San Pelayo, mártir
fecha: 26 de junio
n.: 912 - †: 925 - país: España
otras formas del nombre: Pelagio
canonización: pre-congregación
hagiografía: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
n.: 912 - †: 925 - país: España
otras formas del nombre: Pelagio
canonización: pre-congregación
hagiografía: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
San Pelagio (o Pelayo), mártir, que a
los trece años, por querer conservar su fe en Cristo y su castidad ante las
costumbres deshonestas de Abd ar-Rahmán III, califa de los musulmanes, consumó
en Córdoba, en la región hispánica de Andalucía, su glorioso martirio, al ser
despedazado con tenazas.
patronazgo: protector de la castidad.
oración:
Señor, Padre nuestro, que prometiste a
los limpios de corazón la recompensa de ver tu rostro, concédenos tu gracia y
tu fuerza, para que, a ejemplo de san Pelayo, mártir, antepongamos tu amor a
las seducciones del mundo y guardemos el corazón limpio de todo pecado. Por
nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del
Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos. Amén (oración
litúrgica).
El nombre del niño mártir, Pelayo, es
famoso todavía en toda España y muchas son las iglesias dedicadas en su honor.
Vivió en los días en que Abderramán III, el más grande de los Omeyas, reinaba
en Córdoba; un tío de Pelayo, para salvar el pellejo, dejó al chico como rehén
en manos de los moros. Por entonces, el niño no tenía más de diez años. El
cobarde pariente no regresó para rescatar a su sobrino, que pasó tres años
cautivo de los infieles. En ese lapso, se había transformado en un buen mozo
alto y fornido, siempre de buen humor y sin contaminación alguna de las
costumbres corrompidas de sus captores y sus compañeros de cautiverio. Las
noticias más favorables sobre el comportamiento del jovencito Pelayo llegaron a
oídos de Abderramán quien le mandó traer a su presencia y le anunció que podía
obtener su libertad y hermosos caballos para correr por ios campos, así como
ropas lujosas, dineros y honores, si renunciaba a su fe y reconocía al profeta
Mahoma.
Pero Pelayo no se dejó tentar y se mantuvo
firme: «Todo lo que me ofreces no significa nada para mí -repuso a las
propuestas de Abderramán-. Nací cristiano, soy cristiano y seré siempre
cristiano». De nada sirvieron las amenazas del rey moro quién, a fin de
cuentas, condenó a morir al jovencito. Los relatos varían en cuanto a la forma
en que fue ejecutado. De acuerdo con unos, después de haber descoyuntado sus
miembros en el potro de hierro, le ataron una cuerda a la cintura y, desde el
puente, lo sumergían y lo izaban en las aguas del río, hasta que expiró; otros
dicen que fue suspendido de las rejas para recibir el suplicio destinado a los
esclavos y criminales, que consistía en ser descuartizado en vida; los miembros
despedazados del niño santo fueron arrojados al Guadalquivir. Sus restos fueron
rescatados por los fieles y conservados ocultamente en Córdoba, hasta el año de
967, cuando se los trasladó a León; dieciocho años más tarde, para evitar
profanaciones, fueron exhumados y llevados a Oviedo para ser sepultados. La
historia de Pelayo se propagó enseguida y ya en el 962 había despertado el
entusiasmo de la famosa poetisa Hroswitha (Roswita), abadesa de Gandersheim,
quien narró los incidentes del martirio en hexámetros latinos.
N.ETF: algunos aspectos que esta noticia
no menciona pero que es importante destacar para comprender mejor al personaje
e incluso la celeridad con que se difundió su culto son: que era de origen
gallego, que el tío que menciona la noticia era, según la tradición, Hermogio,
obispo de Tui, y que dentro de los intentos del Emir contra Pelayo, el más
relevante es el querer corromperlo en su castidad (a lo que alude el elogio del
Martirologio Romano); todos estos elementos llevaron a que el santo rápidamente
deviniera símbolo para los que luchaban por la expulsión de los moros de la Península.
Una breve passio en latín fue impresa en
el Acta Sanctorum, junio, vol. VII, junto con algunas noticias sobre datos
históricos y del culto al niño santo. El mejor de los textos de del poema de
Hroswitha es el que editó P. von Winterfeld, en Deut. Dichter d. Lat.
Mittelalters (1922). Hay una traducción al inglés de ese poema, hecha por C.
St. John (1923) y una versión alemana de H. Homeyer (1936). En la actualidad
puede accederse a una edición
facsimilar del poema, en latín, en las Obras de Hroswitha
editadas por Bridwell Library en 1501 (está en las páginas 50 a 55), la
escritura, aunque antigua, es perfectamente legible.
fuente: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
accedida 2632 veces
ingreso o última modificación relevante: ant 2012
Estas biografías de santo son propiedad de
El Testigo Fiel. Incluso cuando figura una fuente, esta ha sido tratada sólo
como fuente, es decir que el sitio no copia completa y servilmente nada, sino
que siempre se corrige y adapta. Por favor, al citar esta hagiografía,
referirla con el nombre del sitio (El Testigo Fiel) y el siguiente enlace: http://www.eltestigofiel.org/lectura/santoral.php?idu=2141
Santos Juan y Pablo, mártires
fecha: 26 de junio
†: s. IV - país: Italia
canonización: pre-congregación
hagiografía: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
†: s. IV - país: Italia
canonización: pre-congregación
hagiografía: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
En Roma, conmemoración de los santos
Juan y Pablo, a los que se dedicó una basílica en el monte Celio, en el Clivo
de Scauro, en las propiedades del senador Pammaquio.
patronazgo: protectores contra rayos,
relámpagos, granizo y peste, para pedir por lluvia o sol.
Aparte de su nombre y del hecho que fueron
dos cristianos martirizados en Roma, la historia no nos dice nada más sobre los
santos Juan y Pablo, a quienes se conmemora juntos en este día. A decir verdad,
en algunos círculos se pone en duda su existencia. Esta incertidumbre se debe,
en términos generales, a que en una época del siglo cuarto, las supuestas
reliquias de estos santos se depositaron en una casa edificada sobre la Colina
Coeli, construcción ésta que Bizancio, o su hijo san Pamaquio, amigo de san
Jerónimo, transformó en una iglesia cristiana. Es posible que la basílica
edificada sobre los cimientos de la vieja construcción, en el siglo quinto,
haya sido dedicada originalmente a los apóstoles San Juan y San Pablo; pero lo
cierto es que la iglesia llegó a quedar completamente asociada, por tradición
popular, con los dos santos mártires cuyas supuestas reliquias se conservaban
ahí y cuyo culto se difundía extraordinariamente, gracias al crédito que se
daba a las «Actas», que se tenían por auténticas, pero que en realidad son
espurias. Como resultado de ese culto, los nombres de los «hermanos» Juan y
Pablo se insertaron en el canon de la misa, así como en la letanía de los
santos; se les acordó una conmemoración con misa y oficio propios, en los
sacramentales que se conocen con los nombres de Gelasianum y Gregorianum y, de
ahí, pasaron a ocupar un lugar en la liturgia gala. En el Gelasianum se encuentra
incluso su fiesta precedida por una vigilia y ayuno, aunque no tardaron en ser
anuladas estas prácticas, debido quizá a su proximidad a los ayunos de las
fiestas del Nacimiento de san Juan Bautista y de los Apóstoles San Pedro y San
Pablo. La fama de los dos hermanos se extendió ampliamente: entre los diversos
itinerarios que siguió, desde la basílica de la Colina Coeli, durante la Edad
Media, señalados por altares, capillas, inscripciones y escritos propiciados
por la devoción de los peregrinos que visitaban Roma, figura uno, descubierto
en la localidad inglesa de Salisbury, en la forma de una colección de
manuscritos del siglo décimo. También Guillermo de Malmesbury, quien escribió
durante el reinado de Esteban, hace mención de los santos y, el Concilio de
Oxford, en 1222, dispuso que la conmemoración de los santos Juan y Pablo se
celebrase como una fiesta de tercer orden, con la obligación para los fieles de
asistir a misa antes de ir a trabajar.
Las llamadas «Actas» no son más que una
fábula piadosa que sostiene haber sido escrita en base a los informes de
Terenciano, el capitán de la guardia que se encargó de ejecutar a los dos
mártires. De acuerdo con esta historia, los hermanos Juan y Pablo eran
oficiales del ejército, a quienes el emperador Constantino puso al frente de la
guardia que velaba por la seguridad de su hija, Constancia. Esta les profesaba
una gran estimación, y a uno de los hermanos lo nombró su acompañante, mientras
que al otro le dio el cargo de mayordomo. Posteriormente, el emperador los
llamó para ponerlos al servicio del general Gallicano, en una fuerza
expedicionaria que se envió a la Tracia para rechazar una invasión de los
escitas. Los bárbaros invasores eran enemigos formidables y, en un momento
dado, parecía inminente la derrota de las fuerzas imperiales. Una de las alas
de la vanguardia había quedado aislada, varios oficiales se habían rendido y,
en esos momentos, los dos hermanos se aproximaron a Gallicano para asegurarle
que obtendría la victoria si se comprometía a abrazar la religión cristiana. El
general hizo la promesa requerida y, en seguida apareció una legión de ángeles
que puso en fuga al enemigo. Mientras Constantino y sus hijos conservaron la
vida, Juan y Pablo siguieron a su servicio y fueron honrados por la familia imperial;
pero, en cuanto el emperador Juliano proclamó su apostasía, le demostraron su
hostilidad. En consecuencia, Juliano los hizo comparecer ante su tribunal,
donde se negaron rotundamente a obedecer sus órdenes de ofrecer sacrificios a
los dioses y, además, proclamaron su decisión de mantenerse firmes en la fe
cristiana que profesaban y su abominación por la apostasía del emperador. Se
les dio un plazo de diez días para que considerasen su negativa. Al cumplirse,
llegó Terenciano, capitán de la guardia imperial, con algunos de sus hombres, a
la casa donde permanecían los hermanos bajo vigilancia. Ahí mismo se procedió a
la ejecución, sin más testigos que los cuatro o cinco guardias presentes. Los
cadáveres fueron sepultados en el jardín de la residencia sobre la Colina
Coeli, pero Terenciano y sus hombres juraron guardar silencio y hacer creer que
los dos cristianos habían sido enviados al exilio. La leyenda agrega que el
emperador Joviano construyó la iglesia dedicada en su honor, en el mismo sitio
donde se hallaba la casa.
La actual basílica de los Santos Juan y
Pablo, con su fachada de estilo románico-lombardo, fue entregada por el Papa
Clemente XIV a san Pablo de la Cruz y, a la fecha, está al cuidado de los
pasionistas. Las excavaciones practicadas en 1887, bajo los cimientos de la
basílica, revelaron la existencia de habitaciones de la antiquísima casa, con
restos de frescos, algunos de los cuales pertenecen al siglo tercero.
Nota: algún lector puede sentirse
confundido frente al culto tributado a unos mártires que en realidad parece que
todos los indicios apuntan a su inexistencia. ¿Por qué la Iglesia conserva este
caso, pero otros en similares circunstancias los quita? ¿o por qué nos enseña a
rendirles culto y no deja sencillamente que su nombre se vaya perdiendo en el
olvido? Si se lee con atención el texto oficial del elogio ("En Roma, conmemoración de los santos
Juan y Pablo, a los que se dedicó una basílica en el monte Celio, en el Clivo
de Scauro, en las propiedades del senador Pammaquio."), se verá que el centro no está
puesto en la vida de los santos sino en el culto que se les tributó desde
antiguo. Incluso dudando de su existencia, el caso de estos santos es distinto
a santos como, por ejemplo, san Expedito, porque en el caso de Expedito el
culto no es antiguo, mientras que en el caso de estos Juan y Pablo, hayan
existido o sean fruto de una confusión, el culto que reciben proviene realmente
del siglo IV, y fue contínuo a lo largo de la historia. En definitiva, todo
culto se tributa a Dios, admirable en sus santos, y de eso da testimonio la
conmemoración de hoy.
Fr. Delehaye discute el caso de estos
santos en forma muy completa, en su CMH., pp. 336-337. La pasión espuria de los
mártires, se halla impresa en el Acta Sanctorum, junio, vol. VII. Véase también
a P. Franchi de Cavallieri, en Studi e Testi, vol. IX, pp. 55-65 y XXVII, pp.
41-63; J. P. Kirsch, Die Rómischen Titelkirchen, pp. 26 33, 120-134, 156-158;
Lanzoni, / Titoli Presbiterali di Roma antica, p. 46. El cuadro es de Guercino:
La Virgen y el Niño con el martirio de los santos Juan y Pablo de Roma, 1832.
fuente: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
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ingreso o última modificación relevante: 26-jun-13
Estas biografías de santo son propiedad de
El Testigo Fiel. Incluso cuando figura una fuente, esta ha sido tratada sólo
como fuente, es decir que el sitio no copia completa y servilmente nada, sino
que siempre se corrige y adapta. Por favor, al citar esta hagiografía,
referirla con el nombre del sitio (El Testigo Fiel) y el siguiente enlace: http://www.eltestigofiel.org/lectura/santoral.php?idu=2135
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