lunes, 6 de febrero de 2017

San Pablo Miki y compañeros mártires de Japón (6 de febrero)

San Pablo Miki y compañeros mártires de Japón

 
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San Pablo Miki y sus compañeros, por ser cristianos fueron clavados en cruces, llenos de gozo por haber merecido morir como Jesús

 

Fiesta: 06 de febrero

Martirologio Romano: En Nagasaki, en Japón, pasión de los santos Pablo Miki junto con veinticinco compañeros, Declarada una persecución contra los cristianos, ocho presbíteros o religiosos de la Compañía de Jesús o de la Orden de los Hermanos Menores, procedentes de Europa o nacidos en Japón, junto con diecisiete laicos, fueron apresados, duramente maltratados y, finalmente, condenados a muerte. Todos, incluso los adolescentes, por ser cristianos fueron clavados en cruces, llenos de gozo por haber merecido morir como Jesús (1597).
Compañeros en el martiro: Juan de Goto Soan, Jacobo Kisai, religiosos de la Compañía de Jesús; Pedro Bautista Blásquez, Martín de la Ascensión Aguirre, Francisco Blanco, presbíteros de la Orden de los Hermanos Menores; Felipe de Jesús de Las Casas, Gonzalo García, Francisco de San Miguel de la Parilla, religiosos de la misma Orden; León Karasuma, Pedro Sukeiro, Cosme Takeya, Pablo Ibaraki, Tomás Dangi, Pablo Suzuki, catequistas; Luis Ibaraki, Antonio, Miguel Kozaki y su hijo Tomás, Buenaventura, Gabriel, Juan Kinuya, Matías, Francisco de Meako, Ioaquinm Sakakibara y Francisco Adaucto, neofitos.(1597).

Historia de San Pablo Miki y compañeros mártires de Japón

En la ciudad de Nagasaki (Japón), tres siglos y medio antes de que en ella explotara la segunda bomba nuclerar, 26 martires de Japón fueron crucificados en una colina conocida como la Montaña Sagrada, desde la que se divisaba Nagasaki, que en aquel entonces, era la ciudad japonesa con mayor número de cristianos
Durante este periodo de persecusion contra la fe cristiana, un grupo de ellos fueron capturados y obligados a viajar más de 900 kilómetros desde la ciudad de Kyoto, en la que se encontraban, hasta Nagasaki.
Entre ellos habían sacerdotes, hermanos y laicos, franciscanos, jesuitas y miembros de la orden fraciscana secular; catequistas, doctores, artesanos, sirvientes, ancianos y niños inocentes.
Todos caminaban en procesión sombría, pero unidos por el amor a Jesús y a la fe católica. Cuenta la tradición que llegaron cantando el Te Deum.
Pablo Miki (en japonés パウロ三木), un jesuita nativo de japón, se ha convertido en el más conocido de entre los mártires de Japón. Nació hacia 1562 en una familia bien establecida. Se educó con los jesuitas y llegó a ser un servidor incansable de la fe.
Pablo Miki, fue crucificado, y mientras estaba allí colgado y clavado en la cruz, predicó a la gente que contemplaba la ejecución, unas palabras hemosas de declaración de fe, que hasta estos tiempos resuenan en todo el pueblo de Japón:
"La sentencia del juicio dice que estos hombres vinieron a Japón procedentes de Filipinas, pero yo no procedo de otro país. Soy un verdadero japonés. La única razón por la que soy asesinado es porque he enseñado la doctrina de Cristo. Efectivamente, he enseñado su doctrina. Le doy gracias a Dios porque muero por ello. Creo que antes de morir solo digo la verdad. Sé que me crees y les repito una vez más: pregunten a Cristo cómo pueden ser felices. Yo le obedezco. Según el ejemplo de Cristo perdono a mis verdugos, no los odio. Le pido a Dios que tenga compasión de ellos, y espero que mi sangre caiga sobre mis compañeros como una lluvia fructífera."
Luego de esta declaración, Pablo empezó a darles ánimos a sus compañeros en estos últimos momentos de su vida; todos estaban alegre en el sufrimiento.
A muchos de ellos se les oía decir continuamente: "Jesús, José y María, les doy el corazón y el alma mía". Varios de los crucificados alentaban a todos los presentes que permanecieran fieles a la fe católica.

Los verdugos, ya molestos porque no comprendían la razón de alegría de los cristianos, sacaron sus lanzas y a cada uno de los crucificados les atravesaron con ellas, acabando así con sus vidas terrenales pero inmortalizándolos para siempre.
Cuando los misioneros Jesuitas volvieron a Japón en la década de 1860, no hallaron rastros del cristianismo allí. Pero después de establecerse descubrieron que miles de cristianos vivían en las montañas de Nagasaki secretamente, y habían conservado la fe. De esto, el Papa Francisco ha expresado la belleza de este testimonio:
"A propósito de la importancia del Bautismo para el Pueblo de Dios, es ejemplar la historia de la comunidad cristiana en Japón. Ésta sufrió una dura persecución a inicios del siglo XVII. Hubo numerosos mártires, los miembros del clero fueron expulsados y miles de fieles fueron asesinados.
No quedó ningún sacerdote en Japón, todos fueron expulsados. Entonces la comunidad se retiró a la clandestinidad, conservando la fe y la oración en el ocultamiento. Y cuando nacía un niño, el papá o la mamá, lo bautizaban, porque todos los fieles pueden bautizar en circunstancias especiales.
Cuando, después de casi dos siglos y medio, 250 años más tarde, los misioneros regresaron a Japón, miles de cristianos salieron a la luz y la Iglesia pudo reflorecer. Habían sobrevivido con la gracia de su Bautismo. Esto es grande: el Pueblo de Dios transmite la fe, bautiza a sus hijos y sigue adelante.
Y conservaron, incluso en lo secreto, un fuerte espíritu comunitario, porque el Bautismo los había convertido en un solo cuerpo en Cristo: estaban aislados y ocultos, pero eran siempre miembros del Pueblo de Dios, miembros de la Iglesia. Mucho podemos aprender de esta historia." (Papa Francisco, audiencia general. 15 de enero de 2015)
Todos estos mártires de Japón fueron beatificados en 1627 y, finalmente fueron canonizados por el papa Pío IX en 1862.
 

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