Santos Domingo Henares y Francisco Do Minh Chieu, mártires
fecha: 25 de junio
†: 1838 - país: Vietnam
canonización: B: León XIII 27 may 1900 - C: Juan Pablo II 19 jun 1988
hagiografía: «Año Cristiano» - AAVV, BAC, 2003
†: 1838 - país: Vietnam
canonización: B: León XIII 27 may 1900 - C: Juan Pablo II 19 jun 1988
hagiografía: «Año Cristiano» - AAVV, BAC, 2003
En la ciudad de Nam Dinh, en Tonkín,
santos Domingo de Henares, obispo de la Orden de Predicadores, y Francisco Do
Minh Chieu, mártires, el primero de los cuales propagó la fe cristiana durante
cuarenta y nueve años, y el segundo cooperó con él como catequista. Ambos
fueron decapitados por su fe en Cristo, en tiempo del emperador Minh Mang.
refieren a este santo: San José Dô
Quang Hiên, San José Nguyên
Dình Uyên
Ver más información en:
117 mártires de la persecución en Vietnam (1740 a 1883)
117 mártires de la persecución en Vietnam (1740 a 1883)
El día 19 de junio de 1988, Juan Pablo II
canonizaba a una verdadera pléyade de santos del Vietnam, altamente
representativa de la legión de mártires que regaron con su sangre aquellas
difíciles tierras de misión en el largo período que va desde la primera
persecución, iniciada en 1620, hasta el año 1862, en el que el rey Tu-Duc, tras
una intervención de Francia, sancionó el principio de libertad religiosa para
todos sus súbditos. En la impresionante lista de canonizados figuran ocho
obispos, cincuenta presbíteros y cincuenta y nueve seglares. Encabeza la lista
de los ocho obispos (todos ellos dominicos españoles excepto un francés) santo
Domingo Henares: primero en recibir la palma del martirio y primero también en
ser beatificado, ya en 1900, por el papa León XIII.
Los setenta y dos años de vida de Santo
Domingo Henares están divididos a partes iguales por la consagración episcopal:
fue ordenado obispo a los treinta y seis años y fue decapitado treinta y seis
años después. Nació en Baena, diócesis de Córdoba, el 19 de diciembre de 1765
en el seno de una familia muy humilde. A los 17 años recibió el hábito de Santo
Domingo en el convento de Santa Cruz de Granada. Parece que obtuvo la admisión
después de mucho insistir. En 1783 hizo la profesión religiosa. Recién profeso,
y sólo iniciados los estudios teológicos, manifestó voluntad decidida de ser
misionero. El ambiente apostólico del convento de Santa Cruz debía de ser muy
bueno porque otros compañeros manifestaron el mismo deseo. Los dominicos ya
contaban en España, y siguen contando, con la provincia del Santo Rosario que
mira a las misiones en el Extremo Oriente. A ella se incorporó el joven
dominico profeso del convento de Granada. Partió de Cádiz en septiembre de 1785
rumbo a Puerto Rico, Cuba, México y Filipinas, donde desembarcó el 9 de julio
de 1786.
La Universidad de Santo Tomás de Manila,
regida por los dominicos, estaba en todo su esplendor. En ella concluyó sus
estudios al mismo tiempo que impartía clases de humanidades. El 20 de
septiembre de 1789 recibió la ordenación sacerdotal e inmediatamente fue
destinado a las Misiones de Tonkín (hoy al norte de Vietnam). Llegó el 28 de
octubre de 1790 junto con san Clemente
Ignacio Delgado y otros dos padres dominicos. Uno de sus
primeros cargos en la misión fue el de rector del seminario para sacerdotes
indígenas establecido en Tién-Chu, cargo en el que permaneció hasta 1798 en que
fue nombrado vicario-provincial por el Capítulo de la Orden. Al fallecer el
vicario apostólico Fr. Feliciano Alonso, le sucedió San Clemente Ignacio, que
ya era su obispo-coadjutor con derecho de sucesión. Inmediatamente designó a
Fr. Domingo para vicario general. Los tiempos eran difíciles y cargados de
malos presagios. San Clemente Ignacio procuró inmediatamente contar con su
propio obispo coadjutor: el 9 de septiembre de 1800 obtenía del papa Pío VII para
nuestro santo Domingo Henares el nombramiento con el título episcopal de Fez.
La ordenación episcopal se retardó hasta el 9 de enero de 1803; tuvo lugar en
Phunhay.
Con sólo cuatro años de diferencia de
edad, la labor pastoral de ambos santos transcurre en colaboración íntima hasta
la muerte. Vidas largas de casi cincuenta años de apostolado misionero,
convirtiendo a muchos paganos, erigiendo parroquias, formando y ordenando a
numerosos sacerdotes indígenas, siempre escapando de perseguidores y delatores,
en clima de evidente hostilidad. Causó admiración la rapidez con la que
aprendió la lengua de los nativos y, más aún, su afabilidad no sólo con los
conversos sino incluso con los mandarines, que con harto pesar se veían
obligados a proceder contra él.
Tratándose de un mártir, lo que más
importó para los procesos de su beatificación y canonización fue documentar
debidamente los datos de su persecución y muerte. Cuando el sanguinario rey de
Tonkín, Minh-Manh, inició la persecución contra los cristianos, decidió, ante
todo, acabar con los misioneros fijándose directamente en los pastores más
sobresalientes de la grey: Delgado, Henares, Hermosilla, Ximeno... Nuestro
Santo Domingo Henares, ya rebasados los setenta años, anduvo errante, huyendo
de aquí para allá de los soldados que le buscaban por los diversos poblados. El
9 de junio de 1838 creyó ponerse a salvo con el fiel catequista Francisco Chieu
en una pobre embarcación, pero los vientos fueron contrarios y tuvieron que
volver a tierra. Hallaron refugio en la casita del pescador cristiano Nghiém.
Pronto se enteró el prefecto del poblado Bat-Phang. Se puso en contacto con él,
fingiéndose su amigo, e inmediatamente lo traicionó. Los mandarines lo
arrestaron junto con los mencionados Chieu y Nghiém.
Todo sucedió con rapidez. El 11 de junio
fue conducido a Nam Dinh junto con sus dos compañeros. A él, seguramente por la
debilidad de la vejez, lo conducían encerrado en una jaula, seguido de sus
compañeros que iban a pie cargados de cadenas. Nada más llegar fue condenado a
muerte. Lo decapitaron el día 25 del mismo mes de junio, junto a Francisco
Chieu. San Jerónimo Hermosilla, decapitado veintitrés años después, dejó
escrito el siguiente elogio de santo Domingo Henares: «Pureza extrema de vida,
celo insaciable por la salvación de las almas, sed ardiente del martirio,
evangélicamente pobre para sí mismo y prodigiosamente generoso con los
necesitados».
Resumido de un artículo de José María Díaz
Fernández.
fuente: «Año Cristiano» - AAVV, BAC, 2003
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ingreso o última modificación relevante: ant 2012
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