sábado, 4 de febrero de 2017

LA IGLESIA CUYA DEBILIDAD SE APOYA EN CRISTO QUINTO DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO (Mons. Oscar Romero)


LA IGLESIA CUYA DEBILIDAD SE APOYA EN CRISTO


QUINTO DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO


5 de Febrero de 1978

Isaías 58, 7-10
1 Corintios 2, 1-5
Mateo 5, 13-16


Estimados radio-oyentes:

AÑO LITÚRGICO Y MIÉRCOLES DE CENIZA

El año litúrgico interrumpe ya con este domingo, lo que llama el Tiempo Ordinario. Si se han fijado, hemos celebrado cinco domingos del tiempo Ordinario; así se llama el de hoy: 5º domingo del Tiempo Ordinario, y se va a interrumpir esta serie de 34 domingos, para continuarla después de Pentecostés, cuando continuaremos con el 6º domingo del Tiempo Ordinario.
¿Por qué se hace esta interrupción? Porque vamos a entrar ya, en el tiempo fuerte de la Cuaresma. El miércoles de esta semana es el Miércoles de Ceniza, día en que se inaugura ese gran retiro espiritual de la Iglesia, que se llama la CUARESMA. Cuarenta días, que quieren imitar los cuarenta días en que Jesús estuvo ayunando en el desierto, preparándose para su vida pública. La Iglesia nos invita a vivir esa temporada, sintiéndonos parte viva de ese Cristo, llamándonos a una penitencia, a una renovación interior del alma, del corazón, de la vida. Ya desde ahora les invito a que el próximo miércoles, como es día de trabajo, cada uno vea a qué templo puede asistir, pero no falte a esa hermosa ceremonia de la ceniza.
Aquí en Catedral, voy a tener la oportunidad de celebrar a las 7 de la mañana, para que la ceniza bendita en las primeras misas sirva para toda la gente que vendrá a lo largo del día como se hace en todos los templos, para que en las diversas misas de todos los templos, los católicos asistan a doblar su frente humilde, ante Dios, y recordar el gran principio de la vida: "Acuérdate que eres polvo, ceniza"; de allí el nombre del Miércoles de Ceniza. "y que en ceniza, en polvo, has de acabar". Pero mientras el cuerpo tiende a la sepultura, una vida interior del hombre tiene que robustecerse y la Cuaresma no sólo es invitación al recuerdo de la muerte, sino sobre todo al recuerdo del deber de renovarnos para ser luz, sal, brillo en el mundo.
El Miércoles de Ceniza es, pues, de mucha importancia para el año litúrgico, tratemos de asistir a nuestra misa con el sentido de una inauguración solemne de la Cuaresma; y nos prepara así para la celebración de Pascua: Muerte y Resurrección de Cristo en Semana Santa. Pascua de alegrías que se prolongan 50 días, hasta que celebramos la venida del Espíritu Santo como conquistado por la muerte dolorosa y la Resurrección del Señor.
Y cuando celebremos 50 días después de la Pascua la venida del Espíritu Santo, volvemos a tomar el año en su Tiempo Ordinario, para completar las 34 semanas que nos van a unir ya con el principio del otro año: Adviento, preparación de Navidad.
Vean, pues, qué pintoresco y al mismo tiempo qué eficaz: la Iglesia, maestra de la vida espiritual. De allí que el año litúrgico viene siendo como un curso, una gran universidad montada en lo ancho del mundo para que todos los hombres, dice el Vaticano II, al celebrar los misterios de la salvación, se inunden en su gracia redentora. No es recuerdo de un pasado, es el presente de un misterio que salvó al mundo hasta la consumación de los siglos. Cada año litúrgico nos hace presentes ese misterio de Cristo que se despliega en nuestra misa dominical sobre todo.

LA VIRGEN DE LA CANDELARIA O PRESENTACIÓN

Este domingo, hermanos, cae también después de la fiesta de Candelaria, el 2 de febrero, en que celebramos esa presentación del Niño Jesús en el templo, 40 días después de haber nacido, para cumplir aquellas leyes de Moisés: la circuncisión del varoncito primogénito y la purificación de la madre que, aunque era inmaculada, pero nos quiso dar ese gesto de obediencia a la ley de Dios y de humildad, de acatamiento a lo que Dios dispone.
Aquí en Catedral veneramos esta preciosa imagen de la Virgen de la Presentación. Yo quisiera que todos los de la capital y todos los de la Diócesis tuviéramos presente que fue la primera imagen de la Virgen que veneramos en nuestro pueblo. Fue traída por los españoles bajo ese título de la Presentación y se veneró y se le tuvo mucha confianza a la Virgen bajo ese título. Ahora en que nuestra patria necesita, pues, las grandes protecciones del cielo, no olvidemos esta Virgen que va con nuestra historia: La Virgen de la Candelaria, bajo ese título de la Presentación que es lo mismo.
Y en este domingo, en que Cristo nos habla de la luz que debe ser todo Cristiano, es bueno que recojamos en esta homilía de hoy ese símbolo de la luz y esa fiesta de la Candelaria que es tan popular entre nosotros pero que muchos que van a los santuarios de la Virgen de Candelaria no saben todo el grandioso significado de esa candela encendida en la mano de un cristiano; y es la plastificación de la frase de Cristo: el cristiano es luz, brilla ante los ojos del mundo para que tus ejemplos, tu luz, hagan manifiesta la gloria de Dios en el mundo.

LA VIRGEN DE LOURDES

También hermanos, junto al año litúrgico hay una serie de festividades más bien populares o tradicionales, que las debemos de celebrar según el espíritu del Concilio, incorporándolas al año litúrgico. Por ejemplo: el sábado próximo entrante, 11 de febrero se celebra una fiesta de la Virgen, muy simpática: la Virgen de Lourdes, que aquí entre nosotros tiene sitios de cultos muy bonitos: La parroquia de Lourdes, Lourdes de Colón y sobre todo quiero invitarles a la celebración del Colegio de Lourdes, de la gruta de Lourdes, donde la Superiora, las Madres Carmelitas, van a celebrar con este acto la participación de sus Comunidades salvadoreñas en el 75 aniversario de su fundación. El acto principal allá en el Colegio de la Gruta, carretera a San Marcos, será a las 4 de la tarde, con una concentración de enfermos. Se hace un llamamiento, pues, de parte de las organizadoras de esta fiesta a los hospitales y a las familias que tengan enfermos, para los cuales no haya inconveniente transportarlos, para que asistan a una Misa como un Lourdes de Francia, bendiciendo así a los enfermos; y a los que deseen, les vamos a dar también la Unción de Enfermos, que no es un sacramento como para desahuciar a un enfermo; Unción de Enfermos, que ya no se le llama Extrema Unción, como antes, Unción de Enfermos que significa consagración de esos miembros dolientes para que unidos a Cristo Crucificado sean más eficazmente lo que Cristo quiere de cada enfermo, de cada hombre que sufre: un miembro doliente de su pasión para salvar al mundo.
Es una invitación pues para que los enfermos consagren su dolor, su enfermedad, por medio de la Virgen purísima de Lourdes a la redención del mundo. Y sepan, queridos enfermos, tal vez muchos me están escuchando en sus radios, que ustedes no son seres inútiles, que ustedes son la parte más valiosa de la humanidad; los que saben que con su dolor, con su lecho de enfermos, con su incapacidad física, están dándole los miembros al Cristo Crucificado que salvó al mundo precisamente cuando moría doliente en una cruz.

RELIGIOSAS GUADALUPANAS - VIAJE A MÉXICO

Esta semana, hermanos, el 2 de febrero no pude estar con ustedes. Invitado por las Hermanas Guadalupanas estuve en México a celebrar el centenario de su fundación. Pero el Obispo, nunca va solo, siempre lleva a toda su diócesis y junto con ustedes, al mismo tiempo que expresaba la gratitud de la Diocesis a esta Congregación que desde los tiempos de Monseñor Belloso y Sánchez viene trabajando aquí y que últimamente se sitúa también en la línea moderna de la Iglesia con sus obras de promoción, allá en la escuela parroquial de San Luis, Cuscatancingo, su Academia para Campesinos; y el día de Lourdes, el sábado próximo irá también una Comunidad Guadalupana a una labor Pastoral en el pueblo de Arcatao. Agradecer, pues, a esta Congregación, era un deber de esta Diócesis. Y así celebramos presididos por el Cardenal de México 14 Obispos que también agradecen la labor de esta Congregación en sus diversas Diócesis, y cerca de un centenar de sacerdotes, este centenario.
Al mismo tiempo que daba esta acción de gracias a la Virgen de Guadalupe, he pedido mucho por toda la Diócesis, por sus sacerdotes, sus religiosas, sus laicos; y he traído hermanos, para ustedes muchas manifestaciones de adhesión y simpatía de sacerdotes, de teólogos, de gente muy reflexiva que está mirando en nuestra Arquidiócesis una manifestación espléndida del Espíritu de Dios.
Cuando uno sale de los límites de su Diócesis, comprende perspectivas que no se imagina, y vengo más agradecido con el Señor y a invitarles a ustedes a intensificar más nuestro compromiso cristiano; porque sin darnos cuenta, hermanos de la Arquidiócesis de San Salvador, estamos siendo espectáculo, nos están observando; o como me dijo un teólogo: ustedes en San Salvador son inspiración de Cristianismo para muchas Diócesis de Latinoamérica y aún de Europa, que van siguiendo con interés lo que allí va pasando.
Me llevé la grata sorpresa de que estas modestas homilías también son escuchadas, enviadas por grabaciones allá en México y en otros lugares de nuestro continente. Bendito sea Dios, pues, no para vanidad se lo digo sino para que seamos fieles a esta voz del Espíritu que va inspirando la vida de nuestra Iglesia. Y la verdad del Evangelio: nadie es profeta en su tierra, se cumple también aquí, donde en vez de esa admiración encontramos calumnia, la incomprensión, la crítica, admitiendo sin duda lo imperfecto, lo humano que lleva toda obra humana; creo, hermanos, que valen más los valores positivos de esta Iglesia que se afianza en su fe, en su Evangelio, en su seguimiento sincero a Nuestro Señor Jesucristo.

DOCTORADO HONORIS CAUSA

No quisiera decirlo, lo van a leer en el periódico, pero un deber de solidaridad con ustedes me obliga también a agradecer al Señor el homenaje de la Universidad de Georgetown para el 14 de febrero a las 7 de la noche, aquí en Catedral. Se me va a conferir el título de Doctor en Letras Humanas Honoris Causa. Como les explico en "Orientación", si fuera un homenaje a mi persona, no tuviera el valor de aceptarlo, pero por su procedencia tan noble, y, sobre todo, por la solidaridad que siento con todos mis queridos sacerdotes y con todo el pueblo de Dios, creo que es una honra para toda la Arquidiócesis. Y así les suplico que me ayuden a que le demos gracias al Señor.

PREOCUPACIÓN POR NICARAGUA

También, hermanos, no podemos quitar del marco de reflexiones de esta mañana, nuestro cariño fraternal, nuestra preocupación por la hermana República de Nicaragua. Yo no quiero decirlo con palabras mías, sino que enfoquemos esta situación, y una plegaria muy especial por Nicaragua, con el documento de los Obispos de Nicaragua que sale allí en "Orientación", en que con un mensaje de Año Nuevo denuncian las muchas formas de injusticias y atropellos de que es objeto el pueblo de Nicaragua.

ILUMINADOS POR LA "POPULORUM PROGRESSIO" DE PABLO VI

Y más que todo, quiero iluminar con estas palabras del Papa Pablo VI en la Encíclica Populorum Progressio, para que saquemos la lección. Los acontecimientos de la historia tienen que ser lección para todos los hombres y desde hace mucho tiempo está escrita esta página, que si se hubiera tenido en cuenta, no estuviera bañándose en sangre la hermana República. Tampoco habrá baño de sangre para El Salvador. No lo queremos, no queremos la violencia, no queremos sobre todo la guerra civil, por eso clamamos, y el Papa lo decía hace muchos años y ojalá a tiempo escuchemos también nosotros esta página.
Dice en la Populorum Progressio, en los números 30 en adelante: "Hay situaciones cuya injusticia clama al cielo; cuando poblaciones enteras faltas de lo necesario viven en una dependencia que les impide toda iniciativa y responsabilidad, lo mismo que toda posibilidad de promoción cultural, y de participación en la vida social y política, es grande la tentación de rechazar con la violencia tan graves injurias contra la dignidad humana". Siempre lo hemos dicho: la causa del malestar, los orígenes del terrorismo, las fuentes de la sangre están allí, en la injusticia social. El Papa lo está diciendo en esta Encíclica.
Y es más grave todavía esto, que en el número 31, yo les invito a que los reflexionemos. Estos documentos de la Iglesia debían de ser bien conocido por el católico de hoy. Y no vayan a decir después que yo estoy llamando a terrorismo y otras locuras de calumnia que se dicen, es el Papa que ha escrito esta página.
"Sin embargo, como es sabido, la insurrección revolucionaria tiene un paréntesis muy importante: Salvo en el caso de tiranía evidente y prolongada, que atentase gravemente a los derechos fundamentales de la persona y dáñase peligrosamente el bien común del país". Esta es la salvedad, salvo ese caso extraño, en que una tiranía está atropellando los bienes del país, el bien común. "La violencia engendra nuevas injusticias, introduce nuevos desequilibrios y provoca nuevas ruinas. No se puede combatir un mal real al precio de un mal mayor". Creo que es claro el pensamiento pontificio. La doctrina de la Iglesia admite una rebelión en el extremo último, como la guerra es el último recurso en la defensa de un bien. Como matar a otra persona en defensa propia, es el último recurso. También en el bien común pero teniendo en cuenta no vaya a ser más grave el mal de esa rebelión, que el bien que se pretende. Es un equilibrio muy difícil pero pertenece a la doctrina de la Iglesia la cual en cambio, en el número siguiente más bien enseña: "Entiéndasenos bien'", dice el Papa; "Entiéndasenos bien, la situación presente tiene que afrontarse valerosamente y combatirse y vencerse las injusticias que trae consigo. El desarrollo exige transformaciones audaces, profundamente innovadoras, hay que emprender, sin esperar más, reformas urgentes; cada uno debe aceptar generosamente su papel, sobre todo, los que por su educación, su situación y su poder, tienen grandes posibilidades de acción". Etc.
Aquí, pues, antes de llegar a una rebelión sangrienta, a una lucha fraticida, a un baño de sangre, mejor hermanos, poner los medios pacíficos. Es tiempo todavía en que cada uno, sobre todo aquellos que por su educación y por situación están con más influencia en las leyes, en la civilización nuestra, en el cambio necesario, es urgente el cambio audaz y profundo para no llegar después a lamentar tarde, lo que no se pudo hacer a tiempo, tal vez por egoísmos.

NUEVOS PÁRROCOS

Esta mañana vamos a dar posesión al nuevo párroco de San José de la Montaña, Padre Víctor Guevara. Y en la Colonia Dolores a su nuevo párroco también el Padre Juan Antonio Gutiérrez. Encomiendo a ustedes en sus oraciones estas comunidades, que son de la familia de la Arquidiócesis y que hemos de amarnos fraternalmente.

A LA COMUNIDAD DE TEJUTLA

Lo mismo envío un saludo de agradecimiento a la comunidad tan simpática del Cantón Jardín, allá en Tejutla, donde viví el domingo pasado una escena digna del Evangelio que se anunciaba: el Sermón de la Montaña. ¡Qué preciosas montañas de aquellas colinas del norte! y qué preciosa la acogida de aquella gente con corazón tan noble a la palabra de Dios. Quiero felicitar a los seglares, algunos profesionales que fueron a colaborar en este momento de Evangelización de Jardín.

DOS INTENCIONES

Finalmente hermanos, quiero encomendar a sus oraciones en esta misa dos promesas que he hecho: la 1ª por la Sra. de Chiurato, de cuyo paradero no se ha sabido nada después de tanto misterio. Encomendémosla a Dios. Y también por el eterno descanso de José Luis Martínez, que falleció precisamente el 5 de febrero en 1975.
Y en este marco, hermanos, en que toca de lleno nuestro corazón, nuestra historia, nuestros peligros, nuestras esperanzas y tantas otras cosas que ustedes tienen en su familia, en sus problemas personales, es donde debemos enfocar la palabra de Dios que ilumina realidades. La palabra de Dios si solamente es una reflexión teórica, que no toca las realidades, aun cuando duelan, no es palabra iluminadora. Y precisamente yo quiero presentar en esta homilía a la Iglesia cuya debilidad se apoya en Cristo. Este podía ser el título de esta reflexión de hoy: La Iglesia cuya debilidad se apoya en Cristo.

1º. COMO UNA CIUDAD EN LA MONTAÑA

Yo quisiera que de esta reflexión de hoy, hermanos, cuando vamos a interrumpir el año litúrgico en su tiempo ordinario, rutinario, monótono, vamos a introducirnos con un sincero deseo de renovación cristiana, individual, familiar y colectiva, tuviéramos muy en cuenta este fragmento del Sermón de la Montaña; seguirá siendo el tema de los domingos del tiempo ordinario. El Sermón de la Montaña, donde Cristo inmediatamente después de decirnos la Bienaventuranzas, como el domingo pasado, nos apostrofa directamente y nos dice a nosotros Cristianos: Ustedes tienen que ser luz del mundo, una luz no se enciende y se pone debajo de la mesa sino en alto para que ilumine a toda la casa. Ustedes son como una ciudad iluminada, y una ciudad en la montaña, no se oculta. Ustedes son sal de la tierra; la sal sirve para dar sabor, pero cuando la sal se hace insípida, ¿para qué sirve? ¿para qué sirve una Iglesia, un cristiano, cuando su predicación, su ejemplo se ha trastornado en un servilismo, en adulación, en quedar bien con el mundo?. Sal insípida, luz apagada Qué fácil es estar bien con todo el mundo, pero qué ineficaz ser lámpara apagada, ¿para qué sirve?
La Iglesia necesita de cada uno de nosotros y de todos en conjunto. Cada cristiano tiene que ser como una antorcha, y el conjunto de cristianos, tiene que ser como una ciudad en la Montaña.

CADA UNO LUZCA SU PROPIA PROFESIÓN

Por eso me llena de emoción haber oído allá en México que nuestra Iglesia es como esa ciudad; inspiración para muchas Iglesias del Continente y aún de Europa. No nos pongamos vanidosos; simplemente sintamos la responsabilidad de hacer honor a esa expectativa del mundo hacia nuestra Iglesia. Y cada cristiano, por favor, tomemos en serio este testimonio personal.
Yo le doy gracias al Señor, porque, en estas horas difíciles de nuestra Arquidiócesis, han surgido muchos testimonios personales. Allá en México, en un noviciado de sacerdotes: "Nunca habíamos tenido tantas vocaciones como éste año pasado en El Salvador"; y lo mismo he oído de Congregaciones femeninas. Y en el Seminario, donde están ahora en ejercicios espirituales los jóvenes que van a iniciar el año, ¡cuántas bellas vocaciones! Un estudiante de medicina, allá en Aguilares, me decía: "Siento que no me llena esta carrera que había abrazado con tanta ambición; ya he pedido entrar a un noviciado, ¡voy a ser sacerdote mejor!".
Hermanos, no es que otras profesiones sean inferiores al sacerdocio, cada vocación vale, allí donde Dios la quiere; y esto es lo que yo quisiera dejar ahora, hermanos, como llamamiento en nombre de Cristo: Que cada uno sea luz en su propia profesión.
Mi cargo de Obispo, es mi vocación; la de mis hermanos sacerdotes en los pueblos y parroquias, es su vocación, es su puesto. La de las comunidades religiosas en sus colegios, en sus hospitales, en sus misiones, allí está su vocación. Y vocación también la de ustedes, queridos laicos: el médico, el abogado, el ingeniero, el empleado, la vendedora de mercado, el que se gana la vida cargando maletas en el mercado, el jornalero, el carpintero, cada uno vive su propia vocación.

NO PARA TENER MÁS, SINO PARA SER LUZ

¡Qué hermosa sería la vida, en que cada uno, sintiéndose orgulloso de su profesión, no ambicionando profesarla para tener más -eso es egoísmo-, sino para ser más luz en el mundo! ¡Qué hermosa sería la sociedad!, cuando los hombres pusieran el ideal no en los bienes de la tierra, enriquecerse más, tener más; eso lo hemos dicho ya aquí, es la expresión más elocuente del subdesarrollo moral: la codicia, el afán de tener, el frenesí de poder, idolatría.
El hombre brilla cuando es más luz del Señor; cuando hace de su profesión un servicio a la humanidad; cuando como lámpara se va consumiendo, mientras ilumina como comunidad y como Iglesia.

BUSQUEMOS LA UNIDAD

Hermanos, apretemos, cada día más, nuestra unidad de la Arquidiócesis. A los queridos sacerdotes, cómo les agradezco ese testimonio de unidad con su Obispo. ¡Lástima que no todos la quieran vivir!. A las religiosas, cómo les agradezco esas manifestaciones, de solidaridad, con el signo de la unidad que es el Obispo. A las comunidades, parroquias, comunidades de base y todo lo que es vida católica, auténtica, está comprobando en esta unidad de ciudad iluminada en la montaña. Seamos cada día más dignos de estos dones preciosísimos con que el Señor nos ha regalado y que se cumple al pie de la letra lo que dice el Concilio de la Iglesia: "Va peregrinando, entre las persecuciones del mundo y los consuelos de Dios". Y esos consuelos los dan ustedes, a la medida en que se hacen y nos hacemos todos más cristianos.

EL OBISPO, SIGNO DE LA UNIDAD

Yo no pretendo otra cosa, hermanos, sino ser cristiano, Obispo, el cristiano que está desempeñando su papel de signo de unidad; no soy más que nadie, simplemente soy el signo de esa unidad. El que me acepta como signo, se construye en esta unidad de la Iglesia; el que me rechaza como signo, rechaza la unidad de la Iglesia y se destruye, se apaga. Sal que se vuelve insípida.

2º. LAS BUENAS OBRAS SON EL ESPLENDOR DE LA IGLESIA

Por eso, hermanos, mi segundo pensamiento es éste: Que las buenas obras son el esplendor de la Iglesia, pero fíjense que insistencia en las lecturas de hoy. Las buenas obras a partir de los pobres. Qué hermosa y elocuente la palabra de Isaías: Parte tu pan con el hambriento, hospeda a los pobres sin techo, viste al que va desnudo, no te cierres a tu propia carne. Como que el mendigo soy yo, es mi carne que tiene hambre, dale de comer; como el que te viene a pedir posada, es tu carne que tiene frío, dale abrigo; siente esta fraternidad, siente la identidad. No digo contigo solamente, sino sobre todo siéntela con Cristo. Todo lo que le hagas a él, a mí me lo haces.
¡Cómo no le va a doler a la Iglesia una civilización de egoísmos, una civilización de desigualdades tan crueles, en que el pobre, el desamparado, el hambriento, el desnudo, el sin techo, como si no fuera hombre, como si no fuera hermano!. Ya hemos dicho, hermanos, que esto no es una defensa de la pereza, de la holgazanería, "el que no trabaja, dice la Biblia, que no coma". Pero se trata de estas situaciones que ya se hicieron como una costumbre entre nosotros, como si fueran diversas clases de hombres, los ricos y los pobres. Si somos la misma carne, si somos del mismo origen y tenemos el mismo destino; si a todos nos ha amado Cristo, y con todos se ha identificado.
Vivir, entonces, haciendo buenas obras ¿qué dice el profeta?. "Entonces, cuando hagas todo esto, romperá tu luz como una aurora, enseguida te brotará la carne sana que abrirá camino la justicia, detrás irá la gloria del Señor". Esta es la gloria que sigue a la Iglesia, al hombre que vive la justicia y vive la caridad.

ESTAR CERCA DEL QUE SUFRE

Por eso hermanos, en nuestra Arquidiócesis, y cada uno de nosotros, tiene que ser un devoto enardecido de la justicia, de los derechos humanos, de la libertad, de la igualdad; pero mirándolos a la luz de la fe. No lo olvidemos que es precisamente buscando que rompa en nuestro ser la luz del Señor, es decir: No hacer el bien por filantropía. Hay muchas agrupaciones que hacen el bien, pero para salir en el periódico, para que se ponga una placa de un gran bienhechor. Hay muchos que hacen el bien buscando aplausos en la tierra. Lo que busca la Iglesia al llamar a todos a la justicia y al amor fraterno, es el bien de la persona que hace el bien, porque se hace más bien el benefactor que el beneficiado. Entonces clamarás al Señor y te responderá; gritarás y te dirá: "AQUÍ ESTOY" ¿qué más queremos hermanos?.

GOZAR DE LA PRESENCIA DE DIOS.

Hay un criterio para saber si Dios está cerca de nosotros o está lejos: el que nos está dando la palabra de Dios hoy: Todo aquel que se preocupa del hambriento, del desnudo, del pobre, del desaparecido, del torturado, del prisionero, de toda esa carne que sufre, tiene cerca a Dios. Clamarás al Señor y te escuchará.

EN QUE CONSISTE LA RELIGIÓN

La religión no consiste en mucho rezar, la religión consiste en esa garantía de tener a mi Dios cerca de mí; porque le hago el bien a mis hermanos. La garantía de mi oración, no es el mucho decir palabras, la garantía de mi plegaria está muy fácil de conocer: ¿Cómo me porto con el pobre?, porque allí está Dios; y en la medida en que te acerques a él y, con el amor con que te acerques o el despreció con que te acerques, así te acercas a tu Dios. Lo que a él haces, a Dios se lo haces; y la manera como mires a él, así estás mirando a Dios. Dios ha querido identificarse de tal manera, que los méritos de cada uno y de una civilización se medirán por el trato que tengamos para el necesitado y para el pobre.

POBREZA, SACRAMENTO DE DIOS EN EL MUNDO

Queridos pobres, queridos marginados, queridas gentes sin casa y sin comer, la misma dignidad de ustedes les está reclamando una promoción. Es lástima que ustedes pobres, no se estimen como se debían estimar y que traten de ahogar en aguardiente, en vicios, en desórdenes, una dignidad que podría ser luz, presencia del Señor en la tierra. No elogiamos la pobreza sólo por ser pobreza, la elogiamos por ser signo, sacramento de Dios en el mundo y porque un sacramento tiene que respetarse por ser señal de Dios. Los pobres tienen que respetarse, tienen que promoverse, tienen que trabajar en la medida que les dé el alcance de sus esfuerzos económicos y sociales.

ANUNCIAR LA PROMOCIÓN DE LOS HOMBRES

No se duerman, la Iglesia, la religión, no quiere ser opio del pueblo. La Iglesia por eso sufre los conflictos, porque trata de promover al hombre y decirle: "Tú eres igual que todos, tú tienes los mismos derechos que tienen todos tus hermanos", porque va promoviendo para que dejen de ser masa adormecida y se conviertan en artífices del destino de la Patria. Por eso la promoción de la Iglesia maliciosamente se le quiere confundir con ideas subversivas u otra clase de calumnias. Pero lo que la Iglesia busca es esto del Profeta, anunciar la promoción de los hombres, sabiendo que en cada hombre está escondido Dios y que el respeto a cada hombre, así sea el más pobre e indigente, es respeto, devoción aptitud casi de adoración a nuestro Dios.

3º. LA DEBILIDAD DE LA IGLESIA, LA POBREZA DE LA IGLESIA, TIENE SU APOYO SUBLIME EN CRISTO NUESTRO SEÑOR

Y finalmente, hermanos, un tercer pensamiento es éste: La debilidad de la Iglesia, la pobreza de la Iglesia, las limitaciones humanas de la Iglesia, tienen su apoyo sublime en Cristo nuestro Señor. Y aquí me fijo en la lectura de San Pablo. Ya les dije en qué contexto están estas líneas: Pablo está en Éfeso; de Corinto, donde ha trabajado más de un año, le llegan noticias de que la comunidad está olvidando su trascendencia y está poniendo sus ojos en la sabiduría de la tierra; que hay muchos cristianos que se glorían de seguir a Apolo, el gran retórico de Alejandría; griegos que se escandalizan de la Cruz de Cristo; judíos convertidos que también tienen la cruz como una locura y se van apartando del Crucificado y van buscando apoyo en las cosas de la tierra: en el dinero, en la política, en ser tenidos con ciertos privilegios en lo humano. ¡Qué fácil tentación es ésta, hermanos!
Cuando la Iglesia salía de sus persecuciones y un clima de bonanza iba cundiendo su ambiente, tenemos páginas bellísimas de los historiadores. Yo leía el día de San Sebastián, preparando una homilía, cómo el historiador, creo que Eusebio, dice que después de la persecución, el emperador nos dio cierto bienestar y no lo supimos aprovechar, y lo ocupamos para pelearnos unos con otros y buscar nuestro bienestar. Yo pienso si no serán esas las consecuencias del bienestar.

NO CON ELOCUENCIA O SABIDURÍA HUMANAS

Un sacerdote de mucha reflexión me decía en México: Yo tengo miedo por México, porque la Iglesia hoy está demasiado bien; hoy tenemos más que lo que nos quitaron cuando empezó la revolución; y me da miedo porque la Iglesia demasiado en bienestar ya se olvida de su trascendencia. Por eso Pablo vuelve en la epístola a los Corintios. Qué hermosa carta Magna para un predicador. Cómo quisiera yo, decirles a ustedes queridos católicos de la Arquidiócesis de San Salvador.
CUANDO VINE A USTEDES A ANUNCIARLES EL TESTIMONIO DE DIOS, NO LO HICE CON SUBLIME ELOCUENCIA O SABIDURÍA, PUES NUNCA ENTRE USTEDES ME PRECIÉ DE SABER COSA ALGUNA, SINO A JESUCRISTO Y ESTE CRUCIFICADO.
Yo no quisiera hermanos, que se interfiriera en mi pobre palabra, la sabiduría y la elocuencia humana, porque entonces les estaría dando yo vanidad del Mundo y no sabiduría de crucificado.
ME PRESENTÉ A VOSOTROS DÉBIL Y TEMEROSO. ¡Sabe Dios cuánto me costó venir a la capital a mi también!. Qué tímido me he sentido ante ustedes. Si no hubiera sido por el apoyo que como Iglesia me han dado y han hecho de su Obispo ustedes, este signo del cristianismo.

NO EN EL RUIDO DE LAS PALABRAS

Hermanos, son ustedes los artífices de ésta iglesia. "Mi palabra, dice San Pablo, y mi predicación, no fue con persuasiva sabiduría humana sino en la manifestación y el poder del Espíritu, para que vuestra fe -fíjense en esta razón-, para que vuestra fe no se apoye en la sabiduría de los hombres sino en el poder de Dios". Esta será mi mayor gloria. Y cuando oigo a gente que me dice: "Me he vuelto a la Iglesia, porque ya había perdido la fe; pero ahora siento que la fe renace en mi corazón", siento que no es mi palabra ni mi actitud ni nada mío, sino que es la fuerza del Espíritu, el poder de Dios, el único que puede llegar hasta el corazón de cada uno de ustedes.
¿Qué es mi palabra? ¿Qué es la sabiduría humana sino un ruido que llega hasta el oído eterno, pero de ese oído hasta el corazón hay un camino que sólo Dios puede recorrer?, y dichoso el predicador que no pone su confianza en el ruido de sus palabras, aunque vayan envueltas de gran sabiduría humana.

NO EN EL PODER DE LA TIERRA

Queridos compañeros y hermanos sacerdotes, hagamos nuestra esta página de la lectura de hoy; no pongamos nuestra confianza en el poder de la tierra.
Jamás he tolerado ni he consentido que la predicación del Evangelio se revuelva con el lenguaje de una revolución. Y cuando me han acusado a algún sacerdote que predica la revolución, he pedido pruebas, casos concretos. Sólo así podemos proceder. Pero muchas veces es la calumnia o una información de terceros; informaciones a veces interesadas, pero cuando he platicado con el sacerdote buscando su pensamiento, encuentro que su lenguaje no es otro que la sabiduría de Cristo, que supo reclamar también contra las injusticias y no sabía tolerar los atropellos de los pobres y necesitados. Por eso, hermanos, nuestra Iglesia tiene que tener mucho cuidado, las queridas comunidades de base, los grupos de reflexión, para que al reflexionar en la Biblia, en la palabra del Señor, no busquen otra cosa más que la sabiduría de Cristo Crucificado, no el poder de la política o del dinero. ¡A cuántos ha seducido y los ha hecho sal insípida ese apoyo frágil de las fuerzas de la tierra!. Ni tampoco en el otro extremo: La puesta de las armas y de la violencia. No es el lenguaje Cristiano.
Por eso hemos leído hoy, en la Populorum Progressio, que a tiempo hay que evitar los baños de sangre; que hay que hacer transformaciones audaces que suponen la conversión del corazón, conversión de los ídolos de la tierra al único Dios a quien todos tenemos que servir y amar, y viendo desde Dios los bienes de la tierra, los organicemos para hacer una civilización de amor, la civilización de los hijos de Dios.
Hermanos, la Iglesia, pobreza que se apoya en Cristo, vivámosla intensamente. Y para que no sólo sean palabras, la Eucaristía está ya preparada en el altar. Celebremos esta misa en unión íntima con nuestro Señor Jesucristo y ojalá cada uno de los que estamos en esta reflexión, sintieran despertar la profundidad de su cristianismo donde oye que Cristo le dice: Sé luz del mundo, sal de la tierra. Y como Pablo sepa responderle: Señor, que no me gloríe en otra cosa, más que en tu cruz, y que la sabiduría que yo lleve a mis hermanos no sea mas que a Jesucristo; y este, crucificado. Así sea...

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