«Con el Corazón de Jesús. Haz un trasplante de corazón»
En la reciente fiesta del Sagrado Corazón de Jesús, la Iglesia nos presenta el misterio del Corazón de un Dios que se conmueve y derrama todo su amor sobre la humanidad. Un Corazón que abraza, que acoge, que se presta a perdonar y a curar. Él mismo nos lo dice: «No he venido para los sanos que no necesitan médico, sino para los enfermos». Todos los hombres necesitamos no solamente sentir el latido de nuestro corazón, sino también hacer un trasplante y acoger el latido del Corazón de Jesús.
¡Cómo nos gusta condenar! ¿Por qué nos costará tanto salvar? El Señor nos lo ha dicho: «No he venido a condenar a los hombres, he venido a salvarlos». Recordad su encuentro con la adúltera, a la que los escribas y fariseos iban a lapidar. El Señor les muestra que ellos no eran menos pecadores: «El que esté libre de pecado que tire la primera piedra». Ante esta afirmación, todos se marcharon. También nosotros nos marchamos. Y también necesitamos escuchar del Señor lo que aquella mujer escuchó: «Ni siquiera yo te condeno; vete y, de ahora en adelante, no peques más».
En un encuentro que tuve el lunes en la Fundación Padre Garralda, una mujer, que durante muchos años tuvo una adicción al alcohol, me contaba cómo salió de su situación cuando su hija la miró con misericordia. Había visto su deterioro y un día le dijo lo que nadie la había dicho jamás: «Mamá yo no te odio, no tengo nada contra ti, tú estás enferma. [...]Tienes que curarte, tienes que ir a un lugar donde recibas curación». Hoy esta madre está agradecida a su hija por el amor que le mostró. Allí ya comenzó la curación. Y está feliz porque ha encontrado un lugar donde está recibiendo el cariño y el trato que necesitaba para salir de esta adicción. ¡Qué maravilla madre e hija! ¡Qué diferencia con juzgar desde arriba, cómodos, considerándonos justos, buenos y legales!
En el mismo coloquio, otra mujer que estaba rehabilitándose de la droga me contó que ella había tenido en su vida dos experiencias únicas de sentirse querida, abrazada y perdonada. Una, hasta los doce años, cuando su padre murió. Junto a él había sentido cariño, comprensión y aliento. Pero todo eso lo perdió a su muerte y se vio arrastrada a vivir en la calle, metida de lleno en la droga y con todas las consecuencias que esto trae. «A los 37 años –me decía– he vuelto a descubrir que soy querida, he encontrado una familia que me hizo salir del mundo en el que había perdido la dignidad. Hoy la he vuelto a recuperar. Y la medicina que he recibido ha sido el amor que habita en unos corazones, que te abrazan y te quieren, que dan la vida por ti. Te hacen descubrir el rostro de un Dios que te recupera no juzgándote por las cosas gordas que hiciste, sino dándote el abrazo de quien no te reprocha la fragilidad y las heridas que tienes, curándolas con la medicina de la misericordia».
Urge que nos dejemos hacer el corazón por Jesucristo, pues Él hace verdad en nuestra vida lo que tan bellamente describe el profeta Ezequiel: «Os quitaré el corazón de piedra y os daré un corazón de carne». Convertirse a Cristo quiere decir recibir un corazón sensible ante la pasión y el sufrimiento de los demás y responder a estas situaciones como lo hace el Señor, con un corazón lleno de misericordia. El Dios que se nos ha revelado en Jesucristo no es un Dios lejano e intocable: Se hizo hombre para darnos su Corazón y para despertar en nosotros el amor a todos los hombres, con un interés especial por todos los descartados, por los que sufren.
Con gran afecto, os bendice,
+Carlos, arzobispo de Madrid
No hay comentarios:
Publicar un comentario