San Antelmo de Belley, obispo
fecha: 26 de junio
n.: c. 1105 - †: 1177 - país: Francia
otras formas del nombre: Anthelmo de Chignin
canonización: pre-congregación
hagiografía: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
n.: c. 1105 - †: 1177 - país: Francia
otras formas del nombre: Anthelmo de Chignin
canonización: pre-congregación
hagiografía: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
En Belley, en Saboya, actual Francia,
san Antelmo, obispo, monje de la Gran Cartuja, que restauró los edificios
destruidos por una gran nevada. Elegido después prior, convocó el Capítulo
general, y designado más tarde obispo, se distinguió por su aplicación firme y
decidida en la corrección de los clérigos y en la reforma de las costumbres.
refieren a este santo: Beato Humberto
de Saboya, Beato Juan
Hispano
A san Antelmo se le considera, con
justicia, como uno de los eclesiásticos más importantes de su época, debido a
los servicios que prestó a la Iglesia como obispo de Belley, como ministro
general de la Orden de los Cartujos en una etapa crítica de su desarrollo, y
como un destacado defensor del verdadero Papa en contra de un pretendido
Pontífice que contaba con el apoyo de todas las fuerzas del emperador.
Antelmo nació en el año de 1107, en el
castillo de Chignin, a unos doce kilómetros de Chambery. Al recibir las
órdenes, era un joven sacerdote de sólidos principios, hospitalario y generoso,
pero que se interesaba demasiado en las cosas de este mundo. Sin embargo, sus
frecuentes visitas al convento de los cartujos, en Portes, donde tenía
parientes, transformaron radicalmente sus ambiciones. Lo que presenció de la
vida en comunidad de los monjes y lo que aprendió en sus pláticas con el prior,
bastó para mostrarle su verdadera vocación y, en consecuencia, abandonó el
mundo para tomar el hábito de san Bruno, alrededor del 1137. Antes de que
hubiese terminado el noviciado, se le envió a la Gran Cartuja, que acababa de
perder una buena parte de su edificio, destruida por una alud. En el gran
centro cartujo, Antelmo, con su ejemplo y sus cualidades naturales de hombre
práctico, favoreció el renacimiento del fervor y la reanudación de la
prosperidad del monasterio.
Tras la renuncia de Hugo I, en 1139, fue
elegido como séptimo prior de la «Grande Chartreuse». Su primer cuidado fue el
de reparar el edificio dañado, al que, una vez renovado, rodeó con una muralla.
Mandó construir un acueducto y dio impulso a la agricultura y al pastoreo en
los campos de la abadía; mientras tanto, no cesaba de predicar sobre la
obediencia a la regla en su sencillez original. Pronto tuvo la satisfacción de
ver sus esfuerzos coronados por el éxito. Hasta entonces, los monjes cartujos
habían sido independientes uno del otro y cada cual estaba sujeto únicamente al
obispo. Antelmo fue el que convocó al primer capítulo general, por el que la Gran
Cartuja quedó constituida como la casa madre. De esta manera, él mismo fue de
hecho, aunque no de nombre, el primer ministro general de la orden.
No es de sorprender que la reputación de
su santidad y de su ciencia atrajesen a numerosos reclutas; entre éstos, que
recibieron el hábito de sus manos, figuraba su propio padre, uno de sus
hermanos y el conde Guillermo de Nivernais, que no pasó de hermano lego.
También fue san Antelmo quien comisionó al beato Juan
Hispano para que redactase la constitución para la
comunidad de mujeres que desearan someterse a la regla de los cartujos.
Después de gobernar sabiamente durante
doce años la Gran Cartuja, pudo renunciar, en 1152, para gran satisfacción
propia, a un puesto que nunca había deseado. Inmediatamente se retiró a una
celda para vivir en soledad, pero no fue por mucho tiempo. Bernardo, el
fundador y primer prior del monasterio de Portes, obligado por lo avanzado de
su edad, delegó su cargo y, a solicitud suya, Antelmo fue su sucesor. El
trabajo de los monjes había acarreado una inusitada prosperidad al monasterio,
cuyos arcones y cuyos graneros estaban llenos a reventar. El nuevo prior
consideraba que tanta abundancia era incompatible con la pobreza evangélica y,
en vista de la escasez que prevalecía en la comarca circundante, ordenó la
libre distribución de granos y dinero, a todo el que acudiese a solicitar
ayuda. Los necesitados fueron tantos, que el prior vendió algunos de los
ornamentos de la iglesia para dar limosnas. Dos años más tarde, regresó a la
Gran Cartuja para entregarse, durante algún tiempo, a la vida de contemplación de
un simple monje. Fue entonces cuando le vino a la cabeza la idea de ocuparse de
los asuntos de la Iglesia, fuera de su orden.
En el año de 1159, la cristiandad
occidental estaba dividida en dos campos: uno favorecía las reclamaciones del
verdadero Papa, Alejandro III, el otro apoyaba al antipapa «Víctor IV»,
protegido por el emperador Federico Barbarroja. Antelmo se lanzó a la lucha,
junto con Godofredo, el sabio abad cisterciense de Hautecombe. Ambos tuvieron
éxito en el reclutamiento de su propia comunidad de monjes elegidos en diversas
órdenes, pero que apoyaban al Papa Alejandro, y organizaron su causa, en
Francia, en España y aun en Inglaterra.
Sin duda que, por lo menos en parte debido
a su agradecimiento por aquellos esfuerzos, el Papa Alejandro atendió a un
llamado de atención que se le hizo para que ocupase la sede vacante en la
diócesis de Belley con un partidario suyo y puso aparte a todos los candidatos
para nombrar a Antelmo. Fue en vano que el cartujo suplicase, aun con lágrimas
en los ojos, que se le dispensara; el Papa insistió, y Antelmo se vio obligado
a aceptar. Fue consagrado obispo el 8 de septiembre de 1163.
En su diócesis había numerosos aspectos
que necesitaban ser reformados, y Antelmo comenzó a trabajar en ello con su
característica energía. En el primer sínodo que convocó, hizo un impresionante
llamado a sus clérigos para que cumpliesen con la gran misión que les había
sido confiada: la observancia del celibato eclesiástico no se tomaba en cuenta,
y no pocos sacerdotes vivían, ostensiblemente, como hombres casados. Al
principio, el obispo recurrió tan sólo a las advertencias y a las medidas de
persuasión, pero al cabo de dos años, al ver que las cosas seguían más o menos
lo mismo en algunos círculos, impuso un castigo ejemplar a los renuentes,
privándoles de sus beneficios eclesiásticos.
Con igual firmeza trató el desorden y la
opresión entre los laicos; ninguno de los anteriores obispos de Belley había
sido tan valiente y temerario. Cuando Humberto III, conde de Maurienne, en
violación a los derechos de jurisdicción de la Iglesia sobre los clérigos,
metió en la cárcel a un sacerdote acusado de malversación, Antelmo envió un
prelado para que pusiese en libertad al prisionero. En la reyerta que se
produjo cuando el conde Humberto trató de impedir que el prelado se llevase al
reo, éste resultó muerto. Ni siquiera por la expresa solicitud del Papa alivió
su rigor el obispo Antelmo: cuando supo que Alejandro III, con quien se hallaba
el conde Humberto en relaciones amistosas, había anulado la acusación, se
retiró indignado al monasterio de Portes y protestó enérgicamente con el
alegato de que el Papa había actuado ultra vires, puesto que ni el propio san
Pedro habría tenido poderes para dejar libre de culpa y cargo y aun de censura,
a un pecador impenitente. Con trabajo se le convenció para que retornase a su
diócesis, pero nada sirvió para inducirle a que aceptase a Humberto en la
comunión. Sin embargo, se mantenían en el mismo plano de excelencia sus
relaciones con Roma, y no tardó en encomendársele una misión como legado en
Inglaterra, para hacer el intento de reconciliar al rey Enrique II y a Santo
Tomás Becket; pero las circunstancias le impidieron partir.
Todavía más notable fue la amistad y el
favor de que le dio muestras su antiguo antagonista, el emperador. Pero ni los
honores de los más altos dignatarios de la Iglesia y el Estado, ni tampoco los
deberes pastorales, que cumplió con tanta prudencia y sabiduría, apartaron su
corazón de su amada comunidad y nunca vivió de distinta manera que el más
humilde de los monjes cartujos. El tiempo que le dejaban libre sus tareas, lo
ocupaba en visitar la Gran Cartuja u otra de las casas de la orden. Tenía gran
afecto por otras dos instituciones: una comunidad de solitarias mujeres en un
lugar llamado Bons y una casa para leprosos, donde solía atender personalmente
a los enfermos. El curso de los años no menguó su actividad; pero en cierta
ocasión, cuando se ocupaba en distribuir víveres durante una época de hambre,
fue súbitamente atacado por una fiebre que habría de resultarle fatal. Poco
antes de entrar en agonía, tuvo la satisfacción de recibir la visita del conde
Humberto, quien acudía a solicitar su perdón y a prometer enmienda. San Antelmo
murió el 26 de junio de 1178, a la edad de setenta y dos años. San Hugo de
Lincoln, al regresar de su última visita a la Gran Cartuja, poco antes de
morir, pasó por Belley y se detuvo a presentar el tributo de su veneración a
los restos de su viejo amigo Antelmo, cuya fama de santidad se extendía
rápidamente por los milagros que se obraban en su tumba.
En el Acta Sanctoram, junio, vol. VII, los
bolandistas imprimieron una vida de san Antelmo que, al parecer, fue escrita en
su época y cuya copia se obtuvo en la Gran Cartuja. Las virtudes y trabajos del
santo se discuten detalladamente en los Anuales Ordinis Cartuciensis,
recopilados por Dom Le Couteulx, vols. I y II.
fuente: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
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ingreso o última modificación relevante: ant 2012
Estas biografías de santo son propiedad de
El Testigo Fiel. Incluso cuando figura una fuente, esta ha sido tratada sólo
como fuente, es decir que el sitio no copia completa y servilmente nada, sino
que siempre se corrige y adapta. Por favor, al citar esta hagiografía,
referirla con el nombre del sitio (El Testigo Fiel) y el siguiente enlace: http://www.eltestigofiel.org/lectura/santoral.php?idu=2142
Beato Andrés Jacinto Longhin, obispo
fecha: 26 de junio
n.: 1863 - †: 1936 - país: Italia
canonización: B: Juan Pablo II 20 oct 2002
hagiografía: Vaticano
n.: 1863 - †: 1936 - país: Italia
canonización: B: Juan Pablo II 20 oct 2002
hagiografía: Vaticano
En Treviso, en Italia, beato Andrés
Jacinto Longhin, obispo, que, en las dificultades de la guerra, acudió generoso
a las necesidades de los prófugos y cautivos, y en medio de la agitación de su
tiempo, con singular solicitud defendió los derechos de los obreros, de los
agricultores y de todos los necesitados.
Nació el 23 de noviembre de 1863 en
Fiumicello di Campodarsego, provincia y diócesis de Padua (Italia), en una
familia de campesinos pobres y muy religiosos. Al día siguiente fue bautizado
con los nombres de Jacinto Buenaventura. Muy pronto manifestó su vocación al
sacerdocio y a la vida religiosa. A los 16 años ingresó en el noviciado de la
Orden de los Frailes Menores Capuchinos, con el nombre de Andrés de
Campodarsego. Después de realizar sus estudios humanísticos en Padua y los
teológicos en Venecia, fue ordenado sacerdote, a los 23 años, el 19 de junio de
1886.
Durante dieciocho años desempeñó los
cargos de director espiritual y profesor de los religiosos jóvenes, mostrándose
guía segura y maestro sabio. En 1902 fue elegido ministro provincial de los capuchinos
de Venecia, cuyo patriarca, Giuseppe Sarto -futuro Papa san Pío X-
lo comprometió en la predicación y en múltiples ministerios dentro de la
diócesis.
El 13 de abril de 1904, Pío X, Sumo
Pontífice desde hacía pocos meses, lo nombró personalmente obispo de Treviso y
quiso que fuera consagrado en Roma por el cardenal Merry del Val. Monseñor
Andrés tomó posesión de la diócesis el 6 de agosto sucesivo, y al año siguiente
inició su primera visita pastoral, que duró casi un lustro: quería conocer bien
su diócesis, una de las más vastas y pobladas de la región, entablar un
contacto personal especialmente con su clero y con el laicado organizado.
Concluyó la visita con la celebración del Sínodo, para aplicar las reformas
puestas en marcha por el Santo Padre. Reformó el seminario diocesano, elevando
la calidad de los estudios y cuidando con esmero la formación espiritual.
Promovió los ejercicios espirituales de los sacerdotes y les trazó un programa
de formación permanente.
Cuando estalló la primera guerra mundial,
Treviso se encontró en la línea del frente. Sufrió invasiones y bombardeos
aéreos que destruyeron la ciudad y más de cincuenta parroquias. Monseñor
Longhin permaneció en su puesto, incluso cuando las autoridades civiles se
fueron, y quiso que también sus sacerdotes se quedaran para atender a los
fieles. Impulsó la asistencia a los soldados, a los enfermos y a los pobres.
En los años duros de la reconstrucción
material y espiritual, reanudó la segunda visita pastoral, que había
interrumpido por causa de la guerra. En medio de graves tensiones sociales, con
fortaleza evangélica indicó que la justicia y la paz social exigían el camino
estrecho de la no violencia y de la unión de los católicos.
De 1926 a 1934 realizó su tercera visita
pastoral para fortalecer la fe de la comunidad diocesana. El Papa Pío XI lo
nombró visitador apostólico, primero en Padua, luego en Údine, para devolver la
paz a esas diócesis afectadas por el enfrentamiento del clero con el obispo. Su
obra de reforma le procuró muchas cruces y sufrimientos, tanto de parte del
clero que no estaba dispuesto a seguirlo por el camino de la renovación como de
numerosos laicos. Sufrió la oposición del fascismo, que prefirió vengarse en
los sacerdotes y los laicos organizados, causando a monseñor Longhin un dolor
más profundo que si lo hubieran herido a él personalmente. Nunca cedió ni a la
violencia ni a los halagos.
Dios quiso purificarlo con una enfermedad
que lo privó progresivamente de las facultades mentales y que sobrellevó con
extraordinaria fe y total abandono a la voluntad divina. Murió el 26 de junio
de 1936. Ya en vida tenía fama de santidad por su heroica caridad y por su
sabia prudencia evangélica. La espiritualidad franciscana, con el rigor de la
Orden capuchina, guió siempre a monseñor Longhin por el camino de una vida
ascética, exigente y fidelísima -oración y penitencia-; de una obediencia
religiosa a la Iglesia; de una pobreza como libertad con respecto a todas las
cosas del mundo; y sobre todo de una caridad generosa y abnegada.
fuente: Vaticano
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Estas biografías de santo son propiedad de
El Testigo Fiel. Incluso cuando figura una fuente, esta ha sido tratada sólo
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