiada por lo funcional, es incomprensible invertir tanto sudor para regar una construcción sin finalidad práctica. Su arquitectura entiende solamente de torres llenas de oficinas, centros de compras, puentes y túneles. En esto, como en varios otros aspectos, hace recordar no al hombre saludable, con grandes ideales, sino al hipocondriaco: demasiado ocupado en mantenerse vivo para malgastar su tiempo en vivir.
Hay una diferencia radical entre esta mentalidad y aquella de los albañiles medievales o del período isabelino. Entonces, lo importante era hacer de cada piedra un peldaño que llevara los hombres hasta el cielo; hoy ya es bastante con llevar cargas o pasajeros de Francia hacia Inglaterra.
No son depreciables los avances de la técnica moderna, ni hay que desechar como insignificantes sus conquistas. Pero si nos ponemos a buscar los cimientos espirituales y humanos de sus obras, constatamos con vértigo que todo este acero se sostiene sobre la nada. ¿Es posible imaginar en los siglos venideros grupos de turistas visitando las Petronas Towers, en Kuala Lumpur, o el EuroTúnel como símbolos del siglo XX? Y aunque lo hicieran, ¿cómo estas edificaciones les ayudarían a hacerse más hombres o asimilar los valores anhelados por quien mira hacia atrás? Volverían a sus casas desilusionados con las explicaciones de los guías turísticos y se pondrían ya a programar su próximo viaje, esperando tener más suerte la próxima vez. Quizás lleguen a una de estas extrañas catedrales góticas.
Catedrales que son el único recuerdo vivo de su época Tras innumerables guerras y revoluciones, ellas resisten a la erosión del tiempo, y siguen sonando sus campanas la misma melodía de eternidad. En su atrio se dicen las mismas oraciones, se oye el mismo Evangelio y se vive la misma fe. Aunque nuestro mundo cambie de modo que ya no se le pueda reconocer más - como muchos parecen desearlo - quedarán estos muros, torres y vitrales en su función tan inútil, y por lo mismo tan valiosa, de testimonio. Ellos atestiguan que con los siglos, pasan las personas, los reyes, las naciones, las ideologías… Y lo único que queda es esta fuerza sobrehumana que los irguió y fincó en su culmen, como síntesis de su misterio y estandarte que desafía el tiempo: la cruz.
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